CAMPAÑA DE INVASIÓN DEL TENIENTE GENERAL DON PABLO MORILLO 1815-1816

JORGE MERCADO
(Mayor del Ejercito)

ISSN: No registra

Volumen 14

Nota de edición: Tomado de la Reedición del Volumen 14 de la Librería del Ejército. Bogotá, 1963.

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Cartas Iniciales:
Comunicación 1831 del General-Jefe Antonio Laverde (20.03.1918). P. 7.
Respuesta del Mayor en el Estado Mayor General del Ejército Jorge Mercado (21.03.1918). P. 8.
Advertencias. P. 9.
Introducción. P. 13.
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Ilustraciones:
Puente de Boyacá. P. 5.
Doctor don José Fernández Madrid, último Presidente de las Provincias Unidas de la Nueva Granada. P. 23-23.
Teniente general don Pablo Morillo, comandante en jefe del ejército expedicionario. P. 69-P   . 70.
General don Juan Bautista Arismendi, defensor de la Isla Margarita. P. 95-96.
Sitio de Cartagena en 1815. P. 115-116.
General don José Francisco Bermúdez, declarado Jefe de la Plaza de Cartagena después de la destitución del Coronel Manuel del Castillo. P. 129.
Vista panorámica de la ciudad de Cartagena. P. 133-133.
Castillo de San Felipe. P. 137-138.
"Llaves históricas de la ciudad de Cartagena. P. 133-133.
Invasión de Morillo 1815-1816. Itinerarios seguidos por las columnas invasoras. P. 168-169.
   Coronel Francisco de Paula Santander. P. 191-192.
Brigadier don Juan Sámano. P. 213-213.
Teniente Coronel don Liborio Mejía. P. 219-220.

Advertencia: El siguiente documento respeta la ortografía y tipografía original del texto.


TABLA DE CONTENIDO

CAPITULO I


Situación social, política y militar de la Nueva Granada a tiempo de verificarse la invasión
    Organización del Ejército Republicano
Servicios Superiores del Ejército
    Jerarquía Militar
    Emolumentos
    Vestuario y Equipo
    Armamento
    Composición y Fuerza de las Unidades
    Distribución de las Fuerzas Militares
    Reclutamiento y Calidad de los Oficiales
    Reclutamiento y Calidad de las Tropas
    Instrucción de Oficiales y Tropa
    Conclusiones Críticas
   

CAPITULO II


    El Ejército Expedicionario
    Formación de Guerra
    Infantería
    Caballería
    Artillería
    Ingenieros
    Alto Comando
    Marina
    Ejército
    Política
    Rasgos Biográficos de Morillo
    Rasgos Biográficos de Enrile
    Reclutamiento y Calidad de Oficiales
    Instrucción de los Oficiales
    Reclutamiento y Calidad de la Tropa
    Instrucción de las Tropas
    Composición y Fuerza de las Unidades
    Infantería
    Caballería
    Artillería e Ingenieros
    Vestuario, Equipo y Armamento
    Emolumentos
    Remonta
    Conclusiones Críticas
   

CAPITULO III


    El Viaje
    Ocupación de La Margarita
    El Viaje a Venezuela
    El Viaje a la Nueva Granada
    Conclusiones Críticas
   

CAPITULO IV

Sitio de Cartagena
    Descripción Militar de la Ciudad de Cartagena
    Organización Defensiva de la Plaza
    Operaciones Ejecutadas por el Ejército sitiador
    Marcha de la "División de Vanguardia"
    Sucesos Notables Ocurridos Durante el Sitio
    Evacuación de la Plaza
    Ocupación de Cartagena por los Realistas
    Conclusiones Críticas
   

CAPITULO V


    La Invasión
    Teatro de la Guerra
    Plan de Campaña
    Columna de Operaciones del Coronel Calzada
    Columna de Operaciones del Coronel Warleta
    Columna de Operaciones del Coronel Santacruz
    Columna de Operaciones del Coronel Latorre
    Viaje de Morillo a Santa Fe
    Columna de Operaciones del Teniente Coronel Bayer
    Columna de Operaciones del Brigadier Sámano
    Conclusiones Críticas
   

Capítulo I

SITUACION SOCIAL, POLITICA Y MILITAR DE LA NUEVA GRANADA A TIEMPO DE VERIFICARSE LA INVASION

   Campo propicio al desarrollo de la operación militar que nos proponemos estudiar en esta monografía, era la Nueva Granada en aquellos tiempos aciagos. Una forma de gobierno inconveniente, una administración impotente y pusilánime, descontento y cansancio en todas las capas sociales, pasiones políticas exaltadas hasta la intolerancia, carencia de dineros y de elementos, un ejército empobrecido y anarquizado, y por sobre todo la desilusión, la desesperanza, la fe perdida, algo así como anemia voraz y vehemente consumiendo al recién nacido y endeble organismo nacional.

   La trasplantación del sistema federativo de la América del Norte tenía que dar los peores resultados porque no consultaba la falta de educación del pueblo granadino para la vida libre, los defectos capitales de la raza, ni el aspecto geográfico del país. No se desprenden así no más los hábitos de esclavitud, ni se apagan del primer soplo los fuegos que por tántas centurias alimentaron el fanatismo y la. superstición, el orgullo altanero y el servilismo degradante. La unión entre los pueblos era, por otra parte, poco menos que una palabra hueca. El cacicazgo y el regionalismo adelgazaban hasta la sutileza los lazos que debían ligar las diferentes provincias entre sí, lazos que en razón a la heterogénea formación étnica, a las enormes distancias entre los centros poblados, a la falta de vías y medios de comunicación, semejaban de por sí hilos de caucho estirados hasta no ofrecer resistencia, próximos a romperse al embate de los odios y mezquindades de la política parroquial.

   Este error de adopción, palpado en la práctica, originaba remedios perjudiciales a la salud general de la República. En algunas provincias se echó mano del expediente de fortificar los gobiernos suspendiendo parcial o totalmente las constituciones elegidas e invistiendo a los gobernantes con el carácter de dictadores, "sin sujeción a ninguna autoridad humana y sin otra responsabilidad que a Dios". Consecuencialmente la tiranía y la arbitrariedad sentaban sus reales y la lucha para restaurar a su prístino vigor el sistema constitucional implantado, daba margen a las conspiraciones y revueltas en que tan miserablemente se despilfarraban las fuerzas de defensa nacional.

   En tan anormal estado de cosas, maldita la falta que hacían aquellas superiores energías, aquellas cualidades de mando que exhibieron algunos de los Presidentes de las Provincias Unidas. Impotentes para hacerse obedecer a centenares de leguas, encadenados por las circunstancias, sus providencias siempre contrariadas sólo servían para aumentar la confusión y el escándalo, para hacer más cruel y amarga la desesperación de los clarovidentes y para avivar la solapada hostilidad de los muchos que suspiraban por la vuelta del régimen colonial.

   La República vacilaba como un edificio resquebrajado sin que el gobierno general pudiera hacer gran cosa para evitar la catástrofe. Las peticiones de contingentes y de recursos no eran atendidas en las provincias; se ahogaban en el rutinario papeleo a que desgraciadamente son tan afectos los pueblos de la raza latina; cuando más se traducían, después de fatigosas diligencias, en misérrimos recursos que no tenían ni el mérito de la oportunidad.

   Con la unión de Cundinamarca a las demás provincias, conseguida merced a una medida violenta, el país concibió un rayo de esperanza. Desdichadamente el encono de las pasiones políticas se conservaba latente. Bajo un velo de ilusorio acercamiento se retorcía y se agitaba el rencor. Las luchas intestinas además de empobrecer el país mataban en flor en muchos corazones el amor al sistema de gobierno implantado. El resentimiento de las medidas aconsejadas por la necesidad, ahuyentó muchas voluntades e hizo posible para la causa monárquica el recobro de quienes después, para alardear de arrepentimiento por extravíos pasados, habían de desplegar un celo que no pocas veces echó por los atajos de la delación y de la crueldad.

   Mientras en las clases dirigentes el desfallecimiento y la defección tomaban proporciones pavorosas, en la masa del pueblo las contribuciones y las levas hacían no vanas sino odiosas las palabras soberanía e independencia. El pueblo desprovisto de instrucción y de espíritu de examen y hábilmente alucinado por los agentes del despotismo, prevalidos aviesamente de la cuestión religiosa, sólo veía en la transformación política una calamidad que asolaba los hogares y acrecentaba la pobreza, algo así como el justo castigo de la providencia por la rebeldía contra un gobierno de origen divino. Defraudadas las codiciosas esperanzas del principio en un mejoramiento radical de fortuna, en una milagrosa mudanza a medida de las necesidades de cada cual, efectuada al conjuro de la palabra libertad, miraba con horror o con desprecio la causa de la emancipación y ni podía ni quería hacer sacrificios de ninguna especie. La animadversión contra los dirigentes, convertida en una hostilidad sorda y huraña, se hizo patente en muchos pueblos al paso del ejército español. Los habitantes de Girón, organizándose militarmente en pocas horas para contribuir a la persecución de las tropas republicanas derrotadas por Calzada, son uno de los muchos ejemplos que corroboran nuestro aserto.

   Para colmo de males faltaba la fuerza motriz de toda empresa; las arcas nacionales estaban exhaustas, el dinero no parecía por ninguna parte. Los empréstitos forzosos con que se pretendió remediar la insensata abolición de las antiguas contribuciones sin sustituirlas por otros recursos rentísticos, no producían sino muy pobres resultados y en cambio contribuían a enardecer a los malcontentos y transformaban no ya en desabridas patrañas, sino en abominables y fatídicas desgracias las promesas del principio.

   Como tersa y bruñida lámina de acero el ejército reflejaba fielmente la anárquica situación del país. Vientos impropicios lo habían desparramado por la dilatada extensión territorial y en grupos más o menos numerosos, ofrecía el aspecto de hordas famélicas en que las enfermedades, la desnudez y la miseria abrían cada día más grandes claros. En la marcha acelerada que con tropas acostumbradas a los ardientes climas de Venezuela ejecutó el general Urdaneta, desde Cúcuta hasta Santafé, para obligar a Cundinamarca a entrar por la fuerza en la confederación, los soldados literalmente desnudos desertaban por partidas para huír de la intemperie. Las tropas de Popayán también desertaban por compañías enteras, y las pocas que no lo hacían se morían de hambre y desnudez.

   La lejanía del poder central que pretendía conservar en su mano la dirección de las empresas militares interviniendo neciamente enpormenores y detalles de ejecución y las veleidades de los gobernadores de provincias que so pretexto de las atribuciones militares conferidas por el Congreso obraban con independencia absoluta de la autoridad nacional, determinaba en las partidas desequilibrados impulsos e inconexas direcciones hasta disolverlas en un caos funesto para la seguridad de la República. Cuando las tropas de Calzada penetran en la provincia de Tunja, su gobernador levanta fuerzas suficientes para oponer resistencia, pero como el gobierno general envió al coronel Serviez a encargarse del mando de las fuerzas de la Provincia, se produce una larga discusión sobre si éste puede mandar tropas que no pertenecen al ejército regular, y entre tanto el enemigo se aleja tranquilamente.

   Los perniciosos efectos de la política partidarista en el ejército corrompieron la disciplina hasta el punto de que jefes superiores como el coronel Manuel Castillo, cegados por odios personales y bastardas ambiciones, hicieron imposible con su desobediencia empresas que como la de rendir a Santa Marta, confiada al Libertador a raíz de la capitulación de Santafé, ofrecían esperanzas de éxito. Y todavía se dejan arrastrar más allá, hasta desatar sobre la patria moribunda el terrible flagelo de la guerra civil.

   Las deserciones en masa, la desobediencia a las órdenes superiores, los execrables asesinatos de prisioneros inermes ejecutados con pueriles pretextos por orden de oficiales de las tropas de Urdaneta en la provincia de Tunja y por las tropas de Bolívar en la de Honda, la depredación de la propiedad civil, la denegación de auxilios de unas fracciones a las otras, las marchas vagarosas y sin objeto, y cien cosas más, nos muestran al ejército republicano muy parecido a las mesnadas desordenadas y violentas de los tiempos bárbaros.

   Tratándose de un estudio de carácter especial, es indispensable analizar el estado militar de la Nueva Granada, hasta en sus menores detalles, y para ello nos valemos de los escritos y documentos de la época.


ORGANIZACION DEL EJERCITO REPUBLICANO

DEPENDENCIA

   Entre las atribuciones conferidas por el Congreso al Gobierno general o Poder ejecutivo de las provincias unidas de la Nueva Granada, desde octubre de 1814, figuraba como principalísima la de ser el jefe supremo de las fuerzas de mar y tierra, para que en tal calidad pudiera disponer de ellas en la forma y términos más convenientes a la seguridad exterior e interior de la nación.1

   Del resorte del ejecutivo era el nombramiento de los generales, jefes y oficiales del ejército y de la marina, así como la confirmación y expedición de despachos a los jefes y oficiales de las milicias, propuestos los últimos por los gobernadores de provincias a quienes el mismo Congreso, por decreto de 6 de abril del año siguiente, invistió con el rango y preeminencias de capitanes generales.

   Era el ejecutivo quien decretaba las levas y conscripciones. Nombraba inspectores y comisarios en todas o en cualquiera de las provincias para controlar el estado y cuidar del arreglo de las fuerza armada, y en resumidas cuentas, tenía todas las facultades necesarias para poner a las provincias en las condiciones más respetables de defensa posible.

   En aquellos tiempos el Poder ejecutivo o Gobierno general —como más comúnmente se llamaba— residía en tres miembros elegidos por el Congreso, de dentro o fuera de su seno, los que se renovaban parcialmente por la elección de un nuevo miembro todos los años, siendo la suerte quien decidía en los dos primeros períodos de la salida sucesiva de aquellos que habían sido nombrados por la primera vez y después la antigüedad.2

   Entre los miembros del Gobierno general la presidencia se turnaba cuatro meses y el que la obtenía se titulaba "Presidente de las provincias unidas de la Nueva Granada". Muy restringidas eran las facultades y prerrogativas que sobre los otros dos miembros le concedía su alta investidura. A todo el Gobierno, pero en particular al Presidente, se le daba el tratamiento de Excelencia, y por las guardias y puestos de fuerza armada se le tributaban los honores que las ordenanzas de la época señalaban para el jefe supremo del ejército y marina.

   Con el fin de preparar las decisiones del poder supremo, ejercido por el Gobierno general como ya hemos visto, el Congreso estableció secretarías para los diferentes ramos del despacho. Los nombramientos y remoción de los secretarios eran hechos por el Gobierno general.

   Estos funcionarios mantenían correspondencia inmediata con las autoridades y empleados de sus respectivos departamentos, a quienes tocaba cumplir las órdenes que les comunicaran.

   Al frente del departamento de guerra y marina se hallaba colocado el Secretario de guerra, colaborador del Gobierno general y autoridad superior en todas las cuestiones militares.

   Como agentes subalternos del Gobierno general en los ramos militar y de hacienda, había en cada provincia un gobernador nombrado por el respectivo Colegio electoral, quien les fijaba el tiempo de su duración. El plan de reforma adoptado el 23 de septiembre de 1814 prevenía ejecutaran con la más escrupulosa puntualidad las órdenes del ejecutivo, principalmente las relativas a la defensa común.

   Dijimos atrás que en el año siguiente el Congreso invistió a los gobernadores con el carácter de Capitanes generales, y como tal empleo equivalía al más alto grado de la jerarquía militar, los ejércitos de las provincias quedaron sometidos a una doble dependencia.

   Muchos embarazos y entorpecimientos debió ocasionar en la maquinaria militar esta doble dependencia, cuando en julio de 1815 el Gobierno general dictó la siguiente orden que encontramos inédita intercalada en el volumen que con el título Patria Boba aparece en la sección Quijano Otero, de la Biblioteca Nacional: "Habiéndose advertido que con notable perjuicio de la causa pública algunos oficiales aun de la clase de jefes por una equivocada inteligencia de las ordenanzas se han excusado al cumplimiento de las órdenes de la Autoridad suprema, diciendo tener otras de los jefes principales del ejército a que aquéllas no van comunicadas por el conducto de ellos, ha acordado el Gobierno general, para evitar oportunamente algún atraso del servicio, se haga entender a todos los jefes y demás oficiales de los cuerpos de la Unión y a las tropas en la orden general, que aun que los gobernadores de las provincias y los generales de los ejércitos son el conducto ordenado para comunicar las providencias, siempre que por algún motivo grave se reciban algunas órdenes del mismo Gobierno general comunicadas directamente por la misma Secretaría del despacho universal, al jefe o magistrado a quien se tenga a bien acometer, la obedecerán prontamente todos, sin excepción alguna, aunque ellas sean opuestas a las que hayan recibido de sus inmediatos jefes, pues claro está que ésas no deben prevalecer en concurrencia a las del Gobierno general. Y lo comunico a V. E. para que disponga su cumplimiento. Dios guarde a V. E. muchos años. Santafé a 12 de julio de 1815. Andrés Rodríguez, Secretario de Guerra. Excelentísimo señor Gobernador de Popayán."3


SERVICIOS SUPERIORES DEL EJERCITO

   En el mes de junio de 1815 el Gobierno general usando de las facultades que le estaban conferidas, decretó la formación de un Consejo supremo de guerra, con el fin de organizar convenientemente el departamento militar, con cuya ayuda el Ejecutivo ejercía el poder supremo en cuestiones militares y de cuya dirección dependía, en consecuencia, el arreglo de la fuerza armada, la combinación de sus operaciones y movimientos, etc.4

   El Consejo estaba compuesto por un presidente militar, un vicepresidente letrado, instruido en la jurisprudencia militar, cinco vocales militares, un fiscal letrado para los negocios de justicia y un secretario. El Gobierno se reservaba el derecho de aumentar este número cuando lo creyera conveniente.

   El Consejo podía, eso sí, llamar momentáneamente a sus discusiones a cualquier oficial cuyos conocimientos fueran necesarios en la materia de que se trataba.

   En el Consejo se procuraba estuvieran representadas las distintas armas de infantería, caballería, artillería e ingenieros que componían el ejército.

   Las funciones de sus miembros no eran incompatibles con el empleo que ejercieran en el lugar que residía el Consejo.

   La misión y actividad encomendadas a esta corporación eran más o menos las mismas que los modernos sistemas orgánicos confieren a los distintos servicios superiores del ejército. Pero el Consejo era únicamente una entidad consultiva y ninguna de sus resoluciones podían ejecutarse sin estar previamente aprobadas por el Gobierno general, excepción hecha de los recursos de apelación y súplica que en los procesos le fueran elevados.

   La intervención del Consejo en los distintos servicios era la siguiente:

   1. Preparación para la guerra.—El supremo Consejo debía proponer al Gobierno general los planes que juzgara más acertados para la defensa del país, "sacando toda la ventaja posible de su situación geográfica, fuerte por su naturaleza y fácil de hacerse inexpugnable con los auxilios del arte."

   La misma entidad debía combinar los planes de guerra ofensiva y defensiva contra el enemigo, parcial o generalmente, disponiendo las operaciones de los diversos ejércitos bajo un sistema arreglado en que todas las partes obraran en combinación y de concierto.

   Entre las tareas que le estaban encomendadas se hallaban las de proponer al Gobierno las mejoras, reformas o alteraciones que debían hacerse en los ejércitos de operaciones y de reserva; la manera de suplir la falta de armas de fuego adaptando las que se tenían a la localidad en que se hacía la guerra; la elaboración de los reglamentos relativos a la organización, subsistencia, sueldo, vestuario, remontas, armamento y municiones de las tropas.

   El Consejo supremo de guerra debía estar al corriente del estado de fuerza y armamento de todos los, cuerpos, y con este objeto se dispuso que los generales y comandantes de los ejércitos o divisiones independientes le remitieran mensualmente listas de revista y estados de fuerza y armamento de todas las unidades a su cargo.

   2. Dirección del material de guerra.—Bajo la inspección del Consejo se colocaron las fábricas de fusiles, cañones, nitro y pólvora y se le dio la misión de arreglarlas en tal forma que sus productos suplieran la falta que se sentía de estos artículos de guerra.

   3.Administración militar.—El Consejo debía intervenir en la administración, proponiendo un método de inversión de las sumas destinadas para los gastos del ejército, de manera de evitar los fraudes y malversaciones. También le correspondía el examen de la inversión de caudales destinados al mantenimiento de los ejércitos.

   Con el objeto de que pudiera revisar las cuentas para aprobarlas o glosarlas, según el caso, se dispuso que todos los comisarios y tesoreros particulares se las dirigieran oportunamente.

   4. Inspección general.—A fin de cuidar de la exacta ejecución de los reglamentos y para que estuviera siempre en aptitud de introducir mejoras y corregir faltas, el Consejo fue facultado para nombrar, cuando lo creyera conveniente, uno o más de sus miembros que en clase de visitadores generales y sin anunciarse anticipadamente, recorrieran los ejércitos de operaciones y de reserva, las guarniciones, hospitales, almacenes de víveres y vestuario y todos los demás establecimientos militares. Los visitadores habían de examinar con la más escrupulosa atención si se observaban los reglamentos, ordenanzas militares y disposiciones del gobierno; si el manejo de los caudales se hacía con el debido orden, etc. No podían tomar por sí ninguna resolución, pero a su vuelta debían informar al Consejo por escrito y bien circunstanciadamente cuanto hubieran notado y proponer las reformas y mejoras que creyeran del caso. Asimismo se colocaron bajo la inspección y dirección del Consejo los establecimientos de instrucción militar existentes en el país.

   5. Justicia militar.—Al Consejo le correspondía conocer en grado de apelación y súplica las causas correspondientes a personas que por las ordenanzas y leyes existentes gozaran del fuero militar. También le correspondía el examen de las sentencias de muerte y degradación de empleo, que impusiesen a los oficiales los consejos de guerra de generales.

   Para la mejor administración de justicia, dentro del Consejo debía constituirse una "Sala de justicia", compuesta del vicepresidente letrado, de dos consejeros elegidos por suerte cada año, del fiscal y secretario. A esta sala debían ir las causas que subieran en apelación, y era la misma sala la que examinaba las sentencias de los consejos de guerra de generales. Los recursos de súplica eran oídos en Consejo pleno.

   Con el fin de que los empleos militares se confirieran siempre al mérito acreditado y no al favor, los comandantes de tropas y los capitanes generales de las provincias debían enviar cada seis meses las hojas de servicio de los oficiales, sargentos y aspirantes, con las notas respectivas, para que el Consejo las pasara al Gobierno general con el informe correspondiente.

   El Consejo estaba encargado de mantener en todo su vigor la disciplina militar cuidando de remediar los abusos y desórdenes; examinar los proyectos que se presentaran sobre reformas y dar su parecer al Gobierno sobre las innovaciones que pretendieran hacerse en el sistema y leyes militares.

   Todas las materias discutidas en el consejo se resolvían por pluralidad de votos, y como la intención del Gobierno era la de ilustrarse en todos los detalles, dispuso que quienes fueran de parecer contrario, lo hicieran constar en los autos, exponiendo sus razones.

   Los consejales juraban por su honor contribuír como buenos patriotas al buen suceso que se esperaba de la corporación, no divulgar ni comunicar a nadie, ni las cuestiones en discusión ni los asuntos ya decididos, emitir sus conceptos según su leal saber y entender, sin dejarse seducir por consideraciones particulares, y no desaprobar jamás fuera del Consejo las resoluciones acordadas contra su voto.

   Mas como no basta para obtener una construcción la excelencia de los planos, si dejan de llevarse al terreno de la realidad, el Consejo constituido sobre tan buenas bases teóricas y con tan nobles y precisas miras no produjo en la práctica resultados eficientes. Indudablemente trabajó y trabajó mucho pero se agitó en el vacío con un vago girar de rueda loca. El mismo don Pablo Morillo refiere en una de sus comunicaciones al Ministerio de Guerra haber encontrado en la Secretaría insurgente los planes y las órdenes para ejecutarlos, que ninguna provincia obedeció. Estaba en el orden de las cosas que en un país donde el gobierno político era sombra vana, los planes de la entidad, por él encargada de preparar la defensa nacional, no pasaran de cálculos ilusorios e imaginarios.

* * *

   Al frente de los distintos ejércitos se encontraba un Estado Mayor cuya actividad se reducía a la transmisión de órdenes y a servir de séquito al general en jefe. En la "Relación de los individuos del Estado Mayor del ejército que se remite para la aprobación del supremo Gobierno de la República" y que está firmada por el Libertador en su cuartel general de Tunja el 30 de noviembre de 1814, se le da la siguiente composición:

   Un cuartel maestre segundo jefe, general de brigada;

   Un mayor general del ejército, coronel;

   Un mayor general de caballería y dragones, teniente coronel;

   Un comandante general de toda infantería, coronel;

   Un comandante general de caballería y dragones, coronel

   Un vicario general, presbítero;

   Un conductor general de equipajes, capitán;

   Un capitán de guías, capitán;

   Un comisario (contador o habilitado), civil;

   Un proveedor de víveres, civil;

   Un cirujano, civil;

   Un auditor, militar; y

   Un prevoste y aposentador, teniente.5

JERARQUIA MILITAR

   El Gobierno general con el fin de arreglar las denominaciones de los empleos militares de un modo distinto al que se observaba bajo el régimen peninsular, decretó en julio de 1815 se nombraran como se expresa a continuación:6

   Capitanes generales, cuyas funciones y honores correspondían a los gobernadores de las provincias mayores, según decreto del Congreso de 6 de abril del mismo año, y que sólo podría conferirse a los militares cuyos servicios a la República fuesen de tal modo eminentes y distinguidos, que los hicieran acreedores a obtener este supremo grado de la milicia.

   Mariscales generales, cuyo empleo correspondería al de los Tenientes generales del antiguo régimen.

   Generales de división, que correspondía al de Mariscales de campo.

   Generales de brigada, que correspondía al empleo de Brigadier.

   Jefes de brigada, que equivalía al de Coronel.

   Jefes de batallón, que equivalía al de Teniente coronel y cuyo empleo era propio de los comandantes efectivos de batallón.

   Jefes de escuadrón, empleo denominado antes Teniente coronel de caballería.

   Capitanes mayores de los batallones o escuadrones, segundos jefes natos de éstos y que ejercían las funciones hasta entonces encomendadas a los sargentos mayores, cuya clase quedó suprimida.

   Capitanes de compañía;

   Tenientes de compañía;

   Subtenientes ayudantes de batallón;

   Subtenientes y alférez de compañía, y

   Aspirantes.

   Con todas estas disposiciones huecas y sonoras se creía obrar con acierto, cuando sólo conducían al engaño ilusorio y cuando representaban en los angustiosos momentos una pérdida de tiempo muy semejante a la indolencia y a la inercia. Es indudable que un ejército no puede subsistir sin jerarquía y sin leyes, mas la hora no era precisamente la oportuna para gastar el tiempo en discutirlas. El Gobierno y el Congreso se entretuvieron en divagar, formulando y planeando proyectos, pero no levantaron su espíritu hacia los graves problemas del momento, y por eso la invasión sorprendió al país con muchas medidas escritas sobre el papel pero sin fuerza efectiva con qué atender a su defensa.


EMOLUMENTOS

   En el mismo año de 1815 (mayo 6) el Congreso deseando ordenar las dotaciones de una manera uniforme, decretó que quedaba igualada la oficialidad, hasta capitán inclusive en todas las clases, por la dotación de que gozaba la infantería de línea, de manera que cesó la diferencia entre ésta y la artillería, ingenieros y caballería.7 En tal virtud las dotaciones de la oficialidad hasta capitán eran las mismas de Ordenanza. Como se presentaran muchas dudas respecto a la aplicación de este decreto, el Congreso las aclaró por medio de otro, diciendo que las dotaciones de Ordenanza a que se refería cuando igualaba la oficialidad hasta capitán inclusive en todas sus clases, por las que gozaba la infantería de línea, eran las que asignaba el reglamento de 25 de abril de 1768 dado para Panamá, comunicado luégo a Cartagena en 17 de septiembre de 1770, y desde entonces observado en el Reino.8

   Según una comunicación de la Secretaría de Guerra que se encuentra inédita intercalada en el libro Patria Boba de la Sección Quijano Otero, atrás aludida, dichos sueldos, conforme al añejo reglamento, eran los siguientes:

   Diez pesos al soldado;

   Once pesos cuatro reales al cabo segundo;

   Doce pesos al cabo primero;

   Catorce pesos al sargento segundo;

   Diez y seis pesos al sargento primero;

   Treinta y dos pesos al subteniente, y

   Sesenta pesos al capitán.

   De esta cantidad se hacían los descuentos acostumbrados de vestuario, invalidez y montepío.

   De la clase de capitán en adelante las dotaciones quedaron reformadas por el Decreto de 6 de mayo ya citado, en la forma siguiente:

   Sargento mayor en campaña, ochenta pesos y en guarnición setenta;

   Teniente coronel en campaña, cien pesos y en guarnición ochenta;

   Coronel en campaña, ciento treinta pesos y en guarnición ciento;

   Brigadier en campaña, ciento sesenta pesos y en guarnición ciento treinta;

   Mariscal de campo en campaña, doscientos pesos y en guarnición ciento sesenta;

   Teniente general en campaña, doscientos cincuenta pesos y en guarnición doscientos;

   Capitán general, cuatro mil pesos anuales en guarnición y en campaña.

   A los oficiales de caballería desde coronel hasta Portaestandarte, se les hacían sobre sus sueldos los abonos siguientes para el mantenimiento de caballo:

   Al Coronel en campaña, veinte pesos y en guarnición diez;

   Al Teniente coronel y Sargento mayor en campaña, quince pesos y en guarnición diez;

   Al Capitán, Teniente, Alférez y Portaestandarte en campaña, diez pesos y en guarnición cinco;

   A los sargentos, cabos y soldados se les daba y mantenía el caballo por cuenta del Estado.

   Posteriormente el Congreso dispuso que los oficiales de otras armas que por Ordenanza debían estar a caballo y que eran los generales del ejército con sus edecanes, los jefes de batallones, los de artillería e ingenieros con sus ayudantes, los Mayores generales y sus edecanes y los Cuarteles maestres con los suyos, gozaran de las gratificaciones de caballo que a sus respectivas clases señalaba el reglamento de 6 de mayo, pero que el abono no se deba sino mientras durara la campaña.

   La hora del apuro sorprendió a los republicanos sin energía y sin otra preparación que la de disposiciones escritas, puntos de apoyo sí, pero tan efímeros como inútiles. La corta guarnición de la frontera del Norte acampada en Chopo se moría de hambre. Los soldados pasaban sin comer dos y tres días. "Así habían existido desde algunos meses antes y continuaron del mismo modo, sin embargo de cien decretos del Gobierno general, que en mucho tiempo no surtieron efecto".9

VESTUARIO Y EQUIPO

   Con el propósito de uniformar los trajes y divisas de la oficialidad y tropas del ejército, el Gobierno general dictó el 18 de julio de 1815 un decreto señalando los siguientes uniformes:10

   Para el Capitán general, casaca verde esmeralda, collarín, vuelta, pantalón y chaleco encarnado con un bordado de oro de granadas y hojas de olivo semejante al de la guirnalda del escudo nacional en el collarín, costuras del pantalón y al canto de la casaca y tres bordados de lo mismo en la vuelta; faja encarnada de red, con borlas de oro, dos charreteras de oro con canelones y tres granadas de plata en cada una, y pluma de los tres colores nacionales.

   Para el Mariscal general el mismo uniforme, con las diferencias siguientes: dos bordados en la vuelta de la casaca; en lugar del bordado del pantalón llevaba sólo un filete de oro; en las charreteras dos granadas en cada una.

   Para el General de división el mismo uniforme con la diferencia de que sólo llevaba un bordado en la vuelta, una granada en cada charretera y la faja era verde.

   Para el General de brigada igual casaca a las anteriores y las mismas divisas que para el General de división, pero con bordados y charreteras de plata; chaleco, pantalón y faja de color de ante con borlas de plata.

   Para el Jefe de brigada, si pertenecía a algún cuerpo, el uniforme de éste y en caso contrario casaca verde con cuello y vuelta encarnada, galoneada ésta y aquél con un galón angosto de oro si su arma era la infantería, y de plata si lo era la caballería; dos charreteras de canelones y tres ojales de galón de oro o plata según el arma, pantalón, chaleco y pluma blanca, faja encarnada de tafetán con borlas de seda.

   El Jefe de batallón debía usar el uniforme de su Cuerpo, faja encarnada de tafetán con borlas de seda y por divisas dos charreteras de canelones y en cada lado del cuello dos ojales de galón de oro o plata según el metal correspondiente al uniforme.

   El Jefe de escuadrón usaba el uniforme de su Cuerpo, con las mismas divisas que el jefe de batallón, pero siendo de plata el galón de los ojales.

   Los Capitanes mayores, además de la divisa propia de capitanes, faja encarnada de tafetán con borlas de seda y bastón.

   Los capitanes de compañía llevaban por divisa dos espoletas de oro o plata según el metal del uniforme.

   Los tenientes llevaban en el hombro derecho la espoleta, y los subtenientes en el hombro izquierdo.

   Los sargentos primeros tenían por divisa dos espoletas de paño con los colores del pabellón nacional, y los sargentos segundos una sola de la misma clase en el hombro derecho.

   Los cabos primeros y segundos usaban una cinta de seda o lana puesta en cada lado del cuello. En los primeros la cinta era doble.

   En cuanto a los uniformes de las armas eran los siguientes:

   Infantería, chaqueta de color pardo, pantalón blanco, gorra de baqueta, botones y divisa de color de oro. Los batallones se distinguían entre sí por la diversa combinación de los colores del cuello, vuelta, solapa y pluma. Tenía, además, la infantería un vestido de cuartel, todo blanco, de lienzo, con las vueltas, cuello y solapas del uniforme que sólo podía usar cuando no estuviera de facción.

   Caballería, chaqueta encarnada, pantalón blanco, bota alta, casco con cimera de piel de oso, botones y divisa de plata. Los escuadrones se distinguían del mismo modo que los batallones. También tenía la caballería sus vestidos de cuartel como la infantería, y para distinguirse de ésta, cuando lo usaba, debía llevar un gorro de cuartel encarnado con faja verde y vivos blancos.

   Artillería, casaca y pantalón azul turquí con vivos amarillos, botones dorados y a cada lado del cuello bordado un cañón, pluma amarilla y botas. La tropa debía usar chaqueta en lugar de casaca, canana faja y gorra de piel de tigre con cimera de piel de oso.

   Ingenieros, casaca verde, vuelta y cuello encarnados, con botones y ojales de plata, pantalón blanco, pluma verde y botas; en los dos lados del cuello debía llevar bordados un compás y una pluma entrelazados.

   Cazadores, pantalón y chaqueta verde oscuro con vueltas y cuello negro, gorra de baqueta, botones y divisa de color de oro.

* * *

   Los oficiales de todos los cuerpos debían usar el uniforme perfectamente igual al de los soldados, sin otra diferencia que la mejor calidad de los géneros, y siempre debían llevar puestas las divisas de su grado.

   A los edecanes se les prescribieron uniformes especiales: los del capitán general, tenían por uniforme chaqueta verde, con cuello y vuelta encarnados, galoneados de oro el cuello y la vuelta; pantalón encarnado; faja y pluma blanca y en los hombros, debajo de las espoletas, pendientes dos cordones largos que les caían hasta el codo. Los del mariscal general tenían el mismo uniforme, pero la faja y la pluma eran amarillos, y sólo usaban cordones en la espoleta del hombro derecho. Idéntico uniforme llevaban los del general de división, pero con los cordones de la espoleta en el hombro izquierdo. Finalmente, los del general de brigada usaban el mismo uniforme que los del general de división, pero con cordones y divisas de plata.

   Mientras se malgastaba el tiempo en idear uniformes, las tropas vivían desnudas, sufriendo la interperie en climas deletéreos. Menos mal si se hubiera pensado en algo de acuerdo con los recursos y exigencias del país y las necesidades del momento, pero se prescribían gorras de piel de tigre con cimeras de piel de oso para tropas que habían de operar bajo los ardores inmisericordes del sol tropical, y bordados, charreteras y prendas de visualidad, para trabajar en los desiertos, en las selvas intrincadas, en las montañas espesas y fragosas. Los brillantes uniformes decretados no se llevaron nunca. Nuestros soldados de la guerra magna se vistieron, cuando ello fue posible, con chaquetas y pantalones confeccionados de paños y pañetes de los encontrados en el exiguo comercio de las ciudades, o de mantas de las fabricadas en el Socorro. Cuando tuvieron calzado, no fue otro que la alpargata y su subrecabeza el sombrero de anchas alas, con que aparecen en el conocido cuadro del pintor Michelena, denominado con la gloriosa orden de "vuelvan caras".


ARMAMENTO

   El armamento de infantería consistía principalmente en el fusil, que en aquellos tiempos continuaba siendo el mismo de principios del siglo anterior, sin otras modificaciones que algunas parciales en el mecanismo de la llave. El calibre de estas armas era de 17 a 18 milímetros y disparaba balas de 30 gramos; el alcance máximo apenas llegaba a 400 metros, pero el eficaz sólo llegaba a los 200. La precisión era tan reducida, que colocando a la distancia del alcance máximo un rectángulo de 30 metros de largo por 2 metros 10 centímetros de alto, no se colocaba más del 20 por 100 de las balas disparadas.

   Las principales características de aquel fusil eran las siguientes:

Longitud total...........................1.350 mm.

Longitud del cañón ................. 980 mm.

Calibre .................................. 17 a 18 mm.

Peso del arma .........................5.000 gramos.

Peso de la bala .......................20 a 30 gramos.

Peso de la carga de pólvora......11 gramos.

   La carga del fusil se efectuaba en doce tiempos. Se introducía por la boca y estaba contenida en el cartucho formado de un casco de papel cuya envuelta había que romper con los dientes para cebar el arma.13 La pólvora empleada en el cartucho era la negra, fabricada generalmente mezclando nueve partes de salitre, una y media de azufre y dos de carbón, ingredientes que se trituraban simultáneamente con pilones en morteros de piedra o de bronce. La bala era de plomo y de froma esférica, de un diámetro algo superior al del ánima, y entraba hasta la recámara a fuerza de golpes de la baqueta; inútil es decir que su penetración en materia resistente era nula.

   En este fusil se daba fuego a la carga por medio de la chispa desprendida en el choque de una piedra silícea colocada en el pie de gato de la llave contra la cara estriada de una pieza de acero llamada rastrillo. La chispa comunicaba el fuego al cebo colocado en la cazoleta y éste inflamaba la carga. El mecanismo general de la llave estaba encerrado en un hueco de la caja del arma para determinar el razonamiento de la piedra con el rastrillo y para preservar la llave del deterioro de los agentes atmosféricos. Esto último no siempre se aseguró de una manera eficaz, sobre todo en las armas deterioradas por el uso, y así vemos a las tropas del General García Rovira impotentes para combatir en el páramo de Cacharí, porque todos sus fusiles se habían humedecido.14

   El fusil de chispa tenía multitud de inconvenientes: el cañón, que como se sabe era de hierro, al recalentarse con un tiro prolongado cambiaba de forma y acababa por torcerse; el mecanismo de la llave en un 15 por 100 de los tiros no daba fuego y como no estaba absolutamente protegido contra las influencias atmosféricas, si llovía o se humedecía dejaba de funcionar; la piedra había cada rato que cambiarla de borde para obtener buenas chispas, pero aunque tal cosa se hiciera con la necesaria frecuencia, las chispas no siempre inflamaban el cebo y luego de éste no todas las veces se comunicaba a la carga. Agréguese a esto que los fusiles de que se disponía habían sido heredados a las tropas españolas o adquiridos por compra hecha en las Antillas a mercaderes sin conciencia, que de ordinario vendían a altísimos precios los averiados rezagos de los ejércitos de Europa.

   Las piedras de chispa eran, como se comprende, elementos de excepcional importancia. El copiador de órdenes del Presidente de las Provincias Unidas en el Departamento de Guerra y Marina está lleno de oficios remitiéndoles por centenares y por miles a todas las fracciones del ejército.

   Completaba al fusil la bayoneta de cubo, de caras vaceadas, de una longitud en aquellos tiempos de 30 a 35 centímetros y de un ancho de 2 a 3 y que colocaba con ayuda de un mecanismo a propósito en el extremo del cañón.

   Cuando faltaron los fusiles se armó la infantería con lanzas engastadas en varas de longitud variable. En el combate de Chitagá las tropas del general Urdaneta ascendían a 500 fusileros e igual número de lanceros. La necesidad resucitaba la pica, desaparecida tácticamente desde 1703.

   La caballería está principalmente dotada de la lanza, casi siempre manejada con admirable habilidad sobre todo por los diestros jinetes de Los Llanos. Rara vez dotó a la caballería con armas de fuego, pues que no las había en número suficiente ni para la infantería. Las tropas de caballería que al mando del general Joaquín Ricaurte combatieron en Chire a la división de Calzada, habían sido armadas haciendo carabinas de los fusiles.15

   Consistía la lanza en una moharra cuya cuchilla afectaba la forma de hoja de oliva enclavada en el extremo de una asta de madera ligera y flexible, de variada longitud. En su extremo interior estaba provista de un regatón de hierro para darles mayor firmeza, resguardar la madera, equilibrar el peso y permitir clavarlas en tierra. En el asta, junto a la moharra, se adornaban cuando era posible con gallardetes de los colores nacionales, como veremos por este oficio: "Al Gobernador de Santafé. Para el servicio del ejército de operaciones se necesitan los efectos siguientes: . . . 5° cuarenta varas de tafetán, lanilla o bayeta de los colores amarillo y verde, por mitad, para banderolas de las lanzas, y deben ir con los demás efectos indicados . . . Dios guarde, etc. Abril 3 de 1816.—José María del Castillo."16

   Los artilleros manejaban sus cañones, ora de los traídos en distintas épocas por las tropas españolas, ora de los fabricados en las fundiciones establecidas en la ciudad de Rionegro, de la provincia de Antioquia, por el Dictador del Corral. Los tales cañones eran de bronce, de avancarga, de ánima lisa, y su calibre variaba entre 24, 16, 14, 12, 8, 4 y 2. El calibre se definía por el peso del proyectil en libras. Su alcance era muy exiguo, apenas un poco mayor que el del fusil. Los proyectiles disparados consistían en bombas esféricas de hierro colado, rellenas de pólvora, que tanto en ellas como en la empleada en la carga de proyección, era negra, de grano más grueso que la usada en los fusiles. Otras veces disparaban los cañones con metralla que solía consistir en pedazos de cobre o de hierro encerrados en botes de hoja de lata, como veremos por los siguientes párrafos entresacados de algunas comunicaciones: "Hoy mismo sale para ésa el Capitán mayor Aguilar, con cincuenta fusiles para la instrucción de las milicias de Honda, que deberán también reforzar en su caso a Nare, para donde van destinados igualmente 200 tiros de metralla para piezas de a dos. Dios, etc., marzo 18 de 1816.—Andrés Rodríguez."16 "Al Gobierno de Mariquita .. . como se hará también con los saquetes de metralla, que ahora pide en el oficio que acompaña V. E. al suyo del 10 del mismo; pero para ello es preciso que V. E. active la pronta reunión a esta capital de algún número de hojas de lata, sin das cuales no puede habilitarse esta munición ... Dios, etc., marzo 24 de 1816.— Andrés Rodríguez."17

   Los cañones se disparaban con ayuda de la mecha o cuerda colocada en el botafuego, de manejo engorroso y no exento de peligro. Su extremidad encendida se aplicaba sobre el cebo, porción de pólvora que se ponía en el fogón, y que al inflamarse comunicaba el fuego a la carga de proyección.

Las tropas republicanas carecían de armamento en cantidad suficiente, y a tal extremo llegó la escasez que partidas hubo, como apunta el cronista santafereño J. M. Caballero, en el rico memorial que forma parte del primer volumen de nuestra biblioteca de historia nacional, que se presentaron armadas para el combate de palos y de látigos, como si las tropas españolas no fueran sino piaras de cerdos.17

 

COMPOSICION Y FUERZA DE LAS UNIDADES

   Con motivo de estar el ejército repartido en distintas agrupaciones y depender, a más del gobierno general, de los Capitanes generales de provincias, la composición y fuerza de las unidades era muy diversa. Como veremos al hablar de instrucción, en unas provincias se había adoptado el sistema francés, en otras el inglés y las demás conservaban el español.

   El ejército se componía de las tres armas principales, infantería, caballería y artillería. La caballería en razón del armamento de la época y de los recursos del país, se hallaba colocada en primera línea, y según la opinión de muchos jefes patriotas, sobre sus efectos descansaba la suerte de la Nueva Granada. Había además tropas de Cazadores, que no eran otra cosa que infantería, de la cual no la distinguían sino los colores del uniforme; y tropas de ingenieros o zapadores encargados de proyectar y ejecutar las construcciones militares. Los Granaderos no eran sino infantería; hacía más de un siglo que las tropas así denominadas no arrojaban las granadas de mano de donde derivaron su nombre. Eso sí, a las compañías de granaderos se destinaban los soldados de más elevada estatura. Eran estas compañías las que formaban a la cabeza de los regimientos.

   Con el nombre Fusileros de línea distinguíanse a los infantes que no eran granaderos ni cazadores. Las compañías por ellos formadas no eran las de preferencia, y por eso se colocaban en el centro de los regimientos.

   En la caballería se le daba el nombre de Dragones a los jinetes armados y equipados para combatir igualmente a pie que a caballo, que constituían algo así como una especie de infantería montada.

   En el plan que para la formación de un cuerpo con la denominación de Guardia de honor, propuso el Libertador en febrero de 1815, se encuentran las siguientes noticias sobre composición de las unidades fundamentales:18

   a) Compañía de infantería (también de granaderos y de fusileros de línea):

Un capitán;

Un teniente;

Dos subtenientes;

1 sargento primero;

3 sargentos segundos;

2 tambores;

6 cabos primeros;

6 cabos segundos;

80 soldados.

   Total: 98 de tropa y 4 oficiales.

b) Compañía de zapadores:

Un capitán;

Un teniente;

Un subteniente;

1 sargento primero;

4 cabos primeros;

4 cabos segundos; y

60 zapadores.

   Total: 69 de tropa y 3 oficiales.

   c) Escuadrón de caballería:

   Cada escuadrón se componía de dos compañías, constando cada una de éstas de:

Un capitán;

Un teniente;

Un subteniente;

1 sargento primero;

1 sargento segundo;

4 cabos primeros;

4 cabos segundos;

1 trompeta (si la compañía era de cazadores, 2 cuernos

de caza).

No consta el número de soldados.

   d) Piquete de artillería:

Un oficial;

1 sargento primero;

1 sargento segundo;

1 cabo primero;

2 cabos segundos;

20 artilleros.

   En cuanto a composición de las unidades mayores sólo hemos encontrado entre las instrucciones comunicadas por la Secretaría de guerra al Gobernador de Popayán en septiembre de 1815, el siguiente dato: "Que se refundan las cortas fuerzas de los diferentes cuerpos existentes actualmente, en batallones de quinientos hombres con sus respectivos jefes y oficiales, sin que pueda servir de tropiezo el nombre que actualmente tengan, pues en adelante se nombrarán, primero, segundo, tercero y cuarto de campaña, dejando el que tenían de Cundinamarca, Antioquia, Neiva, etc."19

   Las unidades mayores se agrupaban para formar las de operaciones que en la Nueva Granada consistían, en aquella época, en "ejércitos". Este ampuloso nombre correspondió, como en el ejército de Antioquia, a la reunión de dos batallones.

DISTRIBUCION DE LAS FUERZAS MILITARES

   Para defender su soberanía e independencia la Nueva Granada apenas contaba con un ejército cuyo pie de fuerza, desparramado en su extenso territorio, no alcanzaba a 6.000 hombres. Esta cifra era enteramente engañosa y aparente, porque en la realidad no siempre se trataba de soldados aptos para el combate, sino de paisanos desnudos y hambrientos, armados muchas veces con largas estacas a manera de picas o de lanzas.

   Es imposible por falta de documentos conseguir datos efectivos sobre la distribución del pie de fuerza en las distintas provincias que formaban la Confederación. La época era tan embrollada y revuelta, que no se puede desenredar el asunto de una manera satisfactoria.

   Acogiendo con mucha reserva las cifras traídas por algunos de nuestros historiadores, y especialmente de aquellos que como Restrepo y O'Leary actuaron en nuestra guerra de emancipación y dispusieron de ricos acervos de documentos, podemos con relativa aproximación fijar la distribución de las fuerzas militares en la Nueva Granada a tiempo de verificarse la invasión del ejército de Morillo, en la forma siguiente:

Guarnición de Santafé........................................ 500
hombres
Guarnición de Cartagena .................................... 1.600
"
Ejército del norte (provincia de Pamplona) ............ 1.000
"
Ejército del sur (provincia de Popayán) ................ 725
"
Ejército de oriente (provincia de Casanare) ........... 1.150
"
Ejército de Antioquia .......................................... 1.000
"

RECLUTAMIENTO Y CALIDAD DE LOS OFICIALES

   En los primeros tiempos de la República, la oficialidad se reclutaba entre los ciudadanos más sobresalientes, y los grados se impartían de acuerdo con la posición social y entusiasmo patriótico demostrado por los agraciados. Así vemos en los días subsiguientes al 20 de julio de 1810 organizar diferentes unidades y nombrar para su comando y para el de las fracciones que las integraban, a distinguidos ciudadanos, la mayor parte civiles, quienes de hecho quedaron graduados de coroneles, sargentos mayores, capitanes, etc., y que naturalmente no aportaron para el desempeño de sus cargos militares otra cosa que su buena voluntad: "Me sucedió a mí —refiere José María Espinosa en sus Memorias de un abanderado— lo que a muchos otros jóvenes en mi tiempo, que de la curiosidad pasamos al entusiasmo, y de meros espectadores nos convertimos en soldados."

   La necesidad de asegurar la independencia y la exaltación de los ánimos provocada con las medidas violentas adoptadas por los realistas para someter a los patriotas, dio origen a los más raros expedientes en la formación del cuerpo de oficiales. Don Pablo Morillo, en sus memorias, transcribe las proposiciones que al pueblo de Venezuela hizo desde Cartagena en enero de 1813 don Antonio Nicolás Briceño. En el ordinal 9° de las tales proposiciones se lee: "Para obtener derecho a una recompensa o a un grado bastará presentar un número de cabezas de españoles de Europa o de insulares de las Canarias. Al soldado que presente 20 cabezas se le nombrará alférez en servicio; 30 cabezas le valdrán el grado de teniente, 50 el de capitán, etc., etc." No es menos original la forma de reclutamiento de oficiales, contenida en la Alocución que en mayo del mismo año 13 dictó el Vicepresidente Gobernador del Estado de Cartagena, que textualmente dice: "Cualquier habitante del Estado, así natural como extranjero, que presente 60 hombres para la campaña, será capitán vetarano de la compañía con facultad de nombrar los subalternos de ella; obteniendo la confirmación del gobierno de cuyo caso será proveerla de armas."20

   A estos extraños sistemas de reclutamiento se debe el heterogéneo aspecto presentado por la oficialidad de las huestes libertadoras, sobre todo en las venidas de Venezuela. Al lado del patriota entusiasta e hidalgo, criado en la rigurosa escuela del honor y del deber, formaba el aventurero sin conciencia, que con su conducta y ejemplo originaba los escandalosos procedimientos y conflictos que tántos males causaron a la Nueva Granada.

   El origen de todos los males, dice el coronel Mariano Montilla en el informe que sobre la división al mando del general Palacios rindió al comisionado del gobierno don Juan Marimón en junio de 1815, está en la falta de principios, educación y buenas costumbres de los oficiales, y agrega: "es verdad que una gran parte de ellos deben ser considerados bajo todos aspectos como bravos soldados y hombres virtuosos; pero hay otros muchos que son el dechado de la corrupción: las inclinaciones de éstos son de ordinario al robo, al asesinato, a la embriaguez, a la disolución e inobediencia." El coronel Montilla hace un recuento de las faltas cometidas por algunos oficiales, y termina su informe así:

   "He aquí, señor Excelentísimo, la fuente de los males: la causa de sus rápidos progresos es la impunidad de los crímenes; el remedio, la pronta separación de los jefes y oficiales sediciosos, inmorales e inobedientes. Como Mayor general que fui de aquel ejército, no puedo prescindir de informar a V. E. sobre los abusos y desórdenes que en él he encontrado, la escandalosa conducta que he observado en muchos de sus oficiales. Protesto que muchos de los jefes y una parte de los oficiales son dignos de elogio y así como haría injusticia a éstos, también la haría al gobierno, si no representase como lo hago, y V. E. me ha prevenido, sobre los medios oportunos, para que siendo el ejército que manda el general Palacios, una división organizada, ayude al gobierno, y no le sirva de carga, ni le cause sobresaltos continuos y fundados."21

   Pero no se crea que era tan sólo en el ejército venido de allende los Andes donde se encontraban jefes y oficiales sediciosos, inmorales e inobedientes. Otro jefe, don José de Sata y Busi, dice en una carta de familia fechada en Santo Tomás en febrero de 1815, refiriéndose a oficiales de la provincia de Cartagena: "Estoy en este pueblo que he establecido como cuartel general por ser el más central de la línea. Mi mando es, sin embargo, quimérico e ideal, pues no hay tropa alguna, toda está desertada; los oficiales están solos y, además, son tan malos, que exceptuando una docena en toda la línea, los que no están presos deberían estarlo."22

   Como era natural, la oficialidad improvisada ejercía muy poco prestigio sobre la tropa y daba lugar a desconfianzas y murmuraciones. En el "Diario" de José María Caballero se encuentran amargos conceptos que revelan la desconfianza que la oficialidad inspiraba a las tropas: "1815 ... julio 1°; ... de los soldados que salieron en la expedición el día 15 de junio, al mando de don José María Vergara y del ayudante de patriotas, Fierro, se han desertado muchísimos, lo uno por el mal tratamiento que les han dado y el otro porque van forzados. Estos hombres no sirven para mandar tropas, no sirven más que para bailar y cortejar madamas. ¡Bellos militares! así va todo." Más adelante, en 1816, al comentar el descalabro y derrota de Cachirí, agrega el cronista Santafereño: "Adiós libertad! Adiós independencia! ¡Qué mal te han sabido conservar! Batieron la columna que mandaba don Custodio García Rovira compuesta de 400 hombres, y en seguida los demás. Si éstos no tienen práctica militar, si se han colocado en los empleos es por el sueldo y robar. Ya verán, no les arriendo las ganancias; si no corren como gamos, yo no sé; lo que siento es que paguen justos por pecadores."23

   En las provincias de Cartagena y Antioquia se reclutaba una parte de la oficialidad subalterna en las escuelas militares de dichas provincias. De la escuela de Cartagena no hemos obtenido noticia alguna; sabemos de su existencia por el artículo 10 del decreto que establece el Consejo supremo de guerra (junio de 1815), que dice: "Asimismo estarán bajo la inspección y dirección del consejo las escuelas militares que en el día existen en las provincias de Cartagena y Antioquia." Nos hacen dudar de la existencia efectiva de la Escuela militar de Cartagena las siguiente palabras del coronel de ingenieros Francisco José de Caldas, contenidas en el discurso que pronunció el mismo día que dio principio al Curso militar del cuerpo de ingenieros de la República de Antioquia: "Apreciad bien, jóvenes, sabed que en toda la extensión de la Nueva Granada, sólo vosotros estudiáis la ciencia de Vauban, de Keller, de Belidor, de Bloudel, de Tricano ... y que mientras las turbaciones políticas hacen retrogradar los conocimientos en todas partes, vosotros os formáis en silencio, y a la sombra del gobierno humano, ilustrado y pacífico de Tejada."

   En cuanto a la Escuela militar de Antioquia fue fundada por el dictador Corral y sostenida y aumentada con 9 plazas de cadetes por su sucesor Tejada.

   Los oficiales extranjeros influyeron notablemente en la preparación y dirección de las tropas. Si hay ejemplos de algunos que dejándose llevar de la ambición cometieron graves faltas o desobedecieron abiertamente las órdenes del gobierno, los ejemplos son raros y en lo general tales oficiales pusieron al servicio de la nación, sin reservas, el contingente de su inteligencia y conocimientos, y cuando fue necesario, el de su sangre.


RECLUTAMIENTO Y CALIDAD DE LAS TROPAS

   Tres eran las formas principales de enganchar reclutas para el servicio de las armas: el voluntariado, el enganche forzoso y el destino de prisioneros de guerra al complemento de las propias filas.

   El voluntariado produjo en los días de entusiasmo excelentes y numerosos soldados. Se publicaba un bando o se fijaban cedulones disponiendo que todo hombre comprendido entre las edades de 15 y 40 años se alistase para el servicio "y el que no quisiese o no le acomodara el sistema, que pida su pasaporte y desocupe el lugar"24 y los cuarteles se llenaban de ciudadanos deseosos de contribuir con sus esfuerzos al sostenimiento de la independencia. "Corría la gente ansiosa a cual primero se alistaba."25 Después, cuando el cansancio y la desilusión se apoderaron de los ánimos, hubo que recurrir al enganche forzoso con todos sus inconvenientes y sus horrores. Las tropas presentaban el aspecto de afrentosas cadenas de infelices presidiarios. Caballero, en su diario nos pinta con su ingenua elocuencia la salida de un batallón de forzados: "A 24 (enero de 1815) salió el batallón de la Guaira con todos los reclutas que sacó de aquí y los contornos y los pueblos, y de estos reclutas iban 600, todos amarrados."26

   El enganche forzoso se practicaba eligiendo un oficial activo y de confianza, para que recogiera en los pueblos hombres capaces de llevar armas. El oficial auxiliado por las autoridades civiles y recurriendo a la violencia efectuaba la leva y traía bien asegurados para prevenirse contra la fuga el número de hombres que se le hubiese señalado. En el copiador de órdenes del Presidente de las Provincias Unidas en el Departamento de guerra y marina, correspondiente al año de 1816, se encuentran varias disposiciones al respecto, una de ellas dice así: "Al Gobernador de Santafé.—Persuadido el Presidente de las Provincias Unidas de la actividad y patriotismo del Capitán de milicias, ciudadano Antonio Ayala, le da comisión bastante para que dentro de seis días contados desde el recibo de esta orden, recoja en la villa de la Mesa cien mozos robustos y solteros, si fuere posible, remitiéndolos dentro del mismo término a esta capital para hacer el servicio y guardias que requieren las circunstancias, y V. E., haciendo la comunicación correspondiente a Ayala, dará las órdenes correspondientes a las justicias respectivas, para que se le auxilie en esta comisión. Dios etc. Mayo 23 de 1816.—José María del Castillo."27

   Esta ominosa forma de reclutamiento tenía que dar soldados de pésima calidad. Como siempre que se recurre a la violencia, se cebaba en los desdichados de la última clase social. Caballero, que para nosotros representa la voz del pueblo en aquella época aciaga, nos cuenta en su diario: "Desde la primera semana de este mes (junio 1815), comenzaron a recoger gente de todos los pueblos, para la expedición para Cartagena. Han cogido a los más pobres e infelices. Así saldrá ello."28

   Pero todavía más funesta e injusta era la obligación impuesta a los españoles y a los prisioneros realistas de servir en contra de sus ideas o de sus conciudadanos, que entrevemos en estos recortes: "A 4 (noviembre de 1811) se fue otra partida para Ocaña, de 30 hombres, para aumentar la tropa que salió el día 15, fueron 16 españoles de los que eran de la caballería del Virrey."29 "A 15 de junio de 1815 salieron 200 hombres, los más reclutas del Socorro y de las milicias de aquí, para Nare. A los del Socorro los habían tenido encerrados 19 días en el cuartel. ¡Con qué gusto irían éstos; ciertamente que pelearán! ... digo yo, a favor del enemigo. Tropas pasadas. Malo, malo."30 "Los prisioneros realistas se envían a Santafé, y de allí a Casanare para servir en las filas republicanas."31 "Los oficiales y soldados españoles prisioneros en la Neptuno fueron conducidos a Cartagena; a los últimos se les destinó al servicio, y a los primeros se les puso en los calabozos de la extinguida inquisición."32

   Con estas formas de reclutamiento no era de extrañar el desaliento y desmoralización de las tropas independientes, ni el abandono en masa de las banderas.

   Los soldados reclutados de cualquiera de las tres maneras estudiadas, al encontrarse mal alimentados, desnudos, pagados con retraso, trabajando incesantemente en climas enfermizos, marchando fatigosamente en terrenos ásperos y salvajes, combatiendo siempre con desgracia por la impericia de sus oficiales, buscaban en la fuga la liberación de los males que los agobiaban. La deserción fue el delito más común entre las tropas republicanas.

   Este delito desgraciadamente no fue combatido desde el principio con correctivos enérgicos, y tomó con el tiempo tal incremento, que ejércitos enteros se volatilizaron como humo. Escritos de la época acusan a gobernantes complacientes de estimular el delito protegiendo a los desertores y facilitándoles dineros y recursos para el regreso a sus hogares. "La deserción de las tropas del sur, un crimen que en todo tiempo y en toda nación se ha castigado con el último rigor, no es reputado por tal en el Gobierno de Cundinamarca, y los que lo ejecutan, lejos de ser escarmentados con la pena de muerte, encuentran una acogida y son auxiliados para trasladarse a los lugares en que residían antes de marchar a la campaña, sin que para remediar estos males que tanto perjuicio han hecho a la causa de la libertad, pues esta condescendencia del expresado gobierno ha desorganizado un ejército que hoy podría ser el terror de los tiranos de Pasto y de Quito, bastasen las insinuaciones del General Cabal, que con el más vivo interés reclamaba los desertores, o pedía se les castigase."33

   En 1816, cuando la pérdida de la República era cosa segura, adoptáronse contra la deserción remedios enérgicos, desgraciadamente tardíos. Al paisano o militar que entregara un desertor se gratificaba inmediatamente con la suma de cuatro a diez pesos.34 Los desertores eran castigados con severísimas penas; los delincuentes de primera vez que no tuvieran un tiempo mayor a dos meses de servicio castigábanse con la cruel y humillante pena de seis carreras de baquetas por doscientos hombres, auncuando fuera en campaña, y además con duplicarles el tiempo de servicio. La carrera de baquetas consistía en obligar al delincuente a recorrer desnudo de medio cuerpo arriba, una o más veces la calle formada por dos filas de soldados que descargaban sin misericordia sobre sus espaldas golpes con las varillas con que atacaban sus fusiles, o con las correas destinadas a llevarlos. Los desertores de dos meses cumplidos de servicio eran condenados irremisiblemente a la pena de muerte.35 Sin embargo de la gravedad de las penas, los soldados desertaban por miles, y así vemos para no citar sino el más revelante ejemplo, que veinte días después de publicado el decreto fijando los castigos, de los 2.000 hombres de infantería y caballería del ejército del general Serviez no quedan, en la noche del 5 de mayo de 1816, más que 600 infantes y 30 jinetes. El resto desertó con todo y oficiales.

   Con tan imperfecto sistema de enganche y con tropas tan desmoralizadas no era posible sostener la lucha, y la Nueva Granada no pudo ofrecer sino muy débil resistencia a la marcha del ejército invasor.


INSTRUCCION DE OFICIALES Y TROPA

   A raíz del 20 de julio de 1810, cuando se restableció la calma y se organizó el gobierno, diose principio a la formación de algunos cuerpos militares con oficialidad improvisada, como ya dijimos al hablar de reclutamiento. Los oficiales del veterano regimiento Fijo de Cartagena que llegó a Santafé por aquellos tiempos y fue acuartelado en el convenio de Las Aguas, prestáronse voluntariamente a enseñar a sus bisoños colegas el manejo de las armas. A esta especie de academia de oficiales concurrieron muchos jóvenes que después ocuparon gloriosas páginas de la historia nacional: D'Eluyar, Macedonio Castro, Pedro y Atanasio Girardot, Hermógenes Maza, José María Espinosa y muchos más. Naturalmente la instrucción dada por la oficialidad del Fijo limitóse a rutinarias indicaciones sobre las funciones militares contenidas en las viejas ordenanzas que desde 1769 regían en el ejército español, el manejo de la espada y a otros pormenores que si concurrían a facilitar a los novatos cierta destreza en el desempeño de sus deberes de cuartel, no los preparaba para la función educadora, preferente ocupación del oficial en la paz, ni para la conducción de las tropas en la guerra.

   La Escuela militar de Antioquia en el corto tiempo de su existencia proporcionó a buena parte de la oficialidad subalterna instrucción militar con arreglo al siguiente programa, contenido en el discurso del coronel Francisco José de Caldas, ya citado otra vez:

   1) Ciencias matemáticas:

   Preliminares de aritmética;

   Preliminares de geometría;

   Preliminares de trigonometría;

   Algebra, hasta el segundo grado y el conocimiento de la parábola.


   2) Arquitectura militar o fortificación:

   Fortificación permanente;

   Fortificación de campaña.


   3) Artillería:

   Delineación, perfil, molde, fundición, torno y montaje de cañones, morteros y obuses.


   4) Arquitectura hidráulica:

   Canales, acueductos, molinos, esclusas, bombas, norias, etc.


   5) Geografía militar:

   Diseño, lavado, signos de convención, golpe de ojo; planos y cartas militares de todo género.


   6) Táctica:

   Según las ideas de Montecuculi36 y su comentador.

   Los oficiales extranjeros intervinieron positivamente en el desarrollo de la instrucción de la oficialidad y tropas independientes. El abanderado Espinosa refiere en sus memorias que cuando el ejército de Nariño llegó a La Plata encontró varios extranjeros que después se agregaron al ejército: "entre éstos se hallaba un español de mucha importancia, que había servido en Europa a órdenes de Napoleón, parece que con el grado de general, llamado Campomanes, el cual aconsejó a Nariño que variase todos los toques de tambores y toda la táctica española, cambiándola por la francesa, y él mismo enseñó prácticamente las marchas y toques a los músicos, pífanos y tambores y a la tropa el manejo de las armas y demás evoluciones."37

La introducción en los ejércitos patriotas de oficiales procedentes de distintas nacionalidades imprimió a la instrucción rumbos diversos y determinó naturalmente la confusión y el desorden: "En algunas provincias se enseñaba la táctica francesa, en otras la inglesa o la española. Ningún movimiento militar se hacía con la rapidez, secreto y unidad que necesitaba la guerra, siendo así que los jefes realistas obraban con estas ventajas."38

A la falta de unidad en la instrucción hay que agregar los inconvenientes que por carencia de elementos se presentaban para su natural desarrollo. No todos los hombres en la infantería tenían fusiles, y mientras unos adquirían relativa expedición en las cargas y en los manejos, los otros, reducidos al papel de espectadores en los ejercicios, continuaban tan bisoños e inexpertos como antes de su ingreso en el ejército. Muchas veces las urgencias del momento obligaron a emplear en operaciones militares reclutas que jamás habían tenido un fusil entre sus manos, como puede comprobarse con este documento: "Al jefe de brigada, ciudadano Manuel de Serviez. Con esta fecha se previene que sigan al mando del Teniente Coronel graduado, ciudadano Pío Domínguez, ciento cincuenta hombres del batallón de Zapadores, que aunque no se han habilitado en el manejo del fusil, hace tiempo están acuartelados, son subordinados y están tal cual instruidos en giros y marchas... Dios, etc. Marzo 14 de 1816. — Andrés Rodríguez."39

migo sino hacer esto con orden y únicamente con las tropas a ello destinadas. Procurar no servirse jamás de una cosa para otro uso que aquel a que fue destinada, para así evitar el aturdimiento. Comenzar el ataque de noche si eran pocos contra muchos o si se atacaba un campo atrincherado. Procurar mantenerse al corriente de cuanto sucediese en todas las partes de la línea. Perseguir al enemigo derrotado con las tropas ligeras de la infantería y caballería y no dejarle rehacer o retirarse con todo el orden posible cuando se perdiese la esperanza de victoria. Después de la batalla, ya sea que se ganase o perdiese, dar gracias a Dios; enterrar los muertos, recoger, cuidar y consolar los heridos; exagerar la victoria o disminuir la pérdida. Interceptar los caminos para impedir la persecución y aumentar el talento para hacer menos trascendental la pérdida.
Como se ve, los principios fundamentales para la conducción de las tropas continúan en lo general siendo los mismos.

   Con una oficialidad improvisada y por lo tanto sin malicia en las cosas de la guerra y con tropas tan mal preparadas, no son de extrañar los éxitos alcanzados por las aguerridas tropas peninsulares, que suelen maravillar a quienes los leen sin estar en antecedentes.

   Pero nada contribuyó tan eficazmente a la pérdida de la República como la confianza puesta en la eficacia de las milicias. Los abogados y hombres de letras del Congreso y del Gobierno influidos por las ideas de Rousseau, de Finlanguieri y de Raimal, proclamaban la máxima de que el ejército regular era peligroso a la libertad y consideraban a las milicias como el más firme apoyo de la independencia.

   La práctica demostró una vez más la inutilidad de esta institución cuando se trata de combatir contra un ejército de acción rápida y decisiva. Los paisanos decorados con el nombre de milicianos caían inocentemente en todas las engañifas tendidas por las veteranas tropas del Rey, se desconcertaban con sus ataques y huían abandonando las armas que tan incautamente se les había confiado para la defensa de la patria. En el soldado improvisado hacían mucha impresión las detonaciones, el silbido de las balas, el ruido de las músicas marciales, las nubes de humo desprendidas de fusiles y cañones que lo envolvían y no lo dejaban respirar, las cargas de la caballería y cien cosas más; la emoción deprimía su espíritu y lo determinaba a huír, y ante la acción viva e inteligente del enemigo quedaba prisionero, cuando no muerto o herido.


CONCLUSIONES CRITICAS

   La forma de gobierno adoptada desde 1810 fue indudablemente la causa principal de que la Nueva Granada no se encontrara en condiciones de defender su independencia. Sin que existiese una organización política encargada de preparar los recursos y de unir las voluntades, no podía existir una organización militar encargada de defender la soberanía e independencia del Estado. El régimen federativo, mal entendido y peor practicado, no era el aparente para gobernar un país dividido por las opiniones y amenazado por un enemigo exterior. "El pueblo granadino, dice el historiador O'Leary, desde el principio de la revolución, había mostrado una fatal propensión a las reyertas civiles. El pretexto más frivolo era inmediatamente magnificado hasta servir de motivo suficiente de desaveniencia, y rara vez terminaban las disputas sin apelación a las armas." En efecto, en aquella época nuestra patria representaba el aspecto de una familia mal avenida, en que la oposición de voluntades, la desunión y la discordia, hacen imposible cualquier proyecto tendiente al bienestar y seguridad generales.

   Como la disciplina militar es copia fiel de la disciplina social, el desarreglo, la irresolución, el miedo y la pavura son las anomalías distintivas del ejército granadino en aquella época funesta.

   En nuestro estudio hemos analizado uno a uno los factores constituyentes del estado militar, para determinar su grado de eficiencia, y hemos visto que no podía producir el efecto apetecido. Las tropas, sujetas a una doble dependencia, carecían de una dirección única que las encaminara hacia su verdadero destino, que resumiera en la acción colectiva los impulsos individuales. Los servicios superiores del ejército no funcionaban o se veían constreñidos a malgastar el tiempo en elaborar disposiciones de detalle y artificio. El ejército estaba diseminado en partidas de organización rudimentaria y de instrucción nula; no tenía una oficialidad competente para instruirlo, educarlo y conducirlo a la victoria, pues a la mayor parte de sus dirigentes les faltaban los conocimientos, aptitud, experiencia y prestigio indispensables. Las filas se nutrían con las formas de reclutamiento más propicias al desarrollo de gérmenes de descontento, y en el soldado el deseo de recobrar la libertad conculcada, aguijoneado por las privaciones, fatigas y desastres, lo determinaban al abandono de las armas, aprovechando naturalmente la ocasión presentada en el desorden del combate.

   Un ejército inerme, hambriento y desnudo, que no tenía aquel pleno conocimiento de por qué y para qué se sacrificaba, por falta de una noción precisa de lo que es la patria, tenía necesariamente que ser vencido, porque le faltaban el entusiasmo y la decisión, principios que engendran la verdadera y sólida disciplina, piedra fundamental de la institución armada.


1 Reglamento para el ejercicio de las facultades y atribuciones del Gobierno general de la Nueva Granada, sobre las bases de reforma acordadas por el Congreso en virtud de la concentración de los Ramos de Hacienda y Guerra que han hecho las provincias unidas en el mismo Congreso. Memorias de O'Leary, tomo XIII, pág. 528.
2 Posteriormente, en noviembre de 1815, en vista de los muchísimos inconvenientes que tenía la pluralidad de miembros, el Congreso decretó se concentrara en una sola persona elegida por éste, con las mismas facultades atribuidas al Gobierno general por el plan de reforma. (Decreto del Congreso de las provincias unidas sobre concentración del gobierno en una sola persona. Memorias de O'Leary, tomo XIV, pág. 354).
3 La Patria Boba de la Sección Quijano Otero de la Biblioteca nacional, pág. 336.
4 La Patria Boba de la Sección Quijano Otero de la Biblioteca Nacional, pág. 320.
5 Relación de los individuos del Estado Mayor del ejército .que se remite para la aprobación del supremo Gobierno de la República. Colección de documentos de O'Leary. Tomo XIII, página 549.
6 Decreto sobre arreglo de las denominaciones militares. Santafé, 18 de julio de 1815.La Patria Boba de la Sección Quijano Otero de la Biblioteca Nacional, pág. 296.
7 Decreto del Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada sobre dotaciones. La Patria Boba de la Sección Quijano Otero de la Biblioteca Nacional, página 296.
8 Comunicación de la Secretaría de Guerra al Gobernador de Popayán. Documento inédito intercalado en el libro Patria Boba de la colección Quijano Otero de la Biblioteca Nacional, pág. 336.
9 Restrepo, Historia de Colombia. Tomo I, pág. 296.
10 La Patria Boba de la Sección Quijano Otero de la Biblioteca Nacional, pág. 340.
11 En un libro militar de la época, titulado Ideas sueltas sobre la ciencia militar, de que fue autor el coronel español don Juan Sánchez Cisneros, libro publicado en 1811 y reimpreso en 1814, encontramos los siguientes curiosos datos sobre la manera de cargar el fusil en esa época: "El cargar y disparar bien, y con conocimiento, son las dos operaciones más esenciales que aparejan la victoria en el combate ... Por esto conviene insistir incesantemente en caso de tanto momento, y cuidar del modo con que se maneja el cartucho, se rompe, y vacia en el cañón: en lo primero se necesita hacerlo a raíz de la pólvora, a efecto de que el papel sobrante no se rolle e impida su derrame: para cebar la cazoleta debe colocarse el cañón horizontalmente, y cuando a la segunda y tercera fila no le sea posible por no lastimar a los de primera, y cuidarán mucho de que la pólvora quede igual, unida al oído, y de tal modo que al cerrar el rastrillo, no le impida su asiento a la regata, ni deje hueco o intersticio alguno. Hecho esto se pasa el cartucho a la boca del fusil; y allí, aflojando los dedos que le oprimen, fácilmente caerá la pólvora, no quedando envuelta en el papel, quien le seguirá lo más recogido que se pueda en forma de taco. Después se ataca con la baqueta bien derecha, y la boca del cañón alta; se baja igualmente para que no se atasque así el taco, y se sienta está bien, de modo que no se deje en falso, con peligro de montarse."
12 Restrepo, Historia de Colombia, tomo 1, pág. 390.
13 Restrepo. Historia de Colombia, tomo l. pág. 367.
14 Copiador de órdenes del Excelentísimo Presidente de las Provincias Unidas en el departamento de guerra y marina. Colección de Documentos de O'Leary, tomo XIV. pág. 484.
15 Copiador citado. Colección de Documentos de O'Leary, tomo XIV, pág. 412.
16 Copiador citado. Colección de Documentos de O'Leary, tomo XIV, pág. 397.
17 La Patria Boba, pág. 241.
18 Colección de Documentos de O'Leary, tomo XIV, pág. 75.
19 Comunicación de la Secretaría de guerra al Gobernador de Popayán. Documento inédito intercalado en el libro Patria Boba, de la colección Quijano Otero, de la Biblioteca Nacional, pág. 352.
20 Colección de Documentos de O'Leary, tomo XIII, pág. 477.
21 O'Leary, Colección de Documentos. Tomo XIV, págs. 244 y 245.
22 O'Leary, Colección de Documentos, tomo XIV, pág. 110.
23 J. M. Caballero, La Patria Boba, págs. 215 y 223.
24 J. M. Caballero, La Patria Boba, pág. 135.
25 J. M. Caballero, La Patria Boba, pág. 131.
26 J. M. Caballero, La Patria Boba, pág. 210.
27 Copiador de órdenes del Excelentísimo Presidente de las Provincias Unidas. Colección de Documentos de O'Leary. tomo XIV, pág. 141.
28 J. M. Caballero, libro citado, pág. 213.
29 J. M. Caballero, libro citado, pág. 143.
30 J. M. Caballero, libro citado, pág. 213.
31 Restrepo, Historia de Colombia, tomo I, pág. 342.
32 Restrepo, Historia de Colombia, tomo I, pág. 346.
33 Gaceta de Santafé, enero 5 de 1815.
34 Copiador de órdenes del Excelentísimo Presidente de las Provincias Unidas en el Departamento de guerra y marina. Colección de Documentos de O'Leary, tomo XIV, págs. 462 y 465.
35 Decreto del Presidente de las Provincias Unidas sobre deserciones. Zipaquiráabril 15 de 1816.
36 Los preceptos tácticos de Montecuculi pueden resumirse así: en la batalla, considerar lo que precede a la acción, lo que le acompaña y lo que le sigue. Por la primera invocar a Dios, reunir las fuerzas, examinar el terreno, el sol y el viento y elegir el campo. Por la segunda prevenir al enemigo y animar los soldados y por la tercera distribuír las municiones y formar la batalla, de modo que todas las tropas se ayudaran y ninguna fuese inútil. Tener un cuerpo de tropas de todas clases para emplearlo sin desmembrar las líneas. Formar el ejército en tres líneas, procurando que la primera línea fuese más fuerte que la segunda, y que la tercera la compusiesen las reservas, o bien solamente dos líneas, cada una con su reserva. Disponer las tropas de tal manera que pudiesen pelear muchas veces antes de la completa derrota. Asegurar los flancos del ejército por una colina, bosque, río o precipicio o lugar que flanquease el frente. Cuidar de que las tropas se pudiesen socorrer sin confusión y de que las que fuesen derrotadas no se echasen sobre las otras, para lo cual aconsejaba poner las reservas detrás de la infantería, al centro y sobre los flancos o detrás de un accidente del terreno o bien en frente de los intervalos, de tal manera que se pudiesen socorrer a las primeras líneas, correr tras del enemigo y volver a la primitiva colocación sin incomodar en lo más mínimo a las otras fracciones. Colocar la caballería en paraje conveniente, para que en caso de ser derrotada no causase terror ni desorden. Colocar la artillería de grueso calibre entre la infantería y los flancos y la de pequeño calibre con la caballería, casi toda a la cabeza. También aconsejaba como conveniente colocar la artillería sobre alturas que dominaran el frente, los flancos y retaguardia de la propia formación, para disparar por encima del ejército. Distribuír los generales subalternos en alas, cuerpo, reserva, frentes y retaguardia. Poner a retaguardia de cada fracción o unidad de tropas cirujanos, capellanes y escribanos para que cuidasen los heridos, les diesen consuelos y escribiesen sus voluntades. Colocar las municiones en seguridad detrás de alguna loma o altura, de manera que estuviesen listas para el surtimiento y libres de todo riesgo; pero nunca en un solo depósito sino distribuídos en los necesarios por línea. Dejar los bagajes y efectos en sitio donde no peligrase y de preferencia en la plaza de retaguardia inmediata. En la acción prevenir y cargar sobre el enemigo antes de que lograse ponerse en batalla. Adquirir noticias de su estado por los primeros prisioneros. Ocupar cuanto antes los parajes más cómodos como desfiladeros, alturas, caminos, etc., para cerrarle todas las avenidas y asegurar los flancos y retaguardia. Romper el fuego con la artillería, así que el enemigo se pusiese a tiro. Principiar la batalla por el lado que se tuviesen las mejores tropas y entretener al enemigo con las más débiles, ya empeñando el combate más tarde o ya variándolo de una parte a otra. Combatir valerosamente marchando sobre el enemigo, si el terreno era igual, o esperarlo a pie firme, si se estaba bien apoyado. Mantener con exactitud las distancias fijadas (la distancia entre la primera y segunda líneas de 150 a 200 pasos y de la segunda a la tercera de 300), no estrecharlas para no impedir los movimientos ni abrirlas para facilitar la entrada al enemigo. Socorrer a tiempo las necesidades y reemplazar oportunamente heridos, cansados y muertos. No empeñar las reservas y acudir con ellas a favorecer y amenazar o a envolver al contrario. No alejarse del campo de batalla en persecución del enemigo
37 J. M. Espinosa, Memorias de un abanderado.
38 Restrepo, Historia de Colombia, tomo I, pág. 210.
39 Copiador de órdenes del Excelentísimo Presidente de las Provincias Unidas. Colección de Documentos de O'Leary, tomo XIV, pág. 402.

 

Capítulo II

EL EJERCITO EXPEDICIONARIO


   "Desde que tuve la dicha de volverme a ver libre entre mis amados vasallos —dijo Fernando VII en su real decreto referente a la expedición de Morillo— una de mis primeras atenciones fue el procurar poner término a las calamidades que afligen a varias provincias de mis dominios de América." En efecto, tratar de extinguir la revolución que con vehementísima y devoradora actividad destruía la dominación española en el continente americano, fue uno de los primeros cuidados de aquel inepto y desgraciado monarca.

   La junta de generales que para el arreglo del gobierno militar funcionaba en la Península desde julio de 1814, acordó como una de las medidas más urgentes para afianzar el trono de España y asegurar el imperio colonial, el envío de una gran expedición a la América española, que dominara por la fuerza las colonias en insurrección y las redujera a la obediencia del gobierno peninsular.

   El destino que primeramente pensó darse a la tal expedición fue el de socorrer a la Plaza de Montevideo para contribuir a la reducción de las provincias del Río de La Plata. Distintas circunstancias, unidas a la importancia concedida al Istmo de Panamá, considerado con razón como la llave de las dos Américas, decidieron a la junta, después de muchas consultas y discusiones, a dirigirla sobre la Costa firme. Esta determinación, considerada después como grave error estratégico, mant&vose en absoluto secreto. Así se evitaban dificultades en la formación de las fuerzas destinadas a tan peligrosa empresa de guerra.

   Resuelto el envío y señalado el destino, trabajóse activamente para que la expedición tuviese la fuerza necesaria, y para habilitarla superabundantemente de los elementos y recursos correspondientes a fin de que se encontrara en relación de armonía con la enorme distancia que había de separarla de la metrópoli, con la estructura, topografía y clima de los países por subyugar, con los medios de defensa de que se suponía dotados a los revolucionarios.

   La mayor dificultad con que se tropezaba para su envío era la del transporte. La marina de guerra española, abrumada por graves males, no estaba en situación de contribuír activamente al buen suceso de la empresa. Empero, esta dificultad fue allanada por el comercio de Cádiz, que bajo capa de ardiente fervor monárquico, se prometía recuperar el monopolio comercial de la América, tan fecundo en ubérrimas ganancias, y con este disfrazado pensamiento facilitó al gobierno barcos, dineros y elementos.

   No fue uno de los menores cuidados de la junta de generales la elección del jefe a quien había de confiarse la organización y transporte de las tropas y la conducción de las operaciones militares. Entre los muchos propuestos escogióse al entonces mariscal de campo don Pablo Morillo, oficial educado en la gran escuela de la experiencia, y que en opinión de su proponente, el general Francisco Javier Castaños, vencedor en Bailén, reunía las condiciones y caracteres tan difíciles de encontrar en una sola persona para ejercer tan espinoso y gravísimo cargo.1

   Elegido el jefe, e inspirado en el pensamiento del gobierno, diose prisa a la organización de la expedición. Fue él quien determinó la proporcionalidad que debían guardar unas armas con otras, y la cantidad de elementos y recursos de que debía dotársele.

   La expedición organizóse sobre la base de la división que Morillo comandaba en la Península, con las mejores tropas del ejército, y en el mes de febrero de 1815, gracias a su actividad, se encontraba concentrada en Jerez de la Frontera, completamente lista y en disposición de marchar a donde se le ordenase.


FORMACION DE GUERRA

   Las fuerzas de la expedición ascendían a 10.642 hombres de todas las armas y servicios, con la siguiente formación de guerra:

   General en jefe, mariscal de campo don Pablo Morillo;

   Comandante general de la marina y jefe de Estado mayor del ejército, brigadier don Pascual Enrile;

   Ministro principal de Hacienda, don Julián Francisco Ibarra;

   Intendente general, don Pedro Michelena;

   Pagador, don Lorenzo Martínez;

   Factor principal de aprovisionamiento, don Agustín Manso;

   Vicario general del ejército, don Luis Villabrille.

INFANTERÍA

   Seis regimientos de a 1.200 hombres cada uno y un batallón suelto de 650:

   Regimiento de León, comandante don Antonio Caro;

   Regimiento de Castilla, comandante don Pascual del Real;

   Regimiento de La Victoria, comandante don Miguel de La Torre;

   Regimiento de Extremadura, comandante don Mariano Ricafort;

   Regimiento de Barbastro, comandante don Juan Cini;

   Regimiento de La Unión (después llamado Valencey), comandante don Juan Francisco Mendevil, y

   Batallón de Cazadores del general, se ignora el nombre de su comandante.

CABALLERÍA

   Dos regimientos: uno de dragones y otro de húsares, que llevaban consigo todos sus elementos a excepción del ganado que esperábase adquirir en los países a donde se dirigían:

   Regimiento de dragones de La Unión, comandante don Salvador Moxo;

   Regimiento de húsares de Fernando VII, comandante don Juan Bautista Pardo.

ARTILLERÍA

   Un regimiento combinado compuesto de dos compañías de artillería de plaza, un escuadrón volante con 18 piezas y una compañía de artificieros de 120 hombres:

   Regimiento de artillería, comandante don Alejandro Carvia.

INGENIEROS

   Un batallón de tres compañías de zapadores.

   Batallón de ingenieros, comandante don Eugenio Iraurgui.

* * *

   Al ejército expedicionario dotósele, además, con un parque de artillería de sitio para atacar una plaza fuerte de segundo orden, con un hospital estacional y otro ambulante capaces entre ambos para 1.200 enfermos, con una imprenta y con abundante cantidad de armamento, vestuario y equipo para la organización en América de tropas indígenas.

   Nuestro estudio quedaría incompleto bajo el punto de vista militar, si no tratásemos a grandes rasgos de reseñar las condiciones del ejército expedicionario.


ALTO COMANDO

   La expedición quedó sujeta al mando en jefe del general Morillo, quien debía obrar de acuerdo con su segundo, el brigadier Enrile, y con las siguientes instrucciones comunicadas por el Ministerio universal de Indias:

"Ministerio universal de Indias. — Muy reservado. — Madrid, 28 de noviembre de 1814.

   "De orden del Rey remito a V. E. las adjuntas instrucciones que S. M. ha tenido a bien aprobar y con arreglo a las cuales deberá V. S proceder en la expedición de su mando; y espero que me dé V. S. parte de haberlas recibido para conocimiento de S. M. Dios guarde a V. S. muchos años. Madrid 18 de noviembre de 1814.—Lardizábal.

"Instrucciones para el general en jefe de la expedición de Montevideo, don Pablo Morillo, y para el jefe de mar."

   "Al determinar S. M. que al mariscal de campo don Pablo Morillo se le confiriese el mando de la expedición nombrada del Río de La Plata, tuvo presente el emplearlo para restablecer el orden en la Costa firme hasta el Darién, y privativamente en la capitanía general de Caracas. Los deseos de S. M. quedarán enteramente satisfechos si esto se consigue con el menor derramamiento de sangre de sus amados vasallos, sin excluir del número de éstos a los extraviados de aquellas vastas regiones de América. La tranquilidad de Caracas, la ocupación de Cartagena de Indias y el auxiliar al jefe que mande en el Nuevo Reino de Granada, son las atenciones principales, o las primeras de que se ocupará la expedición. Conseguido esto, se enviará al Perú el excedente de tropas europeas que se pueda, en todo el año de 1815; y si aún hubiese sobrante, se remitirán al reino de México.

MARINA

   1° La expedición dará a la vela a más tardar el 1° de diciembre próximo, haciendo rumbo a la Costa firme por su parte más a barlovento; esto es, sobre Margarita y Cumaná.

   2° Con la anticipación que juzguen conveniente ambos jefes, despacharán un buque menor de guerra para la Guayana con un oficial de satisfacción que llevará los pliegos del gobierno para aquel gobernador, Santafé o Quito; para las misiones, los misioneros que para allí vayan, y las órdenes o instrucciones que el general en jefe tuviese por conveniente enviarle. El buque dará la vela si el oficial regresa por tierra, y escoltará los buques mercantes que estuviesen cargados a su llegada, dejándolos fuera del riesgo de los corsarios de las islas e incorporándose a las demás fuerzas de mar.

   3° Las operaciones de los buques de guerra serán en combinación con las de la tropa, si se necesitase emplear la fuerza contra la Isla de la Margarita, y sorprender los corsarios en los puertos, y los repuestos de pertrechos y víveres que deben tener allí.

   4° En las operaciones sobre Cumaná, contribuirán del modo que la empresa lo exija.

   5° Por regla general, los buques de guerra se establecerán en cruceros que protejan el comercio y persigan a los corsarios, el tiempo que las tropas obren en el Continente, no separándose de los puntos que se les señale, para reunirlas en tan corto tiempo como sea posible al objeto principal.

   6° La fuerza de mar de Cartagena atenderá a impedir que entren víveres en la plaza, teniendo presente que de los ríos Magdalena y Sinú se surte aquella ciudad. A esto se ha de sacrificar toda otra idea o proyecto. La fuerza de mar detendrá todo buque que quiera entrar: no maltratará a los naturales que coja, los dejará ir con proclamas y cartas para los principales del pueblo de donde sean, informándose de cuanto conduzca, y hablando siempre con respeto del cura que los gobierna, alentándolos a una entrevista con él. Si el bloqueo durase largo tiempo y no mudasen de conducta, se les detendrá; pero es la voluntad de S. M. que no se les maltrate si no emplean la fuerza. En cuanto a los europeos que se defiendan y sean españoles, no se les dará cuartel.

   7° Si por "Bocagrande" o por la Pata del Caballo" pudiesen entrar cañoneras y obuseras, conviene atacar a las embarcaciones que estén fondeadas bajo el cañón de la ciudad, sea de noche o de día, pues sacadas de allí o quemadas, se lograría quitar a los sitiados aquellos víveres, aumentar dentro los consumidores, quitar buques que armados podrían incomodar a nuestras lanchas, y que surtiesen la plaza estableciendo convoyes con las cañoneras.

   8° Todas las operaciones de la marina contra fuertes o castillos se combinarán con las del ejército.

   9° Si las armas del Rey fuesen coronadas por la fortuna y se apoderasen de Cartagena, deben disminuirse las fuerzas de mar, acordando los jefes de mar y tierra las que deben quedar por el pronto hasta la determinación de S. M., teniendo presente que una de las ocupaciones más honrosas de un militar es el escoltar y cubrir las propiedades de los vasallos del Rey.

   10. Los buques de guerra que hayan de regresar a Europa lo ejecutarán según les prevenga S. M. por conducto del señor ministro de marina.

   11. A medida que los buques del convoy sean innecesarios, se les dejará libres, procurando aliviarlos, despachándolos tan a barlovento como sea posible, sin perjuicio de la expedición.

   12. La gran falta que hay de vasijería obliga a remitir a España la que sirve para la expedición, abasteciéndola, y de modo que con cuanto sobre y no haga falta en el destino, llegue lo más tarde en mayo.

   13. Fía S. M. del celo y talentos del jefe de mar, de que hará cuanto esté en su alcance para el buen éxito de la empresa, y por lo tanto le autoriza para alterar esta instrucción en la parte que sea conveniente al real servicio.

EJÉRCITO

   1° Las tropas deben estar embarcadas para dar la vela el día primero de diciembre próximo.

   2° Navegando para la Costa firme y desde el punto que haya convenido con el jefe de mar, se despachará un buque menor de guerra con los pliegos que se han detallado en la instrucción de mar, y mandando en el del gobernador de Guayana lo que juzgue oportuno sobre operaciones militares, víveres, dinero, caballos y ganado que pueda facilitar, exigiéndole las noticias e ideas que contribuyan a conseguir todo lo que se pueda de estos ramos, y a enterarse del estado de Quito y Santafé así como de las Misiones. Al dicho Gobernador se le enviará alguna pólvora y municiones, se le encargará haga salir los corsarios españoles, se le prometerá guarnición más adelante, se le enterará de los deseos benéficos de S. M. y se le pedirá una nota de los sujetos que hayan contribuido a la buena causa, para recompensarlos desde luego, o elevarla a S. M., pero de modo alguno se hablará de castigos.

   3° La primera operación de la expedición será la sorpresa de la Isla de Margarita, la que queda al arbitrio del general en jefe el arreglar en combinación con el general de marina.

   4° En aquella isla, si antes ya no se hubiese conseguido, se sabrá el verdadero estado de los asuntos de Caracas, y con tales noticias decidirá el general en jefe si le conviene o no atacar a Cumaná, seguir a Caracas, ponerse en comunicación con Guayana, o desembarcar en Puerto Cabello o Guaira. La fuerza que ha de emplear y el punto que ha de escoger presenta tántas complicaciones que S. M. fía todo esto a los talentos conocidos del general.

   5° La situación actual de la Capitanía general de Caracas no exige se quede allí toda la fuerza que va, sino momentáneamente y por abreviar la operación; mas si contra lo que se espera fuese necesaria allí, y hubiese con qué mantenerla, se enviarán cuatrocientos o quinientos hombres europeos a Santa Marta, parte de las tropas leales del país, para establecer el bloqueo, y todas las fuerzas de mar que no sean indispensables al convoy.

   6° Para sacar las tropas indicadas en el capítulo anterior, se tendrá presente el valerse de los regimientos fijos de infantería y caballería, si no hay contra ellos ni contra sus jefes fundadas sospechas, para lo cual se oirá a los coroneles Boves y Ceballos.

   7° Si felizmente desapareciese la discordia de aquella Capitanía general, quedarán cuatro mil europeos de todas armas, irán las demás tropas a Santa Marta para el bloqueo de Cartagena, empleando con preferencia los del país y los aclimatados, operando de Santa Marta a Mompós, arreglándose para estas combinaciones a las noticias del país y a las que facilite el general Montes.

8° Si sobrasen tropas para las atenciones de aquellas provincias, descontando las que han de ir al Perú, o no se pudiesen mantener todas las que estén en cualesquiera de los dos casos, se enviarán al reino de México.

   9° Interin se practican las operaciones de Santa Marta, desfilarán por los caminos del interior de Caracas para Santafé o Quito las tropas del país que se puedan enviar, contando con los jefes que las han mandado con tánta gloria, y también no olvidando de que en abril es ya penosa esta operación por las lluvias. Si pidiesen aquellos jefes que se les uniese alguna tropa europea, se les concederá, siempre que no haga notable falta en algún punto como en la Guayana.

   10. Si se abriese la comunicación con el Nuevo Reino de Granada, y por lo tanto con el general Montes, se enviarán todas las tropas que se juzguen puedan ir al Perú en todo el año de 815, cuando se tenga una probabilidad de tranquilidad en el Virreinato, prefiriendo siempre remitir las que hubiese de los naturales de Caracas, por lo conveniente que es alejarlos de donde son odiados.

   11. El ceñirse a bloquear la plaza de Cartagena, o bombardearla o a sitiarla, lo determinará el general en jefe con conocimiento de la fuerza del Rey de mar y tierra, medios y estación, y además con las noticias del estado de víveres de la plaza, arrabales y puerto. Bien entendido de que es muy importante para el comercio y navegación, el apoderarse del castillo de Bocachica y casi tanto como de la ciudad, para cuyo logro no se omitirá sacrificio de la clase que fuese.

   12. Concluida la operación de Cartagena, si la presencia del general Morillo fuese aún necesaria al frente de las tropas de mando en el Nuevo Reino de Granada, seguirá con ellas, siempre que su persona no fuese necesaria en la Capitanía general de Caracas.

   13. La buena armonía que observen el Virrey de Santafé y el general don Pablo Morillo, será un medio muy seguro no sólo de que se tranquilizarán las vastas regiones confiadas al mando de ambos, sino que contribuirá eficazmente a la pacificación del Río de La Plata y asegurará al Perú, ya sea con los auxilios que ambos faciliten o con la opinión que se adquieran las tropas del Rey y sus jefes. Por lo cual espera S. M. de que si alguna desaveniencia se suscitase entre ambos, no se olvidarán de que los intereses que se les ha confiado no son de ellos propios sino son los de S. M., que han de hacer la felicidad de sus amados vasallos.

   14. S. M. autoriza al General en jefe para recompensar los servicios hechos o que en lo sucesivo hagan los individuos que están bajo sus órdenes, en cualquier circunstancia que lo juzgue oportuno, extendiendo los correspondientes despachos o diplomas, cambiándolos por otros que S. M. dará aquí.

Queda al arbitrio del general en jefe el comisionar a cualquiera de los jefes y oficiales del ejército y Capitanía general de su mando, o de cualesquiera otras tropas que se le unan, a donde providencie y con la autoridad que juzgue conveniente.

POLÍTICA

   1. Al atravesar el cordón de las islas de Barlovento tendrá el general en jefe algunos pliegos prontos (por si se presentase algún buque de guerra inglés) para los generales británicos de aquellas islas y para el Almirante de aquellas posesiones, avisándoles de que S. M. ha determinado restablecer el orden entre sus vasallos de aquellas provincias; medida tanto más necesaria y útil para las demás colonias, en cuanto el mal ejemplo puede serles muy funesto y que se lisonjea el general, encontrar en la nación británica aquella lealtad que la hace la amiga de la España.

   2. Ocupada la isla de la Margarita se emplearán para su sosiego y buen orden todos los medios de dulzura, apoderándose tan sólo de las personas encontradas con las armas en la mano, y de los buques o efectos que no pertenezcan a vasallos de S. M. Por lo que el gobernador que allí quede debe ser de buen juicio, activo y vigilante.

   3. La importancia de esta isla es por la proximidad a Cumaná y porque estando a Barlovento es la guarida de los corsarios y el asilo de los insurgentes arrojados del continente. Es, pues, preciso dejar una guarnición proporcionada que se enlace con la de Cumaná por medio de alguna fuerza de mar.

   4. El general en jefe publicará un indulto en nombre del Rey a los que en un plazo determinado se presenten, que estén o hayan estado sirviendo contra la causa de S. M.: prometerá recompensas a los que por notoriedad hayan servido bien, o que a pesar de las apariencias lo justifiquen. Publicará un olvido general de lo pasado a los que estén en sus casas o labores, sea el que fuese el partido que hayan seguido y pondrá a precio las cabezas de aquellos que más influencia tengan, pero esto será ya cumplido el plazo señalado; al propio tiempo que a los negros que estén con las armas en la mano se les concederá libertad, quedando soldados del estado, aunque sus amos los reclamen, los que serán indemnizados por el real Erario, según las circunstancias.

   5. En este indulto serán comprendidas aun las personas que en la actualidad están en las islas extranjeras, pero no se les nombrará, y sólo en el caso de preguntarlo se les asegurará que sí; pero que por el buen orden, tranquilidad general y particular, tendrán que mantenerse en España, por ahora, en donde gusten y en la Corte con el beneplácito de S. M., si le concediese. En este número están el marqués del Toro, actualmente en Trinidad, y D. N. León que se mantiene en Caracas, personas nada conveniente en que allí se mantengan.

   6. La conducta que se ha de seguir con los caudillos que tengan fuerza y opinión no puede detallarse en una breve instrucción, y sólo los talentos del general en jefe podrán aprovechar las circunstancias negociando el partido más ventajoso y decente a las armas del Rey: debiendo desaparecer toda idea que no contribuya a asegurar la felicidad de los vasallos de S. M. en aquellas inmensas regiones.

   7. Las personas que en Caracas hayan tenido algún empleo bien desempeñado y cuya conducta para ellos pueda ser dudosa, aunque aquí se juzgue de otro modo, se remitirán a la península con pretextos lisonjeros para ellos.

   8. En un país donde desgraciadamente están el asesinato y el pillaje organizados, conviene sacar las tropas y jefes que hayan hecho allí la guerra, y aquellos que, como algunas de nuestras partidas, han aprovechado los nombres del Rey y Patria para sus fines particulares, cometiendo horrores. Debe sí separárselos con marcas muy lisonjeras, destinándolos al Nuevo Reino de Granada y bloqueo de Cartagena, de los que por desgracia haya en la capitanía general de Caracas.

   9. Por ahora no volverán a restablecerse los regimientos Fijos, aunque para llevar organizados cuerpos al sitio de Cartagena y para moverlo se les reconozca con este nombre; pero las bajas de los cuerpos europeos se llenarán con los que haya entre los fijos, concluyendo insensiblemente con éstos y enviando los oficiales solteros a España y los creados que también lo deseasen. Esta medida debe ejecutarse con mucha prudencia para evitar contingencias graves.

   10. Al dirigirse a Cartagena las fuerzas que han de poner el bloqueo, se oficiará con los jefes de mar y tierra de Curaçao y Jamaica de que S. M. ha mandado ocupar la plaza de Cartagena por cualquier medio, y se les rogará lo avisen a los buques mercantes y de guerra para que no se acerquen a aquellas aguas.

   11. Hay muchas razones militares y políticas para reencargar la más pronta ocupación de la plaza de Cartagena y del castillo de Boca Chica, por lo que el general en jefe no debe omitir sacrificio que no haga por lograr estos fines; perdonará a los gobernadores y habitantes, prometerá recompensas a nombre de S. M. y las dará a cualquiera que lo ponga en posesión de puntos tan importantes, dándoles los documentos necesarios que se validarán aquí.

   12. Los habitantes de Coro y Santa Marta se han distinguido en favor del Rey en esta lucha por su lealtad y valor, cualidades que han fijado la atención de S. M., y es su real voluntad que se les conceda ventajas en todo lo que no cause perjuicio a las demás provincias, distinguiendo mucho al cacique don Juan de los Reyes Vargas y a los que él señale. Pero en general se empleará mucha dulzura para todas las clases y partidos, vigilando a todos, a fin de separar a aquellos que directa o indirectamente entorpezcan las medidas.

   13. Aunque la pronta administración de justicia ocupe tánto el paternal corazón de S. M., es su soberana voluntad que no se expongan los dignos ministros de la Audiencia de Caracas, a sobresaltos y peligros que, impidiendo el ejercicio de su ministerio ajan el esplendor de un tribunal tan respetable con demérito de la Audiencia real. Por lo tanto, se mantendrán por ahora sus ministros donde se encuentren, hasta que el general en jefe avise a su regente o al que ejerza o deba ejercer sus funciones, que puede establecer el tribunal sin riesgo. En el ínterin, el mismo general queda autorizado para ejercer o asesorarse con el juez o letrado que tenga por conveniente, sea del seno de la real Audiencia o de fuera de ella.

   14. Tan luego como sea posible se volverá a hacer jurar fidelidad a la Augusta Persona de S. M. don Fernando el séptimo, con aquella pompa que jamás se reciente de las circunstancias desgraciadas.

   15. Por ahora se dejarán en el estado en que se encuentren las universidades y colegios, y en general todo establecimiento científico, aprovechando las rentas para las urgencias de la guerra, dando los documentos y seguridades competentes, y dejando, tanto este ramo como todo cuanto corresponda a lo gubernativo civil, que no sea urgente, para mejores tiempos, en que las luces de la real Audiencia todo lo verifiquen.

   16. El mayor respeto a las autoridades eclesiásticas y la mayor armonía con los ministros del Altar, encarga S. M. y es el más seguro garante de que las empresas militares tendrán el resultado más feliz.

   17. Al comercio y hacendados se les protegerá y auxiliará, pues la exportación de frutos al propio tiempo que proporciona mayores comodidades a los vasallos de S. M., aumenta considerablemente las rentas del Rey, tan minoradas en este momento, y para cuyo aumento es preciso trabajar.

   18. El general Morillo está autorizado a exigir empréstitos, a buscar fondos, víveres y efectos para pagar las tropas de S. M. y empleados; además de hacer frente a todos los gastos, estando facultado para separar de la Capitanía general de su mando a los que creyese oportuno.

   19. La recompensa de los buenos servidores distribuida con equidad animará a los buenos, y podrá hacerlo el general en jefe en nombre de S. M.

   20. Como los actos exteriores tienen una influencia tan inmediata en aquellos países, establecerá el Capitán general en su provincia, tan pronto como pueda, todo el ceremonial que mandan las leyes, sin permitirle S. M. que exima a ninguno de las obligaciones que allí se le imponen, sin graves motivos.

   21. Como el éxito de la expedición y tranquilidad de aquella Capitanía general está sujeta a las contingencias de la distancia a que aquélla ha de operar de la capital, concede S. M. amplias facultades al general en jefe para alterar en todo o en parte estas instrucciones; pues S. M. conoce los talentos y buen deseo del mariscal de campo don Pablo Morillo hacia su Real servicio, lo cual le asegura de que su conducta se arreglará a lo más conveniente para lograr aquél, y de consiguiente la dicha de los amados vasallos de Ultramar."2

   Aun cuando en las prolijas instrucciones que dejamos vistas se les señalaba a los jefes el modus operandi, dictaminado hasta sobre los más nimios detalles de ejecución, es necesario para dejar completo el estudio referente al Alto comando del ejército expedicionario, reseñar las condiciones militares de los jefes, con el estudio a grandes rasgos de sus biografías.


RASGOS BIOGRAFICOS DE MORILLO

   El Teniente general don Pablo Morillo nació en Fuenteseca, lugar perteneciente a la jurisdicción de la ciudad del Toro, el 5 de mayo de 1778.

   El 19 de marzo de 1791, obligado por una truhanería juvenil, sentó plaza de soldado en una bandera de reclutas que se organizaba en Toro con destino a la armada, y en los batallones del Real cuerpo de marina sirvió en la clase de soldado, cabo y sargento hasta junio de 1808 en que fue ascendido a subteniente y destinado al regimiento de infantería Voluntarios de Llerena. En tal calidad concurrió a la batalla de Bailén y al sitio y rendición de Yebres. El 20 de diciembre del mismo año de 1808 fue ascendido a teniente y un mes después a capitán. Con este grado asistió al sitio de Vigo, y en él, poniéndose a la cabeza de la multitud se supuso coronel para poder acabar las capitulaciones con el jefe francés, comandante de escuadrón don Antonio Chalot, que mandaba la plaza y que se resistía a concluirlas con un jefe de graduación inferior.

   La época era propicia a los audaces, y Morillo que lo era, en menos de un semestre llegó desde subteniente a coronel, porque la regencia de España aprobó su procedimiento y lo confirmó en aquel empleo. Después del sitio fue destinado a Extremadura, donde organizó el regimiento de La Unión, con el que hizo la guerra a los franceses, alcanzando merecida reputación de valiente y emprendedor.

   En marzo de 1811 fue ascendido a brigadier. En abril de 1813 se dispuso la reorganización en divisiones del ejército a que pertenecía el regimiento de La Unión, y Morillo fue nombrado comandante general de la 1ª división y como tal sirvió a las órdenes del mariscal Wellington, y tánto se distinguió, que en julio del mismo año fue promovido al puesto de mariscal de campo, "por el mérito que contrajo en la batalla de Victoria el 21 de junio último, mandando la 1ª división de infantería del 4° ejército".3

   En abril de 1815, siendo capitán general de Venezuela y general en jefe del ejército expedicionario, fue promovido al empleo de teniente general, con cuya investidura realizó la invasión de la Nueva Granada.

   Era Morillo un jefe de excepcionales condiciones guerreras: de valor temerario, de incontrastable energía, de pasmosa actividad. Su procedencia de la clase de tropa lo había puesto al tanto de los menores detalles del servicio rutinario, y lo hacía solícito y considerado con sus subalternos a los que inspiraba cariño y confianza. Celoso sostenedor de la férrea disciplina de la época, no perdonaba falta. Su carácter agriado por las vicisitudes profesionales y resentido de la carencia de educación, le daba las más peregrinas mutaciones: un rato franco y generoso y al siguiente desconfiado y cruel. "Conozco que usted tiene tanto de agrio como de dulce", díjole en carta particular el general Girón.

   Incapaz para las grandes concepciones militares, pero avezado y diestro en ardides y estratagemas de guerrillero, encajaba como de molde al frente de unas tropas destinadas a la guerra de montoneras y escaramuzas practicada en las colonias cuya pacificación se le confiaba, vasto escenario para sus talentos de táctico sin estudio. En la guerra americana distinguióse por su actividad, vigilancia, desvelos y constancia, en términos de merecer al historiador O'Leary este concepto rigurosamente justo: "Bolívar no servía a su patria con más lealtad que Morillo a su Rey."

   Pero no eran sólo las condiciones militares las que se hacían precisas para la pacificación de las colonias. Eran necesarios una diplomacia y un tacto político de que Morillo, rudo soldado, carecía, y de ahí su fracaso y el de la expedición pacificadora.

   No hay que creer en la fatalidad histórica. La adopción de una política de dureza inútil y deplorable no lo dejó llegar al objetivo que persiguió con incansable tenacidad, mal que le pese a aquel historiador académico —valiéndonos de las frases de Blanco Fombona— "tan parcial y tan miope como inexpresivo, que tomó sobre sus flacos hombros la tarea de levantar la marcial figura del caudillo."

El aspecto físico de Morillo nos lo da el siguiente retrato trazado por la pluma maestra del doctor Pedro María Ibáñez: "Contaba Morillo al llegar a Santafé treinta y ocho años. Era de estatura mediana y fuerte. Su porte militar era correcto y su fisonomía, de subido color moreno, tenía expresión dura. Sus ojos eran negros, de mirada penetrante y estaban cubiertos por tupidas cejas del mismo color. Usaba el pelo cortado al rape: lo llevó largo y encrespado cuando fue título de España: y por delante de sus orejas corría una media patilla, al uso de la época. Su nariz era poco levantada; la boca mediana y la barba prominente. Usaba bigote negro, separado completamente de la patilla, lo afeitó más tarde. Su aspecto general no era desagradable, ni inspiraba simpatías. Su voz era bronca y sus modales poco distinguidos."4


RASGOS BIOGRAFICOS DE ENRILE

   Como general de la marina y segundo jefe de la expedición destinóse al brigadier don Pascual de Enrile y Alsedo. Este oficial, hijo de los marqueses de Casa-Enrile, nació en Cádiz el 13 de abril de 1772 y seguramente pasó su niñez en La Habana, de donde algunos historiadores lo suponen nativo. En junio de 1788 sentó plaza como guardia marina. Poco sabemos de los primeros años de su carrera. Rastreando aquí y allá, lo encontramos en la armada que ocupó a Tolón, de donde pasó a Santo Domingo, para volver a la península a servir en la escuadra que comandaba el general Mazarredo. Asegúrase que como comandante de un bergantín-prueba contribuyó a la medición del arco de meridiano entre Barcelona y las Baleares.

   Durante la guerra de independencia de España, siendo capitán de fragata pasó al ejército y con distintos grados encontróse en numerosos hechos de armas, en los que se señaló por su bizarría. El Anuario militar español refiere que fue a Enrile a quien se rindió la guarnición de Astorga (18 de agosto de 1812), compuesta por 1.200 soldados franceses, después de la célebre batalla de Arapiles.

   Al terminar la guerra fue destinado a la expedición pacificadora, como ya dijimos, y en la campaña que estudiamos se distingue como el oficial de mejor preparación científica de cuantos traía el ejército expedicionario. Un detalle, encontrado en las memorias del capitán español don Rafael Sevilla, demuestra que Enrile estaba poseído de su papel de Jefe de Estado Mayor y que trabajaba y hacía trabajar intensamente y con provecho al personal puesto bajo sus órdenes. El capitán Sevilla refiere la entrada del cuartel general expedicionario a Santafé, y agrega: "Instaladas las oficinas en el palacio, los oficiales de Estado Mayor General trabajábamos desde las siete de la mañana hasta las once de la noche, sin otro descanso que una hora de paseo, de seis a siete de la tarde, y el tiempo estrictamente necesario para el almuerzo y la comida.

   "Lo primero que hicimos fue poner en limpio los datos topográficos que habíamos adquirido en las trescientas leguas de camino que acabábamos de recorrer. Por orden de Enrile cada oficial había tenido durante la marcha el cuidado de anotar con lápiz todos los accidentes del terreno, subiéndonos a las eminencias y a los campanarios, donde los había, para hacer el croquis de los caminos, alturas, ríos, y cuanto pudiera convenir a las operaciones militares."5

   Era Enrile, como queda visto, un oficial bien preparado y experto en cuestiones profesionales; jactábase de ser conocedor de las ciencias matemáticas y todo esto, unido a su noble calidad, le daba mucho ascendiente sobre Morillo que en muchas de sus comunicaciones al Gobierno peninsular se hace lenguas de su actividad, conocimientos y genio dispuesto para todo. "No puedo menos de recomendar a V. E. para que lo haga a S. M. el mérito que ha contraído, en esta gloriosa campaña, el mariscal de campo don Pascual Enrile, mi segundo y Jefe de Estado mayor del ejército, que incansable en los trabajos, ha contribuido mucho con su eficacia y disposiciones a este tan feliz resultado, y me será muy satisfactorio que S. M. premie el mérito de este benemérito general, que tanto en esta época como en la toma de la plaza de Cartagena, ha hecho servicios interesantes como lo tengo manifestado en mis partes anteriores."6

   Morillo fue justo con su segundo: quizá a los conocimientos militares de Enrile se debieron las excelencias del plan de campaña y buena parte de los éxitos de las tropas peninsulares en los primeros tiempos de la reconquista.


RECLUTAMIENTO Y CALIDAD DE OFICIALES

   La oficialidad del ejército expedicionario, como toda la del ejército español, procedía de la clase de cadetes y de la de sargentos.

   Era el cadete en aquella época un aspirante a oficial que servía en los cuerpos y aprendía en ellos bajo la dirección de un capitán, llamado maestro de cadetes, las ordenanzas militares.7

   Los oficiales procedentes de la clase de cadetes constituían las dos terceras partes del gremio. La instrucción recibida los hacía más ilustrados y les daba mayor suma de conocimientos en el arte de la guerra, pero como la real ordenanza dictada por Carlos III en 1768 y aún vigente en España, establecía que "el que se recibiere por cadete ha de ser hijodalgo notorio, conforme a las leyes de mis reinos", muchos oficiales, enfatuados en sus abolengos, no siempre se manifestaban dóciles a las exigencias de la disciplina.

   Los oficiales procedentes de la clase de sargentos, que componían el otro tercio, cumplían mejor y más estrictamente con las obligaciones de régimen interno y económico, pero como ascendían en edad relativamente avanzada, se deja entender no tenían ya el entusiasmo para procurarse por sí mismos la suma de conocimientos militares exigidos por su nuevo rango. Esta inferioridad intelectual, unida a costumbre inveterada, los mantenía alejados del resto de la oficialidad y el conjunto se resentía de la falta de armonía, de unión, de la cohesión indispensable en la clase dirigente del ejército. Eso sí hubo, como es natural, muchas excepciones y en aquellos tiempos propicios a la carrera de las armas, a los más encumbrados puestos de la milicia supieron llegar por sus conocimientos y servicios, oficiales procedentes de la clase de sargentos. El mismo don Pablo Morillo que ocupa más de una página brillante de la historia de España, procedía, como va hemos visto, de la clase de tropa.


INSTRUCCION DE LOS OFICIALES

   En la instrucción del cuerpo de oficiales españoles se notaba un gran vacío, vacío que tenía su razón de ser en lo agitado de los tiempos y en la consiguiente falta de medios para llevar sus conocimientos a la altura de su misión. Había oficiales estudiosos y aplicados que lograban adquirir conocimientos sólidos y variados, pero la masa general no era instruída ni estaba preparada para los graves cometidos de la educación, instrucción y conducción de las tropas.

   Antes de la guerra contra Francia existían en España las academias militares de Avila, puerto de Santamaría y Ocaña, pero como a poco tiempo de su creación fueron extinguidas, apenas pudieron mostrar los felices resultados que de ellas podían esperarse. Idéntica cosa pasó con las de Barcelona, Cádiz y Zamora, clausuradas a tiempo de estallar la guerra con Francia.

   Durante aquella guerra la instrucción regimental era la única posible pero el movimiento casi continuo de los regimientos impedía su desarrollo metódico y ordenado, y por esto la oficialidad española se encontraba encerrada en el círculo vicioso de una rutina mal aprendida.

   El reclutamiento defectuoso y la carencia de educación dieron lugar a la relajación de la disciplina. Los oficiales del ejército expedicionario se muestran muchas veces arbitrarios y desmoralizados. Morillo en la exposición en que contesta los cargos de don Antonio Nariño, hechos bajo el seudónimo de Enrique Somoyar, confiesa los desmanes cometidos por sus subordinados: "No dudo que han existido en estos países individuos del ejército de mi mando que, olvidados de sus deberes de mis órdenes y deseos, han incurrido en las faltas que me imputa Enrique Somoyar."8

   En la campaña que estudiamos los ejemplos de arbitrariedad e indisciplina pueden ser citados a montones: el coronel Warleta maltratando sin piedad a damas honestas y recogidas para averiguar por el paradero de un individuo, y probando con espantosos refinamientos de martirio a un infeliz alienado a quien suponía simulador; los coroneles Carlos y Juan Tolra matando a palos a labriegos desdichados por faltas insignificantes; el teniente Joaquín Valdés, ultimando a cintarazos a un pobre joven porque se resistía a azotar a su propia madre y tantas otras espantosas escenas de crueldad cometidas por los oficiales del ejército pacificador, comprobadas con tántos y tan unánimes testimonios, los manifiestan transformados en inhumanos verdugos que a fuego y sangre devastan y destruyen cuanto encuentran a su paso y se opone a sus designios.

   Cerrando los ojos para no mirarlos en tan ingrato aspecto y concretándonos al análisis exclusivo de sus condiciones militares, fuerza es reconocer su innegable superioridad profesional sobre los inexpertos y tímidos oficiales de las montoneras de la Patria Boba.

   Audaces y temerarios, sus golpes de mano sorprenden y maravillan en términos que el investigador a la moderna, escéptico y desconfiado, se resiste a creer que un capitán Bayer con 40 infantes y 25 jinetes haya podido vencer y dispersar la columna republicana de 500 hombres, comandada por el coronel Martín Amador; que un coronel Warleta con sólo 500 hombres, descalzos y quebrantados, haya podido subyugar una provincia como la de Antioquia, fuerte por sus efectivos y por la naturaleza de su suelo, porque tales hechos no pueden explicarse, como se explican por el pasmo ante lo desconocido, las fantásticas aventuras de los Corteses y de los Pizarros.

   Resignados y sufridos, sus marchas por las montañas y por los desiertos, sobrellevando con ánimo todos los padecimientos y soportando todas las inclemencias de los países ecuatoriales, señalan a los oficiales españoles como dignos exponentes de la heroicidad de la raza, al propio tiempo que como modelos del oficial perseverante que no sabe de obstáculos ni de dificultades.

   El sentimiento de la responsabilidad, la iniciativa, el entusiasmo, el espíritu de resolución desarrollados en la gran escuela práctica de la guerra que desde 1808 hasta 1814 sostuvo España para sacudir el dominio de Napoleón I y la natural expedición que el ejercicio continuado de las peripecias, lances y sucesos de la guerra les dio la misma campaña, puso a los oficiales españoles en actitud de resolver con acierto los sencillos problemas presentados por las bisoñas tropas independientes.


RECLUTAMIENTO Y CALIDAD DE LA TROPA

   Los individuos de tropa del ejército español provenían de los llamados quintos, de los reclutas voluntarios y de los condenados a servir en el ejército por los tribunales y justicias del reino. Estos tres medios de conscripción adolecían de grandes defectos y no suministraban a las filas sino elementos de escaso valor.

   En los pueblos en que se llevaba a cabo el alistamiento en la forma de quinta o en lenguaje militar moderno de sorteo, se cubría el cupo con los individuos reconocidos como perniciosos y cuando se hacía legalmente se aceptaban como sustitutos de los señalados por la suerte hasta extranjeros y desertores. Era muy común que los médicos pasaran por hábiles hombres de escasa estatura y con defectos físico, a tiempo que con enfermedades ficticias declaraban inhábiles a sujetos vigorosos y con buena salud.

   Los reclutas voluntarios no eran de mejor calidad. Hombres frustrados en otros campos de la actividad o llenos de vicios que buscaban en el cuartel la manera de subsistir.

   En cuanto a los condenados por los tribunales y justicias, corrompían con el ejemplo de su mala conducta a los demás, y casi nunca aprovechaban su estadía en las tropas para rehabilitarse sino para escapar a su condena.9

   Las tropas que constituían el ejército expedicionario habían sido reclutadas en las condiciones dichas, mas como se concedió a su jefe la facultad de escogerlas entre todo el ejército, constituían la flor y nata de la milicia peninsular. Sin embargo, el temor a una campaña en tierras lejanas, pintadas con colores exageradamente sombríos, donde al par que con una naturaleza hostil se luchaba con hombres bárbaros y heroicos que ni pedían ni daban cuartel, determinó numerosas deserciones.

   Mientras los expedicionarios se ponían en marcha se redobló la vigilancia de tal manera que "desde mediados de diciembre hasta el 17 de febrero de 1815 estuvo la tropa destinada a la expedición acuartelada y vigilada para evitar las deserciones. Todos los días se anunciaba la salida para el siguiente".10

   Ya hemos hablado de que el verdadero destino de la expedición se mantuvo en el más riguroso secreto. Si las tropas hubieran sabido se las enviaba a Costa firme, las deserciones hubieran sido incontenibles, y lo demuestra el hecho de que al llegar a Venezuela ocurrieron en gran número y que en el bloqueo de Cartagena Morillo tuvo que amenazar con pena de muerte al individuo de tropa que se alejase por más de un cuarto de legua del lugar donde residiera su unidad.

   En la guerra hispanoamericana el soldado español demostró aquella "ductilidad moral que le permite acomodarse a todas las formas, a todas las circunstancias de la guerra" y que hacen de él en todos los tiempos uno de los mejores soldados de la tierra: obediente, resignado, sobrio, valiente y sumiso.


INSTRUCCION DE LAS TROPAS

   Como consecuencia natural y precisa de las convulsiones que experimentó España en su guerra de independencia, la instrucción del ejército, sobre todo en lo referente a táctica se resintió de alteraciones profundas en la forma y en la esencia, pero sólo hasta en el año de 1842, según cuenta el Conde de Clonard en su discutida historia orgánica de las armas de infantería y caballería, se dispuso por real orden la formación de una comisión de oficiales y jefes idóneos que introdujeran las reformas necesarias para darle a la táctica la fuerza sintética, el carácter uniforme, precisión en los detalles y armonía severa en el conjunto.

   Las tropas venidas a la América con Morillo practicaban en general la misma instrucción táctica de siglos anteriores. En esta instrucción, al lado de los movimientos de utilidad para el combate, se enseñaban otros muchos de puro primor, destinados a cautivar la imaginación de los paisanos y a granjearse prestigio. La formación de vistosas figuras de adorno, letras, estrellas, cruces y dibujos, difíciles de ejecutar y que requerían atención esmerada y ensayos lentos y progresivos, ocupaban gran parte de los períodos de instrucción de las tropas. "Queremos que el soldado —dice Monsieur Jabro, escritor militar de la época— lleve con gracia, maneje con destreza y cargue con prontitud el fusil: que marche como un bailarín de ópera, la punta del pie baja y vuelta hacia fuera, la pierna tendida, que siente el pie con lentitud, que sostenga el paso, etc.; lo que es más propio para una comparsa teatral que para un ejército."

   El arte de escuadronar, como entonces se llamaba a la táctica, había sufrido notables modificaciones con el perfeccionamiento de las armas de fuego. Siguiendo al Conde de Clonard, las encontramos en 1750, en que Fernando VI presencia en el campo de Ocaña las maniobras dirigidas por el Brigadier don Antonio Manso, donde se dieron a conocer las modificaciones introducidas en las ordenanzas, que consistían principalmente en movimientos del fusil conforme a un compuesto hecho de prácticas francesas, prusianas y napolitanas.

   En 1760 se introdujeron nuevas modificaciones, y en 1761 se envió una comisión de oficiales a Berlín para estudiar la táctica prusiana que pasaba como la más perfecta de la época, y desde entonces se establecieron en las ordenanzas los principios y reglas que observaban en 1815, y que siguieron observándose hasta 1842.

   Como formación para el combate no había otra que la de batalla, "siendo las demás derivadas de ésta, o modificaciones suyas".11

   Se daba el nombre de batalla a la colocación de muchos hombres en tres filas paralelas e iguales. Entonces como ahora se llamaba fila a la unión de varios soldados puestos unos al lado de los otros, mirando todos a un frente respectivo. Estimaban en aquellos tiempos que la formación más conveniente era la de tres filas con estrecha unión de los individuos que las compusiesen. Como la formación en batalla, por su corto fondo, únicamente dejaba defendido el frente y quedaban los costados expuestos por no tener fuego, se inventaron el cuadro y el cuadrilongo, "que no son otra cosa que la misma formación cuadruplicada, o de cuatro frentes iguales en uno, y en el otro las caras opuestas ; y la columna que no era otra cosa que la batalla dividida en porciones iguales, colocadas en partes unas detrás de otras.

   En la infantería la formación en batalla, por ser la más sencilla, se consideraba como la base fundamental de la unión y del orden. Para simplificarla y abreviarla, se exigía que el soldado conservase en la memoria los nombres de los compañeros que le precedían en las listas y el número de la mitad, cuarta, fila e hilera a que perteneciese.

   Creíase entonces que aquel que ocupara menos espacio con sus soldados en la línea, ese tendría más objetivo a qué dirigir sus fuegos; de tal manera que a la formación en batalla atribuían las siguientes ventajas: 1) Mejores fuegos. 2) Facilidad para reglar los movimientos en las marchas. 3) Hacer el todo dependiente de la voluntad del que manda, y no de la deliberación de cada soldado.

   Para esta arma se prescribían los fuegos a pie firme y hechos por el todo. Se había comprobado que los fuegos que se hacían marchando, no sólo se ejecutaban mal, sino que se retardaban. Los fuegos por filas motivaban una disminución del efecto, pues se disparaban dos al tiempo, se quitaba una tercera parte de éste, y si sólo lo hacía una, las dos terceras partes. En el de compañías, en que no disparaba la una hasta que la otra afianzaba, se causaba un perjuicio de las cuatro novenas partes a lo menos. Los fuegos por trozos se creían más ventajosos que los antecedentes, pero siempre inferiores al del todo.

   La caballería traída por la expedición de Morillo se componía de dragones y húsares. En aquella época dábase gran importancia a la institución de dragones, porque se estimaba que los cuerpos de aquella arma participaban del doble carácter de caballería e infantería. La táctica de los dragones era la de infantería, si combatían a pie, y la de caballería, si lo hacían a caballo. Había, como es natural, una especial que establecía lazo de unión entre las dos, destinada a dejar claramente determinado lo que debía hacer el jinete después de echar pie a tierra y antes de obrar como infante. La primera maniobra de un escuadrón de dragones, según su táctica especial intermediaria, consistía en doblar el frente, encadenar los caballos unos a otros dejándolos en cada fila al cuidado de los tenedores, repartidos de manera de impedir que los animales se alborotaran o maltrataran. En seguida los dragones desmontados colocábanse con todas sus armas dos pasos al frente de sus respectivos caballos, para después a la voz de mando reunirse a conveniente distancia y allí empezar sus evoluciones y maniobras con arreglo a la táctica de infantería.

   La táctica de caballería señalaba la colocación de los escuadrones dentro del regimiento y la de las compañías dentro del escuadrón. La colocación referida obedecía al principio de que las tropas más bisoñas debían dejarse en el centro en todas las formaciones de combate para que los flancos estuvieran ocupados por las más adiestradas y veteranas.

   Las ordenanzas del arma detallaban la colocación de los oficiales y sargentos: los comandantes de escuadrón debían colocarse de manera que su caballo sólo encajara en la fila con la grupa, teniendo fuera el resto del cuerpo; los caballos de los capitantes de compañía no debían sobresalir de la fila sino con el cuello, y para su colocación preveníase que los más antiguos cubrieran los flancos y se dejara en el centro a los menos. Los oficiales subalternos, divididos en partes iguales, se situaban en segunda y tercera fila en la extremidad de las alas, sin sobresalir con sus caballos de los soldados. En el centro de las filas se colocaba a los portaestandartes.

   Las principales evoluciones consistían en:

   Marchar en distintas direcciones;

   Cambiar de frente;

   Formar de tres filas dos;

   Formar de dos filas tres;

   Desfilar por cuatro de fondo, y

   Formar el piquete.

   Pero se incurriría en lamentable error si al tratar de hacer la Historia Militar de nuestra Guerra magna se tomara la táctica española de aquella época como exclusiva y terminantemente practicada en las campañas americanas. Las tropas españolas tuvieron que atemperar sus formaciones de combate a la topografía de los países y a la particular manera de combatir de sus adversarios. Es la experiencia la piedra de toque de todas las instituciones, y la experiencia en América echó por tierra muchas de las complicadas fórmulas del arte de escuadronar.

   Las tropas de artillería, transformadas por la Ordenanza de 1802 en regimientos, recibían una instrucción especial. Con la formación en regimientos se habían creado las compañías de a caballo, y a éstas debió pertenecer el "Escuadrón volante de 18 piezas" que figura en la formación de guerra del ejército expedicionario, puesto que en aquellos tiempos se daba esta denominación a todo cuerpo, partida o columna dotada de cierta ligereza que le permitiese ir rápidamente de una parte a otra.

   La instrucción se proponía poner a los artilleros en condiciones de manejar sus piezas, cambiarlas de lugar enganchadas o no, cargar, apuntar y hacer fuego y a las evoluciones de las piezas en conjunto. Los artificieros se instruían especialmente en el empaque, carga y descarga de los proyectiles, preparación de las mechas destinadas a los botafuegos, etc.

   En cuanto a las tropas de ingenieros se les enseñaba lo referente a la construcción de las obras de zapa, allanar los obstáculos y caminos, devastar bosques, al propio tiempo que al manejo de las armas ofensivas de que estaban dotadas.

   En lo referente a la instrucción sobre las obligaciones de los distintos empleos se enseñaban las ordenanzas que con pequeñas modificaciones hasta hace poco se conservaban en nuestro país con el impropio título de Código militar.


COMPOSICION Y FUERZA DE LAS UNIDADES

   La unidad de operaciones adoptada por el ejército expedicionario en la campaña de invasión fue la columna de composición diversa, según el cometido a que se destinase. Morillo dice en una comunicación al Ministro de Guerra: "Las columnas, en este continente, deben reputarse como las divisiones en España, pues teniendo que maniobrar a distancias vastísimas por las enormes cordilleras y anchurosos ríos que las separan, pero siempre en conjunto, le es imposible al general en jefe mandarlas en reunión."

   Las columnas se dotaban con todas las armas cuya organización era por entonces la siguiente:


INFANTERÍA

   La organización de las tropas de infantería estaba arreglada de acuerdo con el reglamento expedido el 8 de marzo de 1812 por el Consejo de la regencia.

   Un reglamento anterior, de 1° de julio de 1810, quiso corregir los muchos vicios de organización de que adolecía la infantería española, y al efecto dispuso la formación de batallones de granaderos, regimientos de infantería de línea y batallones de infantería ligera. Los regimientos se componían de tres batallones. Este reglamento fue mirado con profundo disgusto por muchos de los jefes de batallones sueltos que vieron postergada su independencia con la reducción de los cuerpos a regimientos de tres batallones. Tal disgusto dio origen a la reorganización de la infantería en batallones sueltos, prescribiendo el reglamento de marzo de 1812 que hasta nueva orden cada uno de los cuerpos de infantería de línea y ligera del ejército se compusiese de un solo batallón. El reglamento añadía que si más adelante las circunstancias lo permitían se formarían los segundos batallones de los cuerpos; que el pie de los de infantería ligera debía ser igual a los de línea y finalmente, que los cuerpos de una y otra arma conservarían su nombre y número.

   Cada cuerpo, llamado indistintamente y según la tradición, batallón o regimiento, debía tener la siguiente plana mayor:

   Un jefe principal, elegido indistintamente entre la clase de coroneles, tenientes coroneles y comandantes.

   Un primer sargento mayor, encargado de la administración militar del cuerpo.

   Un segundo sargento mayor, en comisión y amovible, reputado como tercer jefe de cuerpo y destinado a la administración interior de la unidad, debiendo precisamente, ser elegido de la clase de capitanes de otro regimiento.

   Dos ayudantes de la clase de tenientes.

   Dos sargentos de brigada, con el carácter de sargentos primeros y sin compañía, destinados a sustituir a los antiguos subtenientes abanderados en todas sus funciones.

   Un capellán;

   Un cirujano;

   Un tambor mayor, y

   Maestro armero.

   Cada batallón constaba de ocho compañías: una de cazadores, otra de granaderos y seis de fusileros.

   En cada compañía de granaderos formaban:

   Un capitán;

   Dos tenientes;

   Dos subtenientes;

   Un sargento primero;

   Cuatro sargentos segundos;

   Ocho cabos primeros, entre ellos uno de gastadores;

   Ocho cabos segundos;

   Tres tambores;

   Seis gastadores; y

   Noventa soldados.

   Total: cinco oficiales y ciento veinte de tropa.

   En cada compañía de cazadores formaban:

   Un capitán;

   Dos tenientes;

   Dos subtenientes;

   Un sargento primero;

   Cuatro sargentos segundos;

   Ocho cabos primeros;

   Ocho cabos segundos;

   Tres cornetas; y

Noventa y seis soldados.

   Total: cinco oficiales y ciento veinte de tropa.

   En cada compañía de fusileros formaban:

   Un capitán;

   Dos tenientes;

   Dos subtenientes;

   Un sargento primero;

   Cuatro sargentos segundos;

   Ocho cabos primeros;

   Ocho cabos segundos;

   Dos tambores;

   Un pífano; y

   Noventa y seis soldados.


   Total: cinco oficiales y ciento veinte de tropa.

   Las fuerzas de estos batallones sin aumento de oficiales, sargentos y cabos, podía extenderse hasta la de 1.200 hombres en cada cuerpo, divididos igualmente en ocho compañías. Estos eran precisamente los efectivos de los batallones que integraban la expedición del general Morillo.

CABALLERÍA

   Las tropas de caballería del ejército expedicionario afectaban la organización dada el 1° de diciembre de 1814, según la cual cada regimiento de caballería de línea y de húsares constaba de cinco escuadrones y cada escuadrón de dos compañías.


   Cada regimiento tenía la siguiente plana mayor:

   Un coronel;

   Un teniente coronel;

   Tres comandantes;

   Un sargento mayor;

   Cinco ayudantes; y

   Cinco portas

   El primer escuadrón era mandado por el coronel, el segundo por el teniente coronel y los otros tres por cada uno de los tres comandantes. Los ayudantes y los porta estaban asignados a los comandos de escuadrón.

   Formaban cada compañía:

   Un capitán;

   Un teniente;

   Dos alféreces;

   Un sargento primero;

   Tres sargentos segundos;

   Cincuenta y cuatro soldados, y

   Cuarenta y tres caballos.

ARTILLERÍA E INGENIEROS

   De la organización de las unidades de artillería e ingenieros no hemos podido hallar datos concretos, pero en lo general afectaban una organización semejante a la infantería.


VESTUARIO, EQUIPO Y ARMAMENTO

   Los uniformes traídos por la infantería estaban de acuerdo con la Real orden dictada por la Regencia del reino el 9 de septiembre de 1812. Se componía de casaca corta sin solapa, abotonada por delante; pantalón ancho y medio botín por debajo del pantalón, de paño color celeste; vuelta, collarín y forro encarnado con botón dorado y chaleco blanco con mangas. Como cubrecabeza llevaban un gorro en forma de cono truncado, con el círculo mayor en la parte inferior y adornado en el frente con un león de metal dorado para los fusileros, una granada para los granaderos y una corneta de metal blanco para los cazadores. También se dotó a la tropa con un gorro de cuartel del mismo paño de la casaca, con vivos encarnados.

   El equipo de los infantes consistía en mochila de lienzo encerado y capote de bayetón gris. Las unidades se distinguían entre sí por las iniciales del regimiento o batallón colocadas a los lados del collarín. Los soldados de las compañías de granaderos y cazadores debían llevar sable.

   La infantería estaba armada de fusil cuyas características eran las ya contempladas al hablar del armamento del ejército republicano.

   Durante la guerra de España contra los franceses se hicieron algunas variaciones en los uniformes de la caballería, pero éstas, advierte el conde de Clonard en su Historia orgánica de las armas de infantería y caballería, además de ser de poquísima importancia, eran hijas de las especiales circunstancias en que se hallaba el país y agrega: "Las prescripciones del año de 1802 fueron en lo general la norma consistente de los cuerpos hasta 1815."

   El uniforme de los dragones consistía en casaca de paño azul turquí, forro, chaleco calzón, y capote amarillo limón, vuelta con portezuela y cuatro botones, solapa, cuello y vivos carmesí (en algunos regimientos éstos eran encarnados, azules celeste, verdes o negros); ojales en la solapa, laurel y sable recto en el cuello y botón blanco de cabeza de turco; cartera a los lados en los faldones, a la walona, con cuatro botones.

   Como cubre cabeza tenían sombrero de picos. Además usaban botas, guantes de gamuza, bandolera y cinturón de vaqueta negra. Como armamento, carabina y sable. Mantillas y tapafundas del mismo color de la casaca, guarnecidas de galón de estambre para la tropa y de galón de plata las de los sargentos y oficiales, siendo el galón doblemente ancho al de la tropa.

   El uniforme de los húsares consistía en casaca de paño rojo con alamares blancos, cuello y bocamangas azules, calzón de este último color con vivo blanco; sobre los hombros y sin meter los brazos en las mangas, una chaqueta también azul con alamares blancos. Mantillas y tapafunda de color azul con galones blancos. Cubrecabeza formado por un morrión sin visera, adornado en el costado izquierdo con un penacho rojo; botas. Como armas únicamente el sable.

   De los uniformes de la artillería e ingenieros no hemos encontrado datos exactos, pero el cronista santafereño J. M. Caballero, describe en su diario la entrada del ejército español a la capital de la Nueva Granada, en estos términos, que dan bastante idea de su presentación militar:

"Lunes 6 (mayo de 1816)...........................................

   No trajeron música, sólo trajeron cornetas y clarines, y éstos tanto servían a la caballería como a la infantería. Venían vestidos unos a lo mosaico, otro a lo ruso y los artilleros a lo genízaro, con una especie de diademas en la cabeza, que llamaban cachuchas. La infantería venía vestida a lo húngaro, y los curros a lo gitano, con chaqueta y capote corto; los zapadores venían con barba larga, como capuchinos, y el vestido a lo húngaro, y todos con bigote."12

   Para uniformar y equipar las tropas levantadas en América y para reponer el estado del vestuario y del correaje, dispuso Morillo en la Nueva Granada el establecimiento de talleres militares en varios puntos y en especial en Santa Fe, con un oficial de guerra a la cabeza, un interventor de Real Hacienda y un comerciante entendido para la elección de los géneros. Se pagaban éstos de los fondos de multas impuestas por el tribunal de Purificación a los delincuentes de delitos menores y con el producto de los secuestros. "De este modo —dice Morillo en su exposición al Ministro de Guerra— he equipado las tropas, las he dotado para que puedan seguir a donde convenga."13


EMOLUMENTOS

   Al terminar la guerra con Francia la Junta de generales que se ocupaba en la península de ordenar el ramo de guerra, arregló las dotaciones de las distintas clases de una manera uniforme.

   Los haberes destinados a las distintas clases fueron los siguientes:

Coronel .................................. 2.700
reales.
Teniente coronel ..................... 1.800
"
Comandante............................ 1.600
"
Capitán antiguo........................ 1.200
"
Los demás capitanes ............... 1.100
"
Ayudante.................................... 700
"
Teniente...................................... 500
"
Alférez ....................................... 400
"
Porta ......................................... 400
"
Capellán .................................... 700
"
Cirujano .................................... 700
"
Sargento 1° ............................... 180
"
Sargento 2° ............................... 150
"
Cabo 1° ...................................... 95
"
Cabo 2° ...................................... 75
"
Soldado ....................................... 61
"
Trompeta maestro ...................... 240
"
Primer trompeta ......................... 150
"
Trompeta de compañía .............. 120
"
Picador ..................................... 500
"
Sillero ....................................... 210
"
Armero ..................................... 210
"
Mariscal mayor ......................... 600
"
Mariscal 2° ............................... 400
"
Mariscal forjador ...................... 120
"

   

   Las tropas expedicionarias subsistieron en América desde que empezaron las operaciones con ración de campaña. Con el fin de evitar el general Morillo los inconvenientes y disgustos que en los pueblos pudieran ocasionar las requisiciones efectuadas por la Real Hacienda, dispuso que fuesen los ayuntamientos los encargados de pedirlas al vecindario por reparto proporcional, entregándolas en almacenes a los empleados de administración militar, no admitiéndose dinero alguno y sí sólo las especies efectivas, con el fin de evitar los fraudes y tener contentos a los habitantes.14


REMONTA

   Siendo imposible por inconvenientes de transporte traer desde Europa el ganado necesario para atender a la caballería, las plazas montadas de las otras armas, el transporte de la artillería y los equipajes, determinóse obtener el ganado necesario en los países invadidos. Al llegar Morillo a Trinidad dispuso la requisición de ganados para montar el regimiento de dragones. Idéntica cosa ordenó al llegar a Santa Marta, y al efecto, las tropas mandadas a Mompós fueron comisionadas para concentrar en Ocaña y sus inmediaciones la mayor cantidad posible de animales. Comprendiendo Morillo que si se arrancaban a los labradores sus bestias de labor se aniquilaría la agricultura y vendría el descontento y la escasez, y temiendo, por otra parte, que los dueños los escondieran para evitar su pérdida, resolvió les fueran pagados ya en numerario, ya en efectos, a satisfacción de ambas partes, y con tal expediente consiguió siempre ganado en abundancia para todas las necesidades del ejército.15

   En esta campaña como en otras muchas realizadas en terrenos fragosos y difíciles, demostró el caballo criollo sus excelentes condiciones como caballo de guerra.


CONCLUSIONES CRITICAS

   El ejército expedicionario al mando del general don Pablo Morillo recibió una organización apropiada y muy de acuerdo por sus efectivos y elementos con la guerra de reconquista a que se le destinaba.

   La proporcionalidad de las armas, en su acepción orgánica, estaba en completa armonía con las probables necesidades de los países por subyugar. Los revolucionarios americanos, con seguridad, no podrían oponer a las tropas españolas núcleos de tropa capaces de empeñar acción contra todo el ejército, sino pequeñas partidas de mucha osadía y movilidad. Era indudable, por tal motivo, la necesidad de formar al llegar al territorio enemigo ciertas unidades ligeras, dotadas de las condiciones de movilidad y de fuerza que piden las guerras irregulares en países de difícil topografía, y por eso se trajeron núcleos de todas las armas para crear esas unidades y dotarlas proporcionalmente con todos sus servicios.

   El jefe del conjunto era un oficial experimentado en la guerra irregular, de mucha firmeza de carácter y que no carecía de talento ni de riqueza de imaginación, y estaba asesorado por un oficial inteligente y entendido en el oficio. Para conciliar los proyectos del gobierno con la independencia de conducta a que la enorme distancia y la falta de medios de comunicación rápida los iban a colocar, el gobierno les dio instrucciones detalladas y precisas.

   La oficialidad que formaba en la expedición, aunque por la deficiente instrucción que recibía no era de las mejores, estaba bien reclutada, poseía práctica en la guerra y la componía, en su mayor parte, jóvenes entusiastas y decididos que trabajaban con la esperanza de alcanzar rápidamente altos cargos en la carrera militar, cerrada en Europa después de las guerras napoleónicas.

   La tropas de la expedición, integradas por hombres escogidos entre los de mejor constitución física y buena salud, poseían el hábito de las fatigas y trabajos en la guerra, y estaban bien alimentadas, vestidas y pagadas.

   El armamento de las tropas se encontraba en excelentes condiciones y era no solamente suficiente sino que sobraba para la organización de tropas coloniales. Los servicios de administración y sanidad funcionaban perfectamente y garantizaban al ejército la alimentación y la salud.

   A estas condiciones materiales hay que agregar las morales de un ejército que con relativa facilidad vence a su enemigo y es recibido a su paso en todas partes con demostraciones de cariño y de respeto, no siempre fingidas.

   No hay comparación posible entre las condiciones de los dos contendores: del lado republicano la montonera hambrienta, desnuda y sin armas, conducida por oficiales inexpertos y hostilizada por los habitantes; del lado realista la tropa regular, bien comida, vestida hasta con lujo, bien provista de armas, comandada por oficiales llenos de pericia y entusiasmo y acogida favorablemente por pueblos ingenuos y sencillos que cifran en ellos ilusiones que no tarden en convertirse en decepciones amargas y crueles desengaños.


1 Antonio Rodríguez Villa, El Teniente general don Pablo Morillo.
2 Manuel Ezequiel Corrales, Documentos para la historia de la provincia de Cartagena, tomo II, pág. 2.
3 Hoja de servicio del general don Pablo Morillo.
4 Pedro María Ibáñez, Morillo en Bogotá. Revista Moderna. Octubre de 1915.
5 Capitán Rafael Sevilla, Memorias de un oficial del ejército español, pág. 92.
6 Parte de Morillo al Ministro de Guerra. Cuartel general de Santa Fe, 31 de mayo de 1816.
7 En el libro de Juan Sánchez Cisneros Ideas sueltas sobre la ciencia militar, que destinó a la instrucción de los oficiales y cadetes delcuerpo a que pertenecía, se lee: "Un oficial que desea llenar los objetivos de su obligación, debe poseer dos cosas: conocimientos y cualidades morales. Por los primeros se entienden las ordenanzas militares, la ciencia de la guerra, la historia, la geografía, el derecho público de la guerra, matemáticas, diseño, artes, conocimiento del corazón humano, de su nación y de su regimiento." Creemos hallar en lo transcrito todo un programa de instrucción de los cadetes de la época.
8 Pablo Morillo. Manifiesto a la nación española. Cuartel general de Valencia, 6 de septiembre de 1820.
9 Conde de Clonard, Historia orgánica de las armas de infantería y caballería.
10 Rafael Sevilla, Memorias de un oficial español.
11 Ideas sueltas sobre la ciencia militar. Coronel de Infantería don Juan Sánchez Cisneros.
12 J. M. Caballero, La Patria Boba, pág. 247.
13 General Morillo. Exposición al Ministro de Guerra. Santa Fe, noviembre 9 de 1816.
14 General Morillo. Exposición al Ministro de Guerra. Cuartel general de Santa Fe, noviembre 9 de 1816.
15 General Morillo. Exposición al Ministro de Guerra. Cuartel general de Santa Fe, noviembre 9 de 1816.

Capítulo III

EL VIAJE

   El 17 de febrero de 1815, en las primeras horas de la mañana zarpó definitivamente de Cádiz la escuadra que conducía a la América el numeroso y bien provisto ejército expedicionario. Esta escuadra, en razón del efectivo verdaderamente extraordinario del ejército y de la cantidad de la impedimenta necesaria para atender a su subsistencia y para ponerlo en condiciones de realizar una campaña en tierras muy lejanas, en la que seguramente entraba el asedio de plazas fuertes de muy difícil rendición, era un enorme conjunto de buques de guerra y de barcos de transporte.

   El núcleo principal de la escuadra constituíanlo los barcos de transporte. La custodia estaba encomendada a los buques de guerra. Formaban el todo el navío de 64, San Pedro de Alcántara, a las órdenes del capitán don Francisco Salazar; las fragatas de 34, Efigenia y Diana, comandadas respectivamente por los capitanes Alejo Gutiérrez de Rubalcaba y José de Salas; la corbeta de 28, Diamante, que comandaba el capitán don Ramón Eulate; la goleta de a 8, Patriota; trece faluchos cañoneros y los cuarenta y tres barcos transportes que en seguida mencionamos: La Primera, San Ildefonso, El Guatemala, Daoiz, Veíanle, Ensayo, Eugenia, Júpiter, Cortes de España, Numantina, La Vicenta, Salvadora, La Palma, Socorro, San Francisco de Paula, Providencia, Héroe de Navarra, San Pedro y San Pablo, La Joaquina, Nueva Empresa, La Empecinada, San Ignacio de Loyola, Los Buenos Hermanos, La Preciosa, San Fernando, La Apodaca, La Elena, La Venturosa, La Coro, La Pastora, La Gertrudis, La Arapiles, El Aguila, La Parentela, La Unión, La Piedad, La Carlota, San José, Segunda Carlota, La Pelona, San Enrique, San Andrés y La Alianza.1

   El mando en jefe de la escuadra ejercíalo, como ya se dijo, el brigadier don Pascual Enrile, quien debía obrar de acuerdo con el general en jefe de la expedición y con las instrucciones dictadas por el Ministerio universal de Indias.

   El viaje marítimo de Morillo y de sus fuerzas efectuóse sin mayores contratiempos. Un testigo presencial, el entonces teniente don Rafael Sevilla, de la 4a compañía del regimiento de infantería de La Unión, refiere en las memorias que escribió años después, las impresiones de viaje que más vivamente hirieron su imaginación juvenil. En estas memorias y en la correspondencia del general Morillo con el Ministro de Guerra, encontrada por el historiador Rodríguez Villa y añadida como apéndice al libro que dedicó a renovar en España la memoria del caudillo, se encuentran los elementos suficientes para darnos cumplida idea del viaje.

   Por razones ya contempladas, a las tropas expedicionarias no se les reveló desde el primer momento el verdadero lugar de su destino. Fue en alta mar, después de una semana de navegación, que dos oficiales procedentes de la nave capitana comunicaron a las distintas unidades del convoy el verdadero derrotero. Mohinos y desconsolados quedaron los hombres con noticia tan desconcertante. En Costa firme la guerra era a muerte, sangrienta y empeñada, sin término ni tregua; además los climas daban breve cuenta de las más vigorosas complexiones. Comprendió el general en jefe el descontento y para restablecer la moral afectada lanzó una proclama alentadora y revistó la escuadra.

   El 26 de febrero una tormenta dispersó las unidades de la flota. El 27 volvieron a reunirse cerca del Pico de Teide a excepción de la fragata Diana, de los transportes Unión y Belona que se incorporaron a la escuadra algunos días después y del bergantín Guatemala, que desmantelado y sin tripulación encontró Morillo a su llegada a Pampátar, principal puerto de la isla Margarita.

   Sin otras contrariedades el convoy continuó su navegación hasta el 3 de abril en que recaló sobre Tabago y el 4 sobre Morro Santo, donde fondeó la expedición para adquirir noticias y prácticos.

   En dicho lugar presentóse a Morillo un diputado del comandante de las tropas de barlovento, coronel Francisco Tomás Morales, con noticias importantes para la expedición: la toma de Maturín y Güiria y el arreglo y concentración en Carúpano de una expedición para atacar a Margarita, último refugio de los republicanos de Venezuela. Componíase ésta de 22 unidades navales entre transportes y buques de guerra, prontos a conducir tres mil hombres de desembarco.2

   Satisfecho Morillo con tan buenas noticias e importante refuerzo, trajo a bordo de la nave capitana al coronel Morales, y de acuerdo con éste dio comienzo al desarrollo de su plan de reconquista, empezando por la ocupación de la Margarita. Embarcado que fue el batallón de negros zambos de Morales, constante de 700 plazas, considerado como el terror del enemigo, la escuadra hizo rumbo a Pampátar, a donde llegó en la madrugada del 7 de abril.

   En su parte del 13 de abril (1815) Morillo dice al Ministro: "La salud de la tropa ha sido tan completa que sólo dos soldados han muerto y el número de enfermos jamás pasó de cuarenta de todos achaques." Y en el de 30 de diciembre del mismo año, agrega: "La expedición tuvo la felicidad de llegar a Margarita sin enfermos."


OCUPACION DE LA MARGARITA

   La isla Margarita estaba poco menos que indefensa. Los jefes patriotas, don Juan Bautista Arismendi y don José Francisco Bermúdez, en desacuerdo sobre la manera de afrontar el conflicto, que sabían era grande por los libros de a bordo y por los tripulantes del Guatemala, habían determinado el primero someterse y el segundo huír, como en efecto lo hizo seguido de unos trescientos de sus compañeros, confiando su suerte a frágiles embarcaciones que los llevaron a las Antillas y de ahí a Cartagena.

   La isla sometióse sin resistencia alguna. El acta de la ocupación, fechada en la Asunción el 11 de abril, dice que ocupada a discreción la isla procedió el general Morillo a instalar el Ayuntamiento, quemando por mano del verdugo cuantas actas expidió el gobierno revolucionario y a recibir el juramento de fidelidad y vasallaje a la majestad de Fernando VII.

   Con el propósito de alcanzar fama de benigno y generoso que facilitara la pacificación de las otras provincias, Morillo mostróse al principio indulgente con los margariteños. El mismo Arismendi, a pesar de las protestas de Morales, que pretendía se castigara ejemplarmente no ya como insurrecto sino como reo de delitos comunes, fue perdonado por el general.

   Pero esta política bondadosa y suave no era sino engañifa para atraer incautos. Tan pronto como Morillo se adueñó de la isla nombró gobernador al teniente coronel don Antonio Herraiz, a quien proveyó de instrucciones en consonancia con la política de fuerza y rigor, adoptada por el general para la reducción de las colonias.

   En estas instrucciones, que ponían en peligro la vida, honra e intereses de los isleños, le prescribía castigar militarmente a quien llevara consigo armas de fuego o blancas; sacar de las personas más pudientes que se hubieran hallado en el gobierno revolucionario una contribución extraordinaria de sesenta a ochenta mil pesos; castigar rigurosamente hasta con el último suplicio los delitos de insurrección, para cuyo efecto debía instituir un Consejo de guerra permanente, consejo que debía juzgar a quienes de palabra u obra manifestaran poco amor al rey o al gobierno; espiar por medio de individuos gratificados, ocultos en todos los pueblos y parajes de la isla, a los sujetos tenidos como poco adictos a la causa monárquica; no permitir la salida de los emigrados que hubieran prestado servicios al gobierno revolucionario, ni a sus hijos, mujeres, criados y esclavos para apoderarse de ellos en caso de sublevación en la Costa firme; destinar cierto número de padres de familia pudientes, para que sirvieran de observadores y veladores de todo el que se fugara, "debiendo responder con sus cabezas y haciendas por el interés en este servicio".

   Aparte de estas instrucciones recibió otras el teniente coronel Herraiz: averiguar por el paradero de los individuos que compusieron el gobierno republicano de la isla, para prenderlos sin pérdida de tiempo; proceder de idéntica manera con quienes contribuyeron al apresamiento del bergantín Guatemala; reunir cuantos caballos hubiera en la isla para montar el regimiento de dragones de La Unión, imponiendo pena de la vida a quien no entregara el suyo en el plazo de 24 horas, y finalmente averiguar por los bienes de los emigrados para secuestrarlos.

   Afortunadamente para los isleños el teniente coronel Herraiz era un oficial probo y generoso que acataba las órdenes superiores, poniendo todo su empeño al ejecutarlas en atenuar los golpes dirigidos contra la humanidad y contra la justicia. Su conducta noble y honrada disgustó profundamente a Morillo, que en comunicación dirigida al Ministro de Guerra fechada el 26 de julio (1815), da cuenta de haber relevado al Gobernador Herraiz, "por haber faltado al cumplimiento de varios artículos de las instrucciones".


EL VIAJE A VENEZUELA

   Arreglado el gobierno de la isla y después de dejar en ella el regimiento de Barbastro, Morillo continuó con el desarrollo de sus instrucciones y al efecto ordenó que la escuadra prosiguiera con rumbo a Cumaná, para cuyo lugar salió el 20 en la Efigenia, acompañado de su plana mayor.

   Hacía el servicio de retaguardia del convoy el navio San Pedro de Alcántara, con la misión de echar por delante las unidades navales rezagadas. Este navío, principal de la escuadra, conducía en sus bodegas la mayor parte de los cuantiosos recursos de la expedición. El 21 de abril a las tres y media de la tarde declaróse fuego a bordo por culpable descuido, y pocas horas después, a pesar de los esfuerzos realizados para salvarlo, se incendió su Santa Bárbara y el navio voló, causando la muerte de dos oficiales y treinta y seis soldados y marineros. Las pérdidas materiales, exageradas después para servir de pretexto a las expoliaciones, fueron efectivamente muy grandes. El capitán Sevilla en sus célebres memorias da los siguientes datos que el historiador español Rodríguez Villa prohija en su libro sobre Morillo sin entrar en reparos: 600.000 pesos del ejército y 500.000 de la marina en metálico; 8.000 fusiles; 8.000 monturas, espadas y pistolas; 8.000 vestidos de paño completos; 4.000 quintales de pólvora; el tren de artillería de campaña y de sitio, muchos útiles de ingenieros, infinidad de bombas, granadas y balas, todos los equipos de los jefes y oficiales, incluso el de Morillo y otros muchos objetos necesarios y de valor.3 Pero estos datos son manifiestamente exagerados: Morillo, en comunicación fechada el 20 de mayo de 1815, dice al Ministro de Guerra: "El inesperado y desgraciado suceso del navio San Pedro me ha privado de doscientos cincuenta mil pesos que me hubieran sido muy útiles, así como otros efectos", y en otra de fecha 21 de junio del mismo año, dice que en tal desastre del San Pedro se perdieron "mil armamentos". Véase cuán exageradas fueron las pérdidas para arrancar a los habitantes de los países por subyugar enormes cantidades y sumirlos en la pobreza.

   Desde su cuartel general en Pampátar, antes de salir para Cumaná, Morillo dirigió comunicaciones a los gobernadores de la isla de Trinidad y Santo Tomás. En ellas les pedía no admitieran a los fugados de la Margarita, le mandaran entregar los barcos flecheros que en sus puertos se guarecieran y no permitieran que por especulaciones mercantiles se suministraran armas y municiones a la América española.

   Llegado Morillo con su expedición a Cumaná, dictó algunas providencias militares: organizó un destacamento compuesto del regimiento de infantería de Extremadura y de una compañía de artillería a pie, con un total de 1.600 hombres, y lo puso bajo las órdenes del brigadier don Juan María Pereira. Este destacamento se envió al Perú por el istmo de Panamá. En relevo del batallón fijo de Puerto Rico, que destinó a Costa firme, fue enviado el batallón del general, cuyos efectivos eran de 650 hombres. Después de estas y otras disposiciones, el 3 de mayo la expedición reducida a poco más de 8.500 hombres, siguió a La Guaira a donde llegó en la noche del 6 sin ninguna novedad. Efectuado el desembarco Morillo llegó a Caracas el 11 de mayo, donde tributósele una entusiasta recepción. La conducta aparente observada en la Margarita empezaba a surtir sus efectos, y hasta los más ardientes republicanos, cansados de agitaciones y de luchas, miraban con la llegada del pacificador el advenimiento de la tranquilidad y del sosiego, de la quietud regeneradora tan vehementemente deseada.

   Desde el primer momento de su llegada a Caracas ocupóse el general con febril actividad en el arreglo del gobierno de las provincias y en acelerar los preparativos de la campaña que iba a dirigir sobre la Nueva Granada. "No se cesa —dice en un parte fechado el 21 de junio al Ministro de Guerra— de trabajar para dar la vela y dirigirnos a Santa Marta y Cartagena. Parece imposible el ver lo que se ha hecho para acopiar víveres y en especial la carne, pues como ocho mil reses han venido en pocos días desde Apure a estas playas; pero como es preciso matarlas y beneficiarlas, esto lleva tiempo y ocupa muchos brazos."

   Para reparar el estado de la caja militar arruinada con el desastre del San Pedro solicitó un empréstito forzoso de 200.000 pesos e instituyó una Junta de secuestros encargada de apoderarse y vender los bienes de todos los que activa o pasivamente hubieran seguido la causa de la libertad.4


EL VIAJE A LA NUEVA GRANADA

   Arreglado convenientemente el gobierno de la Capitanía general de Caracas y ya compuestos los preparativos para la campaña que se proponía desarrollar en la Nueva Granada, quiso Morillo prevenir los ánimos en su favor, y al efecto dirigió a los granadinos desde Caracas la siguiente proclama:

   "Disensiones promovidas por la ambición de algunos pocos, os separan de la obediencia del rey. La voluntad vuestra no era ésta; pero la falta de energía para oponeros a los malvados, os cuesta ya bien caro, sufriendo los mismos horrores que los desgraciados habitantes de Venezuela, y por la propia mano. Escarmentad con el ejemplo de estos desdichados.

   "En breve estaré en medio de vosotros con un ejército que ha sido siempre el terror de los enemigos del soberano; entonces gozaréis de la tranquilidad que ya disfrutan estas provincias. Apresuraos a arrojar de entre vosotros a los autores de vuestros males: a aquellos hombres que viven y se gozan de la desgracia universal. Desaparezcan esos miserables de la vista de unas tropas que no vienen a verter la sangre de sus hermanos, ni aun la de los malvados si se puede evitar, como lo habéis visto en Margarita. Ellas protegerán al débil y sepultarán los sediciosos. Vosotros acusaréis mi tardanza; pero es preciso dejar estas provincias de modo que por algún tiempo no necesiten de mi presencia, y en situación de no seros gravoso de manera alguna. Me lisonjeo de que aprovecharéis mi venida, y os reuniréis al rededor del trono del más deseados de los reyes, y entonces cesarán vuestros males.— Caracas, 17 de mayo de 1815. El general en jefe, Morillo."

   En seguida se trasladó a los valles de Aragua y luego a Puerto Cabello, donde ya estaban concentradas las fuerzas militares y navales destinadas a la campaña. Ascendían estas fuerzas a 8.500 hombres de desembarco, entre peninsulares y americanos. La escuadra componíanla 56 unidades entre buques de guerra y transportes.

   El 12 de julio zarpó la expedición de Puerto Cabello y el 23 fondeaba en Santa Marta, donde los realistas teníanle preparado el más jubiloso recibimiento.

   Fue Santa Marta desde los primeros tiempos de la independencia adicta a la causa monárquica. Al esparcirse por todas las provincias del virreinato la noticia de la revolución del 20 de julio de 1810, ocurrida en Santa Fe, muchas provincias siguieron el ejemplo de la capital y establecieron juntas independientes. Entre estas provincias se encontraba Santa Marta, pero desde que la Junta de Santa Fe desconoció al Consejo de la regencia establecido en la isla de León, origináronse los partidos monárquico e independiente, y Santa Marta tenía a la cabeza de su gobierno al más fervoroso partidario del rey.

   Era éste el español don Tomás Acosta, hombre de grandes iniciativas. Ayudado por los peninsulares residentes en la provincia, organizó muy en breve un batallón de seis compañías al que denominó Voluntarios patriotas, leales a Fernando VII; disolvió la junta, creó otra nueva a su antojo y continuó gobernando la provincia conforme a las leyes españolas.

   Con el propósito de obligar a la provincia de Santa Marta a adoptar el sistema general implantado en la Nueva Granada, dispuso la Junta de Cartagena que las mercaderías que de allí vinieran pagaran los mismos impuestos que las extranjeras y al efecto estableció una aduana en Barranca. En represalia Santa Marta estableció otra en Tenerife.

   Estas medidas irritaron los ánimos. Acosta fortificó algunos puertos de la margen oriental del Magdalena y con ello consiguió interrumpir la navegación y dejar en suspenso el tráfico con el interior del país. Los refuerzos que de Cuba le llegaron, consistentes en tres buques armados en guerra y un batallón peninsular, permitiéronle organizar una división respetable, que destinó a la guarnición de la margen derecha del río, desde Ocaña hasta Santa Marta. La actitud de la provincia, convertida en un foco de guerra realista, era cada vez más amenazante para los independientes del resto del país.

   A fines de 1812 el gobierno de Cartagena destinó al río Magdalena al coronel francés Pedro Labatut, aventurero que sólo pensaba enriquecerse. Este oficial anduvo al principio con muy buena fortuna; en poco tiempo adueñóse de los puertos que los realistas habían fortificado en el río y el 6 de enero del año siguiente ocupaba triunfalmente a Santa Marta.

   Pero el gobierno de Cartagena ordenó en la provincia ocupada la observancia de la constitución y la aceptación forzosa del papel moneda, odiado por los samarios y esto, sumado a las tropelías de Labatut, que no reparaba en medios para redondear su caudal, enardeció los ánimos y muy pronto estalló una insurrección que echó por tierra las ventajas adquiridas para la República con la ocupación de la provincia.

   La insurrección organizó un gobierno provisional, cuya primera medida fue solicitar auxilio a los puertos españoles para poder proclamarse en favor del rey, haciendo creer entre tanto a los independientes no estar en contra de la causa de la libertad. Los auxilios no tardaron en llegar y el 20 de abril presentóse en Santa Marta al frente de un considerable número de tropas el coronel don Pedro Ruiz de Porras, nombrado por la regencia gobernador de la provincia.

   Cartagena preparó una nueva expedición contra Santa Marta, pero en esta vez anduvo con tanta desgracia, que apenas pudieron salvarse unos pequeños restos de los mil hombres llevados por el coronel francés Luis Fernando Chatillon.

   A fin de organizarse nuevamente para vengar la afrenta, el Vicepresidente de la provincia de Cartagena, Piñeres, ofreció a los extranjeros que se presentaran voluntariamente darles todas las propiedades enemigas, exceptuando solamente los templos y edificios públicos. Esta promesa encendió en ira a los habitantes de Santa Marta, convirtiéronse en soldados y pusieron toda la fuerza de sus corazones en odiar a Cartagena.

   El 30 de mayo del mismo año arribó a Santa Marta el mariscal de campo don Francisco Montalvo, nombrado por las cortes de Cádiz capitán general del Nuevo Reino de Granada. Los auxilios que con sigo traía levantaron el espíritu de los realistas y la guerra continuó con terrible encarnizamiento.

   Cartagena no cejaba en su empeño de arrojar de Santa Marta a los realistas y organizó otra nueva expedición que confió al desprestigiado Labatut y que fue rechazada por los realistas. Desde entonces la guerra tomó mayor incremento, se extremaron las represalias y el incendio y las atrocidades envilecieron a uno y otro bando.

   Como es natural con el arribo de las tropas de Morillo los realistas de Santa Marta enloquecían de entusiasmo. El general repartió premio entre los más decididos y aprovechando inteligentemente el favorable estado de ánimo de la población, reunió muchos buques menores y se aprovisionó de cuanto pudo con destino al sitio de Cartagena.

   La manutención de las tropas que iba a colocar sobre aquella plaza era una de sus mayores preocupaciones. Morillo sabía que la principal vía de comunicación entre el interior del país y las costas del Atlántico era el río Magdalena; para asegurar su posición y a fin de impedir le llegaran auxilios a los sitiados, destacó desde Santa Marta una división a la que denominó Volante.

   Las fuerzas de esta división ascendían a 1.000 hombres. Estaba formada por los efectivos de los regimientos de Albuera, Puerto Rico y Granada y por un escuadrón del regimiento de Húsares de Fernando VII. Su comando fue confiado al gobernador de la provincia de Santa Marta, brigadier don Pedro Ruiz de Porras, a quien invistió de las facultades anexas a un comandante de cuerpo de ejército y a las de comandante general de las provincias que ocupara.

   Morillo dio por misión a la división Volante auxiliar el paso por la Ciénaga hasta el cerro de San Antonio de la vanguardia del ejército que a las órdenes de Morales seguiría posteriormente, y hecho esto dirigirse a Mompós, sostener este punto a todo trance, vigilar los ríos Magdalena y Cauca, destruir o atraer las tropas que quedaban de Bolívar, extender la reducción a los puntos del interior, reunir y remitir víveres y caballos al sitio de Cartagena y finalmente ponerse en comunicación con la 5a división expedicionaria, que a órdenes del coronel don Sebastián de la Calzada se organizaba en Barinas y que en virtud de disposiciones anteriores de Morillo debía ocupar los valles de Cúcuta y la ciudad de Ocaña.

   Al brigadier Ruiz de Porras diósele un pliego de instrucciones; en él ordenábasele lo ya visto e indicábasele algunos procedimientos indispensables para el buen resultado del sitio de Cartagena; tales eran acordar con las autoridades de los pueblos de las provincias del tránsito las cantidades de víveres, caballos, acémilas, vehículos y cabezas de ganado con que debían auxiliar a las tropas sitiadoras. En los pueblos había de hacer jurar a Fernando VII y recoger las armas bajo pena de la vida.

   Muy recomendado fuele a Ruiz de Porras el establecimiento del servicio de espionaje, considerado por Morillo como indispensable en toda operación militar.

   El 28 de julio marchó la división Volante a su destino, calculando el tiempo suficiente para proteger en Barranca del Rey el desembarco del destacamento de vanguardia del ejército expedicionario que se puso en marcha once días después.

   Componíase el destacamento de vanguardia de los dos batallones del regimiento del rey, de algunos artilleros y de varias unidades de tropas venezolanas. Se prefirió a éstas por cuanto que los hombres que las componían estaban acostumbrados a vivir en aquellos climas, mortales para los europeos. El efectivo del destacamento ascendía a 3.500 hombres. Diose su comando al brigadier don Francisco Tomás Morales con la misión de penetrar por la ciénaga en la provincia de Cartagena hasta conseguir situarse sobre la plaza, facilitar el desembarco del mar para el resto del ejército en Sabanilla o en sus inmediaciones, y requisicionar acémilas, víveres y ganados.

   Morillo dio tiempo a la vanguardia de acercarse a Cartagena y por eso hasta el 12 de agosto no embarcó las tropas españolas y algunas milicias de Santa Marta y se hizo a la vela para aquella plaza.

   Con el bloqueo de la ciudad de Cartagena principió la campaña de invasión que tan fáciles triunfos dio a las tropas del rey. Esta campaña, de sorprendentes resultados militares, resultó "estéril para la causa monárquica, porque el general en jefe y sus secuaces pretendieron apagar con sangre el fuego sagrado de la libertad".


CONCLUSIONES CRITICAS

   El viaje marítimo del ejército expedicionario no ofrece a la historia militar nada notable. El convoy se arregló convenientemente y aunque no tenía probabilidades de ser molestado por el enemigo fue custodiado por unidades de guerra. El número de muertos y enfermos demuestra, a más de la eficacia del servicio médico, la excelente calidad de la tropa escogida en la península entre los hombres más vigorosos v de mejor salud.

   La política adoptada por el general en jefe, desde su llegada a la Margarita, en cumplimiento de su comisión de reducir colonias en insurrección, ofrece a los militares lecciones de mucho valor. Es indudable la necesidad de adoptar una política militar siempre que se trate de llevar la guerra a un país, de establecer una colonia o de dominar una insurrección, porque esta política es un auxiliar poderoso e indispensable, sin el cual resultan estériles y vanos los más ruidosos triunfos militares.

   Pero la política militar en sus relaciones con el pueblo puede adoptar estas dos formas: política de atracción o política de fuerza. La primera está basada en la benevolencia y la segunda en la energía. Generalmente da mejores resultados la primera: a lo menos establece entre el vencedor y el vencido relaciones más estables y duraderas. La segunda, y lo prueban los resultados definitivos de la expedición de Morillo, casi siempre da resultados efímeros. "Toda dominación que comienza derramando sangre —dice un inteligente oficial español contemporáneo— rara vez llega a ser estable y siempre conserva en su seno la semilla de la venganza y latente el sentimiento de odio."5

   La política de fuerza y rigor adoptada por Morillo desde el primer momento, condensada en esta fórmula: "Si el rey quiere subyugar estas provincias, las mismas medidas se deben tomar que al principio de la conquista", estaba en desacuerdo con el grado de instrucción de los pueblos por sojuzgar, porque estos pueblos tenían ideas cabales sobre el derecho a la vida, sobre el honor y sobre la propiedad y no veían en los peninsulares, como habían visto los antiguos aborígenes, hombres superiores sino detractores de la honra y la propiedad, que dejándose llevar de sentimientos de venganza y abusando de la fuerza bruta, agrandaban más y más la charca de sangre que había de separarlos de la madre patria.

   Morillo no calculó que por cada gota de sangre derramada en los cadalzos se alzaba un enemigo; que al empobrecer los países levantaba ejércitos contrarios, porque el que nada posee está más dispuesto para la guerra que quien tiene algo que perder y más si está animado por el rencor que engendra toda injusticia.

   Guerras irregulares.El odioso sistema de emplear violencias con las familias de los enemigos, para tratar de obligar a éstos a determinadas concesiones, jamás dio otro resultado que la venganza más o menos tardía, pero sañuda e infalible. Morillo al prevenir a Herraiz se apoderara de los hijos, mujeres y servidumbre de los revolucionarios margariteños, no hizo sino reanimar el odio contra el conquistador inhumano y violento. La junta de secuestros y el tribunal de apelaciones que atacaron a la propiedad y a la seguridad de los venezolanos, los indujeron, como anotan Baralt y Díaz en su historia, a buscar en la guerra su única esperanza de salud.

   La política de fuerza determinó la definitiva separación de las colonias y la madre patria. Es muy posible que con una de atracción, suave y benigna, los pueblos cansados de las revueltas intestinas y ansiosos de paz y de reposo, hubieran aceptado de buen grado la reintegración al gobierno de la península y la independencia se habría retardado por muchos años.


1Rafael Sevilla, Memorias de un oficial del ejército español.
2 Baralt y Díaz, Resumen de la historia de Venezuela. Tomo I, pág. 248.
3 Rafael Sevilla. Libro citado, pág. 44.
4 Baralt y Díaz. Libro citado. pág. 250.
5 J. I. Chacón, capitán de Estado mayor.

 

Capítulo IV

SITIO DE CARTAGENA

   En las prescripciones dadas por el Ministerio universal de Indias al alto comando de las tropas expedicionarias figuraba como mandato determinado y preciso la ocupación de la ciudad de Cartagena de Indias, plaza la más fuerte e importante de todas las situadas en la Costa firme.

   Para los intereses de la monarquía española la toma de Cartagena era de una importancia extraordinaria. Había muchas razones militares y políticas para procurar a toda costa su rendición. La revolución americana sentiría la influencia desfavorable de la ocupación de una ciudad que la fama acreditaba como reciamente amurallada, y el prestigio de tan trascendental hecho de armas haría más fácil la reconquista de los vastos dominios españoles.

   La situación geográfica, política y económica de Cartagena obligaba imprescindiblemente al ejército que viniendo de Europa intentara invadir la Nueva Granada, a apoderarse de ella. Situada sobre el litoral atlántico, a corta distancia del Magdalena, río que constituye la gran vía, por no decir la única, hacía el interior del país, desentenderse de Cartagena era cerrar la puerta de las comunicaciones con la madre patria y dejarla guardada por un enemigo que amenazaría de continuo la retaguardia del invasor. Foco de insurrección de gran entidad y preponderancia, formaba una hoguera que hubiera propagado de nuevo el incendio de la rebelión en los pueblos sometidos al paso. Plaza de depósito de abundante material de guerra y asiento de rico comercio, tenía manera de crear y alimentar eficazmente ejércitos independientes. Pasar de largo daba tanto como meterse en un callejón sin salida; no podía efectuarse ninguna operación provechosa sin la previa ocupación de Cartagena.

   Era por esto que el Ministerio de Indias había ordenado terminantemente a los jefes no omitir sacrificio de la clase que fuese, hasta coronar el empeño de apoderarse de una ciudad de tan enorme importancia política, económica y estratégica.

   El Ministerio preveía atinadamente que el hambre y sólo el hambre iba a permitir colocar el pabellón real sobre las murallas de la ciudad heroica, y por eso dispuso explícitamente que la fuerza de mar dedicara toda su atención a impedir la entrada de víveres a la plaza, teniendo presente que de los ríos Magdalena y Sinú se surte aquella ciudad".

   A impedir la entrada de alimentos debía sacrificarse toda otra idea o proyecto. Atacar las embarcaciones fondeadas bajo el cañón de las murallas, de noche o de día, para que obligadas a salir de allí o echadas a pique se restasen víveres a los sitiados y se aumentase dentro de la ciudad el número de los consumidores. La escuadra debía impedir a todo trance el establecimiento de convoyes por los buques armados y las cañoneras.

   Al arbitrio del general dejó el Ministerio el decidirse por el bloqueo, el bombardeo o el sitio, pero le repitió no omitir sacrificio para lograr la más pronta ocupación de Cartagena y del castillo de Bocachica.


DESCRIPCION MILITAR DE LA CIUDAD DE CARTAGENA

   La ciudad de Cartagena se encuentra edificada sobre una península arenosa de dos y media leguas de largo por una milla de ancho, península que formando un paso estrecho al suroeste se comunica con la isla llamada Tierra Bomba, que se extiende hasta Bocachica. La ciudad está dividida en dos partes bien determinadas: la ciudad propiamente dicha y el arrabal de Getsemaní, unidos por un dique de tierra que en aquellos tiempos completaba un puente de madera.

   Durante la guerra que sostuvo Felipe II contra Inglaterra los audaces piratas de este país, con el doble propósito de servir a su patria y de enriquecerse fácilmente, llevaron sus vejámenes y tropelías a las costas de los dominios españoles en América. Con el fin de defender a Cartagena, considerada como la perla del continente americano, ordenó el monarca que la ciudad fuera cercada de murallas y bastiones y artillado poderosamente el puerto, para que sirviera de escala a las armadas de galeones y navios sueltos, que de los reinos de España navegaban para los puertos de Tierra firme. Cincuenta y nueve millones de pesos se gastaron en la construcción de las murallas.

   Pero ni a la construcción del recinto ni a la de las obras exteriores presidió un pensamiento sintético. Más de dos centurias se emplearon en levantar la robusta fábrica, y como era natural, las obras se resintieron de tan lenta edificación. Los trozos más antiguos, aniquilados por la acción de los siglos, eran poco idóneos para resistir a los elementos de sitio traídos por el ejército español. En lo general las fortificaciones eran incompletas por su traza, objeto, composición y capacidad, más propias para molestar que para impedir el desembarco de un enemigo poderoso; las murallas y baluartes, los castillos y los fuertes, compuestos con arena y piedra quebradiza no hubieran podido resistir por largo tiempo al empuje violento de los proyectiles empleados por la artillería de Morillo.

   He aquí cómo refiere el coronel Tomás Montilla el estado en que se encontraban por aquellos tiempos las fortificaciones: "La fortificación de Cartagena no se halla en el estado de perfección en que debiera, por una razón conocida de todos: examínense los archivos de Hacienda pública y se verá que no se ha enviado un solo doblón para recomponer las obras, a quienes la intemperie, el uso y la edad han hecho desmerecer. Yo he visto, señor, en los caminos de terraplenes, en las estradas encubiertas y en las explanadas, crecida la yerba a dos pies de altura, por falta de fondos."1

   A tiempo de presentarse Morillo con sus tropas, en la plaza principal se contaba con la siguiente artillería: en el baluarte de Santo Domingo catorce cañones de a 24, 16, 12 y 8 y dos morteros de a 10 pulgadas; en el baluarte de Santiago ocho cañones de a 12 y 8; en el baluarte de San Ignacio nueve cañones de a 24 y 16; en el de San Juan Bautista tres cañones de a 6 y 4; en el de San Pedro Apóstol dos cañones de a 8 y 4; en el de San Andrés tres cañones de a 16; en el de San Pedro Mártir nueve cañones de a 16 y 3; en la puerta de Santa Catalina trece cañones de a 24, 16, 12 y 6, y cuatro morteros de 14 pulgadas; en el baluarte de San Lucas diez cañones de a 24, 16 y 6; en el de Santa Clara diez cañones de a 24 y 12; en La Merced siete cañones de a 16, 12 y 8; en el de Las Nieves dos cañones de 3 y una carronada de a 24; y en el de La Cruz cuatro cañones de a 16, 8 y 6.

   La ciudad, como ya dijimos, está unida al arrabal de Getsemaní por un dique de tierra completado con un puente de madera. Getsemaní formaba un semicírculo y se hallaba defendido al frente por otra muralla y los dos costados estaban guarnecidos con estacadas que unían sus muros a los de la ciudad.

   El arrabal tenía en el revellín tres cañones de a 12; en el baluarte de Chambacú cinco cañones de a 16 y 12 y un mortero de 14 pulgadas; en el de Santa Lucía cinco cañones de a 16, 12 y 6; en el de San Antonio o La Medialuna ocho cañones de a 16; en el de Santa Teresa cinco cañones de a 16 y 6; en el de San José cuatro cañones de a 24 y 16; en el de San Lorenzo nueve cañones de a 24, 16 y 3, y dos morteros de a 10 pulgadas; en el de Santa Isabel cinco cañones de a 16, 8 y 4; y en el de Baraona dos cañones de a 8.

   El arrabal está bajo el amparo del castillo de San Felipe, colocado en una colina de 41 metros de altura, llamada Cerro de San Lázaro. El castillo de San Felipe, en cuya construcción se invirtieron once millones de pesos, no era más que un reducto de mampostería con tres medios baluartes, un pequeño hornabeque y dos costeras a los lados, una de las cuales guiaba por la derecha a una plataforma donde se hallaban cinco cañones puestos en batería. El apelativo de castillo se le dio para justificar la enorme suma gastada. El castillo dista de la ciudad 625 metros, y por lo tanto la domina con sus fuegos lo mismo que al arrabal. El castillo de San Felipe tenía 33 cañones de a 24, 16, 12, 8, 4 y 3, y dos carronadas de a 24.

   El otero de San Lázaro, en que está colocado el castillo de San Felipe, está seguido de otros varios que van en dirección oriental y terminar en el más elevado de La Popa, de 164 metros de altura, en cuya cima había un convento de Agustinos descalzos y una atalaya. Los fuegos de La Popa dominaban el Cerro de San Lázaro, distante apenas 400 metros.

   A cubrir el de La Popa destinaron los independientes los restos de la división de Bolívar y para fortificarlo comisionaron al teniente de ingenieros don Lino de Pombo, a quien dieron por operarios 80 soldados españoles de los tomados prisioneros a bordo de la fragata mercante Neptuno, que conducía un cuadro a Panamá, a órdenes del brigadier Hore.

   Nos cuenta aquel oficial, en sus reminiscencias del sitio de Cartagena (1862), que las fortificaciones emprendidas y llevadas con perseverancia a buen término en dicho cerro consistieron en una línea angular de parapeto, con sus barbetas para fusilería y lanza, que cerraban todo el lado accesible de la meseta del convento, quedando el terreno con cuatro o cinco varas de escarpa hacia fuera y cuyo extremo mirando a la plaza, daba entrada al interior de un puente levadizo sobre un foso revestido de piedra; y en un reducto circular, flanqueado de estos parapetos, que se colocó a espaldas de la sacristía de la iglesia y al que se artilló con un mortero pedrero y dos piezas ligeras de artillería, cuyos fuegos dominaban y enfilaban la angostura superior del camino de subida. En este camino practicóse una cortadura a inmediaciones del reducto, escarpada también. En la punta del cerro se situaron dos o tres piezas de a 12, cuyos fuegos barrían el playón de Alcipia y las orillas de la laguna de Tesca. El material empleado en todas las defensas consistía en estacada doble maciza bien enterrada y trabada, con forro interior de tabla o ramaje y relleno de tierra.

   Detrás del cerro de La Popa se encuentra la laguna, o mejor dicho, ciénaga de Tesca, de una legua de circunferencia, que se comunica con la bahía y foso de Cartagena por el caño llamado de Juan Argola (también llamado el Cabrero) y por el norte con el mar, por el punto llamado La Boquilla.

   La bahía de Cartagena está formada por la costa de Boca Grande, la de Boca Chica, la isla de Barú y la costa de Pasacaballos; es de las mejores que se conocen, tiene dos leguas y media de norte a sur, bastante profundidad, buen anclaje y es muy tranquila.

   En otros tiempos la ciudad tenía comunicación con la parte llamada Tierra Bomba, pero el mar arrebató la lengua de tierra existente entre la isla y el puerto y abrió un canal que se llamó Boca Grande. Como esta circunstancia era fatal para la plaza porque si bien el canal no daba calado sino para pequeñas embarcaciones facilitaba la comunicación de los buques enemigos, en 1558 se construyeron dos pequeños fuertes para su defensa, llamado el uno San Matías, que se situó sobre una roca aislada, y el otro Gamboa, construido en la parte sur, sobre el arrecife de la punta septentrional de la isla de Tierra Bomba, pero tales fuertes fueron destruidos en 1741 cuando el sitio del almirante Vernon. Posteriormente en tiempo del gobernador don Francisco Morillo Velarde, se cerró con una escollera de pilotaje que dirigió el ingeniero español don Antonio Arévalo. La obra se principió en noviembre de 1771 y costó millón y medio de pesos.

   La bahía se comunica con el mar por Boca Grande, que como ya dijimos, cerró el gobierno español, de modo que por ello sólo pueden entrar embarcaciones menores; por el caño del Estero o Pasacaballos, que la une con la bahía de Barbacoas y por Boca Chica, que es la entrada principal; entrada que estaba defendida por los castillos de San Fernando, San José y El Angel.

   El castillo de San Fernando estaba artillado con 44 cañones de a 24 y 16 y dos morteros de 10 pulgadas. Este castillo que reemplazó el famoso de San Luis, en cuya defensa se inmortalizó el valiente castellano don Sancho Jimeno, tenía las baterías altas con el objeto de desarbolar los buques enemigos que se pusieran a tiro. El castillo de San José estaba artillado con 37 cañones de a 24, 16 y 12; sus baterías eran bajas para alcanzar a los buques en la línea de flotación. El castillo del Angel estaba artillado con 10 cañones de a 24, 12 y 2. La disposición de los tales castillos forzaba a los buques a sufrir inevitablemente, después de pasar por el castillete del Ángel, los fuegos combinados de las baterías de San Fernando y San José. Una gruesa cadena de hierro se tendía entre las dos fortalezas para cerrar el paso.

   El clima de Cartagena es húmedo y muy cálido. El mayor grado de calor observado es de 31° C. y el menor 20° C., pero la temperatura media es de 27°. El clima, considerado en la época como muy insalubre, diezmó las tropas europeas de Morillo. El calor impide el establecimiento de grandes depósitos de víveres, porque muy pronto entran en descomposición.


ORGANIZACION DEFENSIVA DE LA PLAZA

   Comandaba la plaza de Cartagena el general Manuel del Castillo, el mismo que obcecado por enemistad personal, impidió se suministraran a Bolívar las armas y efectos necesarios para completar el equipo de la expedición que contra Santa Marta organizó el gobierno de las provincias unidas.

   No era el general Castillo el hombre que reclamaba la difícil situación. Se le acusaba de falto de firmeza y energía, de escaso talento y de genio iracundo. "Castillo —nos dice el historiador Restrepo— de un carácter minucioso, amigo de fórmulas, rutinario, vano y poco emprendedor, no era, sin duda, el hombre propio para manejar los negocios en una crisis tan peligrosa."2 Aparte de eso, aun cuando de común asenso con el gobernador civil se publicó la Ley marcial, sujetando a todo hombre a la autoridad militar, carecía del poder necesario para elevar su comportamiento a la altura de la situación. Muy pronto se produjeron competencias entre el gobierno civil y el militar, necesariamente inconvenientes para la organización defensiva de la plaza.

   Careciéndose de tiempo y de recursos y faltándole al gobernador militar el poder, la inteligencia, energía y fuerza de voluntad precisas, a la defensa se le imprimió un carácter esencialmente pasivo. Como medida previa ordenóse a los habitantes de los pueblos, bajo pena capital, abandonar sus habitaciones y hostilizar a los realistas por cuantos medios estuvieran a su alcance, pero los pueblos cansados de la guerra sólo deseaban la paz, viniese de donde viniese y no querían exponerse a las iras del invasor con demostraciones infructuosas de celo por una causa a que achacaban todos los males. Además los realistas supieron ganarse en algunas localidades la voluntad de los vecinos de un modo favorable a sus designios. De consiguiente la medida no dio por este lado a la defensa sino muy mediocres resultados.

   A más de mediocres, los resultados fueron hasta cierto punto contraproducentes. Muchas familias de los campos circunvecinos se abrigaron dentro de la ciudad, y como el gobernador militar no tuvo la firmeza de ánimo indispensable para obligar la evacuación del recinto de las bocas inútiles, subieron hasta 18.000 las personas que consumieron en breve tiempo los poquísimos recursos almacenados dentro de la plaza fuerte.

   Esta debilidad decidió de la suerte de Cartagena. No se sustrajo la guarnición a la influencia de la población civil, y la presión ejercida por los moribundos habitantes cuando se agotaron los medios de subsistencia, dio lugar a la evacuación de la plaza. Si el gobernador atiende a las duras exigencias de la guerra sin contemplaciones, no se habría realizado el milagro palpable de que hablaba Morillo.

   A fin de oponer dificultades al sitiador con la privación de los recursos de los alrededores de la plaza, ordenóse recoger cuanto se pudiera e incendiar la población de Turbaco. Los habitantes de este pueblo opusiéronse a la destrucción de sus casas y dieron muerte al oficial comisionado y a varios de los hombres de su patrulla. Fue necesario enviar nuevas tropas para completar tan dolorosa como necesaria disposición.

   Las tropas destacadas en diferentes puntos de la provincia recibieron orden de replegarse a la plaza procurando llevar consigo los víveres y ganados que les fuera posible. La orden se ejecutó puntualmente. La columna destacada en Santo Tomás, que comandaba el general Juan S. de Narváez, perseguida muy de cerca por los realistas, hizo su entrada el 20 de agosto. Los restos de la expedición de Bolívar, ahora a las órdenes del general Palacios, entraron en la noche del mismo día. Los pocos recursos que allegaron aumentaron en algo los medios de resistencia de la plaza y contribuyeron a levantar la moral de los sitiados.

   No habiéndose adoptado con la antelación necesaria los medios indispensables para el abastecimiento de la plaza, los recursos en víveres y en ganados eran excesivamente exiguos. Como medida del momento se enviaron comisionados a las Antillas y a los Estados Unidos con la misión de remitir cuanto pudiesen. Para hacer posible su labor, dióseles poderes para conceder franquicias a los introductores, pero con todo y el halago de las ganancias no era fácil vencer el temor de penetrar por en medio de la escuadra sitiadora. Además sin crédito ni dinero muy poco pudieron hacer. "Ningún buque querría ir bajo la fe de nuestras promesas a correr los peligros de forzar un bloqueo que el enemigo mantiene en todas direcciones. Como el almirante de Jamaica reconoce el bloqueo, nuestros emisarios nada pueden obtener de los buques mercantiles que se encuentran en aquella isla."3

   Para procurarse dinero con qué pagar a las tropas el gobierno apeló al patriotismo de los habitantes y éstos respondieron ofreciendo cuanto poseían. Como la situación exigía gastos militares enormes echóse mano de la plata de las iglesias, prestada voluntariamente por las comunidades religiosas. Por el cuño pasaron para ser transformadas en monedas el famoso sepulcro de plata a martillo de San Agustín, de 8.000 onzas de peso, usado en las ceremonias del entierro de Cristo en viernes santo, que llevó a Francia el almirante francés barón de Pointis y la palma de plata con que fue devuelto generosamente por el cristianísimo rey Luis XIV de Francia.

   Pero tales sacrificios no fueron suficientes. "A pesar de la medida adoptada anteriormente para hacer amonedar toda la plata de las iglesias, jamás hemos podido subvenir a todas las necesidades de nuestra guarnición y de la división del Magdalena; y desde luego menos posible el formar una caja militar: cuando supimos el arribo del enemigo a Santa Marta, el gobierno quiso levantar un empréstito de 40.000 pesos, en proporción a las rentas de cada ciudadano; pero sus agentes recargados de negocios con la rápida marcha de las tropas españolas no pudieron percibir nada. A falta de este recurso se ha prevenido a los habitantes de la ciudad que lleven a la casa de moneda sus alhajas, oro y sus vajillas de plata; pero esta nueva medida no ha producido sino un pequeño resultado, porque después de concluida la amonedación apenas hay en caja la suma de 1.500 pesos; y la pobreza del país, que la conoce bien el gobierno, no permite contar sobre algún empréstito, y menos sobre una contribución forzosa."4

   La desidia e imprudencia del gobierno iban a dar muy pronto sus funestos resultados. A poco de comenzar el sitio, en comunicación fechada el 7 de septiembre e interceptada por las tropas españolas, el general Castillo avisaba al gobierno general haberse agotado los recursos, no encontrarse en la ciudad depósito alguno, ni almacenes generales, y añadía: que no se hallaba ningún grano de maíz, ni había en la ciudad más de 500 reses, de manera que aun contando con los pocos caballos, mulos, burros y perros apenas podían prometerse víveres para 40 días.

   No le fue posible al gobierno señalar la tarifa de precios a que debían vender sus efectos a las tropas y población civil los comerciantes y vivanderos, así como tampoco examinar el estado y poner bajo su dirección los acopios de los particulares; por esto los extranjeros dedicados a la especulación del corso, que conservaban tal cual depósito de víveres, los beneficiaban sin misericordia, haciéndose, en cambio, dueños de las prendas de oro y piedras preciosas que existían en la ciudad.5

   Con el alistamiento general ordenado por el gobierno entre todos los hombres capaces de tomar las armas, comprendidos entre las edades de 16 hasta 50 años, se reunieron 3.600, dentro de los cuales sólo 1.300 eran de tropa veterana. Con tan escasa guarnición se organizó la defensa de las fortificaciones atendiendo a su importancia y a las circunstancias locales. En el cerro de La Popa se situó el general José Francisco Bermúdez con los restos de la expedición de Bolívar y algunas tropas más, hasta completar 400 hombres. (Cuando Bermúdez se encargó del mando en jefe de la plaza fue reemplazado por el teniente coronel Carlos Soublette). En el castillo de San Felipe de Barajas se colocó al general de brigada Florencio Palacios y al coronel Luis F. Rieux con 500 hombres; en la puerta de Santa Catalina al coronel español de artillería Manuel Cortés Campomanes; en la cortina de Santo Domingo al teniente coronel Juan S. de Narváez en asocio del de igual grado Francisco de P. Vélez; en la cortina de la Medialuna y sus puentes, al teniente coronel Pedro Romero; en la cortina y batería del arsenal al brigadier de Marina Juan Nepomuceno Eslava; en el recinto de la muralla de Santa Catalina al capitán de artillería José María Ortega, y en el punto de la Tenaza al comandante Manuel Marcelino Muñoz con 50 haitianos corsaristas; a la batería de Santa Clara al teniente de artillería Eugenio Layera; al recinto de Tejadilla al capitán de infantería Pedro Velasco y a la cortina de La Merced al capitán José Vela. Al castillo de San José de Bocachica se destinó al comandante venezolano Pedro León Torres con 56 hombres de línea y varios vecinos de Bocachica y Tierra Bomba; al castillo del Angel al coronel José Sata y Bussy con 80 hombres de línea y algo más de cien vecinos de Barú y Bocachica, y al castillo de San Fernando al coronel francés Docoudray Holstein con 80 hombres y varios vecinos de Bocachica.

   "Sabíase en Cartagena el arribo a las costas de Venezuela de la expedición de Morillo, y se hacían algunos preparativos de defensa para el caso eventual de un ataque a la plaza; pero preparativos lentos y en pequeña escala, casi limitados a artillar las murallas y desherbarlas, mejorar los fosos y el revellín de frente de Santa Catalina, reparar estacadas y puentes levadizos y construir un camino cubierto de fajinas desde la Medialuna al castillo de San Felipe."6 Ya hemos visto en la descripción militar de la ciudad las disposiciones que se tomaron para fortificar el cerro de La Popa.

   Para cerrar las entradas a la bahía se dispuso que Pasacaballos o caño del Estero se defendiera con cinco bongos de guerra y una falúa, al mando del alférez de navio Vicente Parada. En la ciénaga de Tesca se aumentaron las fuerzas sutiles hasta formar una escuadrilla que componían las cañoneras números 1 y 2, tres bongos de guerra y una falúa, a las órdenes del teniente de navío don Rafael Tono.

   A Bocagrande se defendió con una fragata mercante desarbolada, que tenía cuatro piezas montadas de grueso calibre, y con las balandras de guerra Micomicona y Concepción a las órdenes del teniente de fragata Matías Padrón.

   Las unidades navales fondeadas en la bahía se organizaron en una flotilla que se puso a los órdenes del brigadier Sebastián Eslava, quien tenía como segundo al teniente de navio Luis Auri. Componíase la flotilla de la corbeta Dardo, de las goletas de guerra Constitución, Estrella, General Bermúdez, Republicana, de los Pailebot-cañoneros Ejecutivo y Fogoso y de algunos bongos y lanchas cañoneras.7


OPERACIONES EJECUTADAS POR EL EJERCITO SITIADOR

   El ataque de la plaza de Cartagena tenía por objeto apoderarse de ella y acabar con la influencia que por su situación y valimento ejercía sobre las operaciones de guerra del ejército independiente y sobre la revolución americana.

   Desde Santa Marta tomó Morillo las medidas convenientes para dar impulso al plan de invasión que llevaba meditado y en el cual entraba en primera línea la ocupación de esa ciudad. "Podía —dice Morillo en el manifiesto que años después hizo a la nación española, para defenderse de los cargos hechos por Nariño, bajo el seudónimo de Enrique Samovar—, podía en poco tiempo haber destruído aquella población y hecho perecer a todos sus moradores, o bajo sus ruinas o por la intemperie; las bombas y granadas que llevaba me ponían en esa capacidad, y sin embargo, siempre atento a mi plan de concordia, preferí las fatigas en la dilación de un sitio, y los males que por ello iban a seguirse a mis soldados a la cruel certidumbre de la pronta destrucción de Cartagena y de mis más queridas esperanzas."

   Pero muy simplista sería el criterio de quien tomara por verídicas las palabras del Pacificador. En la adopción de su plan tuvo en cuenta multitud de circunstancias: el país le era desconocido, la historia acreditaba la ciudad como fuerte por su naturaleza y armamento, se tenían noticias exageradas sobre la cantidad y aptitud de las tropas de la guarnición y sobre sus recursos de abastecimiento. Además, en las instrucciones del Ministerio universal de Indias se le había insinuado repetidas veces como más seguro medio de ocupación el bloqueo. No olvidaba el Ministerio el fracaso de Vernon en 1741, con 8 navios de tres puentes, 28 navios de línea, 12 fragatas, 2 bombardas, varios brulotes y 130 embarcaciones de transporte a cuyo bordo venían 9.000 hombres de desembarco, 2.000 macheteros de Jamaica, un regimiento norteamericano y 15.000 hombres de marina.

   A Morillo, por otra parte, no le convenía del todo la destrucción de la ciudad. Su ejército la necesitaba como punto de apoyo para el desarrollo de los grandes planes meditados con respecto a la pacificación del virreinato. La bahía ofrecía un refugio seguro para la colocación de las fuerzas de mar. Dentro de la plaza fuerte había mil comodidades para el establecimiento de hospitales, almacenes, parques y depósitos del ejército. Sin embargo, si hubiera contado con material y recursos suficientes, es natural suponer hubiera dado otra orientación a su plan. Seguramente que sin la pérdida del San Pedro el general hubiera optado por el ataque a viva fuerza, especialmente después de la intercepción del oficio en que Castillo pintaba al gobierno general la desesperada situación de la plaza, o cuando las desastrosas influencias del clima empezaron a diezmar las tropas europeas. "Mi situación en este bloqueo, dice el general Enrile, jefe de la marina, en su parte de 31 de diciembre de 1815 al Ministro del ramo, era más crítica de lo que avisaba en razón de haber perdido en el navio San Pedro todos los recursos y hasta los cañones para los barcos, y temía que el bloqueo de mar fuera inútil y tuviese que arrimar los más de los buques por la cantidad de anclas y cables que habían perdido." Es de suponer que si la expedición hubiera contado con los elementos que perdió, se hubiera adoptado otro método más rápido de ataque y se hubiera intentado desde el principio rendir la plaza a viva fuerza.

   Una vez decidido por el bloqueo Morillo tomó sus providencias para cercar la plaza lo antes posible, con el objeto de impedir la entrada de cuanto pudiera contribuir a aumentar su resistencia y hacer imposible sus comunicaciones con el interior del país. Operando en territorio desconocido necesitaba, por otra parte, para su avance hacia el interior, de exactos y prolijos reconocimientos.

   La primera medida adoptada por el general Morillo fue la de asegurar el dominio de los ríos Cauca y Magdalena que comunican la costa con el interior del país: para esto era indispensable sostenerse a todo trance en Mompós. Con dicha providencia, al propio tiempo que estrechaba el bloqueo de Cartagena asegurando la incomunicación de la plaza cercada, favorecía el abastecimiento del ejército empleado en el acordonamiento. Abundaban en favor de ella otras razones de apresto, vigilancia y seguridad, como era facilitar con tropas adelantadas la travesía de la ciénaga de Santa Marta y el desembarco en Barranca del Rey de la vanguardia del ejército destinado al bloqueo; destruir o atraer las fuerzas independientes que vagaban por los contornos, y finalmente contribuir a las operaciones de la 5a división expedicionaria que se organizaba en Barinas a órdenes del coronel don Sebastián de la Calzada y que según los planes de Morillo ocuparía los valles de Cúcuta y la ciudad de Ocaña, ayudándole activamente en el momento oportuno a la toma de esta ciudad. Ya hemos visto que para llevar a efecto estas medidas, organizó con el nombre de División Volante un destacamento combinado a órdenes del gobernador de la provincia de Santa Marta, brigadier don Pedro Ruiz de Porras. El mencionado destacamento efectuó su salida de Santa Marta el 28 de julio (1815).

   Tenía Morillo necesidad de comprobar la presencia, el comportamiento y la fuerza de las tropas independientes diseminadas en la provincia de Cartagena. El terreno no le era conocido y para el establecimiento del bloqueo se hacía preciso un detallado reconocimiento. Además, necesitaba asegurar el desembarco del grueso de las tropas en lugar cercano a la plaza por sitiar. Estas consideraciones lo llevaron a enviar un nuevo destacamento que con el nombre de División de vanguardia puso a órdenes del coronel Francisco Tomás Morales, como dijimos atrás.

   Al destacamento de Morales se le ordenó penetrar por la ciénaga de Santa Marta en la provincia de Cartagena, batir las fracciones enemigas adelantadas, tratando de impedirles se replegaran a la plaza; facilitar el desembarco en Sabanilla o sus inmediaciones del grueso del ejército expedicionario; requisicionar víveres, ganados y elementos y hacerlos concentrar en Turbaco; y finalmente, avanzar para completar el acordonamiento de la ciudad que se intentaba bloquear.

   El destacamento debía ponerse en marcha con antelación suficiente para que en tiempo oportuno realizara sus cometidos, y al efecto salió de Santa Marta el 5 de agosto.

   Ayudado eficazmente por la población de la provincia de Santa Marta, profundamente resentida con la de Cartagena por la encarnizada guerra que le había hecho, Morillo acabó de disponer todo lo necesario para la salida de la escuadra y convoy que conducían el grueso del ejército. Integraban el grueso más de 5.000 hombres de tropas europeas y las milicias de Santa Marta.

   De las tropas europeas formaban en él:

   El regimiento de infantería de León;

   El regimiento de La Victoria;

   Tres escuadrones del regimiento de húsares de Fernando VII.

   El resto de la artillería volante.

   Una compañía de zapadores.

   El día 15 de agosto8 diose a la vela la expedición y el 19 llegó a

la ensenada de Galera Zamba y arribó al puerto de Arroyo Grande, cerca a Puntacanoas, a corta distancia de Cartagena, con parte del ejército, sin que los independientes opusieran resistencia a su desembarco. En la tarde de aquel mismo día se dio principio al establecimiento del bloqueo, disponiendo la conveniente colocación de las fuerzas de mar y tierra. El resto del ejército desembarcó en Guayepo el día siguiente.

   La escuadra española se apostó, una parte al frente de Bocachica y la otra en Puntacanoas, para impedir que la plaza recibiera provisiones por mar. "La escuadra expresada formó una línea recta desde la Punta de Canoas hasta la aproximación de la plaza, compuesta de unos 40 buques entre fragatas y bergantines de transporte, los más de éstos, letras de marca según su pabellones. Formóse a continuación de dicha línea otra por los buques de guerra desde el frente de la ciudad, Bocagrande, Tierra Bomba, hasta enfrentar con Bocachica, que es la entrada del puerto. Esta entrada del puerto comprendía los buques de guerra siguientes: a continuación de los transportes ya indicados, seguían en el orden que se expresa las fragatas Atocha y Diamante; corbeta Diana; bergantín Jason; goleta Centinela; goleta Florida Blanca; queche Tritón; bergantín Celoso y fragata Perla, e intercaladas doce Místicas bombarderas y cañoneras que frecuentemente mudaban sus posiciones entre las líneas referidas. La fragata Ifigenia se hallaba al ancla frente de la isla de Barú."9

   Morillo fijó su cuartel general primero en Palenquillo y después en Torrecilla, hacienda situada a 20 kilómetros de la plaza, a inmediaciones de la población de Turbaco, dejando consigo el Estado Mayor y las tropas de reserva. Este lugar vino a constituír el centro de la línea. Hacia la derecha se colocaron destacamentos en Ternera, La Bayunca, Santa Rosa, Arsenal y Barragán. Como en este lugar se apoyaba el ala derecha, el destacamento se combinó con varias compañías de infantería de línea, parte de las tropas de zapadores y un piquete de caballería del regimiento de húsares de Fernando VII. El ala izquierda la constituyó la división de vanguardia que llegó el 28 de agosto después de varios incidentes que veremos en la marcha de esta división. Con la llegada de estas tropas cerróse hacia la izquierda todo el circuito de la bahía, apoyándose el extremo en Pasacaballos, en cuyo punto trató de instalar una batería, intento que impidiéronlo, cuantas veces trató de realizarlo, las fuerzas marítimas independientes colocadas en la Boca del estero que da a la bahía. La división de vanguardia apoderóse de la isla de Barú y en el pueblo de Santa Ana, situado en la misma, puso un fuerte destacamento con el objeto de adelantar las operaciones contra el estero. Este caño, que como ya dijimos, une la bahía de Cartagena con la de Barbacoas, tenía extraordinaria importancia para el ejército bloqueador, puesto que le permitía atender al abastecimiento de toda el ala izquierda, al mismo tiempo que organizar fuerzas sutiles para ulteriores operaciones.

   Morillo colocó las formaciones sanitarias a retaguardia de su línea, en Turbaco, donde hizo construir cobertizos y barracas al efecto y en Arjona y Sabanalarga. Con todas estas disposiciones quedaron interceptadas las vías que conducen a la plaza y completamente cerrado el acordonamiento.


MARCHA DE LA "DIVISION DE VANGUARDIA"

   La división de vanguardia, como ya se dijo, llegó a Cartagena el 28 de agosto y completó el cerco, penetró por la ciénaga de Santa Marta, tomó luego el camino de tierra y 11 días después de su salida (el 16 de septiembre) atravesó el Magdalena por Sitio Nuevo, con dirección a Sabanalarga.

   Habiendo sido informado el comando del destacamento por algunos paisanos que hacia Sabanalarga se dirigía una pequeña partida de tropas independientes, conduciendo tres piezas de artillería, partida que pretendía reunirse en dicho lugar con las fuerzas que a mando del general Narváez se hallaban acampadas en Santo Tomás y que habían recibido orden de replegarse a Cartagena por Usiacurí y Santa Catalina, dispuso que dos compañías de infantería se apostaran en el camino de marcha de la partida que conducía las piezas. El ataque se hizo sorpresivamente y las fuerzas patriotas arrolladas llegaron a Malambo, pueblo que tomaron los realistas y donde desplegaron una bárbara fiereza, mataron 20 hombres y se adueñaron de las tres piezas y de varios fusiles.10

   El destacamento realizó los mayores esfuerzos para batir las tropas del general Narváez, pero éstas habían recibido la orden de replegarse a la plaza, donde entraron el 20, después de correr el peligro en La Bayunca y en el Arsenal de quedar cortadas por los destacamentos realistas que desembarcó Morillo en Sabanilla.

   Llegaba la división de vanguardia a inmediaciones de Pasacaballos cuando la descubierta dio aviso de que por el caño del estero se dirigía una lancha grande y dos bongos hacia el puerto.

   El coronel Morales dispuso que la primera compañía del regimiento del rey se emboscara para tratar de capturarlos, lo que se consiguió porque la sorpresa desconcertó de tal modo a los navegantes, que se arrojaron al agua pereciendo ahogados cerca de ciento. En estas tres embarcaciones hallaron los realistas 3 piezas de artillería con su dotación de municiones, 10 fusiles e igual número de lanzas y 800 cartuchos de fusil, además de una buena cantidad de víveres y útiles de cocina.11


SUCESOS NOTABLES OCURRIDOS DURANTE EL SITIO

   El 1° de septiembre, según el parte de Morillo, se formalizó el bloqueo por mar y por tierra con la ocupación de Pasacaballos, y comenzó el infortunio de los patriotas.

   Morillo, según la comunicación del general Manuel del Castillo, fechada el 7 de septiembre y que fue interceptada cuando las tropas realistas ocuparon el fuerte de Zapote, no estableció línea de contravalación, "parece que no la cree necesaria, va sea porque él no quiere atacar la plaza, ya porque juzgue que no ha llegado la época de emprender ese trabajo y batirnos de cerca",12 pero sí ordenó frecuentes salidas y reconocimientos desde todos los puntos de la línea de circunvalación.

   Con el fin de evitar deserciones dictó Morillo el 20 de septiembre una orden en la que amenazaba castigar con la pena de muerte al individuo de tropa que se encontrase a más de un cuarto de legua de distancia de los pueblos o puntos en que estuvieran destacados sus respectivos cuerpos. Con la misma pena amenazaba al que ocultara a un individuo de tropa de los comprendidos anteriormente. Montalvo, por su parte, dispuso que cualquier habitante que se sorprendiese navegando o caminando sin la licencia competente del comandante militar más inmediato "irá por ocho años a los bajeles del rey y será castigado con 50 azotes, y el que lleve víveres a Cartagena será ahorcado".13

   A diario se sucedían pequeñas escaramuzas entre los puestos de seguridad de uno y otro ejército.

   Refiere don Lino de Pombo en sus reminiscencias del sitio, que a la guarnición de La Popa el ejército español le proporcionaba durante el día variados espectáculos: "del lado de tierra teníamos con frecuencia, al despuntar la aurora, las descubiertas enemigas de infantería y caballería, o los grandes reconocimientos de pura ostentación del ejército español, que desplegaba en el fondo del playón sus hermosos batallones y escuadrones, con relucientes armas, hasta donde nuestros fuegos se lo permitían, y avanzaban piquetes sueltos para explorar los bosquecillos y para dejar intimaciones o proclamas en billetes puestos al extremo de un palo hincado en tierra .

   Habiéndose informado Morillo que de la isla de Barú les llegaban recursos en víveres a los sitiados, dispuso fuera ocupada por tropas de la división de vanguardia. Al efecto el capitán don Simón Sicilia penetró en la isla y se estableció en el pueblo de Santa Ana desde el 7 de septiembre. Como la pérdida de aquella isla privaba a los cartageneros de la única fuente de aprovisionamiento, hicieron repetidas y arriesgadas tentativas para recobrarla. La más importante fue la del 25 de septiembre; como la fragata Ifigenia se viera obligada a buscar anclaje al abrigo de la isla, alejándose a distancia de tres leguas y media del resto de la escuadra, determinaron los sitiados abordarla aprovechando que las calmas periódicas de las mañanas no permitirían al resto de la escuadra prestarle auxilio. Al efecto, de acuerdo el general Castillo con el brigadier Eslava, dispuso se embarcaran 400 hombres escogidos y parte del Estado Mayor en las embarcaciones necesarias para la empresa. Mandaba la flotilla el teniente de navío Luis Aury, de partido contrario al de Castillo. Dejándose llevar este oficial de la pasión política, desobedeció las órdenes de Castillo y efectuó el desembarco sobre Santa Ana, con el pretexto de que apoderándose de aquel punto facilitaba el abordaje de la Ifigenia. Efectuado el desembarco en una playa franca, se dirigieron las tropas hacia el pueblo de Santa Ana, llevando como reserva parte de las tripulaciones de los buques, pero fueron atacados sorpresivamente por el destacamento realista que mandaban el teniente coronel de ingenieros don Juan Camacho y el capitán don Simón Sicilia. La columna independiente dispersóse, perdiendo en su precipitación 25 muertos, 35 prisioneros, entre ellos el capitán de la goleta Estrella, varios oficiales y 130 fusiles.

   Con el fin de adquirir noticias y para procurarse algunos víveres, se dispuso por la gobernación militar de la plaza que el capitán Francisco Sanarrucia saliera sigilosamente con ocho embarcaciones armadas por el caño del estero hacia la costa de Sotavento. Sanarrucia partió la noche del 26 con extraordinarias precauciones, por el caño de María, burlando la vigilancia de las tropas que guarnecían a Pasacaballos. Enterados los realistas de la partida de Sanarrucia y calculando que volvería a entrar por el mismo caño, dispusieron que la compañía de zapadores del capitán don Sebastián Díaz interceptara el paso con la ejecución de una tala de árboles, y que tan pronto como penetrara Sanarrucia en el estero, lo atacara por retaguardia. De trecho en trecho se colocaron emboscadas, una de las cuales mandaba el capitán Díaz (60 hombres) y otra el capitán don Pedro Alcántara Moreno (35 hombres). Sanarrucia penetró en el estero sin sospechar nada hasta encallar en la tala, y allí hizo los mayores esfuerzos por desenredarse. Entonces los emboscados hiciéronle una descarga cerrada y lanzáronse a nado al abordaje. El aturdimiento producido por la sorpresa decidió de la suerte de la pequeña expedición. Sanarrucia, para no caer en manos de los enemigos, diose muerte de un pistoletazo. El capitán Martín, que lo acompañaba, murió en la refriega. Fue considerable la mortandad que sufrieron los independientes, tanto de bala y bayoneta como de ahogados. En poder de los realistas quedaron 80 prisioneros, 1 bongo de guerra con cañón, 5 canoas artilladas con 10 esmeriles, 2 botes, 82 cartuchos de cañón, 1 cajón de estopines, 82 fusiles con sus municiones y varios enseres de marinería.14

   Morillo dispuso se cortara la cabeza al cadáver de Sanarrubia y se la condujera al cuartel general de Torrecilla, donde la hizo enterrar en su caballeriza como para causar injuria al cadáver y a la memoria de tan virtuoso como valiente oficial.

 Estos reveses determinaron la destitución del jefe de la plaza, general Castillo. Los oficiales venezolanos, indignados por los sucesos de la última guerra civil, aguardaban una oportunidad para conseguir fuera depuesto. El gobierno civil, con el que había tenido varios choques por competencias de mando, le era contrario, y se preparaba para separarlo de la gobernación militar de la plaza, pero la facción enemiga de Castillo resolvió deponerlo por medio de una revolución que estalló en la mañana del 17 de octubre. El general Bermúdez fue declarado jefe de la plaza y reconocido como tal en la junta que se reunió en la casa de don Juan de Dios Amador, Gobernador civil de la provincia. Castillo quiso seguir a un país extranjero, pero sus enemigos se opusieron, le infirieron muchos ultrajes y lo redujeron a prisión.

 El general Bermúdez ordenó, tan pronto como se hizo cargo del mando, algunas rigurosas pesquisas domiciliarias para investigar por el paradero de algunos víveres que se creían ocultos, pero sólo consiguió con ello poner de manifiesto la miserable situación de la plaza. En los últimos días un recio temporal había echado a pique tres pequeños buques, que cargados de provisiones remitieron de Kingston los comisionados del gobierno. "Sin embargo de una rigurosa economía, el hambre hacía ya estragos espantosos: había comenzado la peste, sobre todo en los viejos y niños. Gran parte de la población se alimentaba con carne de caballo, burros, perros, gatos y hasta con ratones. A pesar de tanta miseria, ninguno hablaba de rendirse a los españoles, y todos sufrían con mucho valor y resignación las mayores privaciones. Tenían siempre viva la esperanza de que llegarían vituallas de un momento a otro, o de que un fuerte cuerpo de tropas venidas del interior, atacara a Morillo por la espalda y rompiera su línea."15

   El funesto resultado de la operación del caño del estero hizo temer a los independientes que las barcas cañoneras españolas se introdujeran por el caño en la bahía, y para impedirlo resolvieron cerrarlo con el casco de un bergantín desarbolado. "Unos veinte días consecutivos estuvimos observando con ansiedad, dice Pombo, la marcha lenta del casco viejo de un bergantín, que se intentaba conducir a remolque hacia Pasacaballos, para obstruír la boca de aquel estero; tan lento fue en las cinco millas de trayecto, quizá por la falta de vigor de los remeros, que no alcanzó a llegar a tiempo a su destino."

   Advertido el general Morillo del intento de los independientes, ordenó que por las tropas del ala izquierda se tomaran las providencias necesarias para impedirlo. El coronel Morales embarcó en cinco bongos artillados y en otras tantas canoas, 200 hombres a cuya cabeza se colocó y atacó a los conductores del bergantín, desde la estacada de Pasacaballos. Los independientes se retiraron sin lograr su empresa y los realistas abordaron el casco y lo remolcaron a la costa, donde le pusieron fuego.

   Mientras la ciudad continuaba padeciendo los estragos del hambre, de la miseria y las enfermedades, la situación del ejército bloqueador no tenía nada de halagüeña. Las enfermedades abrían grandes claros en las tropas europeas no habituadas a los rigores del clima. "Al tomar posesión de aquella compañía, cuenta el capitán español Rafael Sevilla en sus memorias, noté que tenía sólo de 55 a 60 plazas; todos los demás soldados estaban en el hospital. Lo mismo acontecía con los otros cuerpos expedicionarios, la mitad de cuyo personal era víctima de atroces padecimientos físicos. El batallón que más gente tenia no pasaba de 400 a 500 plazas."16 Exasperado Morillo con la obstinada resistencia de los independientes ordenó bombardear la plaza y así se hizo desde el 25 de octubre. Con esta medida sólo consiguió deteriorar algunos edificios y matar y herir unos pocos habitantes desprevenidos. En el momento en que la artillería empezaba a disparar, la población civil se abrigaba en las bóvedas de Santa Catalina donde encontraba muy seguro refugio. Con la costumbre los habitantes acabaron por mirar con infinito desprecio cruzar las balas y hacer explosión las bombas. En los días festivos las iglesias se abrían a sus horas, los sacerdotes celebraban las prácticas como de ordinario y las mujeres entraban y salían con tanta presencia de ánimo como el más aguerrido veterano. Alguna vez en el monasterio de Santa Teresa cayó una bomba y pasó el tejado y piso del coro sin inquietar a los devotos que continuaron tranquilamente oyendo la misa.17

   De las rocas y pesqueras de Tierra Bomba sacaban los sitiados algunos recursos alimenticios, y advertido de esto ordenó Morillo que las tropas de su ala izquierda se apoderasen de la isla. Con su ocupación al mismo tiempo que cortaba las comunicaciones de la plaza fuerte con los castillos de Bocachica, estrechaba más el cerco y facilitaba la manera de atender por agua el abastecimiento de su ejército. Con este designio preparó el 11 de noviembre un ataque simultáneo contra el cerro de La Popa y sobre la isla de Tierra Bomba. Al efecto dispuso que 700 hombres de la vanguardia, bajo el mando del coronel Morales verificaran el paso de la tropa, protegidos por algunos bongos y otras embarcaciones menores. Al amanecer del 12 ya habían logrado los realistas pasar sus tropas a la isla, pero las fuerzas sutiles y goletas de guerra de los independientes que se hallaban fondeadas a inmediaciones de Bocagrande se vinieron sobre los realistas ocupados en reconocer las costas de la isla y se trabó entre ellos un obstinado combate que duró todo el día. En él murió el capitán Tomás Pacheco, ayudante del capitán general del Nuevo Reino de Granada, que tantos daños había causado a la libertad de su patria. Los buques españoles tuvieron que refugiarse en las inmediaciones de Caño de Loro sin que los republicanos pudieran abordarlos, pero sí les infringieron algunas averías. El día 13 continuó el fuego sin resultado alguno y el 14 fueron reforzados los españoles con 6 embarcaciones más, que penetraron por el caño del estero. Los independientes no pudieron resistir y se retiraron sobre la plaza no sin sufrir algunos daños causados por la batería que en días anteriores había emplazado Morillo en el islote de Cocosolo. Los realistas establecieron inmediatamente una batería sobre la Punta de Periquito, en Tierra Bomba, cuyos fuegos se cruzaban con los de la batería de Cocosolo. Con esta providencia quedó cerrada la entrada y salida de las embarcaciones y cortada la comunicación con los castillos de Bocachica.

   En la misma noche del 11 en que se efectuó el transporte de las tropas destinadas a la ocupación de Tierra Bomba, determinó Morillo se intentara un ataque por sorpresa al cerro de La Popa, con el objeto de tratar de apoderarse de improviso de tan excelente posición y de contribuir al buen suceso de la ocupación de Tierra Bomba, llamando la atención de los independientes hacia el lado contrario.

   El método de ejecución elegido fue el de ataque por escalada. Para ejecutarlo se dispuso que una columna de 150 hombres escogidos en las compañías de cazadores de los regimientos de Barbastro, León, Unión y Victoria, al mando del capitán don Juan Bautista Maortua, provista de las herramientas y escalas necesarias, se aprovechara de la oscuridad de la noche para llegar hasta la posición. Como reserva se ordenó que un destacamento de 800 hombres del regimiento de Húsares de Fernando VII, a las órdenes del coronel don Manuel Villavicencio, permaneciese oculto en el campo, dispuesto a seguir a la columna o a cubrir su retirada según el resultado de la empresa.

   A las 2 de la mañana se pusieron en movimiento y a favor de las tinieblas y de un profundo silencio la columna de asalto logró trepar sin ser sentida ni ofendida hasta los parapetos. Ya estaban debajo de ellos cuando fueron descubiertos y un fuego vigoroso de los republicanos, así de La Popa como del Castillo de San Felipe, puso en fuga a los asaltantes hasta obligarlos a incorporarse en la reserva de caballería mandada por Villavicencio. "Parte del combate se sostuvo cuerpo a cuerpo y a la bayoneta en la línea de los parapetos, que escalaron sin salvarlos algunos oficiales y soldados y un valiente corneta; llovían sobre la meseta interior las granadas de mano enemigas, y sobre los pelotones enemigos la metralla de Stuard, en tanto que hacía su oficio el fusil a pecho descubierto en el ataque y con mediado abrigo en la defensa. En menos de tres cuartos de hora la función había concluido al solo grito de ¡viva la patria! y los asaltantes huían precipitadamente bajo el mortífero cañoneo de las baterías de San Felipe, dejando tendidos los cadáveres de muchos de sus compañeros al pie de las escarpadas y en un largo espacio de las faldas adyacentes. El bravo Maortua quedó exánime a las orillas del foso."18 Además de Maortua, perdieron los realistas al subteniente del regimiento Victoria don Juan Espino y 8 soldados. Heridos resultaron 4 oficiales y 10 soldados realistas. En recompensa de esta acción gloriosa a la guarnición de La Popa se le dio una pequeña gratificación en dinero, 20 cueros para comer y 2 pipas de vino. Morillo dio el nombre de Maortua a la batería emplazada sobre la Punta de Periquito, en Tierra Bomba.

   Perdida Tierra Bomba intentó Morales tomar por asalto el Castillo del Angel, en donde mandaba el coronel venezolano José de Sata y Bussy, pero fue rechazado con pérdidas considerables. A lo dicho se redujeron las empresas terrestres del ejército sitiador en las cercanías de la plaza.

   En cuanto a las operaciones por mar concibió el comando realista el proyecto de forzar la Boquilla y apoderarse de la Ciénaga de Tesca. El teniente de navio Tono opuso rigurosa resistencia a los dos ataques que por el mar hicieron los realistas sobre aquel punto, que había cerrado con estacadas.

EVACUACION DE LA PLAZA

   Desde el 14 de noviembre hasta los primeros días de diciembre no ocurrió nada particular.

   Dentro de la ciudad la población perecía de hambre. En la agonía, los moribundos habitantes encontraban alimento en las más repugnantes alimañas y asquerosas sabandijas. No había ya una brizna de hierba. Todo estaba consumido y desolado.19 En las vías públicas se amontonaban los cadáveres. Hubo día en que llegaron a 300 las personas que murieron de hambre por las calles.20 En las guardias de los fuertes y castillos los soldados semejaban sombras pavorosas y horribles. Descarnados y cadavéricos, los centinelas se apoyaban en los muros y rociaban por los suelos y agitándose en convulsiones de calenturiento, deliraban con manjares y comilonas. Ya habían muerto las dos terceras partes de la guarnición y no había soldado u oficial que no estuviese hinchado, lleno de gangrena o postrado con el abatimiento extremo que precede a la muerte.

   El 5 de diciembre ya no fue posible continuar luchando contra la adversidad. Las mujeres y los niños dando alaridos por las calles, empedradas de cadáveres, cuya putrefacción envenenaba el ambiente, pedían se les dejara salir de la ciudad. Habíanse perdido las esperanzas en la llegada de algún buque con víveres. Fue entonces cuando el gobierno, después de oír el parecer de la Junta de guerra formada por los principales jefes militares, falló por la inmediata emigración. La muchedumbre en hambriento tropel salvó las puertas y se desparramó por los alrededores de la plaza y a rastras los más, acercáronse a las avanzadas del ejército sitiador. No eran suficientes las más enérgicas medidas para contener la turba desesperada, y Morillo, conmovido ante tánta miseria, prescindió del derecho que le concedían las costumbres de la guerra para devolver los habitantes a la plaza, y optó por el envío de un parlamentario con una carta que decía así: "El General en jefe del ejército expedicionario pacificador de la Costa firme a las autoridades que gobiernan en Cartagena. Había pensado omitir contestaciones con ese gobierno, en vista del modo poco decoroso con que han sido tratados otros jefes en escritos oficiales de él, porque entendía que en estas disensiones de pura opinión, no se llevarían las cosas hasta el extremo que lo han hecho los que designen la opinión pública en esa ciudad, los cuales luego que se desengañaron de que el término infalible de esta contienda sería la rendición de la plaza, evitarían sacrificar sin fruto a los infelices habitantes, cediendo amigablemente y desentendiéndose de lo pasado, seguros de la generosidad y clemencia del soberano. Pero a la vista de objetos tan tristes como se me han presentado en el considerable número de desgraciados que el hambre y miseria han forzado a salir de la ciudad, no ha podido menos de conmoverse mi ánimo. El rigor de la ley de la guerra me autoriza para ser inflexible en restituir aquellas personas a la plaza, y es muy obvio comprender lo fácil que me es el hacerlo llevar a efecto; mas he prestado oído a los clamores de la humanidad y me he resuelto a dar este paso en obsequio a esa población, por ver si se pone un fin a los males que la afligen. Las defensas de la plaza tienen su término, y ni aun entre los bárbaros se sacrifica ya inútilmente un pueblo entero. Estoy pronto y siempre he estado dispuesto a seguir como regla inviolable de mi conducta las benignas intenciones del rey nuestro señor. Es, pues, en el gobierno de Cartagena en quien estriba ahora el resolverse o bien a recibir de nuevo a las familias que de ella han salido instadas de la necesidad o entregar la plaza dentro de tres días, confiando en que la clemencia del monarca es la más acendrada, y mis deseos de llenar su real solicitud los más decididos. Depende de la contestación o del vencimiento del término mi ulterior conducta. Dios guarde a usted por muchos años. Cuartel general de Torrecillas, 4 de diciembre de 1815."21

   Pero los independientes habían resuelto evacuar la plaza, utilizando las naves para tratar de salvar en honrosa retirada el material de guerra posible, la vida de los soldados y el honor de las armas de la República. Desde las 5 de la tarde comenzóse a clavar la artillería. Terminado esto, las tropas de las murallas y de los fuertes y castillos marcharon hacia el punto de reunión y después al puerto, en donde en 13 buques, la mayor parte corsarios, se hizo el embarque, siendo los últimos en pasar a bordo el gobernador y los jefes militares de más alto rango.

   Pasóse la noche al ancla, y al amanecer del siguiente día observóse que un buque americano, después de salvar la línea de bloqueo, se acercaba a la ciudad. Volvió la gente a tierra para tratar de entrar a prolongar la defensa, pero ya estaban las puertas cerradas y en los baluartes de Santo Domingo y San Ignacio las primeras tropas españolas ayudadas por los prisioneros que había en la ciudad, opusieron resistencia.

   Al siguiente día (6 de diciembre) a las 3 de la tarde, se hicieron los buques a la vela, y después de forzar el paso de Caño de Loro bajo el fuego de la baterías españolas, fueron a anclar en Bocachica, donde embarcaron los defensores de las fortalezas y otros emigrantes. A las 2 de la mañana salieron los buques al mar, pasando por muy cerca de la escuadra española que por negligencia o tolerancia no los atacó, y luego se dispersaron con distintos rumbos.


OCUPACION DE CARTAGENA POR LOS REALISTAS

   Abandonada la plaza por los independientes, fue ocupada rápidamente por las tropas realistas de las inmediaciones que se apresuraron a guarnecer las murallas y castillos, a fin de prevenirse de una reacción ofensiva.

   En seguida entró Morillo acompañado de sus ayudantes, y acto continuo partieron éstos en diferentes direcciones para acelerar la marcha de las demás tropas hacia la ciudad.

   En los partes de Morillo, Enrile y Montalvo y en las memorias del testigo presencial, capitán Sevilla, se leen párrafos que demuestran hasta qué extremo de heroicidad se llevó la resistencia. Morillo cuenta al Ministro de Guerra: "La ciudad presentaba el espectáculo más horroroso a nuestra vista. Las calles estaban llenas de cadáveres que infestaban el aire, y la mayor parte de los habitantes se encontraban moribundos por resultas del hambre."22

   Enrile dice al Ministro de Marina: "No es posible que pueda expresar a V. E. el estado horroroso en que se ha encontrado la ciudad. Los malvados que mandaban, se conservaban los víveres; daban cuero cocido de ración al soldado y nada a los desgraciados habitantes. Han muerto de hambre como dos mil personas, y las calles estaban llenas de cadáveres, que arrojaban una fetidez insoportable."23

   Montalvo consigna en su parte: "El aspecto horrible que presentaba la ciudad a nuestros ojos no se puede describir exactamente; cadáveres hacinados en las calles y casas, unos, de los que acababan de morir al rigor del hambre, y otros, de los que habían expirado dos o tres días antes y que por ser un número considerable parece que no había tiempo para sepultarlos. Otras personas próximas a fallecer de necesidad; una atmósfera sumamente corrompida que apenas permitía respirar; nada en fin, se dejaba notar en estos infelices habitantes, sino llanto y desolación. Morillo opina que la ocupación de la ciudad fue un milagro palpable."24

   El capitán Sevilla refiere en sus memorias: "Morillo había mandado a sus oficiales de Estado Mayor a prevenir a todos los jefes de cuerpo que no se hiciese daño, ni se maltratare a vecino alguno que no opusiese resistencia; únicamente debían exigir la entrega de las armas bajo pena de muerte.

   "No era menester esta amenaza para hacérselas entregar a los insurrectos de Cartagena, pues no podían con ellas; no eran hombres, sino esqueletos: hombres y mujeres, vivos retratos de la muerte, se agarraban a las paredes para andar sin caerse; tal era el hambre horrible que habían sufrido.

   "Veintidós días hacía que no comían otra cosa que cueros remojados en tanques de tenería. Mujeres que habían sido ricas y hermosas hombres que pertenecían a lo más granado de aquel antes opulento centro mercantil de ambos mundos, todos aquellos, sin distinción de sexos ni de clases, que podían moverse, se precipitaban empujándose y atrepellándose sobre nuestros soldados, no para combatirlos, sino para registrarles las mochilas, en busca de un mendrugo de pan o de algunas galletas.

   "Ante aquel espectáculo aterrador, todos nuestros compatriotas se olvidaron de que aquellos eran los asesinos de sus compañeros, y no sólo les dieron cuantos artículos de comer llevaban sobre sí, los que devoraban con ansiedad aquellos desgraciados, cayendo muchos de ellos muertos así que habían tragado unas cuantas galletas, sino que se improvisó rancho para todos y sopas para los que no podían venir a buscarlos. Indescriptible es el estado en que encontramos a la rica Cartagena de Indias. El mal olor era insoportable, como que había muchas casas llenas de cadáveres en putrefacción."25

   El día 6 quedó la ciudad completamente ocupada por las tropas expedicionarias. Se procedió en seguida a desclavar e inventariar todo el material de artillería y a recoger y poner en seguridad el de guerra, diseminado en las defensas.

   En la plaza y sus castillos se encontraron montados 293 cañones y carronadas y 11 morteros. Desmontadas 52 piezas de distintos calibres. Total, 366 cañones, con 4.720 cartuchos y 9.000 bombas de 7 a 14 pulgadas; 3.888 fusiles y 100 carabinas, con 135.800 cartuchos v 200.000 piedras de chispa; 680 sables; y 3.440 quintales de pólvora en barriles.

   En seguida se dispuso la formación de los servicios administrativos. Expidiéronse circulares para que viniesen víveres de todas partes. Por suscripción voluntaria entre la oficialidad se estableció una sopa económica para atender a las necesidades de la población civil.

   Al lado de estas medidas se activaron las de higienización de la plaza; ante todo, la inhumación de los cadáveres, para lo que se ordenó que los ingenieros y paisanos que pudieran trabajar abrieran un gran foso en donde entrerrar los cadáveres, pero como no fue suficiente para contenerlos, hubo necesidad de arrojar los restantes al mar. La ciudad fue desinfectada cuidadosamente.

   El ejército expedicionario se apoderó de los archivos, registros y biblioteca con todas las actas, memorias, libros, dibujos, planos, etc. Seguramente entre los documentos estaba el diario de sitio que llevaban los cartageneros.

   El día 7 se dispuso que el coronel Morales tomara posesión de las fortalezas de Bocachica, lo que verificó desplegando la más bárbara fiereza. Ofreció por bando seguridad y amnistía a todos los vecinos del pueblo de Bocachica. Estos se presentaron confiadamente y Morales ordenó pasarlos a cuchillo. Más de 400 personas fueron degolladas a la orilla del mar. Morales para justificar el título de terror de los malvados que le dio Morillo, hizo incendiar y destruir los hospitales de lazarinos de Caño de Loro, con lo que perecieron muchos de los enfermos que allí vivían.

   El general Morillo fue informado de que algunas embarcaciones traerían de las Antillas víveres a los sitiados y como un descuido de los independientes al emigrar habíalo puesto en posesión del sistema de señales empleado en la plaza, dispuso se dejase enarbolada la bandera independiente en las murallas y castillos y que la escuadra continuase en sus puestos, para que tan pronto como se presentase algún buque, fingiese perseguirlo dejándolo escapar hacia la ciudad. Trece buques con once mil barriles de harina, carne y otros bastimentos cayeron en el ardid y fueron confiscados por los realistas. Entre éstos cayó un bergantín con 10 cañones y 50 hombres de tripulación.

   A pesar de la miseria de la ciudad Morillo impuso una contribución forzosa de más de cien mil pesos. Habiéndose apoderado de los almacenes de mercancías de propiedad privada hizo nueva provisión de vestuario para el ejército, y ayudado activamente por el intendente Michelena dotó al ejército superabundantemente de todo cuanto pudiera necesitar.

   El ejército español perdió durante el bloqueo 3.125 hombres, de los cuales 1.825 eran europeos y el resto soldados del país.

   Cartagena perdió más de 6.000 hombres, es decir, la tercera parte de la población.

   Morillo guarneció suficientemente la plaza de Cartagena, la que quedó a órdenes del capitán general don Francisco Montalvo.

   Fueron destinados a la guarnición de la ciudad el regimiento de León, el batallón de Granada, el de la Albuera, el de Puerto Rico, el segundo batallón del regimiento del Rey, dos compañías de artillería, un pelotón de la compañía de zapadores y minadores y la tercera compañía de artillería Volante.


CONCLUSIONES CRITICAS

   A consecuencia del desgobierno y anarquía resultantes de la reciente adopción de un régimen político inapropiado, la Nueva Granada no había tenido manera de preparar su plan de defensa nacional y por consiguiente a la plaza fuerte de Cartagena no se le había dado papel definido en la conducción de las operaciones de guerra. Se concedía una exagerada importancia al valor intrínseco de sus fortificaciones, pero nada más y de ahí que estuviera condenada a un estéril sacrificio.

   Sorprendida por los acontecimientos en situación que no le permitía sino una pasiva resistencia, la guarnición se encerró dentro de los muros a perecer de hambre. A la vista del ejército sitiador, numeroso y potente, los preparativos de defensa se limitaron, naturalmente, a los arreglos del momento en los armamentos artillador y fortificador. Nada eficaz podía hacerse en preparación del armamento económico, y sin embargo se enviaron comisionados al exterior a conseguir recursos que por burla del destino llegaron horas después de haber abandonado la ciudad.

   La gobernación militar de la plaza, impotente por falta de tiempo y de recursos, no descuidó empero las medidas aconsejadas por la práctica en la guerra de sitio. Ordenó destruir en la comarca todos aquellos elementos que pudieran serle útiles al ejército enemigo y recoger hacia el interior cuantos víveres y ganados se pudiese. En cambio no supo o no pudo ejecutar las medidas necesarias para hacer salir de la plaza las personas inútiles y esto limitó una resistencia, que sin embargo, fue llevada a extremos increíbles de abnegación y de sacrificio.

   Aun cuando la escasa guarnición sólo alcanzaba para cubrir las principales obras de defensa y tenía ya bastante con estar lista y parar pasivamente los golpes del sitiador, se intentaron temerarias empresas ofensivas, que como la de abordar a la Ifigenia, frustró la fatal intervención de los oficiales en la política intestina.

   Cuando la prosecución de la defensa ya no fue posible por agotamiento absoluto de todo recurso alimenticio, la guarnición se abrió salida por en medio de las fuerzas enemigas tratando de salvar la mayor cantidad posible de material de guerra. Es muy cierto que el enemigo encontró dentro de la plaza una gran cantidad de armamento y municiones, pero no hay que olvidar el limitado alcance de las armas de fuego de la época y que el sitiador tuvo buen cuidado de colocarse fuera de él. Además se hicieron las posibles diligencias para inutilizarlo.

   El General en jefe del ejército sitiador convencido por la historia de la inutilidad de una lucha activa y forzado por la pérdida de sus mejores elementos de sitio, acaecida en el incendio del San Pedro, se limitó a estrechar el cerco de manera de reducir la plaza por el agotamiento de sus recursos.

   Para hacer efectivo el bloqueo combinó inteligentemente las operaciones de sus fuerzas de mar y tierra. El ejército se dislocó a distancia para desplegarse a inmediaciones de la plaza sobre su centro, extendiendo sus alas en contorno de la ciudad sitiada hasta las entradas al puerto, guardadas por la escuadra.

   Con tino y oportunidad dictó el comando realista las medidas convenientes para asegurar la alimentación de las tropas sitiadoras y la instalación del servicio sanitario. Los rigores del clima y la aparición de grandes epidemias determinaron numerosas bajas.

   Para apresurar la rendición de la plaza, atemorizando a la población civil, recurrió al bombardeo sin conseguir éxito. Asimismo llevó a cabo un ataque nocturno que fracasó completamente.

   Abandonada la plaza por la guarnición defensora el comando realista dictó las disposiciones necesarias para la hospitalización de los enfermos, inhumación de los muertos, inventario del material de guerra dejado por los independientes y para asegurar la alimentación de la población civil.

   Resumidas así las operaciones de los dos contendores y sin tomar en cuenta las difíciles circunstancias de distinto orden que influyeron sobre la defensa y que la redujeron a la pasividad, el sitio de Cartagena es bajo el punto de vista militar un hermoso ejemplo, rico en detalles de técnica, sobre ataque y defensa de plazas fuertes en aquella época.

   Como ya dijimos a la Plaza de Cartagena no se le había asignado determinado papel en la conducción de las operaciones de defensa, y sin embargo llenó su papel estratégico de plaza fuerte. Su resistencia detuvo al enemigo por más de cien días, las fatigas y enfermedades conseguidas en el bloqueo debilitaron las fuerzas del agresor, no sólo hasta equilibrarlo con los posibles medios de defensa sino hasta ponerlo en pie de inferioridad. Morillo no hubiera podido ya tomar la ofensiva porque no contaba con la superioridad indispensable para vencer los muchos y grandes obstáculos de quien opera en país enemigo. Por desgracia ni el congreso ni el ejecutivo supieron aprovechar las ventajas alcanzadas a costa de tantas vidas, y su abandono y flojedad precipitaron la nación en el abismo. Es muy cierto que el bloqueo se estrechó sin que pudieran salir para el interior algunos de los fusiles recientemente recibidos de Europa, pero esto no justifica la actitud indiferente adoptada por el gobierno en momentos tan angustiosos.

   La exagerada importancia concedida a las fortificaciones de Cartagena, la fingida credulidad a las noticias que para levantar la moral de los habitantes publicó el gobierno de aquella provincia sobre abundancia de tropas, medios de defensa y recursos de abastecimiento, no disculpan la confianza negligente del gobierno general. Las falsas informaciones sobre fracasos sufridos por la expedición de Morillo en Venezuela y sobre la cantidad y calidad de sus tropas, han podido inspirarle cuantas esperanzas se quiera en la seguridad de la República, pero no por eso ha debido cruzarse de brazos en su optimismo criminal.

   Si con las informaciones traídas por el coronel Mariano Montilla el gobierno abandona su inacción y aprovecha la detención del ejército realista en el bloqueo para levantar dineros y tropas, muy otra hubiera sido la suerte de la República.

   Pero el congreso se ocupaba en multitud de negocios de índole secundaria. Los detalles sobre el escudo de armas y sellos de la República, sobre el tipo de las futuras monedas, sobre los uniformes de los oficiales y soldados, sobre organización de las inútiles milicias, embargaban su atención. Era como un niño entregado a sus juegos bajo una techumbre próxima a desplomarse.

   El ejecutivo, en tanto, no hacía nada como no fuera confesar paladinamente la impotencia de afrontar al adversario, levantar su moral y en cambio infundir en la masa del pueblo y en sus defensores el más profundo decaimiento, amén de dar pábulo a los enemigos interiores, que aprovechándose de las divisiones intestinas, proyectaban conspiraciones para acabar con el gobierno y facilitar al ejército español el sometimiento del país.

   En ciento seis días que duró el bloqueo hubo tiempo suficiente para levantar tropas y dictar medidas tendientes a oponerse a la marcha del invasor, pero de gobiernos mediocres no podía esperarse otra cosa que la entrega del país con las manos y los pies atados.

   Faltaba material de guerra, pero la nación tenía en su extensión, en su topografía y en su clima aliados muy poderosos. El ejército invasor por razones de falta de caminos y de medios de abastecimiento, estaba naturalmetne obligado a diseminar sus fuerzas separándolas con espacios que quebrantaban la cohesión y que facilitaba al independiente batirlas una a una.

Las privaciones y fatigas de los soldados europeos en comarcas desiertas de climas mortíferos, unidas al abatimiento moral producido por el recuerdo de la patria lejana y a la tensión nerviosa de quienes ven morir compañeros a centenares, víctimas de terribles epidemias, habrían contribuido poderosamente a debilitar el ejército realista con la más leve resistencia. El procedimiento más fácil de la defensiva estratégica: abandonar el país por medio de una lenta retirada, habría quebrantado las fuerzas, del ejército expedicionario. Morillo debió su éxito del principio a la debilidad e ineptitud de los gobernantes granadinos. Si se le ofrece una constante y tenaz resistencia, sus planes fracasan y no logra jamás la pacificación del virreinato.

   Rendida Cartagena el ejército invasor se sintió naturalmente impulsado hacia adelante, y adelante fue porque la pasividad del país lo puso en posición de recursos y elementos que habían podido utilizarse en su contra.

   De la ocupación de Cartagena y de la aptitud de la Nueva Granada se desprende una provechosa lección: desgraciados de los pueblos que cierran los ojos ante el peligro y que en la paz no se preparen para la defensa nacional.


NOTAS

DEFENSAS DE LA PLAZA PRINCIPAL

(1) SANTO DOMINGO. Defendido por los tenientes coroneles Juan S. de Narváez y Francisco de P. Vélez, con catorce cañones de a 24, 16, 12 y 8 y dos morteros de a 10 pulgadas.
(2) SANTIAGO. Defendido con ocho cañones de a 12 y 8.
(3) SAN JAVIER.
(4) SAN IGNACIO. Defendido con nueve cañones de a 24 y 16.
(5) SAN JUAN BAUTISTA. Defendido con tres cañones de a 6 y 4, colocados en los ángulos que miran al arrabal de Getsemaní.
(6) SAN PEDRO APOSTOL. Defendido con dos cañones de a 8 y 4, colocados en los ángulos que miran al puente de unión con el arrabal de Getsemaní.
(7) SAN PABLO.
(8) SAN ANDRES. Defendido con tres cañones de a 16.
(9) SAN PEDRO MARTIR. Defendido con nueve cañones de a 16 y 3.
(10) PUERTA DE SANTA CATALINA. Defendido por el coronel de artillería Manuel Cortés Campomanes (español), con trece cañones de a 24, 16, 12 y 6 y cuatro morteros de 14 pulgadas.
(11) SAN LUCAS. Defendido con diez cañones de a 24, 16 y 6.
(12) SANTA CATALINA. Defendido por el capitán de artillería José María Ortega.
(13) LA TENAZA. Defendido por el comandante Manuel Marcelino Muñoz, con 50 haitianos corsaristas.
(14) SANTA CLARA. Defendido por el teniente de artillería Eugenio Layera con diez cañones de a 24 y 12.
(15) RECINTO DE TEJADILLO. Defendido por el capitán de infantería Pedro Velasco.
(16) LA MERCED. Defendido por el capitán José Vela, con siete cañones de a 16, 12 y 8.
(17) LAS NIEVES. Defendido con dos cañones de a 3, colocados en la Garita del Diablo y una carronada de a 24, colocada en la Plaza de Ballestas.
(18) LA RUZ. Defendido con cuatro cañones de a 16, 8 y 6.
DEFENSAS DEL ARRABAL DE GETSEMANI
(19) REVELLIN. Defendido con tres cañones de a 12.
(20) CHAMBACU. Defendido con cinco cañones de a 16 y 12 y un mortero de 14 pulgadas.
(21) SANTA LUCIA. Defendido con cinco cañones de a 16, 12 y 6.
(22) SAN ANTONIO O LA MEDIALUNA. Defendido por el teniente coronel Pedro Romero, con ocho cañones de a 16.
(23) SANTA TERESA. Defendido con cinco cañones de a 16 y 6.
(24) SAN JOSE. Defendido con cuatro cañones de a 24 y 16.
(25) SAN LORENZO. Defendido con nueve cañones de a 24, 16 y 3 y dos morteros de a 10 pulgadas.
(26) SANTA ISABEL. Defendido por cinco cañones de a 16, 8 y 4.
(27) BARAONA. Defendido con dos cañones de a 8.
DEFENSA DE SAN FELIPE DE BARAJAS
(28) FUERTE DE SAN FELIPE DE BARAJAS. Defendido por el general de brigada Florentino Palacios y por el coronel Luis F. Rieux, con 500 hombres y 33 cañones de a 24, 16, 12, 8, 4 y 3 y con dos carronadas de a 24.

1 Tomás Montilla. Oficio al Presidente de la Nueva Granada sobre la situación de Cartagena. Colección de Documentos de O'Leary, tomo XIV, pág. 306.
2 Restrepo, Historia de la Revolución de Colombia, tomo I, pág. 345.
3 Manuel del Castillo. Oficio al Secretario de Estado con detalles sobre el estado de la plaza de Cartagena. Septiembre 7 de 1815. Colección de Documentos de O'Leary, tomo XIV, pág. 315.
4 Manuel del Castillo. El mismo documento y libro citados.
5 Lino de Pombo. Reminiscencias del sitio de Cartagena.
6 Lino de Pombo, Reminiscencias del sitio de 1815.
7 Félix Blanco, Documentos para la Vida pública del Libertador, tomo V, pág. 326.
8 Según el historiador Restrepo el 14 y el 17, según O'Leary.
9 Documentos para la historia de Cartagena, tomo II, pág. 247.
10 Boletín número 2 del ejército expedicionario. Documentos para la historia de la Provincia de Cartagena, tomo II. pág. 100.
11 Boletín número 3 del ejército expedicionario. Documentos para la historia de la Provincia de Cartagena, tomo II, pág. 101.
12 Colección de Documentos de O'Leary, tomo XIV, pág. 315.
13 Bando por el cual se promulga el decreto que establece penas contra los ejecutores de hechos que quedan prohibidos durante el asedio de Cartagena. Documentos para la historia de Cartagena, tomo II, pág. 114.
14 Parte del capitán Sebastián Díaz a Morillo.
15 Restrepo, Historia de la Revolución de Colombia, tomo I, pág. 362.
16 Rafael Sevilla, Memorias de un oficial del ejército español, pág. 63.
17 "Relación anónima de la caída de Cartagena". Colección de Documentos de O'Leary, tomo XIV, pág. 342.
18 Lino de Pombo, Reminiscencias del sitio de 1815.
19 "Relación anónima de la caída de Cartagena". Colección de Documentos de O'Leary, tomo XIV, pág. 342.
20 Restrepo, Historia de Colombia.
21Documento transcrito por Rodríguez Villa en su obra El Teniente general don Pablo Morillo.
22 Morillo. Parte al Ministro de Guerra.
23 Enrile. Parte al Ministro de Marina.
24 Parte del capitán general don Francisco Montalvo.
25 Rafael Sevilla, Memorias de un oficial, pág. 68.

Capítulo V

LA INVASION

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TEATRO DE LA GUERRA

   Con las noticias obtenidas en Venezuela y Santa Marta y con los datos proporcionados por la oficialidad de las tropas realistas que de tiempo atrás combatían en América, pudo el general Morillo darse cabal y completa idea del territorio en que iba a desarrollarse la campaña.

   Topográficamente era éste en extremo difícil y enmarañado. Deshabitado y salvaje en la mayor parte de su vasta extensión y apenas provisto de rudimentarios caminos, sus caracteres geográficos y climatéricos hacían muy complicada y expuesta la realización de una campaña de invasión. Llanuras inmensas cruzadas por caudalosos ríos capaces de interrumpir por días y días las marchas de las tropas, selvas impenetrables, montañas elevadas y abruptas. Desde cualquier punto y por cualquier comarca que se iniciara la penetración, las distancias por recorrer eran enormes y las dificultades pavorosas.

   Esencialmente favorable a la defensiva, el territorio granadino ofrecía a los independientes poderosos elementos de resistencia. Un río de paso difícil, un portezuelo en las montañas, una selva intrincada, bien aprovechados, constituían a cada paso obstáculos que hubiéranles permitido entorpecer o paralizar la marcha del invasor.

   Los independientes debían conocer el país palmo a palmo, puesto que habían nacido en él y en él habían desarrollado su actividad pastoril, agrícola o minera, y este conocimiento del terreno les permitía acudir al lugar conveniente, al través de comarcas en que el invasor desorientado iba a verse al frente de obstáculos insuperables, careciendo de todo, embarazado con el armamento y el equipo.

   "El país que iba a atacar es inmenso —dice Morillo en una de sus exposiciones al Ministro de Guerra— despoblado a su entrada, lleno de cordilleras de tal aspereza y elevación cual son los Andes, teniendo que marchar días y semanas sin encontrar una casa, por páramos y parajes donde debía contar que el enemigo me atacase o se defendiese."1 Por desgracia para la causa de la independencia, las rivalidades y la desunión entre los pueblos y la pasividad o encono de los habitantes, indiferentes o desafectos, no sólo no entorpecieron su penetración, sino que fueron sus más poderosos auxiliares. El mismo Morillo lo declara paladinamente en una de sus comunicaciones reservadas al gobierno: "Observe V. E. —dice al Ministro de guerra— que cuando Pamplona dio el primer grito de revolución que resonó en todo el virreinato, Girón se declaró del partido contrario, pero Piedecuesta, su subalterna y su rival, se unió a Pamplona y con las armas dominó a Girón, pero no las opiniones de sus habitantes. El Socorro se declaró como Pamplona, Vélez se le opone, y así estas desuniones de los partidos de una misma provincia ayudaron a que el todo de Provincia a Provincia, tampoco se uniera."2

   Esta divergencia de opiniones, esta desunión, esta anarquía que llegó hasta negar a los patriotas los recursos que se tenían para hacer la guerra y en cambio ofrecerlos a los realistas, allanaron los obstáculos que el territorio oponía a la invasión y coadyuvaron al éxito de las armas españolas.

   Pero con todo, el ejército expedicionario tenía que luchar bastante con las condiciones topográficas del teatro de guerra. Para llevar la fuerza a los focos en que la insurrección se mantenía latente, había que seguir vías de acceso poco menos que imposibles. Para avanzar desde la costa teníase primero que atravesar la región de los pantanos y de las ciénagas, de los caños entrelazados, de los valles de los grandes ríos, en que reinan las enfermedades tropicales, y después ascender las cordilleras por senderos interrumpidos a cada paso por torrenteras y despeñaderos, cordilleras en que la altitud y el frío, unidos a la fatiga del continuo subir y bajar, producen en el soldado profundas perturbaciones fisiológicas, para ir a las mesetas o descender a los valles o a las llanuras, en donde sin cesar la lucha con la naturaleza comenzaba la lucha con el hombre.

   "Tres direcciones se me presentaban para ir a la capital —refiere Morillo al Ministro—: 1a El río Magdalena. 2a Por el páramo de Cachiri, a Girón, Socorro, etc. 3a Por la provincia de Antioquia a la de Mariquita y Santa Fe o a la de Popayán. Todas presentan dificultades que horrorizan, siendo las principales la falta de salud que se experimenta, la de alimentos, las lluvias constantes y los torrentes a centenares, que a cada cuatro pasos detienen la marcha en un terreno tan fragoso, tan elevado, tan escarpado en sus faldas, y, finalmente, el tenerse que abrir por algunas partes, hasta el camino por donde se ha de transitar."3

   La primera de las vías señaladas por Morillo, el río Magdalena, era la más factible, siempre y cuando se contase con abundantes recursos de navegación y con época propicia. Este río, indisciplinado y salvaje, mueve sus aguas de sur a norte por el centro del país, siguiendo el eje longitudinal de los Andes, pero a cada paso se ensancha o se polifurca para rodear islas selvosas. Caprichoso e inconstante, con cada creciente varía sus fondos y sus canales y las palizadas y varaderos que se forman aquí y allá, obstruyen la navegación y hacen indispensables las indicaciones de inteligentes y fieles prácticos.

   Ascendiendo el río en pequeñas embarcaciones y siguiendo el régimen de navegación indicado por los prácticos, fuera de la mortificación producida por la lentitud del viaje, por los ardores del sol tropical y por las plagas de mosquitos y zancudos transmisores de fiebres y cuyas picaduras irritadas al rascarse producen espantosas llagas, no había más peligro que el de ser hostilizado por los habitantes de las poblaciones ribereñas, pero había que contar con que estaban desguarnecidas y que era fácil atraerlas al partido del rey, de grado o por fuerza.

   Hasta el estrecho o angostura del Carare la vía no ofrecía mayores dificultades. Esta angostura, constituida por un desfiladero de 2 kilómetros de longitud, por el cual pasa el río encajonado entre paredes rocallosas que no distan sino 125 metros en la parte más angosta, estaba fortificada y defendida por los independientes. Si lograba forzarse el paso, la navegación de ahí en adelante era más difícil y lenta, dado el carácter torrencial que llevan las aguas, pero sólo se interrumpía en las vecindades de la población llamada Honda, por el raudal impropiamente llamado salto.

   De Honda a Santa Fe se empleaban varias jornadas para recorrer con muchísimo trabajo el camino que desde 1550, en que fue abierto por Alcocer y Olaya, constituía el principal lazo de unión entre la capital y la gran arteria fluvial. El dicho camino era un rosario de subidas y bajadas interminables. En las partes planas los lodazales formados por las lluvias lo volvían intransitable en el invierno. Los guijarros y la humedad resultante de las vertientes que desaguan en su piso, hacían muy penosa la marcha de las tropas y daban breve cuenta de su calzado y del herraje de los ganados.

   Los zig-zags trazados en el flanco de las montañas llevaban el camino sobre abismos de miles de metros de profundidad y lo hacían en partes tan angosto, que no era posible otra formación de marcha que la fila india: hombres tras hombre y animal tras animal. La caída de una bestia en medio de la vía era causa de detención para el resto de la columna.

   La segunda vía empezaba en Ocaña, según el itinerario de Morillo. Esta población, intermedia entre las tierras cálidas del litoral y las frías de las mesetas andinas, situada en un terreno bastante elevado (1.165 metros sobre el nivel del mar), y en aquellos tiempos casi aislada del resto del virreinato por la aspereza de las montañas que la rodean, lo impracticable de sus caminos y lo despoblado de la comarca, era con todo un respetable foco de insurrección y estaba guarnecida por una pequeña columna de tropas republicanas a órdenes del coronel Francisco de Paula Santander.

   La ocupación de Ocaña era de extraordinaria importancia estratégica. Paso obligado para comunicarse por los llanos de Cúcuta con Venezuela por Mérida o Maracaibo, y a la Nueva Granada por la vía de Pamplona, los ejércitos beligerantes le concedían la mayor importancia: "Deben enlazarse todas estas medidas con la de atacar a Ocaña —prescribió Morillo en julio de 1815 al brigadier Ruiz de Porras —tanto para destruir un foco de reunión de los enemigos, como para sacar los recursos de la provincia, como también para dar facilidad a Calzada para que penetre en el Reino." "La invasión por Ocaña —propuso el general Tomás Montilla al presidente de las provincias unidas en octubre del mismo año— es aún más necesaria, por su cercanía al enemigo, porque están libres las comunicaciones, porque obran en territorio contrario, y porque corta el ejército sitiador de Santa Marta: nuestras fuerzas deben aumentarse considerablemente por aquella parte, pues en caso de que se nos invadiese por el norte, servirían esas mismas tropas para la defensa de las provincias limítrofes."

   Entre Ocaña y Girón mediaban varios desiertos y páramos que no podían atravesarse en menos de diez días, por caminos muy agrios y dificultosos.

   El terreno donde está colocado Girón es siempre áspero y breñoso, pero en él ya se encontraban poblaciones, ganados y labranzas. En este pueblo muy adicto a la causa monárquica, se reunían las dos vías del Magdalena por el Sogamoso y el Lebrija.

   Desde el río Sogamoso empezaba la enorme y poblada provincia del Socorro, cuya capital, la rica ciudad del mismo nombre, había sido muy afecta a la causa republicana. En esta ciudad en 1781 se inauguró el movimiento de la independencia y se formó la primera banda de Comuneros, inmortales predecesores de los guerreros que hicieron libre la patria colombiana.

   En el año de 1816 la población estaba esparcida por toda la provincia, de modo que por doquiera se veían casas y campos de labor. Se hallaba tan habitada, que Morillo calculó encerrada entre sus límites la octava parte de la población del dilatado virreinato.

   A la provincia del Socorro se le concedía justamente una gran importancia militar. Forzosamente había que atravesarla para ir a Santa Fe, ya se viniese de Los Llanos o de Pamplona o ya se entrase por el Magdalena, especialmente si se había traído el camino del Opón. A la importancia estratégica había que agregar la importancia política: formada por los tres partidos o distritos de San Gil, el Socorro y Vélez, en aquellos tiempos encontrados en ideas e intereses y por lo tanto hostiles, para uno y otro beligerante la ocupación de la provincia era de una importancia capital.

   El pueblo de Vélez, construido en el declive de una montaña cortada por barrancas, era en extremo adicto a los realistas. Su vecindad al Puente Real, tendido sobre el río Suárez o Saravita, distante apenas cinco jornadas de Santa Fe, hacían a Vélez estratégicamente importante. Además, en él terminaba el camino del Opón, primitiva ruta de la altiplanicie andina al Magdalena.

   De Vélez a Chiquinquirá o a Tunja la vía era más fácil: pequeñas ondulaciones, un clima sano y agradable, abundante cantidad de recursos en víveres y ganados.

   De cualquiera de aquellos sitios a la capital la vía mejoraba para hacerse magnífica al entrar en la Sabana, en cuyo extremo y al pie de la cordillera se levanta la entonces ciudad de Santa Fe, objetivo principal de la campaña de invasión.

   El itinerario ofrecía, naturalmente, probabilidades de encuentros militares. En todas las provincias del tránsito había pequeños núcleos de tropas independientes, y la previsión había colocado, como era lógico, el más respetable en las vecindades de Venezuela, en donde los realistas estaban triunfantes. Este, constituido por el llamado ejército del Norte, guarnecía las ciudades de Cúcuta y Ocaña manteniendo su grueso en la provincia del Socorro. Por desdicha para la causa de la libertad no se le había concedido toda la importancia a que tenía derecho y por lo tanto no estaba en condiciones de cumplir la misión de defender las fronteras patrias.

   Las provincias del interior, como centro de la vida del país, seguramente ofrecerían una resistencia bastante enérgica, y esta consideración entró en los planes del invasor.

   La tercera dirección indicada por Morillo comenzaba en la desembocadura del Nechí en el Cauca, Ascendiendo aquel río se llegaba a la ciudad de Zaragoza, de donde partían diversos caminos que llevaban al interior de la provincia de Antioquia. La navegación del Nechí no ofrecía dificultades, pero su entrada había sido fortificada y guarnecida.

   Los caminos de las provincias de Antioquia y Mariquita, las más quebradas del país, encerraban en sí todas las características de los malos caminos de montaña. Angostos hasta el punto de no permitir otra formación de marcha sino la fila india o a lo más la columna de hileras en las mejores partes; de piso natural o arreglado con piedras en forma de fatigosos escalones; pendientes e interminablemente largos con las mil vueltas dadas para suavizar la ascensión de intrincados laberintos de breñas.

   La provincia de Antioquia había demostrado grandes energías militares. En ella se hallaban las fábricas de material de guerra instaladas desde los tiempos del Dictador del Corral. Pero sus recursos locales y dificultades de viabilidad no consentían el envío de una masa de tropa considerable, por otra parte inútil, en razón de la forzosa disolución impuesta por el terreno.

   Vecina a la de Antioquia se encontraba la pequeña provincia del Chocó, de imprescindible ocupación si querían asegurarse las entradas del Pacífico. Para llegar a su corazón había que penetrar por el Atrato, que según los geógrafos, más que un río es un pantano en movimiento, y después de remontar el río por en medio de solitarios parajes insalubres y desprovistos en absoluto de recursos, trepar la cordillera por senderos de cabras. La navegación del Atrato estaba defendida por los republicanos en el fuerte llamado del Remolino, vecino a la confluencia del río Murry.

   Transmontando la cordillera del Chocó o entrando por las provincias de Antioquia, Mariquita o Neiva, se llegaba al estrecho valle del Cauca que formaba parte de la provincia de Popayán y en cuyo fondo, a 5 kilómetros de distancia del río que da nombre al valle se alza la ciudad de Popayán. Esta ciudad colocada sobre el camino natural de Quito a Santa Fe, había sido sucesivamente ocupada por los realistas y los republicanos.

   La provincia de Popayán había sido desde comienzos de la revolución un ejercitado teatro de operaciones. Hacia el sur, en el valle del Patía y como escala intermedia en el tránsito de Santa Fe a Quito, se levanta la ciudad de Pasto, capital de la entonces provincia del mismo nombre, obstinadamente afecta a la causa de los realistas. En aquella provincia, a las órdenes del brigadier don Juan Sámano, se encontraba un ejército monárquico, alimentado y sostenido por la contigua Presidencia de Quito, que mantenía en perpetuo cuidado y en aprieto a los independientes de la Nueva Granada.

   Para llegar a la provincia de Popayán se presentaban los mismos inconvenientes de la incomodidad o falta de caminos a través de quemantes valles, de montañas pendientes, de ríos caudalosos, en una palabra, de multitud de obstáculos para la marcha de las tropas. Los independientes sostenían en la provincia de Popayán el llamado ejército del Sur, el más aguerrido de todos los de la Nueva Granada, pero de reducidos efectivos y en malísimas condiciones de vestuario y pertrechos.

   Todavía quedaba una comarca a donde podía llevarse la guerra: la formada por las extensas y ardientes llanuras que se desarrollan entre la Cordillera oriental y el curso del Orinoco. Esta vasta planicie, interrumpida a trechos por barrancos profundos abiertos por los aguajes, que en cierta época del año se convierten en torrentosos ríos, ha sido comparada a un callado mar de yerbas, ralas y amarillentas en la estación seca, espesas y verdes al comenzar la de las lluvias.

   Poblada de rebaños y habitada por hombres semibárbaros, celosos de su independencia hasta el fanatismo y a los que la lucha por la vida en aquellos parajes de incipiente civilización dota de raro valor, de fuerzas hercúleas y de habilidades especiales como la doma de potros salvajes, el nado en ríos peligrosos, el combate cuerpo a cuerpo con las fieras, la comarca exigía tropas de mucha movilidad y osadía, guiadas por gentes conocedoras del país.

   Reseñado a grandes rasgos el teatro de la guerra, veamos el plan de campaña adoptado por el General en jefe del ejército invasor.


PLAN DE CAMPAÑA

   Impuesto Morillo de los pésimos resultados del régimen federalista implantado en la Nueva Granada, los tomó muy en cuenta para la conducción de la campaña. Conocía perfectamente la debilidad del Gobierno general, apocado y pusilánime, sin preparación y sin medios para dirigir los negocios públicos. Sabía el ascendiente que dentro de cada comarca ejercían los gobiernos provinciales, insubordinados y mal contentos, dispuestos siempre a meterse en grescas por recelos y desconfianzas. Impuesto estaba de la situación financiera de un país que no había tenido tiempo de ordenar su vida económica y que por otra parte era pobre y sin industrias. No ignoraba las malas condiciones de los reducidos efectivos militares esparcidos aquí y allá, sin lazo de unión, sin disciplina ni moral, fidelísima copia del desgobierno y anarquía de la inconsulta federación. Sabía todo esto, y en consecuencia arregló su plan de campaña en analogía con el carácter del país y del enemigo. "Este virreinato —refiere al Ministro en uno de sus partes— tenía un gobierno insurgente central constituido por la fuerza y regado con la sangre de un pueblo cándido y opuesto al sistema de centralización, que por mano del caribe Bolívar establecieron los jacobinos por la fuerza. Consideré a dicho gobierno, por esta causa, sin influjo para hacerse obedecer, y pensé siempre que el gobierno de cada provincia sería el respetado, y el de cada partido de que éstas se componen. Deduje, pues, que amagadas todas las provincias a un tiempo, atacadas unas con vigor y otras con flojedad, lograría paralizar todas sus fuerzas, fatirlas en detall y caer sucesivamente con masas mayores sobre las que se habían quedado observando en la inacción." Y más adelante da las pruebas de la confirmación de su deducción hipotética: "...en la secretaría insurgente están los planos y las órdenes para verificar éstos, fundados en la reunión de las fuerzas; pero ninguna provincia obedeció, y al creer que se las atacaba, reasumían el mando supremo, se separaban del gobierno de Santa Fe y nombraban su dictador, cuyo ejemplo siguió hasta la miserable provincia del Chocó." 4

   El plan de campaña se subordinó por otra parte a los caracteres del teatro de guerra, desfavorable, como ya vimos, para la marcha y operaciones de grandes masas de tropas, sin vías de acceso, sin recursos de abastecimiento, con climas en que las enfermedades diezman las tropas.

   Todo indicaba como acertado y conveniente fraccionar el ejército en agrupaciones acordes con los objetivos por batir, porque el sistema de guerra no podía ser otro que la invasión desde un punto de la costa al interior, y para ir hasta él había imprescindible necesidad de marchar separados.

   Como en toda campaña de invasión, el objetivo perseguido por Morillo fue la capital del país, y hacia ella dirigió la fuerza principal. A los objetivos secundarios envió fuerzas relativas combinando la dirección de sus marchas, de manera que alcanzados éstos, pudieran concentrarse para obrar simultáneamente sobre los objetivos decisivos. Así pues, las columnas destinadas a subyugar las provincias del Chocó, Antioquia y Mariquita —objetivos secundarios— en combinación con el ejército realista que a órdenes del brigadier Sámano cubría la provincia de Pasto, debían acoplarse para caer a un mismo tiempo sobre la provincia del Cauca —objetivo decisivo— en donde se encontraba un núcleo respetable de fuerzas republicanas.

   Tomada la provincia de Cartagena y rendida su capital, la ciudad fortificada constituía una excelente base de operaciones. Asegurada por la escuadra y por una fuerte guarnición, desde allí podían emprenderse con certeza y seguridad las operaciones militares. El río serviría como línea de comunicaciones libre y exenta de peligros si en las poblaciones ribereñas de importancia se creaban bases secundarias de operaciones. Lo esencial era descartar el peligro de que los independientes interpusieran fuerzas de consideración entre las tropas invasoras y las bases, y por esto Morillo dispuso con antelación suficiente que la división organizada en Barinas, a órdenes del coronel don Sebastián de la Calzada, distrajera las fuerzas independientes para mantener libre el río y asegurar la marcha de sus columnas.

   Resuelta la separación en columnas, éstas se organizaron de acuerdo con las condiciones topográficas y locales de las distintas provincias por someter. Se arreglaron sus efectivos en afinidad con los de los enemigos que en aquélla residían, sin tomar precisamente en cuenta el número, atendiendo a las ventajas que poseían los invasores en pericia, disciplina y elementos de guerra.

   Se las dotó proporcionalmente de cuanto necesitaban, a fin de que pudieran bastarse a sí mismas, en consideración de que las comunicaciones y protecciones de unas con otras serían muy difíciles, y que tendrían que marchar días y semanas por parajes desprovistos en absoluto de recursos "necesitándose llevar por algunos hasta el agua".

   Pero la división en tantas columnas, a pesar de estar ostensiblemente justificada por la necesidad de conservar y mantener un ejército numeroso en un teatro de guerra despoblado y sin recursos, hubiera significado una grave falta estratégica a no estar tan seguro el general en jefe de la pasividad del país. Morillo cuenta al Ministro de guerra: "...en fin, en el país entonces desocupado, donde no hay industria y es pobre, todo sobró, a pesar de que en su retirada dejaba el enemigo 20 y 30 leguas de un espantoso desierto, queriendo imitar a lo ejecutado en Rusia." Esta aseveración mendaz y pérfidamente intencionada no tenía otro objeto que tratar de alcanzar gajes y justificar crueldades y desmanes. El país no quiso y no supo utilizar las defensas naturales de su territorio, y por lo tanto los fáciles triunfos de las tropas realistas, más que a la inteligencia y tino de que se ufana el general Morillo en sus comunicaciones al gobierno español, se debieron a la disociación y a lo pasmado del sentimiento de defensa de las instituciones tan recientemente establecidas.

   Dividida la fuerza en pequeñas columnas y separadas éstas en un teatro de guerra imperfectamente conocido, donde muy rara vez serían posibles sus relaciones estratégicas; teatro en su mayor parte montañoso, cubierto de selvas y de bosques, tan favorablemente propicio a la defensa, si ella se organiza, por raquítica y mezquina que hubiera sido, la exagerada diseminación de las fuerzas le habría dado ocasión de producirle al desparramado ejército expedicionario irremediables reveses.

   Al determinar la línea de operaciones, Morillo eligió el río Magdalena para que por él marchara la columna directriz que puso a las órdenes del coronel Donato Ruiz de Santacruz, y colocó a derecha e izquierda del río sendas columnas a las órdenes del coronel Miguel de la Torre y del teniente coronel Francisco Warleta. La columna destinada a Medellín en Antioquia debía seguir en aquella dirección por las vertientes del Magdalena. Lo propio se señaló a la de Ocaña, con dirección al Socorro, enviando otra tercera columna por el Magdalena que mantuviese la comunicación entre ambos cuerpos, y les diese noticias, órdenes, municiones en lo posible, etc.5

   Se envió otra columna a las órdenes del teniente coronel don Julián Bayer, para que penetrase por el Atrato y subyugase la provincia del Chocó.

   Contaba Morillo con la diversión que desde Pasto a Popayán haría el brigadier don Juan Sámano, para cuyo efecto desde principios del año de 1816, le comunicó observara y contuviera al ejército republicano de la provincia del Cauca, a fin de impedirle prestara ayuda a la provincia de Antioquia o se internase en la de Quito.

   "Todas estas medidas militares tomadas así, me daban confianza de que serían coronadas con buen éxito, si la parte administrativa por su lado las llenaba también. Acopios para seis meses de todos víveres, transportes de acémilas y buques, medicinas y hospitales hermosos en sitios oportunos, cantidad de vestuario y calzado, fueron los preliminares de la marcha."6

   Si damos entero crédito a la exposición de Morillo, hecha tiempo después de terminada la campaña, no podemos menos de admirar un plan tan acertadamente combinado sobre datos positivos e hipotéticos, tan perfectamente apropiado a las circunstancias y tan en armonía con la situación de las tropas de uno y otro bando, con su posición y con su fuerza relativa. Sin embargo, sin negar los talentos militares de aquel general, debemos recordar que si siempre es fácil encontrar disculpas para descargar nuestros reveses, lo es mucho más encontrar razones para ponderar nuestros triunfos; que Morillo oponía tropas veteranas a tropas nuevas; que su ejército estaba bien mandado, bien disciplinado y bien provisto; que sus tropas se batían en provecho de su nación y estaban entusiasmadas a consecuencia de combates felices y del desaliento en que veían sumidos a los independientes; y ante todo, que Morillo obraba sobre seguro con grandes medios contra un país que se había dejado sorprender por los acontecimientos y que no amaba la guerra.

   Entramos ahora en el desarrollo de las operaciones.


COLUMNA DE OPERACIONES DEL CORONEL CALZADA


Tropas.-Regimiento de Numancía ............................... 582 hombres
Regimiento de Sagunto .............................................. 696
"
Cuatro compañías de cazadores.................................. 399
"
Dos escuadrones de caballería 7............................................. 494
"
Una sección de artillería con cuatro piezas de a 4 y 3 .... 40
"
  2.211 hombres

   Misión.—Desde antes de su salida de Venezuela había ordenado el general Morillo con fecha 15 de mayo de 1815 que en la provincia de Barinas y sobre la base de algunos cuadros de oficiales y clases europeas se organizasen tropas indígenas, notables por su sobriedad y resistencia, y que tan pronto como lo estuvieran, fuesen llevadas sobre Cúcuta y Ocaña para entrar en contacto con el ejército que ya para entonces estaría bloqueando a Cartagena.

   Se le dio este cometido al coronel Calzada, oficial afortunado y emprendedor, pero ignorante, hasta el punto de que apenas podía firmar. Calzada no logró completar la organización de las tropas sino después de comenzada la estación de la lluvia, y de consiguiente, en razón de que los caminos desaparecen en la llanura inundada o se vuelven imposibles en la montaña, no pudo seguir oportunamente a cumplir con lo ordenado.

   Posteriormente en 5 de junio de 1815, cuando ya habían cesado las aguas, se le propuso una nueva comisión: debía atacar a los republicanos y tratar de penetrar en el corazón de la Nueva Granada, o lo que es lo mismo, distraer la atención del todo o parte de las fuerzas enemigas y colocarse en el desemboque de los desfiladeros para facilitar que las columnas de derecha e izquierda del Magdalena "pudiesen desembocar en la parte sur de los páramos".8

   La Marcha— La columna de operaciones de Calzada se puso en marcha desde Guasdualito, en donde había establecido su cuartel general, el 18 de octubre de 1815, y siguió por los Llanos de Casanare, venciendo los obstáculos que le oponía la topografía de la comarca, despoblada y salvaje, cruzada por ríos caudalosos y todavía medio anegada y cubierta de barro.

   La marcha fue acertadamente conducida. El estancamiento de las aguas que bajo el ardiente sol tropical produce con la descomposición de los vegetales emanaciones dañinas, no produjo bajas en las tropas. Se procuró evitar a los hombres y ganados las molestias ocasionadas por las horas de mayor calor partiendo al amanecer y haciendo alto oportunamente.

   Durante su marcha, la vanguardia de la tropas realistas fue inquietada por pequeñas partidas de los republicanos que intentaban detener la columna en los puntos difíciles de paso, pero que abandonaban su propósito en vista de la superioridad numérica de las tropas invasoras.

   Combate de Chire.—Hasta el 30 de octubre, la marcha se verificó sin mayores contratiempos. En aquel día supo el comando de la columna que las tropas republicanas de la provincia se habían concentrado en la sabana de Chire, al pie de la Cordillera de los Andes.

   Mandaba estas tropas el coronel don Joaquín Ricaurte, y sus efectivos ascendían a 150 infantes y 1.000 hombres de caballería bien montados y con caballos de repuesto, armados con carabinas fabricadas de fusiles recortados.

   Pudo la división de Calzada evitar el encuentro con los independientes, pero seguro su comandante de que la superioridad numérica le procuraría una fácil victoria, ordenó marchar a su encuentro y el 31 desplegarla en batalla para entrar en combate.

   El terreno era extraordinariamente favorable para el combate de caballería y las tropas del coronel Ricaurte atacaron impetuosamente a las realistas que se habían formado en batalla, con sus jinetes divididos en mitades, cubriendo las alas.

   El ataque de los republicanos fue dirigido contra los flancos de su adversario y efectuado con tal ímpetu y rapidez, que la caballería realista quedó destrozada. La violencia del choque llevó a los republicanos hasta la retaguardia de la columna enemiga y como la tropa quedó naturalmente fuera de la mano de su comandante, distrájose en saquear los bagajes y en perseguir por la llanura los fugitivos. Tuvo la infantería realista tiempo de reponerse del primer movimiento de sorpresa y aprovechándose del desorden, ocupó rápidamente una colina y un bosque inmediatos, inaccesibles para los jinetes. La caballería republicana ya no pudo obrar y la columna enemiga escapóse y siguió por el camino de Chita.

   Las pérdidas de la columna de Calzada fueron las siguientes:

   200 muertos (entre ellos varios oficiales);

   150 prisioneros;

   150 dispersos;

   50 heridos;

   800 animales entre caballos y muías.

   Además todos los equipajes, incluso la caja militar.

   El hecho de haberse desatendido la caballería republicana de su tarea de combate, fue un error que permitió a los realistas continuar su marcha para dirigirse por tierra de Tunja y de Pamplona hacia Ocaña.

   Invasión de la provincia de Tunja.—Para entrar en tierras de Tunja era de paso obligado el boquete de Sácama, desfiladero fácilmente defendible. El coronel Ricaurte había solicitado del gobierno de Tunja guarneciera este paso, pero no se atendieron sus avisos y tan sólo encontraron los realistas una patrulla de 25 hombres de las tropas del mismo Ricaurte, que arrollaron fácilmente.

   La columna de Calzada llegó a Chita, población desguarnecida, en la que halló algunos recursos y pudo dar un corto descanso a sus tropas, quebrantadas por el cambio de clima y por las fatigas de una marcha acelerada y penosa. Desde este lugar pasó al Cocuy, donde encontró mayores recursos y donde a la vez que se repuso de sus quebrantos, encontró manera de reemplazar la pérdida de la caballada.

   Inquieto el gobierno de la provincia de Tunja con la noticia de la llegada de las tropas realistas, a las que suponía después del combate de Chire en estado de absoluta desorganización, ordenó un levantamiento en masa, y su gobernador, don Antonio Palacios, investido como lo estaban todos los de la confederación de la categoría de Capitán general, ocupó con las milicias que pudo levantar al pueblo de Chita, abandonado por los realistas días antes. A dicho pueblo llegó el coronel Manuel Roergas de Serviez, enviado por el Gobierno general a tomar el mando de las fuerzas de la provincia de Tunja. Se produjo entonces una larga discusión sobre si Serviez podía mandar tropas que no fuesen regulares, la cual se resolvió negativamente. Entre tanto la división de Calzada ya repuesta, siguió tranquilamente su marcha de avance.

   Para cumplir su misión le era indispensable atravesar una parte de la provincia de Tunja y toda la de Pamplona. Llevaba ahora 1.800 infantes y unos pocos jinetes recientemente montados.

   Combate de Chitagá.—Desde la aparición de las tropas realistas en Chita, ordenó el gobernador de la provincia de Pamplona, don Fernando Serrano, que las tropas que guarnecían a Cúcuta al mando del general Rafael Urdaneta, se trasladaran al sur a contener la invasión. El general Urdaneta lo hizo así y rápidamente marchó al encuentro de los realistas.

   Entre tanto el general Custodio García Rovira, comandante de las fuerzas llamadas Primer ejército de reserva, salió del Socorro y avanzó hasta la villa de Málaga. Sus tropas, que en el papel ascendían a 4.000 hombres, sólo alcanzaban en la realidad a 1.000 lanceros bisoños.

   Las tropas republicanas no supieron informarse sobre la cantidad y estado de las realistas y en vez de tratar de averiguarlo por medio de reconocimientos, se contentaron con imaginarlas reducidas, después del combate de Chire, a efectivos insignificantes en pésimo estado de desorden y abatimiento. Algunos las hacían montar a 600 hombres pero otros las rebajaron a 400.

   De este último parecer era el general García Rovira, y así lo comunicó al gobernador, que ya reunido con Urdaneta en la Parroquia de Silos, se prometía contener a los que ellos, por falta de información, suponían una pequeña partida en retirada. Como el general García Rovira ofrecía, por su parte, atacar de firme a los realistas, resolvieron el gobernador y Urdaneta, como lo más acertado para completar su destrucción, impedirles el paso en el río Chitagá, y al efecto ordenaron cortar el puente y que las tropas de que disponían (500 infantes y 500 lanceros a pie) se apostaran en una colina situada al norte del río, desde donde lo dominaban con sus fuegos.

   Se cometió el error de tomar una resolución antes de tener noticias exactas sobre la situación del enemigo. A las 2 de la tarde del día 25 de noviembre9 empezó la vanguardia realista a bajar hacia el río y luego se descubrió el resto de la columna. Es decir, sólo hasta el momento de entrar en contacto no vinieron a saber los republicanos que las fuerzas realistas ascendían a 2.000 hombres. Ya se había empeñado el combate con la vanguardia y no era tiempo de retirarse. Los republicanos defendieron con sus fuegos tenazmente el paso del río, pero éste era fácilmente vadeable, y los realistas consiguieron atravesarlo por varios puntos. Los republicanos, después de una hora de combate en la margen del río, se replegaron a la colina de Bálaga. Componían su derecha los lanceros, que muy pronto se dispersaron en desorden. A las 5 y media de la tarde las tropas republicanas habían sido completamente batidas y el general Urdaneta obligado a retirarse a Cácota de Velasco, habiendo logrado reunir apenas 200 infantes. El resto de las tropas se dispersó por los contornos. Los patriotas perdieron cerca de 200 hombres entre muertos, heridos y prisioneros.

   Las pérdidas de las tropas reales fueron de poca consideración. En este combate murieron el capitán de la compañía de cazadores del regimiento de Numancia, don Manuel Pelegrín, y el subteniente de infantería don Juan Petrel.

   Ocupación de Pamplona.—El general Urdaneta no pudo permanecer sino algunas horas en Cácota. Su adversario no era soldado que durmiera sobre los laureles, y a las 11 de la noche del mismo día su vanguardia penetraba en esta población. Urdaneta prosiguió su retirada a Pamplona, a donde llegó el 26 de noviembre al amanecer, y apenas se detuvo el tiempo suficiente para tratar de salvar lo más importante del parque, archivos e intereses públicos. A las 10 de la mañana en que entraba la vanguardia realista, él salía para Cácota de la Matanza.

   Una grave imprudencia comprometió la existencia de los pobladores de la ciudad, afectos al sistema republicano. El teniente de gobernador don Francisco Javier Yáñez, hombre de grandes energías, antes de salir con Urdaneta ordenó ultimar algunos españoles europeos y sus cadáveres fueron lo primero con que tropezó la vanguardia. "Acción de crueldad innecesaria y demasiado imprudente, pues comprometía la existencia de multitud de patriotas."10

   El 28 de noviembre entró el resto de la división a Pamplona y desde luego quedó en aptitud de comunicarse por el valle de Cúcuta, con las autoridades españolas de Maracaibo y de otras provincias de la capitanía general de Venezuela.

   Su colocación dejaba cortado al coronel republicano don Francisco de Paula Santander, que ocupaba a Ocaña con 500 hombres y que no había podido descender al Magdalena, para ir a ayudar a los sitiados de Cartagena, por carecer de buques armados y porque esperaba el aumento de sus efectivos, para poder combatir con alguna probabilidad de éxito, a la división volante, que a órdenes del brigadier Pedro Ruiz de Porras ocupaba a Mompós.

   Santander hizo un hábil movimiento, y por el camino de Rionegro a Girón consiguió reunirse a las tropas que los generales García Rovira y Urdaneta habían conseguido reunir en Piedecuesta, después de la derrota de Bálaga.

   Con el abandono de Ocaña fue fácil a Calzada entrar en contacto con las tropas de Morillo por el mismo valle de Cúcuta, pero el general en jefe sólo se enteró de la toma de Pamplona después de un mes y medio de ocupada. Tan imperfecto y difícil era el sistema de comunicaciones de los ejércitos beligerantes.

   La operación confiada a la división de Calzada había sido coronada con éxito completo. La energía y actividad de este oficial, inteligentemente asesorada por los oficiales realistas teniente coronel don Carlos Tolrá y mayor don Ruperto Delgado, había vencido los inconvenientes de una marcha al través de un país hostil, donde se encontraban tropas enemigas en buen número. Después del quebranto de Chire había sabido reponerse y llevar a término el cumplimiento de la comisión confiada por el alto comando realista.

   El coronel Calzada solicitó de Venezuela algunos auxilios en vestuario y municiones, y en su espera, y para darle a sus tropas el descanso necesario, se detuvo en Pamplona los meses de diciembre y enero. Allí aumentó sus efectivos hasta completar 2.200 hombres.

   La colocación de Pamplona le permitía atender a Girón, el Socorro y Piedecuesta.

   En este último lugar, como ya dijimos, se reorganizaban las tropas republicanas bajo la dirección del general García Rovira y del coronel Santander. (Urdaneta había sido llamado a la capital para responder de su conducta en el combate de Bálaga). Las tropas republicanas aumentadas con los contingentes enviados de las provincias de Tunja, Socorro y Santa Fe, ascendían ya a 1.600 fusileros, 1.400 lanceros y 100 jinetes.

   Batalla de Cachirí— Habiendo recibido noticia la división de Calzada de que algunas tropas realistas se acercaban a Ocaña, se dirigió hacia dicho lugar. Con este movimiento pretendía obligar a los republicanos que ocupaban en Piedecuesta formidables posiciones, a que las abandonaran para poder combatirlos. Con tal propósito siguió por el páramo de Cachiri, en cuya entrada dejó, en unas alturas para cubrir su fingida retirada, un destacamento de 300 hombres escogidos.

   Los republicanos cayeron en el lazo y el 8 de febrero atacaron aquella posición, de la que lograron apoderarse después de cinco horas de recio combate, mas no les fue posible seguir inmediatamente tras la división de Calzada por carecer de caballada suficiente y porque el estado de su armamento no daba probabilidades de éxito.

   Como en Cácota recibiera noticia el general Rovira de que por el valle de Cúcuta avanzaba una pequeña partida de tropas realistas con dirección a Pamplona, custodiando los elementos solicitados a Maracaibo por el coronel Calzada, destacó a su encuentro una columna que puso a órdenes del coronel José María Mantilla. El envío de este destacamento redujo notablemente sus tropas.

   El 16 de febrero se puso el general Rovira definitivamente en seguimiento de las tropas realistas, internándose en el páramo de Cachirí tan sólo con 2.000 hombres y 80 jinetes.

   El 20 de febrero supo Calzada que las tropas republicanas atraídas por su estratagema venían en su persecución. Con este motivo, después de haber reunido la columna de 300 cazadores al mando del capitán del regimiento de La Victoria don Silvestre Llorente, que le había sido enviada como refuerzo, se volvió al encuentro de los independientes que se hallaban vivaqueando en la pequeña meseta de Cachirí, donde habían resuelto hacerse fuertes para combatir al enemigo.

   A las 5 de la tarde del día 21 la división de Calzada se presentó frente al campo republicano. La vanguardia realista había sorprendido la avanzada enemiga situada en Laguneta y conseguido llegar hasta las vecindades de la posición ocupada por los independientes. Con la llegada del grueso de las tropas se adoptaron las disposiciones necesarias para entrar en combate, y para ello las tropas se adelantaron hasta la primera y única ranchería, pero una espesa niebla impidió el desarrollo y sólo pudieron los realistas adelantar la descubierta al mando del teniente don José Espejo.

   Descripción del terreno.—El diario de operaciones de la división de Calzada describe así el terreno en que se libró la batalla: "La bajada es larguísima y de mal camino, el monte alto y por la mayor parte espeso; algunas quebradas pequeñas, cuyas orillas ofrecen igual ventaja al que sube que al que baja y en las que los enemigos tenían parapetos de piedras generalmente dominados por la derecha hacia donde faldea, pero casi perpendicular. Como a 500 pasos del río se despeja el terreno y se encuentran dos casitas con pequeñas labranzas. Esta orilla es demasiado espesa, por lo pendiente y grandes zanjones que han formado las aguas, pero no intransitable. Las últimas mesetas dominan con poca diferencia a las de la orilla opuesta que es más suave, por donde va el camino poblado de monte y alcanza el tiro de fusil. El río es de poco caudal, y más bien parece quebrada, angosto, piso de piedra e incómodo: el camino atraviesa por dos pequeñas llanadas, en declive hacia la derecha, dominadas y a un tiro de fusil por la izquierda y divididas por dos quebradas algo profundas con monte, dominando y siendo fáciles de defender sus orillas opuestas. Se sale a una loma de poca amplitud a cuyo pie está el sitio y casa propia de Cachirí, en un pequeño llano cortado de tapias, y algunos ribazos: por la izquierda va el camino hasta el río que baña el cerro de Cachirí, y uniéndose más abajo al que ya se ha pasado, forman una lengua de tierra que se eleva desde la misma casa al nivel de las demás serranías. Este río tiene más cantidad de agua, más corriente y peor piso: sus orillas muy escarpadas y como a treinta pasos de elevación con monte en ambas, tiene puente de madera cubierto, y pueden pasar cargas y tres hombres de frente.

   "Del otro lado se eleva una asperísima montaña de que nacen algunas cuchillas que atraviesan el camino, dejando a la izquierda el río, del que se separa insensiblemente, hasta que a distancia de mil pasos se dirige ya casi perpendicular a la cima en que se batieron los cazadores del 8°. El monte es alto, ya claro, ya espeso, con algunas profundidades y desigualdades que estrechan el camino. En éstas y en las cuchillas inmediatas al puente habían construido los enemigos parapetos de piedra y ramaje."11

   Continuación de la batalla.— Tan pronto como se disipó la niebla los realistas pudieron observar las disposiciones adoptadas por los independientes para la defensa. Se hallaban éstos formados en tres líneas sobre la loma que domina la casa de Cachirí.

   La descubierta realista fue seguida por la columna de cazadores del ejército, y ésta por el primer batallón del regimiento de Numancia. El segundo se dejó como reserva en la ranchería.

 Hacia la mitad de la bajada se encontraron los realistas con una columna de cazadores independientes (200 hombres) que retrocedió hasta los parapetos en donde intentó sostenerse. Obligada por los realistas tuvo que repasar el río y trepar a la meseta y allí se hizo fuerte y contestó el fuego de los realistas que desplegados en guerrilla se extendieron por toda la orilla del río. El primer batallón del regimiento de Numancia llegó a la casa de Cachiri a las 5 de la tarde y aun cuándo las tropas deseaban intentar el ataque, Calzada resolvió aplazarlo hasta que el batallón de reserva se acercara, como en seguida lo hizo, llegando casi al anochecer.

   A fin de apagar el fuego de la columna de cazadores independiente, dispuso Calzada que las dos compañías de igual arma del regimiento de Numancia pasaran el río y trepando por la izquierda del camino una subida pendiente y montuosa, le cayeran sobre el flanco derecho. La operación se realizó y el fuego de los cazadores realistas introdujo el desorden en los enemigos, pero afortunadamente un batallón del grueso republicano los contuvo y restableció el orden.

   Con la llegada de la noche los realistas retiraron sus tropas de cazadores, reemplazándolos por compañías de fusileros.

   Los republicanos no permanecieron inactivos durante la noche. El general García Rovira dispuso abandonar el campamento y trepar a la colina, la que ordenó fortificar con la ejecución de algunas obras de tierra, que fueron construídas muy imperfectamente. En ellas abrigó las tropas colocándolas por escalones.

   Al amanecer del siguiente día (22 de febrero) se empeñó de nuevo el combate. Las dos compañías de fusileros que relevaron a los cazadores y una de carabineros, llegaron hasta el campamento republicano, abandonado, según dijimos, durante la noche. Sólo encontraron allí un puesto de seguridad que hicieron prisionero. Alentados por esto pasaron el río y comenzaron a ascender la loma en cuya falda habían colocado los republicanos un batallón tendido y emboscado que sorpresivamente hizo una descarga sobre los atacantes matándoles veinte hombres e hiriendo otros muchos.

   Entre tanto el coronel Calzada dispuso que la mitad de la columna de cazadores, a las órdenes del teniente coronel don Matías de Escuté, ocupase una altura de la derecha que dominaba de flanco la posición de los republicanos y que la otra mitad, con un cañón de a 4, a las órdenes del capitán don Silvestre Llorente, tratase de envolverles el ala derecha que apoyaban en el río. Los tropas comisionadas realizaron la operación, no sin gran trabajo, y el cañón quedó emplazado en forma que hacía grandes daños a los independientes con su fuego de flanco.

   Para el ataque por el frente comisionó al teniente coronel don Carlos Tolrá con dos compañías de fusileros, dos de granaderos y una de carabineros. Tan pronto como los cazadores ocuparon sus emplazamientos, Tolrá destinó una compañía de granaderos para que trepando por el bosque del pie de la loma atacase a los independientes por su flanco izquierdo y él lo ejecutó con las tres restantes sobre la primera trinchera. Se hallaba en ésta el batallón Santafé, que no pudiendo resistir los fuegos del envolvimiento se retiró a la otra trinchera. El batallón de Tunja que debía sostenerse allí, mientras el primero se retiraba, se vio obligado a hacerlo también. Un tercer batallón ejecutó lo mismo y entonces los realistas se lanzaron a la bayoneta.

   En el descanso de la loma dieron alcance a los republicanos que perecían a golpe de bayoneta y de allí pasaron a la segunda trinchera, dejándola cubierta de cadáveres.

   El quinto batallón independiente, formado en batalla al comienzo de la pendiente, hizo una descarga cerrada sobre los realistas, pero antes de que tuviera tiempo de volver a cargar, fue arrastrado por los otros batallones en huída.

   Llenos de pánico los independientes, se desbandaron perseguidos por la caballería realista y los oficiales montados de las otras armas. Estos oficiales "se adelantaron a caballo —según el diario de operaciones de la 5a división— y fueron cortando pelotones de fugitivos que obedecían puntualmente sus órdenes y hasta repetían sus voces de viva el rey. Les mandaban que arrimasen las armas a un lado del camino y se quedasen, que eran perdonados. Pero las tropas que iban a la cabeza no daban cuartel, e hicieron una horrorosa carnicería, en particular la compañía de Daza, que no se podía contener. Quedó, pues, todo el ejército enemigo nuestro, prisionero y disperso."12 Y más adelante agrega: "Jamás se ha visto espectáculo más horroroso que el que presentaba el camino de Cachirí a Cácota. Todo él estaba poblado de enemigos: la mayor parte muertos de bayoneta, entre ellos muchos oficiales, de cuya clase había 13 en un espacio de 16 varas. Los fusiles, cajas, municiones y demás efectos de guerra embarazaban el tránsito, y cada instante había que echar pie a tierra. Cansadas ya nuestras tropas de matar, y pasado el primer calor, se ocuparon en hacer prisioneros, y se llenaron dos cuarteles."

   Tan grande fue la derrota de los patriotas, que apenas logró escaparse el general García Rovira y algunos oficiales y jinetes, en número entre todos no superior a 30 hombres.

   Las pérdidas republicanas, según el parte extenso de Calzada, fueron las siguientes:

   1.000 muertos, entre ellos 40 oficiales.

   200 heridos.

   500 prisioneros, entre ellos 28 oficiales.

   2 piezas de artillería.

   4 banderas.

   750 fusiles.

   300 lanzas.

   45.000 cartuchos.

   Además las provisiones, el ganado, los bagajes y todo el material del ejército.

   Los realistas sólo perdieron 150 hombres entre muertos y heridos.

   El parte de Calzada al general Morillo fue el siguiente:

   "Excelentísimo señor:

   Los enemigos que habían ocupado esta provincia han sido completamente derrotados, y mí división ha añadido este triunfo en un día más de gloria a la nación. En las jornadas de ayer y anteayer no he cesado de batir al ejército enemigo en más de siete puntos atrincherados que tenían, después de la salida del páramo hasta el alto de Cachirí; ellos han sido sucesivamente desalojados, nuestra su mayor parte, prisionera otra, y unos pocos dispersos por los montes. Sólo los jefes y como 30 hombres han podido escaparse a favor de sus caballos. Desde Cachirí hasta este pueblo, el camino no presenta sino cadáveres, armamento, municiones y otra multitud de despojos del enemigo. Todo lo he mandado recoger, y luego que tenga una noticia exacta, la daré igualmente a V. E. en parte más extenso. Por ahora sólo dirijo a V. E. tres banderas, de cuatro que se han cogido, en testimonio de la victoria.

   Entre tanto, para no perder esta ocasión, la más favorable para ocupar el reino e impedir la reunión de cualquier otro ejército, marcho activamente sobre sus miserables reliquias, prometiéndome no encontrar ya ni un solo soldado en todo el reino, que por consiguiente está a nuestro arbitrio. Dios guarde a V. E. muchos años.—Cuartel general de Suratá, 23 de febrero de 1816. Excelentísimo señor.—Sebastián de la Calzada.—Excelentísimo señor general en jefe don Pablo Morillo."

   En el parte por extenso dio la noticia de la manera como se desarrolló la batalla, del botín tomado y de los oficiales, sargentos y soldados realistas que más se distinguieron en la acción.

   El mismo día en que se libró la batalla de Cachirí fue completamente batido en Cúcuta por la columna que mandaba el teniente coronel don Francisco Delgado, el destacamento que bajo las órdenes del coronel Mantilla se mandó desde Cácota al encuentro de los recursos que desde Maracaibo enviaron a la división de Calzada.

   Comentario militar.—La batalla de Cachirí fue para los patriotas la defensa de una posición organizada, sin otro objeto que la resistencia.

   La posición elegida no cumplía con las condiciones necesarias, puesto que dejaba al descubierto los flancos. La preparación de la posición no se hizo en tiempo oportuno y por esto las obras ejecutadas imperfectamente no llenaron sus fines. Los trabajos de fortificación, por otra parte, facilitaron al enemigo el reconocimiento de las disposiciones tomadas por las tropas republicanas, y de consiguiente lo ilustraron para tomar sus medidas de ataque.

   Las obras se dispusieron por grupos de batallón, pero no se formó la reserva, y por esto no hubo tropas que restablecieran el orden con un contraataque, cuando los batallones patriotas comenzaron a abandonar sus sectores.

   Si se hubieran dejado algunas tropas en la mano del comandante, para rechazar a la bayoneta al enemigo cuando penetró en la posición, habría sido posible contener el pánico, y la batalla no se hubiera resuelto por una derrota tan completa.

   Para los realistas la batalla fue un ataque a una posición organizada defensivamente. Las tropas aprovecharon el tiempo y buscaron en la mañana del 22 una excelente posición para su artillería. El comandante tuvo ocasión de reconocer la posición y dictar todas las medidas necesarias.

   El espíritu ofensivo de las tropas reales fue inteligentemente aprovechado, y éstas se lanzaron al asalto con extraordinaria rapidez. El éxito se buscó en el combate cuerpo a cuerpo, y los patriotas no pudieron resistir a las bayonetas de los granaderos.

   La victoria se obtuvo por la combinación del ataque de frente con el envolvimiento por ambos flancos, hábilmente ejecutado por las tropas de cazadores. La ruptura del frente coincidió con la entrada en posición, de las tropas envolventes. El envolvimiento simultáneo fue posible por la superioridad numérica de las tropas reales.

   La victoria fue terminada con una enérgica persecución que destruyó totalmente las tropas republicanas. Se puso el más eficaz empeño en perseguir sin tregua a los republicanos para dificultar su reunión y por eso el éxito fue tan completo.

   Pero más que a las disposiciones acertadas del comando realista, la batalla se perdió para la causa de la independencia, porque las tropas republicanas no estaban a la altura de las necesidades de la guerra; ellas habían sido improvisadas, la oficialidad carecía de experiencia y decisión; el armamento, equipo y vestuario había sido descuidado. Es que para defender el honor y la independencia de una nación, se necesita de tropas que desde el tiempo de paz estén dedicadas exclusivamente a prepararse para las grandes pruebas y sacrificios que pide la guerra.

   La pérdida de la batalla de Cachirí fue funesta para la Nueva Granada. El camino hacia la capital quedó a los realistas libre de enemigos de consideración. La noticia unida a la de la toma de Cartagena, acabó con el aliento de los patriotas, y el país sin fuerza vigente, no pudo ofrecer resistencia eficaz a la marcha del invasor.

Penetración hacia la capital.—Inmediatamente después de la batalla ordenó el coronel Calzada que el segundo batallón de Numancia, a las órdenes del teniente coronel Tolrá, con una pieza de artillería y un piquete de caballería, marchara a ocupar a Pamplona en donde Rovira había dejado un destacamento de 300 infantes, los que se habían apoderado de la ciudad en virtud de que Calzada ordenó a su gobernador, el teniente coronel Francisco Delgado, salir a Cúcuta al encuentro de los auxilios venidos de Maracaibo.

   Al llegar las tropas realistas a la ciudad de Girón y a los pueblos de Bucaramanga y Piedecuesta, los habitantes les ofrecieron un entusiasta recibimiento. "De Girón, dice Calzada en su parte extenso a Morillo —habían emigrado algunos, seducidos por las mentiras de los malvados, pero aquéllos se presentaron inmediatamente y media hora después de mi llegada no cabía la gente en las calles, con mil demostraciones de alegría, oyéndose sólo las voces de "viva el rey, vivan nuestros hermanos" pronunciadas con la sinceridad de un pueblo fiel que salía de la opresión insurgente. A las dos horas marchó una compañía de gironeses compuesta de 60 hombres, a la cabeza del Chocó, en seguimiento de los bandos dispersos que andaban errantes y ayer tarde (24 de febrero) se me han presentado con una partida de 17 prisioneros y 13 fusiles,—cuya acción distinguida, unida a la constante fidelidad de Girón, me estimulan a recomendar a V. E. tan bravos y leales habitantes, dignos vasallos de S. M."13

   Con fecha 29 de febrero ordenó Morillo desde Mompós a Calzada, empezara a internarse con dirección a Santa Fe, procurando por todos los medios adquirir noticias a medida de su avance y darle frecuentes avisos de todo lo que supiera sin perdida de tiempo.

   Le ordenaba, además, para facilitar las comunicaciones, abrir caminos desde los pueblos que fuera ocupando hasta el Magdalena. Esto debía principiarse inmediatamente, dando aviso al comando en jefe de los que se emprendieran e inspeccionando por sí mismo la exactitud en el cumplimiento de esta providencia.

   Al ocupar una provincia debía cuidar de desarmarla completamente y enviar por el río cuanto material de guerra recogiera, después de dejar el necesario para completar el armamento de su tropa.

   Calzada debía escoger las comarcas más fértiles y recoger en ellas víveres, acémilas y caballos. Como medida de alta policía debía recoger cuidadosamente todos los archivos y ponerlos en seguridad.

   Los mejores caballos que la división fuera adquiriendo en su avance, había de separarlos y conservar especialmente, con el objeto de remontar en lo sucesivo la caballería europea.

   El coronel Calzada debía tomar todas las providencias para impedir la reunión del enemigo. Mantener abiertos y recompuestos para la facilidad de marcha de las tropas todos los caminos existentes.

   Finalmente le prescribía estudiar los medios que pudieran facilitar la elaboración del tasajo, recoger cuantas provisiones encontrara y hacer acopios aunque fueran en cantidades excesivas.

   Con el coronel Miguel de la Torre que avanzaba con otra división se le enviarían ordenes. Entre las dos divisiones debía mantenerse comunicación.

   En obedecimiento de tales instrucciones Calzada ocupó el resto de la provincia de Pamplona y después la del Socorro, haciéndose dueño del país hasta el río San Benito, cercano a Vélez.

   Con el reclutamiento que hizo en los pueblos del tránsito consiguió elevar a 3.000 el número de sus hombres.

   Fácil le hubiera sido a Calzada llegar a Santa Fe, pero Morillo reservaba la gloria de la ocupación de la capital del país a uno de los jefes que lo acompañaban desde Europa, y por eso le ordenó aguardar se le reuniera Latorre, al cual esperó estacionario en la provincia del Socorro, durante todo el mes de marzo.

   Reunido Calzada con Latorre, ocuparon el primero la villa de Leiva y el segundo a la ciudad de Tunja, sin la menor oposición de parte de los republicanos. Después siguieron a Zipaquirá y el 6 de mayo de 1816 penetraron en la capital del país invadido, como veremos al tratar de la columna de operaciones del coronel Latorre.


COLUMNA DE OPERACIONES DEL CORONEL WARLETA

   Comandante.—Al principio el capitán don Vicente Sánchez Lima, después el coronel Francisco de Paula Warleta.

   Tropas.—Al principio 150 infantes escogidos en los regimientos de Granada, Albuera y Puerto Rico y 50 húsares del regimiento de Fernando VII.

   Misión.—El brigadier don Pedro Ruiz de Porras, comandante de la división que el general Morillo destacó a Mompós, destinó una sección de tropas a operar en las sabanas de Corozal para limpiar la comarca de enemigos, sección que puso bajo el comando del capitán don Vicente Sánchez Lima, oficial experimentado en ejecutar sorpresas y golpes de mano.

   Primeras operaciones.—El capitán Sánchez Lima capturó con su sección en medio del río Sinú (23 de septiembre de 1815), en las cercanías de Montería, la comisión republicana que a órdenes del coronel Martín Amador y de don Pantaleón Germán Ribón, conducía a Cartagena los recursos en metálico enviados por el Gobierno general de las provincias unidas.

   La fácil captura de tan importante botín, que ascendía a más de ochenta mil pesos en oro y alhajas, levantó el entusiasmo de la sección de Sánchez Lima y desde entonces no tuvo otra preocupación sino combatir para enriquecerse aumentando las presas que posteriormente serían repartidas.

   En cumplimiento de su misión de recorrer la comarca para mantenerla limpia de enemigos, supo Sánchez Lima que de Nechí había bajado una partida republicana hasta el pueblo de Majagual y envió para combatirla al teniente del regimiento de Albuera, don Pedro Mateos, al frente de una columna de 62 hombres.14

   Toma de Nechí— Como la partida republicana regresara a Nechí y este pueblo tuviera excepcional importancia estratégica por estar colocado cerca de la desembocadura, en el Cauca, del río del mismo nombre, navegable por embarcaciones menores en un trayecto de 130 kilómetros, hasta donde se asienta Zaragoza, ciudad de donde parte un camino que penetra en el corazón de la provincia de Antioquia, Sánchez Lima resolvió atacarlo, y al efecto se puso en marcha con todas sus tropas en la madrugada del 21 de octubre.

   Las informaciones recogidas pusieron a Sánchez Lima al corriente de que la guarnición ascendía a 200 fusileros, algunas piezas de artillería y varias barquetas armadas y de que los republicanos habían tomado algunas precauciones, tales como cerrar con palizadas los caminos de tierra y haber alistado lo necesario para en caso apurado retroceder por el río a Zaragoza.

   No pareciéndole conveniente proceder por la fuerza antes de intentar atraerse por otros medios a la guarnición republicana, comisionó al párroco del lugar, don Pedro Quesada, para que ofreciera indulto en nombre del general Morillo. Esperó por tres días el resultado de las gestiones del párroco y como no recibiera noticia alguna dirigió su marcha hacia un desembarcadero situado a dos leguas de la población.

   Sánchez Lima dividió allí sus fuerzas y una parte al mando de don José Guerrero, fue destinada para ocupar a toda costa la boca del río Nechí, en tanto que él con el resto se dirigía sigilosamente a tomar el pueblo, aprovechándose de la oscuridad de la noche.

   Sánchez Lima contaba con el desorden que precede a la formación de hombres apenas despiertos, que no sólo no se dan cuenta exacta de lo que sucede, sino que se entregan al pánico, exaltada su imaginación por las tinieblas, el ruido de los disparos y por la impresión de la sorpresa.

   El camino para llegar hasta el pueblo era un sendero tan estrecho que no permitía otra formación de marcha que la fila india y estaba interrumpida por troncos y barrizales. En su marcha hacia el pueblo destacó Sánchez Lima una escuadra de ocho hombres, al mando del cadete del regimiento de granaderos don Manuel Lena, para que desplegada en guerrilla protegiese la aproximación del resto de la tropa. En gran silencio se acercaron al pueblo y ya en sus inmediaciones dispuso Sánchez Lima se penetrara en la localidad sorpresivamente.

   A los republicanos les hacía falta aquella experiencia sólo conseguida con ejercicios que se aproximen a la realidad de la guerra; de ahí que se entregaran con toda confianza al reposo y facilitaran al enemigo llegar cautelosamente hasta el sitio a propósito para dar el golpe de mano.

   La operación se realizó con éxito completo. El cadete de Lena se apoderó con su escuadra de la artillería a los gritos de viva el rey. La infantería y los húsares desmontados se abrieron paso a la bayoneta hasta la línea opuesta de la localidad y los republicanos huyeron precipitadamente, poseídos del pánico.

   Las tropas republicanas carecían de disciplina de alarma y el enemigo pudo aprovecharse de la confusión y conseguir lo que de otro modo no hubiera logrado.

   Al clarear el día el pueblo estaba en poder de los realistas, junto con la artillería, la boca del Nechí y todas las embarcaciones que estaban en el puerto.

   Con tan audaz estratagema los republicanos perdieron 92 prisioneros, entre ellos el comandante venezolano Pedro Villapol, y el comandante de la artillería José Ignacio Buda, 40 muertos, 2 piezas de artillería de a 4 con sus cureñas nuevas, dos canoas artilladas con sendos pedreros, 10 embarcaciones más, 78 fusiles, 7 lanzas, 4 cajones de municiones y 2 cajas de guerra. Los realistas no tuvieron ni un solo herido. En su parte a Morillo, fechado en las bocas del Nechí el 24 de octubre, Sánchez Lima dice que apenas tuvo un soldado contuso y que no tuvo pérdida alguna en la ventajosa posición ocupada.

   Tan pronto como se ocupó la localidad se puso por los realistas en estado de defensa, haciendo cuantas obras de fortificación pasajera les fue posible y se procedió a abrir un camino por tierra para comunicarse con Ayapel, pueblo situado al sur de la ciénaga del mismo nombre, entre la margen oriental del río San Jorge y la occidental del Cauca.

   Invasión de la provincia de Antioquia.—Con la toma de Nechí quedó en poder de los realistas la llave de la provincia de Antioquia. Les fue ya fácil ascender a Zaragoza, y al efecto, el 28 de diciembre del mismo año, el teniente del regimiento de Húsares de Fernando VII, don Juan Muñoz, de la sección de Sánchez Lima, hizo su entrada en esta ciudad desalojando a los republicanos que retrocedieron desordedanamente a la población de Remedios.

   En Zaragoza permaneció Sánchez Lima hasta el 22 de enero del año siguiente (1816), en que se puso en marcha para Remedios en persecución de las tropas republicanas. Su marcha, por tratarse ahora de un país en extremo montañoso, le causó varias dificultades. Sin embargo el 28 de febrero llegó con su sección frente de la "Mandinga", en donde libró combate, logrando desalojar al enemigo de la posición fortificada de "Rompebotijas" y tomándole 3 piezas de artillería, 5.000 cartuchos de fusil, un cajón de metralla y otros efectos y víveres. Los republicanos abandonaron la población de Remedios a la cual pusieron fuego.

   Abierto el camino por la ocupación de la provincia de Antioquia, resolvió el general Morillo reforzar la columna de Sánchez Lima, y para esto dispuso que un destacamento de 300 hombres más de la División Volante, de cuyo mando fue relevado Ruiz de Porras por Warleta en diciembre de 1815, subiera por el Cauca y el Nechí hasta Zaragoza y que allí se incorporara a la columna de Sánchez Lima.

   Las tropas debían operar en adelante bajo el comando del coronel Warleta, oficial de gran espíritu ofensivo, joven vigoroso que a sus conocimientos y pericia militar unía talento, carácter y un gran dominio sobre sus subalternos, a quienes arrastraba con su ejemplo en todos los peligros e inconvenientes.

   Por desventura para los patriotas, después de la campaña en la provincia de Antioquia, en donde se mostró generoso y magnánimo, empleó en la de Popayán una política de fuerza, olvidando el concepto del honor y de la probidad y confundiendo la energía con la dureza de carácter. Sus desmanes lo presentan ante nuestra historia como el más inhumano de los déspotas y hacen aborrecible su memoria.

   La división Warleta quedó, pues, con un efectivo de 500 hombres (420 infantes y 80 jinetes) y dio comienzo al cumplimiento de la misión recibida de Morillo de apoderarse de la provincia de Antioquia.

   Gobernaba a la sazón en ella el brigadier don Dionisio Tejada, quien había tratado de poner a la provincia en el mejor estado de defensa. Contaba con un pequeño ejército de 1.000 hombres, en regular estado de disciplina, dividido en dos batallones denominado el uno Los Soberbios y el otro Los Esforzados, bajo el comando del coronel caraqueño don Andrés José Linares, oficial bien reputado y que había hecho con suceso la guerra en Venezuela, pero que en esta vez no se mostró a la altura de las circunstancias.

   Las tropas de Warleta ascendieron por el Nechí hasta Zaragoza. Por la orilla del río se construyó una senda para llevar la caballería en el trayecto comprendido entre aquellos dos lugares. De Zaragoza en adelante la marcha se realizó por las montañas, venciendo las enormes dificultades opuestas por un terreno áspero y fragoso, cuyas angostas sendas habían cegado los republicanos con talas de árboles.

   A la fatiga enorme resultante de las marchas realizadas en aquellas escarpadas montañas, bajo una lluvia desesperadamente tenaz, vino a juntarse el completo agotamiento del calzado, indispensable para las tropas europeas ."No han bastado, dijo Warleta en su parte, zapatos, albarcas y alpargatas que hice traer para que llegasen calzadas las tropas y oficiales europeos en tantos pasos de arroyos, piedras y la continua diluviación; y la ropa ha sufrido bastante destrucción con el lodo y caídas, pero se ha conservado bien el armamento y municiones."15

   Combate de Ceja Alta.—La penosa marcha llevó las tropas realistas a Remedios, población que como ya dijimos estaba en completa ruina, incendiada como fue por los republicanos. Sin medios de informarse porque la topografía del terreno anulaba la acción exploradora de la caballería y no era posible conseguir de los paisanos se apartaran del ejército, permaneció Warleta en Remedios hasta el 16 de marzo, en que supo que el coronel republicano Linares había reunido en un punto fortificado, llamado Ceja Alta, situado entre las aldeas de Remedios y Cancan, las fuerzas republicanas constantes de 800 infantes y 2 piezas de artillería. Hacia dicho lugar se puso en marcha adelantando una vanguardia de 200 hombres (2 compañías del regimiento de Victoria y 20 húsares) a las órdenes del teniente coronel don Nicolás López, pues Sánchez Lima había enfermado gravemente, con la misión de averiguar por la situación y disposiciones tomadas por el enemigo.

   Esta vanguardia entró en contacto con las tropas de seguridad de los republicanos el 18 de marzo, y después de algunas escaramuzas las obligó a retroceder a la posición principal.

   Entre tanto Warleta, que no había interrumpido la marcha y que traía el resto de los húsares al mando del teniente don Juan Muñoz, resolvió atacar la posición principal, como al efecto lo hizo el día 20 (marzo de 1816) con el más completo éxito.

   Aprovechando lo mejor posible el terreno dispuso una carga de caballería. Las bisoñas tropas republicanas no conocían los efectos de esta arma, y se desconcertaron con su ataque. En poder de los realistas quedaron numerosos prisioneros y fusiles, una pieza de artillería arrojada por los republicanos a un precipicio, muchas municiones, mulas y ganados. Las bajas republicanas ascendieron a 100 muertos, entre ellos varios oficiales. Los realistas tuvieron un muerto y varios heridos.

   El coronel Linares dirigió la retirada hacia Barbosa, población situada más al interior de la provincia. Para disculpar su desgracia comunicó al gobernador de la provincia, que los efectivos de las tropas reales eran de 1.500 hombres. El gobernador, guiado por el informe y convencido de la imposibilidad de resistir fuerzas tan superiores, ordenó que las tropas, el gobierno y todas las personas comprometidas en la revolución, emigraran a la provincia de Popayán, en donde suponía que con los restos del ejército de las provincias unidas se organizaría la resistencia.

   Quebrantada la moral de las tropas con la retirada, las disposiciones del gobernador tuvieron el más desgraciado resultado. Al llegar a la población de Amagá, las tropas desertaron en masa y apenas 60 individuos entre oficiales, soldados y paisanos siguieron la marcha hacia Popayán.

   Ocupación de Medellín.—El 7 de abril siguiente la división Warleta entraba triunfalmente en Medellín, capital de la provincia de Antioquia.

   Comentario militar.—La misión recibida por Warleta del alto comando realista, había sido realizada con toda felicidad. La campaña se había reducido a marchas por las montañas y a escaramuzas, siempre fatales para las tropas republicanas. La campaña en la provincia había revestido el carácter irregular de una guerra primitiva y no se había prolongado porque ni el gobierno ni las tropas que la guarnecían, supieron darle a las operaciones el carácter de una porfiada resistencia.

   A las fuerzas realistas les dio el triunfo en esta campaña las condiciones de carácter de su jefe. El había recibido la orden de ocupar la provincia, y una tenaz ejecución lo llevó al objetivo señalado. Warleta demostró que la audacia y la resolución ayudan en las situaciones más difíciles.

   Las tropas republicanas carecían de fuerza moral, no tenían la firme resolución de vencer, y no supieron aprovechar en su favor la topografía del teatro de guerra. Su comandante se dejó influír por suposiciones, cálculos e informaciones exageradas. No tuvo energía y habilidad para entorpecer, utilizando las particulares y favorables condiciones del terreno, la marcha del invasor. Una oposición sostenida en tan abruptos parajes, si no malogrado los planes de los realistas, al menos habría dado tiempo a los patriotas para organizar en otros sectores del país la defensa de la libertad.


COLUMNA DE OPERACIONES DEL CORONEL SANTACRUZ

   Comandante.—Teniente coronel don Donato Ruiz de Santacruz.

   Tropas.—400 hombres embarcados en dos lanchas cañoneras.

   Misión.—Esta columna fue despachada desde Mompós con la misión de ascender el río Magdalena, servir de lazo de unión con las que operaban por la derecha e izquierda del río a las órdenes de los coroneles Warleta y Latorre, forzar la angostura del Nare, ocupar a éste; continuar con todo su esfuerzo hasta tomar a Honda, y finalmente, ocupar la provincia de Mariquita.

   La marcha.—La columna de Santacruz subió el río y sin gran trabajo consiguió apoderarse de todas las poblaciones ribereñas hasta llegar a la angostura de Nare, punto de muy difícil paso, que había sido fortificado por los patriotas y estaba defendido por artillería, algunas tropas de infantería y por algunas pequeñas embarcaciones armadas en guerra,

   Ocupación de Nare y de Honda.—El 23 de abril (1816) una traición hizo dueña del paso a la columna enemiga. Se originó entre los independientes una disputa, y el comandante de los buques de guerra independientes, llamado Ascensión Martínez, individuo de baja procedencia, para vengarse de las ofensas que creyó haber recibido, determinó entregar a los realistas la flotilla fluvial, puesta bajo sus órdenes. Al efecto, sedujo a sus compañeros y valiéndose de engaños consiguió que el comandante del paso, coronel Francisco Aguilar, embarcara todo el armamento y artillería para retirarse a Honda. Cuando ya no quedaba en tierra sino la infantería, el traidor Martínez y sus compañeros proclamaron al Rey y entregaron el paso a las armas reales. Los soldados se dispersaron y los oficiales huyeron por el Magdalena arriba. En poder de los realistas quedaron 10 buques de guerra, con igual número de piezas de artillería, 176 fusiles, 51 lanzas y buena cantidad de municiones.

   En los últimos días del mes de abril estalló una sublevación en el pueblo de Honda. Dos españoles que andaban huyendo por los contornos, consiguieron que los esclavos de la hacienda La Egipcíaca, situada en la margen izquierda del río se levantaran contra el gobierno republicano. Armados y organizados los negros y auxiliados por los realistas atacaron el cuartel de los independientes, logrando apoderarse de él.

   Avisado que fue el comandante Santacruz, que se hallaba en Buenavista, siguió hasta Honda, de cuya localidad tomó posesión.

   Apresó todas las embarcaciones del río y algunas piezas de artillería. Recogió en la plaza y en sus inmediaciones muchos bultos de tabaco y cajas de quina, vestuarios y un cajón de plata labrada con 103 piezas. Entre los prisioneros quedaron el general de brigada don Antonio Villavicencio, el coronel Francisco Aguilar y el capitán José de la Cruz Contreras, posteriormente fusilados en Santa Fe.


COLUMNA DE OPERACIONES DEL CORONEL LATORRE

   Comandante.—Coronel Miguel de Latorre.

   Tropas.—Regimiento de La Victoria.

   Escuadrón de artillería volante.

   Una compañía de húsares.

   Varias otras compañías de distintos regimientos.

   Misión.—Este destacamento, denominado por Morillo "División del oriente del Magdalena", constituía el grueso del ejército. En febrero de 1816 salió de Cartagena hacia Ocaña, para trasladarse por el páramo de Cachirí a Girón y el Socorro, y de allí, en conjunto con la columna de operaciones del coronel Calzada, marchar a apoderarse de la capital de Nueva Granada, objeto principal del plan de invasión.

   Marcha.—Las felices operaciones realizadas por el destacamento de Calzada mantenían abierto el paso, de manera que la columna de Latorre no encontró dificultades en su avance que las opuestas por la topografía del país. Su marcha fue una marcha de viaje, sin otras preocupaciones que el cuidado de las tropas, ganado y material, y no ofrece a la historia militar nada notable.

   En la provincia del Socorro debía juntarse, según disposiciones del alto comando expedicionario, con la columna de operaciones de Calzada. Esta reunión tenía por objeto, a más de la concentración de un núcleo de tropas capaz de asegurar la toma de la capital del país, prestigiar al ejército expedicionario, dándoles a las tropas traídas de Europa la gloria de la ocupación.

   El ejército independiente de las provincias del norte del país se había extinguido después de la funesta batalla de Cachirí. Debiendo ya obrar la segunda línea de defensa que con procedente consulta del consejo de guerra se mandó formar desde el Socorro a Chiquinquirá, y estimando el Presidente de las provincias unidas que el general García Rovira ya no gozaba de la confianza pública, nombró por general en jefe de todas las tropas que la componían, así como de las alistadas en la provincia de Tunja, en Ubaté y Chiquinquirá, y de las que obraban a las órdenes del general García Rovira, y cuando se hubieran replegado sobre la línea, al coronel don Manuel de Serviez, francés de nacionalidad y oficial muy hábil en asuntos de organización.16

   Este jefe, inteligente, activo, emprendedor y valiente, poseía muy buenos conocimientos militares, pero tenía el grave defecto de no ser sumiso a la autoridad del gobierno y procedía por su cuenta, sin atender órdenes ni aceptar indicaciones.

   Serviez se hizo cargo del mando bajo ciertas condiciones: había de removerse al secretario de guerra, don Andrés Rodríguez; debían acordarse prontas y eficaces medidas para una retirada general a Popayán, y por último había de concedérsele el grado de general de brigada. Los momentos eran angustiosos y el gobierno accedió a las imposiciones de Serviez.

   En el mes de marzo de 1816, el nuevo general de brigada se puso a la cabeza de las escasas tropas levantadas en la provincia de Tunja y de los restos de los batallones derrotados en Cachirí y en Cúcuta. Los efectivos del ejército montaban apenas a 600 infantes y a igual número de hombres a caballo, de las milicias de caballería, a excepción de dos escuadrones que no pertenecían a esta clase, pero que según el coronel don Francisco de Paula Santander, nombrado mayor general del nuevo ejército, todavía no se habían fogueado con los enemigos.17

   Estas pocas tropas, compuestas por milicianos bisoños, se hallaban en tal estado de miseria y desnudez, que Serviez avisó al secretario de guerra en su parte fechado en el cuartel general de Puente Nacional el 1° de abril de 1816: "La desnudez y miseria en que he encontrado reducido este ejército, es inexplicable. U. S. puede suponérsela después de una derrota como la de Cachirí, antes de la cual hacía por lo menos seis meses que no recibían vestuario. Hay soldados que sin chaqueta ni camisa se cubren sólo con la frazada: espectáculo que no puede mirar con indiferencia un jefe sensible, al mismo paso que amante del orden y disciplina, casi incapaz de establecerse entre soldados desnudos y a quienes se les falte con lo más preciso para la subsistencia."18

   Pero no eran sólo la desnudez y la miseria. Las victorias obtenidas por un enemigo manifiestamente superior en todo sentido, mantenían a los independientes acobardados y abatidos. En tal estado de cosas la prudencia aconsejaba no hacer frente al enemigo, y por esto Serviez avisó al gobierno se vería obligado a dejar la provincia de Tunja retirándose a Leiva, donde podría alejar por algunos días las calamidades de la guerra, o a Chiquinquirá, en donde al mismo tiempo que podría aumentar sus efectivos, trataría de disciplinar y mejorar las condiciones de su tropa. A estas razones añadía una de bastante peso: el teatro de guerra de los alrededores de Chiquinquirá era muy favorable al combate de caballería y esta arma proporcionaba a los independientes mucha preponderancia en las planicies. Algunas personas conocedoras de Serviez, opinaron que tal jefe meditaba el proyecto de abandonar el Gobierno general y de retirarse a los Llanos de Casanare para incorporarse en las fuerzas patriotas que allí combatían a órdenes del coronel venezolano don Miguel Valdés. "Con esa conducta falaz —dice el historiador Restrepo— parece que en la retirada que Serviez juzgaba necesaria, quería no tener el freno del gobierno y poder obrar a su antojo con absoluta independencia."19

   Sin embargo de que el gobierno no dio su aprobación y antes bien estimó sin fundamento la retirada,20 Serviez la ejecutó tan pronto como la vanguardia del ejército enemigo apareció en las cercanías de Puente Nacional, el día 2 de abril, protegiendo la operación en escuadrón de dragones desmontados.

   El general Serviez ordenó cortar los puentes del río Suárez desde Moniquirá hasta el camino del Monte de la Paja, e inutilizar en cuanto se pudiera los caminos. La retirada se efectuó con sorprendente disciplina y esto dio a los republicanos muchas esperanzas en las tropas: "el general recomienda su porte, su entusiasmo y brío, y estas cualidades, excitadas cada día con los refuerzos que recibe el ejército y con los demás que se preparan, debe tranquilizar a los ciudadanos de la Nueva Granada e inspirarles las esperanzas más fundadas de una victoria completa".21

   En Chiquinquirá se aumentaron los efectivos del ejército hasta completar 1.000 infantes e igual número de jinetes y unos cuantos artilleros con cuatro piezas bien servidas. El gobierno dictó las órdenes que creyó más eficaces para proveerlo de monturas, vestuarios, armamento y ganados, pero el desaliento y la indisciplina eran tales, que Serviez decía estar seguro de que el ejército se pondría en fuga ante la sola presencia de las aguerridas tropas del rey.

   Esta desconfianza y la que le inspiraba el Gobierno general, después de la consulta que por conducto del doctor José María Dávila le había hecho a su paso por Leiva, sobre negociaciones con los jefes de las tropas realistas, vinieron a agravarse con las noticias de la derrota y dispersión del ejército de la provincia de Antioquia y de los triunfos de los realistas en las provincias del Sur.

   Estimando Serviez que la retirada hacia Popayán no ofrecía ya esperanzas de ninguna clase, propuso por conducto de su segundo, el coronel Santander, al Presidente del gobierno general, expidiese las órdenes necesarias para emprender la retirada a los Llanos de Casanare, de donde varios patriotas le habían escrito haciéndole lisonjera pintura de los recursos de la comarca en caballos y ganado, del entusiasmo de los Llanos por la independencia y de las ventajas que las tropas independientes habían obtenido en la provincia de Barinas. Pero el presidente no aceptó las proposiciones de Serviez.

   La columna de operaciones del coronel Latorre había entre tanto ocupado la ciudad de Tunja, sin oposición de ninguna clase, y la de Calzada la Villa de Leiva. En este último lugar se juntaron los dos destacamentos realistas y Latorre tomó posesión del mando en jefe.

   Las esperanzas de Serviez de combatir al enemigo y detenerlo en su avance a la capital quedaron frustradas, puesto que el ejército realista podía marchar sobre ella por el camino principal de Tunja, sin tocar en Chiquinquirá.

   Serviez se trasladó a Chocontá y de allí pasó a Zipaquirá, retirándose a distancia del enemigo.

   El Presidente de las provincias unidas, que lo era entonces don José Fernández Madrid, se había trasladado a Chía, y desde allí comunicó a Serviez no emprendiera la retirada sino precisamente al Sur,22

por la vía de Zipaquirá, Chía, Cota, Bogotá, La Mesa, etc., pero tan seguro estaba de la desobediencia de Serviez, que en la misma fecha comunicaba al coronel Santander por conducto del Secretario de guerra: "Al Mayor general del ejército del Norte, coronel Francisco de P. Santander. Con esta fecha he prevenido al general del ejército del Norte que de ningún modo verifique su retirada a la provincia de Casanare, sino que llegado el caso de hacerla, según también se le ha prevenido, la haga hacia la provincia de Popayán, por Zipaquirá, Chía, Cota, Bogotá, La Mesa, etc., sin tocar en esta ciudad, y el Excelentísimo señor Presidente me manda comunicarlo a U. S., para que en caso de que dicho general no dé su debido cumplimiento a esta orden e intente eludirla, lo que indicará la variación de la ruta que se le ha trazado, tome U. S. el mando del ejército, dándose a reconocer en virtud de esta orden que hará U. S. entender a los jefes subalternos y dará la necesaria a dicho general Serviez de que se presente al gobierno con cualquiera jefe que quiera seguir sus ideas, procediendo a su arresto si hiciere una resistencia abierta. Lo que comunico a U. S. para su cumplimiento, con encargo de que obre en el asunto con las debidas precauciones y prudencia. Dios, etc. Santa Fe, 21 de abril de 1816.—José María del Castillo." 23

   A esta comunicación contestó el coronel Santander con la siguiente, que transcribimos íntegramente porque ella explica las razones que tuvo para no dar cumplimiento a la orden recibida: "Chocontá, abril 23 de 1816, por la noche. Honorable ciudadano José Fernández Madrid. Mi respetado amigo: Hoy me he reunido al ejército y he hablado largamente con el general Serviez. Está resistido a retirarse al sur porque cree que allá se concluyen los recursos y las esperanzas de salvarnos, y el resultado ha de ser una capitulación que nos sacrifique. Ha fijado perfectamente la opinión en los jefes y oficiales sobre la retirada a Casanare, en términos, que creen, que allá hay seguridad y esperanza de salvarnos. En estas circunstancias temo una disolución del ejército al presentarme como general de él; tengo sobrada resolución para hacer cumplir las órdenes del gobierno; ¿pero qué sacamos? Serviez se irá a Casanare, y lo acompañarán los oficiales del partido y los soldados de Venezuela, y el resultado es, no ir nada para Casanare y nada para el Sur, y quedamos todos en el sacrificio. En tan crítica situación no hay más partido que abrazar, sino que se venga usted volando al ejército: su presencia será respetable, y a su vez haremos lo que se mande. Serviez ha manifestado mucho contento de saber que viene usted con las fuerzas, y ha calculado que con estos refuerzos se puede comprometer una acción. Quiera Dios que no se mueva el enemigo para que nuestras fuerzas estén quietas y no nos veamos en la necesidad de tomar un partido violento, que siempre es malo. No puedo hablar, ahora con los jefes de caballería porque todos los cuerpos de esta arma están fuera de este lugar en diversos puntos. Ya usted conoce la firmeza de Serviez para formar una opinión, mucho más cuando ella se dirige a prometer esperanzas de salvación. Tengo el honor siempre de ser su más apasionado amigo, atento servidor, q. b. s. m., F. de P. Santander." 24

   El general Serviez decidió tener una entrevista con el presidente, a fin de persuadirle revocara su orden, y que uniéndose al ejército con su guardia de honor siguieran todos a la provincia de Casanare.

   Esta conferencia tuvo lugar en Chía. En ella el presidente propuso a Serviez aventurasen una acción general, en vista de que con el enemigo encima no era posible ejecutar una retirada ordenada. Serviez arguyó que con los fusiles con que se contaba no se podría resistir a media hora de fuego, que la moral de los soldados no prometía nada, que la bisoña caballería sólo serviría para desordenar y confundir al ejército, y que estaba seguro que apenas se formase el ejército español el independiente se pondría en precipitada fuga: "esto era todo lo contrario de lo que Serviez me había dicho en comunicaciones oficiales anteriores —dice el mismo Presidente Madrid en la exposición que hizo a sus compatriotas sobre su conducta política desde el 14 de marzo de 1816, Bogotá, 1823— siempre exageradas y frecuentemente contradictorias. En ellas, disculpándose de no haber tomado las medidas que se le prevenían para realizar en orden la retirada al Sur, protestaba de que el enemigo era menos fuerte de lo que el gobierno creía, y que nuestro ejército se hallaba en la mejor disposición para contenerlo en su marcha y batirlo en una batalla campal. En aquella conferencia me convencí de lo que yo había sospechado, a saber: que Serviez nunca pensó en defenderse y sí sólo en retirarse a Casanare, con la esperanza de escaparse por allí personalmente."

   El presidente, impotente para hacerse obedecer, tuvo que contemporizar y en consecuencia ordenó que todos siguieran a los Llanos, pero la indisciplina era tan grande que la guardia de honor y el batallón del Socorro se resistieron a obedecerla por estar decididos a marchar a Popayán. No le quedó otro remedio al Presidente Madrid, que ordenar a Serviez se situara con su ejército en un punto en que al mismo tiempo que cubriera su retirada hacia los Llanos de Casanare, contuviera al enemigo para proteger la retirada que Madrid ejecutaría hacia las provincias del Sur.25

   Temeroso Serviez de que el Presidente Madrid lograra influir sobre sus tropas y disuadirlas de su marcha a los Llanos, mandó a un oficial subalterno que le diera el parte falso de que el enemigo había ocupado a Zipaquirá.26

   El presidente se trasladó de Chía a Santa Fe y de ahí al pueblo de Bogotá, hoy Funza, con todas sus tropas. Al pasar por este pueblo —refería en carta dirigida años después a don Pedro Fernández Madrid, hijo del presidente, el entonces cadete don Pedro Alcántara Herrán, testigo presencial y a todas luces competente e imparcial en relación que ha sido juzgada por los notables historiadores Groot, Posada e Ibáñez como "testimonio demasiado abonado"—, encontraron al presidente y sus tropas en un desorden desconsolador: gentes sin armas que agitadas se movían alocadamente en todas direcciones sin saber qué hacer, cañones, fusiles, lanzas y municiones abandonadas por el suelo, en la plaza y en las calles. "En los semblantes de las personas que allí había se veía la desesperación o la profunda tristeza que se había apoderado de ellas. La mayor parte de las gentes que habían ido a Santa Fe, entre las cuales se encontraban hombres notables, se empeñó en persuadir a los oficiales que acompañaban al presidente, que no siendo posible resistir por la fuerza a las tropas españolas, debía negociarse una capitulación para favorecer de algún modo a los pueblos que habrían de quedar sometidos al dominio de los vencedores; pero ni el presidente desistió de la resolución que había tomado ni los oficiales de los cuerpos que lo acompañaban le hicieron solicitud alguna para que desistiera de ella. Algunos de nuestros oficiales y varios individuos de tropa se quedaron en Bogotá para irse a sus casas; pero lo hicieron porque no tuvieron fuerza de ánimo para resistir a las insinuaciones de sus parientes y amigos, y no provocaron acto alguno de insubordinación. Continuó el presidente lentamente con la columna de tropa fiel que lo acompañaba. En La Mesa, en donde nos detuvimos dos o tres días, el presidente convocó a todos los oficiales, y estando reunidos nos dijo: que después de los desastres que habían sufrido las tropas de la república, y no siendo posible reunir todas las fuerzas que habían quedado para combatir a los españoles porque el ejército que mandaba Serviez, desobedeciendo las órdenes del gobierno, había resuelto retirarse a Casanare, no le quedaba otro medio de sostener nuestra causa que el de ir a Popayán con las tropas de que podía disponer; que él esperaba que mientras tanto el ejército de Serviez, bien fuera que continuase mandado por este general o por otro jefe, sostendría en el oriente la guerra, pues a pesar de que había desobedecido las órdenes del gobierno, confiaba en su patriotismo; que el ejército del Sur, auxiliado con el refuerzo que le llevaba, vencería probablemente la tropa del general Sámano, y que desde entonces se podía contar con la cooperación de los patriotas quiteños; que al Puerto de la Buenaventura había llegado un buque de Buenos Aires, mandado por el almirante Brown quien con su escuadra dominaba las aguas de nuestra costa del Pacífico; que estando el gobierno en el Sur, le sería fácil entrar en alianza con las Repúblicas de Buenos Aires y Chile para sostener la independencia, y concluyó recomendándonos abnegación y perseverancia."27

   La situación militar era en extremo difícil. Las tropas del rey sin encontrar oposición llegaban a Zipaquirá distante apenas diez leguas de la capital. Como ya vimos, a los independientes se ofrecían dos caminos: dar una batalla o entrar en capitulación con los jefes realistas. El primero era casi imposible, dada la indisciplina de los jefes y la inferioridad y abatimiento de las tropas. El segundo estaba aconsejado hasta por el clamor de los pueblos. El cabildo de Santa Fe había enviado una comisión al presidente para proponerle que juntara las tropas y rindiera las armas. Tan deshonrosa capitulación no era aceptable. El presidente tuvo que someterse, en fuerza de las circunstancias, a nombrar una comisión compuesta por tres ciudadanos honorables que saliera a encontrar al coronel Latorre y le rindieran la ciudad, a fin de evitar a sus habitantes las desastrosas consecuencias de una ocupación a viva fuerza.

   Ejecutado esto se apresuró a retirarse hacia Popayán con las pocas tropas que quisieron seguirlo. Después de tomar las medidas convenientes para inutilizar la artillería y salvar la mayor cantidad de material

de guerra, salió el 3 de mayo para Popayán. Por el camino fue poco a poco abandonado; las deserciones redujeron a nada al pequeño ejército y hubo defecciones tan escandalosas como las de su Comisario de guerra, que se pasó a los españoles con el dinero que llevaba.

   Al enterarse de la retirada del presidente las tropas de Serviez emprendieron la suya hacia los Llanos, pero el enemigo había avanzado con suma celeridad y ya pisaba su retaguardia. El sábado 4 de mayo las primeras tropas de Serviez atravesaron la ciudad capital al caer de la tarde: "entraron por la alameda y siguieron derecho la calle honda y carnicería a salir al puente de Santa Catalina, y tomaron el camino de Une para Cáqueza. Llevaban muchos equipajes y más de 200 reses".28

   El siguiente día, domingo, pasó por la ciudad el resto. En medio de los dos primeros batallones venía la venerada imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá que Serviez había traído con la esperanza de que su presencia inspirara a los soldados valor y confianza. En la noche de aquel día las tropas, pernoctaron en Tunjuelo, lugar cercano a la ciudad, y a la mañana del siguiente día el ejército republicano se había evaporado. "De dos mil hombres de infantería y caballería que llevaban no quedaron en aquella noche más que seiscientos infantes y treinta jinetes. El resto se desertó con sus oficiales, viéndose obligados los que permanecieron unidos a tirar el parque en los fosos y cañadas, porque era numeroso y no tenían bagajes en qué conducirlo."29

   Los realistas que perseguían muy de cerca a los independientes ocuparon la capital el 6 de mayo. "A las diez del día —refiere Caballero— entraron algunos curros a caballo y a las once entraron los demás, como doscientos en todos. En todos los balcones y ventanas pusieron banderas blancas y colchas de lo mismo. Este día fue cuando se conocieron sin reboso los regentistas y realistas, y fue el día de la transfiguración, como allá en el Monte Tabor, porque dentro de una hora —que fue de las diez a las once— se transfiguraron todos de tal manera, que todos los resplandores eran de realistas; aun aquellos patriotas distinguidos se transfiguraron que por los muchos resplandores yo no conocía a ninguno. Día maravilloso, ya se ve, día en que de nuevo se nos han remachado los grillos y las cadenas; y ahora sí que es de veras nuestra esclavitud. Si antes teníamos algún alivio, ahora no lo habrá; todo se ha perdido como dijo Enrique VIII; ya para nosotros no habrá consuelo; caímos en las manos de Faraón; paciencia y barajar. Las mujeres era cosa de ver cómo salieron como locas por las calles con banderitas y ramos blancos, gritando vivas a Fernando VII, entraron en tumulto al palacio y cubrieron los balcones, y a las once que entraron los curros, ellas desde el balcón les echaban vítores con mucha alegría y algazara. La plaza se llenó de gente, con ser que más de media ciudad había emigrado. A las cuatro de la tarde entró la infantería compuesta de cuatro batallones; hubo muchos vivas. El 1° y 2° batallones eran de españoles y los demás de mulatos y negros de la provincia de Venezuela, y varios reclutas de la provincia del Socorro y Tunja. Todos escondieron sus haberes en los conventos de frailes y de monjas, y en las iglesias particulares, porque se temía el saqueo; no obstante esta misma noche se comenzó a sentir el golpe de los robos, lo que ejecutaban con tanto descaro que por la fuerza llevaban lo que querían, y de donde querían, lo que les daba la gana y así consecutivamente de día y de noche. Aunque en medio de la alegría fingida que demostraba en los renillantes, estaba poseída de un terror pánico, causado por los insultos y robos que a cada instante se recibían, tanto de los negros y mulatos como de los españoles."30

   Apresuráronse los realistas a dar alcance a los independientes, y al efecto por la vía del sur envió Latorre varias columnas volantes para que persiguiesen la emigración que se dirigía a Popayán. En persecución de Serviez fue enviado el capitán don Antonio Gómez, comandante del escuadrón de carabineros Leales de Fernando VII con su escuadrón y la compañía de cazadores del I batallón del regimiento de Numancia. Serviez pernoctó el 6 en Chipaque y el 7 en Cáqueza. Gómez alcanzó la retaguardia de Serviez el 9 en el alto de Ubatoque, donde los independientes intentaron hacer alguna resistencia. En el alto de los Gutiérrez tuvieron otro tiroteo, perdiendo alguna gente, y siempre en retirada atravesaron el bosque de Quebradahonda y la altura de Sáname, en donde los realistas alcanzaron a la Virgen de Chiquinquirá, abandonada por los independientes en un rancho. La persecución se llevó hasta el paso de la cabuya de Rionegro, adelante de Cáqueza. El general Serviez quiso defender el paso del río, pero la tropa, poseída de pánico, se dispersó en su mayor parte, muchos se ahogaron y en poder de Gómez quedó la caballada, los equipajes y numerosos prisioneros.

   El parte del capitán don Antonio Gómez, comandante del escuadrón de carabineros leales de Fernando VII, dice así:

   "Señor comandante general.—Despachado que hube a V. S. mi anterior parte, me adelanté al sitio de guacapate, poniéndome en seguimiento de los enemigos, hasta la cabuya de la Laguneta, en donde les encontré como a las once del día de ayer. Inmediatamente dispuse que el capitán don Carlos María Ortega rompiese el fuego con su descubierta, mientras llegaba el resto de la tropa. En efecto, luego que se me incorporó, mandé la descubierta al camino real, a cuya vista desampararon los enemigos el otro lado del río y casa donde se hallaba Serviez, dirigiéndose a una altura. La precipitación de su fuga fue causa de que perecieran muchos en el río, cortando ellos mismos las cabuyas, y habiendo intentado poner otra nueva, dispuse enviar con 20 hombres al subteniente don Pedro Guas, a fin de impedirlo como lo verificó, sorprendiéndolos y consiguiendo se arrojaran todos al río. Nuevamente intentó el enemigo probar fortuna presentando todas sus fuerzas, pero fue en vano, y quedó completamente derrotado, después de tres horas de fuego.

   "La valerosa tropa mandada por los capitanes don Manuel Molina, don Carlos María de Ortega, don Cirilo Molina y Juan Bautista Arrez, consiguieron causar la pérdida del enemigo; así es que no puedo menos de recomendar a V. S. el valor de estos capitanes y soldados, que todos a porfía se empeñaban en ser los primeros para el ataque. El resultado de tan gloriosa jornada hasta la presente, ha sido la completa derrota del enemigo, quien ha tenido la pérdida de 300 hombres, incluso 10 oficiales, juntamente con el comandante de artillería Juan Pedro, y un coronel, con tres oficiales, que se ahogaron; de nuestra parte hemos tenido un muerto, el sargento 1° de carabineros Blas Silveyra. Han quedado en nuestro poder todos los equipajes, cargas de fusiles, de municiones, tiendas de campaña, y más de 500 cabalgaduras.

   Daré a V. S. una relación de todo, cuando acabe de recoger todos los despojos. Todo lo que pongo en noticia de V. S., a quien Dios guarde muchos años. Sitio de la Laguneta, 12 de mayo de 1816. Antonio Gómez.—Señor don Miguel de Latorre, Comandante general del ejército oriental del Magdalena."

   Después de tan desgraciado suceso, tan sólo le quedaron a Serviez 150 hombres, y con ellos continuó su retirada hacia Pore, perseguido activamente por los realistas.

   A su llegada a Zipaquirá publicó el coronel Latorre un indulto que textualmente dice: "Americanos: El Excelentísimo señor general en jefe don Pablo Morillo, destinado por el Soberano a pacificar esta vasta región de sus dominios, me ha confiado el mando del ejército oriental del Magdalena: constituído por este empleo a obtener la satisfacción de gobernar un territorio desolado por unos malvados, que so color de amor a la patria la han aniquilado y destruido hasta el extremo en que yace; y usando de las facultades que S. E. me concede, como fiel intérprete de las piadosas intenciones del Rey nuestro señor, quiero antes de ensangrentar mis bayonetas, haceros partícipes del último indulto que os ofrezco.

   Todos los sargentos, cabos y soldados, empleados de hacienda y demás cargos civiles, que deponiendo sus armas y actual servicio vuelvan a los pueblos de su domicilio a ejercitarse con toda seguridad en sus antiguas profesiones, se harán acreedores a esta gracia, y merecerán el perdón de su extravío.

   Indulto también a todos los oficiales desde capitán inclusive abajo, siempre que algún servicio extraordinario los purgue del feo borrón que han contraído, como aprehender y presentar al general o jefe que los mande; descubrir un depósito de armas o municiones en gran número; presentarse con la tropa armada, el capitán, con el completo de su compañía; el teniente, con la mitad, y el subteniente con una cuarta, reputándose el completo de ella por cien hombres.

   El soldado de caballería o infantería que se presente con sus armas o caballos recibirá, además, una gratificación en metálico.

   Los esclavos que aseguren y presenten algún cabecilla o jefe revolucionario a quien pertenezcan, se les concederá su libertad, una gratificación pecuniaria y además serán condecorados conforme al mérito que contraigan en la prisión del sujeto.

   Conferiré distinciones y prerrogativas a todos los ayuntamientos, que excitando en los pueblos el noble deseo de destruir los enemigos del rey, persigan a los contumaces y revoltosos hasta lograr su aprehensión, elevando hasta el trono tales pruebas de adhesión, para que la majestad conozca afecto tan señalado, ofreciendo a los aprehensores una suma proporcionada a la persona capturada.

   Por último: muy particularmente se premiará la persecución de aquellos malvados, cuyos hechos sanguinarios o sediciosos los hagan señalar de entre los demás: haciéndose acreedoras las corporaciones o personas que logren aprehender a esos corifeos, no sólo a la consideración del gobierno por servicio tan señalado sino a consideraciones que testifiquen su lealtad y recompensen su mérito.

   Estas generosas proposiciones que en medio de 6.000 vencedoras bayonetas pronuncio, podrán convenceros que ningún género de temor me las hace proclamar; y sí sólo el ardiente deseo de restituir aquella tranquilidad que respira todo vasallo protegido por nuestras leyes.

   Preguntad a los pueblos por donde ha transitado mi ejército, los mismos pueblos que los bandidos de Serviez han saqueado sin perdonar lo más sagrado y recóndito de los templos: preguntadles qué conducta ha observado: no hay esposa ni madre que no llore la pérdida de su hijo, cuando ve en su casa alojado un español, y deponiendo su fuerza militar se entretiene en consolarla: jóvenes esposas, calmad vuestro llanto y vivid persuadidas que vuestros consortes arrancados del lecho nupcial por la crueldad y despotismo de los que os gobiernan, volverán a enlazarse con indisoluble vínculo, luego que sepan esta invitación que les hago en nombre del Rey nuestro señor don Fernando VII. Zipaquirá, 4 de mayo de 1816. El Comandante general, Miguel de Latorre." 31

   Este indulto causó mucha sensación a los habitantes de la provincia de Santa Fe. Los independientes le dieron entero crédito y de ahí que muchas de las personas comprometidas en la revolución se quedaran en la ciudad. Pero Morillo a su llegada dio por nulo y sin ningún valor el anterior documento, sin que de nada valiera que Latorre le pidiera hiciera honor a su palabra comprometida en nombre del rey.

   La conducta ajustada a las instrucciones del Ministerio universal de Indias observada por el coronel Latorre no fue del agrado de Morillo. Obsesionado con su política de fuerza, el general en jefe le ordenó reducir a prisión a las personas principales de Santa Fe comprometidas en la revolución, y luego, como para castigar su benignidad, lo envió a los Llanos en persecución de las tropas del general Serviez.

   Como por ser época de lluvias los Llanos estaban inundados, Morillo calculó que los independientes fugitivos no podrían llegar a las provincias de Venezuela, atajados por el mar de agua dulce. Para que los empujara hacia él y los destruyera u obligara a rendirse comisionó a Latorre, y a fin de asegurar la operación, no dejando nada a la casualidad, dispuso que de San Gil saliera la columna comandada por el coronel don Manuel Villavicencio, para que en reunión de la que enviaba desde Santa Fe a órdenes del teniente coronel don Matías Escuté, penetraron en los Llanos por la parte del occidente de la cordillera, se interpusieran entre los independientes y Venezuela y les cortaran el paso.

   El coronel Latorre salió de Santa Fe el 26 de mayo. Las tropas de Serviez, reducidas a 150 hombres, según el parte de Morillo al Ministro de guerra fechado el 31 de agosto de 1816, y a 200, según algunos de nuestros historiadores nacionales, habían perdido en el desgraciado combate de La Cabuya de Cáqueza las caballerías, las provisiones y los elementos militares. La comarca que recorrían era muy escasa en recursos y la mayor parte de los hombres, si no todos, tenían que seguir a pie, descalzos y abrumados por la fatiga y por el hambre; su andar tenía que ser lento, sus jornadas sumamente cortas y sus detenciones frecuentes, para atender a la agonía de los que por incapacidad de adelantar quedaban postrados por inanición, por las enfermedades y el cansancio.32

   Latorre tenía, pues, la seguridad de darles alcance. Serviez quiso seguir a los Llanos de San Martín, pero forzosamente tenía que pasar el río Negro, afluente del Meta, y aunque de antemano había dispuesto la construcción de balsas, con las lluvias era tan rápida la corriente, que tuvo que dirigirse a los Llanos de Casanare a pesar de los muchos ríos que había de atravesar y de la falta de alimentos, pero todo lo arrostró con patriótico heroísmo antes que rendirse.

   El coronel Latorre extendió su columna en cuanto le fue posible, para formar una línea desde la cordillera hasta el Meta y empujar hacia adelante todo cuanto tratara de oponerse a su avance.

   El 13 de junio dio alcance a los independientes a inmediaciones del río Ocoa y les dio combate, naturalmente desfavorable para los perseguidos, que sólo pudieron continuar en su huida protegidos por este río. El 22 del mismo mes los volvió a encontrar en Upía y un corto tiroteo concluyó con los restos. A Pore sólo llegaron 56 infantes de las tropas de Serviez, en el más lamentable estado de hambre, fatiga y desnudez.

   La marcha de Latorre ha sido narrada por Morillo en estos términos: "Por fin, al cabo de 44 días de una marcha inaudita, de no dormir en poblado, de no alimentarse más que con carnes, de sufrir lluvias continuas, de pasear los ríos Negro, Ocoa, Guaitiquia, Upía, Toninio, Cuciana, Cravo y Pauto, unas veces en balsas, otras en troncos, otras en barquetas y las más veces agarrados los soldados de las colas de los caballos que atravesaban nadando unos ríos el menor más ancho que el Ebro en su desemboque, al fin logró a fuerza de constancia llegar a Pore, capital de los Llanos de Casanare, con su columna cubierta de laureles, venciendo obstáculos que parecen invencibles y sin más pérdida que la de algunos pocos que no se pudo evitar los arrastrasen las corrientes."33

   Los padecimientos de las tropas persecusoras, tan patéticamente descritos por Morillo, debieron multiplicarse para los infelices independientes que seguían su angustiada huida sufriendo toda clase de privaciones y amarguras.

   En Pore se reunió a Serviez el escuadrón de 150 jinetes que a órdenes del capitán casanareño Soler, había enviado el general Urdaneta para proteger la retirada34 y que sumado con el puñado de infantes fueron a incorporarse a las fuerzas independientes que este último general organizaba en Chire.

   En su marcha hacia Chire las tropas de Serviez se encontraron con la columna realista comandada por el coronel español don Manuel Villavicencio. Este oficial había marchado desde San Gil con alguna caballería del regimiento de Húsares de Fernando VII y un escuadrón volante de artillería (6 piezas) a reunirse, como ya dijimos, con la columna formada por la compañía de cazadores de todo el ejército que desde Santa Fe y a órdenes del teniente coronel Matías Escuté, había enviado Morillo para que por la parte del occidente de la cordillera se interpusiese entre los independientes y las provincias de Venezuela. Las fuerzas al mando de Escuté habían marchado por Tunja, Sogamoso y Tasco y ocupado a Sácama, entrada del Llano y posición inexpugnable, donde se reunían los caminos que llevaban a las provincias del Socorro, Tunja y Santa Fe.35

   El coronel Villavicencio se puso en marcha para Pore el día 28 de junio y el 29 se encontró con las tropas de Serviez en la llanura de Guachiría. Se trabó combate y la caballería republicana obligó a los realistas a regresar a la cordillera, abandonando el campo. El combate terminó por la oscuridad de la noche, pero ya libre el paso, dos días después los restos del ejército independiente se juntaban a las tropas de Urdaneta.

   El coronel Latorre ocupó a Pore el 10 de julio e inmediatamente se dirigió a Chire, agregando a su columna la del coronel Villavicencio, formando un todo de efectivos respetables.

   Eran ya tres las columnas independientes que operaban en Casanare: la del coronel Miguel Valdés, comandante del ejército de La Unión, llamado de Oriente; la que organizaba el general Rafael Urdaneta; y la llevada por Serviez. El primero de estos jefes, deseando se acordaran las medidas capaces de cortar la anarquía y todos los males, provocó una reunión para elegir un jefe único que dirigiera las operaciones, y para organizar un gobierno provisorio.

   La reunión tuvo lugar en Arauca, pueblo situado en el último confín del oriente de la Nueva Granada, el 16 de julio; en ella se hicieron representar los generales Urdaneta y Serviez por el coronel Santander. La Junta nombró Presidente del Estado al teniente coronel Fernando Serrano, Gobernador que había sido de Pamplona y sujeto de revelantes condiciones; para Ministro secretario al doctor don Francisco Javier Yanes; para Consejeros de Estados los generales Serviez y Urdaneta, y para General en jefe del ejército, al entonces coronel Santander.36 Tan pronto como se posesionaron los jefes de sus nuevos cargos dispusieron que todas las tropas y emigrados pasaran a la izquierda del río Arauca a fin de escapar a la persecución del respetable destacamento de Latorre.

   Este jefe, no encontrando a los independientes en Chire, había resuelto seguir a Betoyes. En su camino se interponía el caudaloso río Casanare, cuyo paso le dio gran trabajo. Dos días enteros empleó en llevar sus tropas a la otra orilla, sirviéndose de unas artesas. Como las sabanas estaban absolutamente inundadas, después de peligrosísima marcha consiguió llegar a dicho lugar, llevando el agua hasta la cincha de los caballos y siguiendo los soldados en larga fila, para no ahogarse, la estrecha dirección que le señalaba el baqueano.

   De Betoyes a Guasdualito, a donde se dirigieron los independientes, había nueve días de idénticas jornadas y pareciéndole a Latorre una imprudencia continuar la persecución, regresó a Pore. Habiendo sabido allí que en el lugar llamado Guanapalo, a orillas del río Meta, quedaban algunos independientes, envió a sorprenderlos al capitán don Manuel Morales, quien logró hacerlo y sin misericordia hizo fusilar los principales.

   Los independientes después de incontables penalidades llegaron a Guasdualito en el mes de agosto. Con su salida del territorio granadino, los realistas quedaron absolutamente dueños de aquella parte del país invadido.

   Comentario militar.—Este aflictivo capítulo de nuestra historia militar nos deja muy provechosas enseñanzas: el ejército no debe tener voluntad propia ni constituír por sí mismo un organismo autónomo, porque entonces no representa la voluntad nacional ni obedece a la autoridad legítimamente constituida. El ejército del Norte desobedeciendo abiertamente las órdenes del Jefe de Estado, es una consecuencia natural de la anarquía en que se hallaba el país.

   Con una correcta constitución del Estado y del ejército, la voluntad de la fuerza pública es la de la nación, manifestada por sus gobernantes, y es en esa subordinación en la que se apoya la libertad de los pueblos.

   Contra todos los peligros interiores y exteriores no hay más protección que la estricta disciplina y obediencia del ejército al régimen político establecido. Naturalmente hay que mantener completamente alejado al ejército de la política partidarista militante. Cuando los jefes ejercen ilimitado influjo político sobre las tropas de su dependencia, las convierten en un arma que manejan a su antojo con peligro de la nación que las mantiene.

   El general Serviez desatendiendo las órdenes del Presidente Madrid, rompió las relaciones entre el Jefe del Estado y la fuerza pública y de consiguiente contribuyó a la catástrofe. El presidente Madrid pretendiendo ejercer dominio cada día y cada hora sobre los proyectos, planes e intenciones del general en jefe, rompió de la misma manera el equilibrio e hizo imposible la conducción de la guerra, porque no le dejó al general en jefe la independencia indispensable para el ejercicio del alto cargo que le confió.

   Si el Jefe del Estado delega sus atribuciones militares en un general en jefe del ejército, debe concederle todas las facultades posibles para así poder exigirle responsabilidad.


VIAJE DE MORILLO A SANTA FE

   Itinerario.—Con el fin de conocer militarmente el país y para ponerse al corriente de sus producciones, estado de sus habitantes, grado de prosperidad, etc., eligió Morillo en su marcha a la capital una ruta que ofrecía bastantes trabajos pero que creyó conveniente seguir para obtener ventajas en el servicio del rey. Al efecto, el 16 de febrero de 1816, después de entregar a don Francisco de Montalvo la plaza de Cartagena y de haber acordado cor dicho mandatario las medidas convenientes para asegurar su posesión y el abastecimiento del ejército invasor, se puso en marcha para el interior.

   Lo acompañaban el mariscal de campo don Pascual Enrile, jefe de Estado Mayor, y todos los jefes y oficiales que integraban el Cuartel general. Protegía la marcha una lucida y numerosa escolta de caballería.

   La marcha se dirigió por las sabanas de Corozal tomando la izquierda del Magdalena hasta Magangué. Aquí se atravesó el río Cauca, el Chigua y el Magdalena para pasar a Mompós, desde donde se siguió por la misma margen izquierda del río hasta San Antonio de Tamalameque. En dicho lugar se atravesó el Magdalena para pasar a Ocaña de donde se siguió por el páramo de Escatala a Girón y de allí al Socorro, Vélez, Puente Real y Santa Fe.

   Marcha.—La marcha se realizó sin incidentes notables. Estando en Mompós (13 de marzo) supo Morillo que en Santa Marta se habían avistado algunos buques sospechosos, y temiendo fuese la expedición que sabía organizaba en el puerto de los Cayos de la isla de Santo Domingo el general don Simón Bolívar, envió al capitán don Antonio Wanhalen para que averiguase lo cierto, resultando ser la corbeta Bailén, que acompañada de otros buques, iba por el resto del convoy anclado en Santa Marta. El temor de que tal expedición pudiera caer sobre Santa Marta u otros puntos de la costa de Sotavento, imprimió a la marcha del comando cierta lentitud para poderse encontrar en situación de bajar rápidamente a la costa en caso necesario.

   Un hecho cruel marca el paso de Morillo por Mompós. Como Fernando Carabaño, destinado al último suplicio fuera llevado muerto, cebóse Morillo en su cadáver haciéndolo despedazar y fijando su cabeza y miembros en escarpias colocadas en los lugares más públicos de la ciudad, según decía, para escarmiento de los malvados.

   De Mompós pasó Morillo a Ocaña a donde llegó el 25 de marzo. La falta de ganado para el transporte lo obligó a detenerse en dicho lugar hasta fines de abril. El 24 de dicho mes publicó su indulto que comprendía a los capitanes y subalternos que depusieran las armas y se entregaran con la tropa que mandaran y en que ofrecía libertad a los esclavos que se levantaran contra sus amos.

   Durante su estancia en Ocaña recibió Morillo repetidos avisos de que la expedición de los Cayos estaba próxima a salir y se le indicaba por varios conductos que probablemente era dirigida contra Venezuela.

   En consecuencia resolvió saliese el coronel don Francisco Tomás Morales con la compañía de granaderos del primer batallón del Regimiento del Rey y marchase sobre las provincias de Venezuela, procurando durante el tránsito la organización del tercer batallón del mismo regimiento y la de otro que con el título de Cazadores del Rey, no bajara de 1.200 hombres. Para dotarlo de caballería dispuso que de la escolta se formasen el segundo, tercero y cuarto escuadrones. Morillo esperaba mucho de la actividad de Morales y con su envío creyó haber hecho cuanto era por lo pronto necesario para hacer fracasar la expedición de Bolívar. En Mompós y en Ocaña fechó algunos partes dirigidos al Ministro de guerra. El dirigido desde el Cuartel general de Mompós, el 7 de marzo de 1816, manifiesta un profundo conocimiento de la situación de la revolución de la Costa firme y de la Nueva Granada. La mayor parte de las predicciones que hizo Morillo en aquel célebre oficio se realizaron, afirma el historiador Restrepo.

   De Ocaña pasó Morillo a Bucaramanga; el 19 de mayo llegó a San Gil; el 20 entró al Socorro; el 21 pernoctó en Guadalupe; el 22 en San Benito; el 25 por Ubaté y finalmente entró en Santa Fe el 26 de mayo, víspera del día en que se le aguardaba, y allí empezó a demostrar lo terrible de su carácter. "Reprendió ásperamente a los coroneles Latorre y Calzada, porque habían admitido obsequios de sus moradores, y porque desde los primeros momentos después de su entrada no redujeron a prisión a todos los insurgentes o rebeldes; éstos eran los nombres que daban a los que habían sostenido la noble causa de hacer independiente a su patria. En castigo de su benignidad, ordenó que marchara inmediatamente Latorre para los Llanos de San Martín en persecución de Serviez, dulcificando algún tanto la pildora con hacerle brigadier; Calzada salió con el destino de mandar en los valles de Cúcuta. Dio por nulo y de ningún valor el indulto publicado por Latorre en Zipaquirá, que sólo sirvió para engañar a los crédulos, único efecto que por lo común han surtido en América las promesas españolas.

   "Bajo las órdenes e inspección de Morillo las prisiones se multiplicaron, así en la capital como en las provincias. Diariamente se ponía en los calabozos a multitud de personas, y por todas partes no se oían sino los lamentos del hijo que iba a perder a su padre, de la esposa que lloraba a su marido o del anciano que deploraba la temprana muerte de sus hijos. En esta horrible situación llegó el 30 de mayo, festividad de San Fernando, en que se celebran los días del monarca español. Las señoras que tenían en las cárceles a sus hijos, esposos y hermanos, se reunieron para ir a la casa de Morillo a implorar su indulto en favor de personas tan queridas; esperaban conseguirlo por la solemnidad del día. Empero, fueron recibidas por Morillo con la mayor incivilidad y despedidas con voces duras y con gritos desacompasados, más propios de un soldado raso que de un general que tuviera la menor cortesía. Es verdad que tal era el estilo ordinario de Morillo, quien jamás olvidó que había sido un sargento que se rozaba con las ínfimas clases del ejército."37


COLUMNA DE OPERACIONES DEL TENIENTE CORONEL BAYER

   Comandante: Teniente coronel Julián Bayer.

   Tropas: 200 hombres escogidos en los regimientos de León, La Victoria y del Rey.

   Misión: Desde su Cuartel general de Torrecilla —a inmediaciones de Cartagena— despachó el general Morillo en septiembre de 1815 algunos destacamentos, para que en combinación con las operaciones de la división Volante destinada a Mompós, restablecieran a un tiempo el orden en toda la parte del país comprendida entre los ríos Magdalena, Sinú, Cauca y el mar.

   Entre estos destacamentos se contaba el comandado por el entonces capitán de la compañía de cazadores del regimiento de Extremadura. don Julián Bayer, compuesto de 60 infantes y 40 jinetes escogidos, destinado a operar en el Sinú.

   Bayer, como la mayor parte de los oficiales del ejército expedicionario, ansiosos de hacer carrera, era un militar decidido y enérgico, ducho en estratagemas y golpes de mano; poseía el valor de la responsabilidad y gran espíritu de iniciativa.

   La marcha.—Puesto en marcha con su destacamento tuvo noticia de que en el pueblo de Chimá, situado sobre el río Sinú se hallaba acampada una columna republicana cuyos efectivos alcanzaban a 500 hombres y que conducía una fuerte suma de dinero enviada por el Gobierno general como auxilio al de la provincia de Cartagena.

   El deseo del botín unido al de distinguirse, determinaron a Bayer a combatirla, pero comprendiendo que sólo podía obtener algún éxito atacándola sorpresivamente, con las más sigilosas precauciones se puso en marcha para Chimá en la noche del 19 de septiembre (1815). Según refiere en su parte a Morillo,38 salió con 60 infantes y 40 jinetes

todos bien montados, descansó solamente una hora en Sampués, desde donde dispuso que el ayudante don Jaime Bax, llevara con la mayor celeridad parte de la infantería sobre el pueblo de Cereté, para cortar el tránsito del río Chimá arriba y llegó con la tropa destinada al ataque, constante de 25 caballos y 40 infantes, a las 6 de la mañana al pueblo de San Andrés, en donde repartió algunas avanzadas sobre los caminos de Chimá para ocultar su llegada a los republicanos. En dicho pueblo descansó dos horas, dio de comer a la tropa y se puso en marcha a las 8 de la mañana. Había recorrido en la marcha nocturna 11 leguas y aún le faltaban 3 para llegar a su destino.

   La columna republicana mandada por don Pantaleón Germán Ribón y por el coronel Martín Amador, también había tenido noticia sobre la proximidad de las tropas realistas, pero estas noticias exageraban sus efectivos y por eso habían resuelto permanecer a la defensiva, tomando entre otras precauciones la de cerrar el único camino que al pueblo conducía, por medio de una larga tala de árboles.

   El destacamento realista tropezó con ella y la esquivó marchando a campo traviesa por en medio de la gran guardia de la tala de árboles. Con las mayores precauciones, para no ser advertido, consiguió llegar a un bosque situado a inmediaciones del poblado, desde el cual se preparó convenientemente la sorpresa.

   La caballería puesta a la cabeza del destacamento debía arrollar y pasar a cuchillo los puestos de seguridad del enemigo, deteniéndose de tiempo en tiempo para que la infantería quedara siempre al alcance, atravesar al galope la localidad para llegar hasta el embarcadero y apoderarse allí de las embarcaciones amarradas. La infantería debía seguir a cierta distancia a la caballería y al entrar en el pueblo repartirse de manera que una tercera parte recorriera sus calles y el resto tratara de apoderarse de las estacadas de la iglesia, en cuyo lugar se sabía estaba situada la plaza de alarma de los republicanos.

   Como se dispuso se ejecutó el audaz golpe de mano. La caballería a la señal convenida avanzó al galope, arrolló la avanzada de los republicanos y atravesando a escape las calles, se arrojó con sable y lanza sobre las tropas republicanas que aturdidamente formaban en la plaza. La sorpresa produjo sus resultados. Los republicanos, presas del pánico, huyeron en distintas direcciones perseguidos activamente por la infantería realista. La caballería en virtud de lo ordenado llegó hasta el río para tratar de apoderarse de las lanchas, pero no pudo hacerlo por impedírselo lo fangoso de sus márgenes.

   Esta circunstancia permitió a los jefes y oficiales republicanos y alguna parte de sus tropas escaparse en las embarcaciones río arriba, con todos los intereses que conducían, pero tres días después fueron capturados a inmediaciones de Montería por el destacamento comandado por el capitán Sánchez Lima.

   Con el ataque sorpresivo de Bayer tuvieron los republicanos en Chimá 25 muertos y bastantes heridos; les fueron tomados 200 prisioneros y 150 fusiles. De los realistas sólo fueron heridos un sargento de artillería y el propio Bayer que recibió una herida en la cabeza.

   Invasión de la provincia del Chocó.—Este hecho valió a Bayer el ascenso a teniente coronel, con cuyo grado fue destinado al comando de la columna destinada a la invasión de la provincia del Chocó, en diciembre de 1815.

   El 19 de dicho mes y año partió del puerto del Zapote en 6 botes de guerra, conduciendo un destacamento de 200 hombres escogidos. Cuatro días después se avistó con los indios de la bahía de Candelaria y por ellos supo que en un lugar inmediato se hallaban 150 emigrados de Cartagena, pereciendo de hambre y de miseria. Bayer sorprendió a los emigrados y los hizo prisioneros tomándoles 200 fusiles, tres cañones y alguna cantidad de sables y cartuchos.

   Después de haber remitido los prisioneros a Cartagena, continuó su avance por el río Atrato, pero fue detenido por los republicanos fortificados en el sitio llamado del "Remolino", cercano a la confluencia del río Murri. Su destacamento, detenido por espacio de cuatro meses, fue víctima de todas las calamidades consiguientes a una comarca desierta y enfermiza. El agotamiento de las provisiones, imposible de reponer en aquellos parajes y la enérgica resistencia de los republicanos, lo compelieron a regresar a Cartagena en demanda de refuerzos, víveres y auxilios.

   Ayudado efectivamente por el capitán general Montalvo, salió nuevamente de aquella ciudad el 12 de abril de 1816, con refuerzos notables para su destacamento, y a últimos del mes se introdujo por las bocas del Atrato, llegando sin dificultad hasta el fuerte del "Remolino", abandonado durante su ausencia por las tropas que lo defendían.

   Los republicanos de la provincia del Chocó desalentados con la pérdida de Antioquia, y temiendo ser cortados del interior del país por las fuerzas realistas invasoras de la vecina provincia, habían resuelto retirarse a Nóvita, población situada en el corazón del Chocó.

   Bayer procuró darles alcance y siguió velozmente por el río. El 19 de mayo llegó a la Boca del Bebara, desde donde dirigió a Morillo el siguiente parte: "Excelentísimo señor. Decidido a perseguir con tesón las tropas rebeldes que habían quedado en este río, doy cuenta a V. E. en extracto, por no permitirme otra cosa por ahora mis atenciones, de los progresos de la columna de mi mando. El 12 del pasado salí de la plaza de Cartagena, surtido de víveres para la tropa y efectos navales con qué habilitar y carenar los buques de la escuadrilla, que casi todos se me habían inutilizado en la Boca del Darién. El 19 del mismo me introduje por las bocas del río, siguiendo siempre las huellas de las avanzadas del enemigo, y sorprendiendo las más veces sus embarcaciones aportadas que se fijaban a nuestra vista. El 13 llegué al puerto del "Remolino", cerca a Murri, el cual encontré abandonado por su guarnición, a quien habían impuesto extraordinariamente nuestra columna, buques y al modo con que avanzan. Seguí rápidamente al encuentro de dos bongos armados, que no teniendo conocimiento de mis fuerzas, habían meditado y aun puesto en práctica el ocupar el fuerte de Murri, los cuales sólo tuvieron tiempo de disparar cuatro cañones, que fue el que necesitaron para disponer y emprender su fuga precipitada, tal fue el denuedo con que se les embistió. He llegado hasta este punto sin haber logrado volver a ver al enemigo; distando Citará cuatro jornadas, paraje hacia donde se retira en precipitación." Dos días después estaba en Quibdó. El 24 del mismo mes fue reforzado por un nuevo destacamento, que a las órdenes del capitán don Antonio Pla, había sido enviado con abundante número de tropas, víveres y municiones.

   Los republicanos, a fin de poder escapar a la activa persecución de los realistas, se habían distribuído en los tres fragosos caminos que unen a Citará con Nóvita y Cartago, caminos de tal manera ásperos y breñosos que no podían transitar por ellos bestias y había que utilizar para el transporte hombres de carga.39

   Bayer distribuyó sus tropas en los tres caminos. El teniente del regimiento de León, don Vicente Gallardo, enviado por el camino que pasa por Lloró, alcanzó a los republicanos en las vecindades de este pueblo y los batió tomando algunos prisioneros y entre ellos al oficial cartagenero don Tomás Pérez. En seguida se volvió inmediatamente sobre el tercer camino, a fin de perseguir otra partida republicana, y lo hizo con tal suceso, que logró aprisionar a un capitán, un teniente y varios soldados.

   Entre tanto los oficiales enviados por el camino que llevaba al arrastradero de San Pablo, subteniente del regimiento La Victoria, don Ramón Castillo, y el de igual grado del regimiento del Rey, don Francisco Gómez, dieron alcance y aprisionaron al gobernador de la provincia, don Miguel Buch, que tanto había sabido distinguirse por su patriotismo y energía y a casi todos los oficiales y soldados republicanos. Se tomaron, según los partes, 19 jefes y oficiales prisioneros, una bandera, un cañón de bronce de a 4, otros de hierro del mismo calibre, un pedrero, 250 fusiles y considerable cantidad de municiones y pertrechos.

   El 28 de mayo, llegó Bayer a las cercanías de Nóvita e intimó a la ciudad rendición a Fernando VII. El 29 una diputación de la ciudad le hizo entrega de las armas y el 31 hizo su entrada triunfal.

   Fue Bayer de los pocos oficiales europeos que hicieron buen uso de la victoria y no menguaron con crueldades y despojos, las glorias militares alcanzadas con su actividad y su constancia.

   Con la ocupación de la provincia del Chocó quedaban los realistas en aptitud de invadir el valle del Cauca, en combinación con las tropas que ya ocupaban a Antioquia y con las que en el siguiente mes de junio salieron de Santa Fe, pero importaba, ante todo, cortar la comunicación de Cali con el Puerto de Buenaventura, a donde había arribado el corsario inglés Guillermo Broun con las corbetas Hércules y Alción y un bergantín mercante.

   Para tratar de apoderarse del puerto dispuso Bayer que el capitán Pla, con parte del destacamento, se pusiera en marcha hacia dicho lugar. El corsario Broun, echando a pique la pequeña corbeta Alción de 20 cañones y el bergantín mercante, zarpó apresuradamente el 4 de junio en la corbeta Hércules, dejando abandonados estos buques a los realistas y en tierra muchos objetos de valor, 100 hombres de la tripulación de los barcos, varios soldados, pertrechos y municiones, de todo lo cual se apoderó el capitán Pla. Con esto se completó la ocupación de las costas del Darién.

   Comentario militar.—Sin duda alguna fue la de Bayer la más penosa de las campañas llevadas a cabo por las columnas invasoras. El terreno donde se desarrolló, calificado por Morillo de "infernal y mortífero", es ciertamente uno de los más nocivos para el hombre. En extremo pantanoso, produce las mortales enfermedades comprendidas bajo el nombre de fiebres de los países cálidos. Deshabitado y salvaje, obligaba a las tropas a llevar consigo los recursos más indispensables para la vida.

   A las dificultades inherentes a tan difícil teatro de guerra hay que añadir la tenacidad y energía con que supieron defenderse los republicanos, sobre todo en la primera parte de la campaña. Si el ejemplo de la provincia del Chocó hubiera sido imitado por otras, el país no hubiera sido sojuzgado. Un pequeño número de soldados aguerridos y llenos de decisión, frustraron en los primeros meses los intentos del destacamento de Bayer, obligándolo a abandonar su objetivo y suspender su movimiento. El desaliento provocado en los republicanos del Chocó, por la ocupación de la provincia de Antioquia, fue el más poderoso auxiliar de los realistas. Seguramente que sin él, no hubieran coronado con tanto éxito su importante operación.


COLUMNA DE OPERACIONES DEL BRIGADIER SAMANO

   Comandante: Brigadier don Juan de Sámano.

   Tropas: 2.000 hombres bien disciplinados y provistos de todo lo necesario.40

   Misión: Al combinar su plan de invasión, contaba Morillo con la diversión que de Pasto a Popayán haría el brigadier don Juan de Sámano, comandante de las tropas reales que moraban en aquella región, y para lograr su designio le comunicó desde el mes de febrero de 1816, por conducto del Presidente de Quito, don Toribio Montes, redujera sus operaciones a impedir que las tropas republicanas estacionadas en la Provincia del Cauca, auxiliaran a la Provincia de Antioquia, llamándoles la atención, pero tratando de impedirles se refugiasen en la Provincia de Quito.41

   Calculaba Morillo que rendidas las provincias de Antioquia, Mariquita y Neiva y cortada la comunicación de Cali y el Puerto de Buenaventura, una vez se ocupara la provincia del Chocó, las tropas independientes del Cauca quedarían rodeadas por las fuerzas victoriosas que ya habían subyugado aquellas provincias, por las que enviaría de Santa Fe y por las del brigadier Sámano, y así lo comunicó al Ministerio en su parte de 9 de junio de 1816.

   Morillo tenía una alta idea del brigadier Sámano: "es un buen soldado, virtuoso, inflexible, temido de los malos y adorado de los buenos, conociendo a unos y otros y amado de los habitantes de Pasto... Yo no conozco a don Juan Sámano lo propongo por lo que sé ha hecho y por lo que los pocos buenos publican, añadiendo que es el único empleado que no ha tenido jamás relaciones con ningún habitante."42

   Tan pronto como la columna del coronel Bayer se apoderó del Chocó, se dio principio a la operación de penetrar simultáneamente todas las columnas victoriosas en las provincias ya dichas, al valle del Cauca. El punto central era Cartago. Las columnas del Chocó y Antioquia se reunieron en Anserma y las del Magdalena y La Plata a dos leguas de Cartago.

   Primeras operaciones.—El coronel Sámano, comandante de la división de Pasto, obedeciendo a las órdenes emanadas de Morillo y comunicadas por el Presidente de Quito don Toribio Montes, salió de Pasto el 8 de mayo de 1816, a la cabeza de su columna compuesta de 400 hombres de línea y 600 milicianos disciplinados, para trasladarse hacia Popayán y fortificarse en un punto conveniente, a fin de llamar la atención de los independientes y de cortarles el paso cuando fueran empujados hacia el sur por el resto de las tropas reales.

   En el valle del Patía se le reunieron algunas guerrillas realistas y entre ellas la comandada por Simón Muñoz. Los efectivos de la columna montaban ya con estos refuerzos a más de 2.000 hombres, la mayor parte fusileros, bien armados y municionados.43

   Después de una marcha dilatada y para esperar noticias de los movimientos de las otras columnas realistas, Sámano tomó posición de apresto en el lugar denominado "Cuchilla del Tambo", distante 6 leguas de Popayán. Allí dispuso la construcción de obras de fortificación y arreglos defensivos que creyó convenientes. Estos consistieron, principalmente, en un parapeto de más de 7 pies de elevación y 4 de espesor, en forma de pentágono irregular, con su respectivo foso, que no alcanzó a ser terminado y en unas explanadas para emplazamiento de las piezas de artillería.

   Desde la posición de apresto tuvo noticia Sámano, el 27 de junio, que el ejército independiente se preparaba para atacarlo.44

   Este ejército independiente, reducido con el envío de tropas a Santa Fe y a las provincias del Norte, constaba sólo de 680 hombres. "Toda nuestra fuerza estaba reducida —dice don José Hilario López en sus Memorias— a unos 580 infantes, 30 artilleros con dos piezas ligeras de a 4 y como 70 de caballería, la mitad veteranos y la otra mitad voluntarios de Popayán, que generosamente nos acompañaron, mandados por el capitán de milicias don Juan María Medina."45 La agrupación de estas tropas la refiere don José María Espinosa, en sus Memorias de un abanderado: "Nuestro ejército se componía del batallón Granaderos de Cundinamarca, en que servia yo, el de Antioquia, el escuadrón de caballería al mando del coronel Antonio Obando y un piquete de artillería con pocas piezas."46

46José María Espinosa, Memorias de un abanderado, pág. 144.

   Comandaba las tropas independientes el teniente coronel don Liborio Mejía, que al mismo tiempo ejercía las funciones de Vicepresidente dictador. Este oficial, intrépido, patriota y virtuoso, tenía muy buenos conocimientos profesionales, pero era impetuoso y arrebatado. Es el autor de la primera obra sobre asuntos militares publicada en Bogotá, intitulada: Manual de los ayudantes generales y adjuntos empleados en los Estados mayores divisionarios de los ejércitos, obra que tradujo del francés y que dedicó al Excelentísimo señor Presidente de las Provincias unidas de la Nueva Granada, general Custodio García Rovira.47

   La junta de oficiales que eligió a Mejía para jefe, había resuelto unánimemente "que la división del Sur, que siempre había adquirido laureles en el campo del honor, debía preferir el sacrificarse entera en aras de la libertad, más bien que hacer una deshonrosa capitulación".48

   Esta proposición animó a Mejía, cuyo carácter resuelto lo impulsaba a la ofensiva, a salir al ataque de las tropas de Sámano, sin parar mientes en su superioridad numérica, ni en lo excelente de la posición que ocupaba en la célebre cuchilla.

   Batalla de la Cuchilla del Tambo.—Las tropas independientes se pusieron en marcha al encuentro del enemigo el 27 de junio49 y al siguiente día llegaron al pueblo de Pingua, a la vista de las avanzadas de las tropas reales, que en virtud de órdenes de Sámano retrocedieron hacia la posición fortificada.

   Como la defensa adoptada por el jefe realista no sólo tenía por objeto rechazar el ataque de los independientes, sino procurar una victoria decisiva, con el propósito de quebrantarlos antes de su llegada a la posición, de ganar tiempo para retirar el hospital establecido en el pueblo del Tambo y de completar los arreglos defensivos, destacó Sámano en la tarde del 28 una columna de 200 hombres al mando del guerrillero don Simón Muñoz, para que dividida en dos grupos, fuese dilatando el avance de los independientes, saltando de loma en loma, sosteniéndose un grupo mientras el otro se retiraba hasta una nueva posición, y repitiendo lo mismo sucesivamente hasta llegar al pueblo del Tambo.

   En este lugar se hallaba destacada una guardia realista a órdenes del mayor Francisco Jiménez, protegiendo el hospital allí establecido. Jiménez recibió orden de retirarse y de remitir el hospital a una jornada atrás de la posición principal, lo que ejecutó sin dificultad.

   El 29, a las 6 de la mañana, salieron los independientes en marcha de aproximación a la posición realista, divididos en dos secciones iguales: la primera, a la que agregaron la caballería, tomó el camino real con dirección al pueblo del Tambo; la segunda se encaminó paralelamente para tratar de caer sobre la derecha de la cuchilla y a ésta le agregaron la artillería.50

   Cuando ya se acercaban los independientes al pueblo del Tambo, Sámano se adelantó hasta más allá de dicho pueblo, a fin de practicar por sí mismo un reconocimiento que le permitiese enterarse de las disposiciones adoptadas por el enemigo. Con este reconocimiento comprobó que aquél se había dividido en dos columnas; que la una pasaría por el pueblo y que la otra tomaría un camino de la izquierda, para caer sobre el lado derecho de la posición, lado que el día anterior se acababa de fortificar. A fin de embarazarle su marcha por aquel camino volvió Sámano a la posición y dispuso que una columna de las milicias de Pasto, también de 200 hombres, a las órdenes de don Ramón Zambrano, saliera al encuentro del enemigo y le ofreciera resistencia, en la misma forma de saltos sucesivos.51

   La columna realista mandada por Muñoz, no se retiró hasta la posición, sino que se emboscó como dispersa a la izquierda del pueblo del Tambo, con el proyecto de caerles por la espalda a los independientes, cuando los viese empeñados en la subida de la cuchilla.

   Reforzada la columna de Zambrano con dos compañías más, empeñóse en un combate dilatorio hasta que recibió orden de Sámano de retirarse, para atraer al enemigo ya fatigado y desfallecido hasta los atrincheramientos. "Nuestra columna, refiere el general López, llegó hasta el último mamelón a medio tiro de fusil del campo enemigo, y allí colocó sus dos cañones, esperando que la primera sección se aproximara, y se diese la orden del asalto por el Comandante en jefe, que marchaba por el lado del Tambo. Verificada ésta se dio la señal deseada, a la cual arremetimos violentamente sobre los parapetos, en donde se nos recibió con un fuego de artillería y mosquetería mortíferos; pero no por eso dejamos de fijar nuestras banderas al mismo pie de sus atrincheramientos." 52 Por su parte el abanderado Espinosa nos cuenta: "Allí se generalizó el fuego, y como duraba ya más de una hora sin resultado, y nuestras municiones eran escasas, se dio orden de avanzar al batallón Granaderos de Cundinamarca. Nuestros soldados se arrojaron con el mayor valor y llegaron al pie de los atrincheramientos, pero viendo que sufría muchas bajas y que comenzaba a ceder, fue reforzado con el Antioquia, y últimamente se hizo general el combate, comprometiéndose en la línea de las fortificaciones casi toda nuestra gente."53

   La caballería republicana con carabina, fue colocada como ya sabemos en el flanco izquierdo. Llegado el momento atacó denodadamente a la realista, armada con lanzas y la obligó a retirarse hasta el sitio llamado de "Los Aguacates", en donde pudo rehacerse, porque la republicana no siguió en su alcance, contentándose con permanecer en el camino del mismo nombre, único que podía tomar el enemigo en caso de retirada.

   La batalla fue recia y obstinada; de las 7 a las 10 de la mañana se había combatido con las tropas realistas destacadas y desde las diez se empeñaba el ataque a los atrincheramientos. Los republicanos carecían de elementos para escalarlos y las municiones estaban agotadas. Las piezas de artillería realista hacían grandes estragos desde las explanadas a donde se traían ya cargadas para hacer los disparos.

   Fue a medio día que la columna de patianos atacó por la espalda a los independientes. Aprovechó Sámano este momento para hacer salir de los atrincheramientos la mayor parte de las tropas. "Ya no era posible obrar en concierto —declara el abanderado Espinosa— cada cual hacía lo que podía, y nos batíamos desesperadamente; pero era imposible rehacerse, ni aun resistir al torrente de enemigos que, saliendo de sus parapetos nos rodearon y estrecharon hasta tener que rendirnos. Sucumbimos pero con gloria."

   Con gloria sí, el mismo jefe contrario hace el elogio de los republicanos: "No se puede negar que acometieron con despecho estos malvados por todas partes, llegando a menos de una cuadra de los atrincheramientos; pero todo fue en balde",54 y estas palabras despectivas son el mejor elogio que puede hacerse al puñado de valientes que tan heroicamente se sacrificaron por la patria.

   Fue completo el destrozo hecho en las filas independientes. En el campo quedaron 280 muertos, 78 heridos y 310 prisioneros, o sea un total de 668. Es decir, tan sólo 28 hombres pudieron escaparse. Los realistas no tuvieron "sino como 16 hombres fuera de combate".55 Entre ellos dos oficiales muertos: el capitán de las milicias de Pasto, don Eduardo Burbano, y el teniente de las mismas milicias, don Agustín Varela. Los prisioneros fueron llevados atados y a pie desde el campo de batalla hasta los calabozos de la cárcel de Popayán.

   El 30 de junio despachó el brigadier Sámano una escolta a Pasto conduciendo 170 prisioneros, la mayor parte heridos. El mismo día siguió a Popayán, ciudad que ocupó el 1° de julio.

   Entre tanto, los pocos republicanos dispersos y entre ellos el coronel Mejía, que salvó la vida merced a la bondad de su caballo, fueron a incorporarse con los 40 hombres dejados en Popayán, al veterano batallón del Socorro que mandaba el coronel Pedro Monsalve. Este cuerpo que había salido de Santa Fe con el Presidente Madrid, no pudo llegar a tiempo para entrar en la batalla de la Cuchilla, por un incidente que refiere así el entonces alférez don Pedro Alcántara Herrán, prisionero en aquélla, en su carta ya otra vez citada: "Continuando la retirada, nos detuvimos algunos días en Neiva por falta de auxilios de marcha. En esta ciudad ocurrió un incidente que, a pesar de que fue insignificante por sí, lo refiero por la trascendencia que en mi concepto tuvo. A consecuencia de algunas expresiones ofensivas del sargento mayor Simón Burgos, comandante accidental de la guardia de honor, al capellán del batallón Socorro, éste, cuando le fueron referidas, se encendió en cólera, tomó una espada y fue en busca de Burgos; al momento que lo encontró fue con ímpetu sobre él y le descargó varios planazos. Burgos trató de hacer uso de su espada, pero se lo impedímos los oficiales que estábamos presentes, separamos de allí al capellán y terminó el incidente. Lo que había ocurrido llegó inmediatamente a oídos del Presidente y del general García Rovira, quienes dispusieron que la guardia de honor continuase inmediatamente su marcha, quedando a retaguardia el batallón Socorro, para evitar un conflicto entre los dos cuerpos, a consecuencia del atentado cometido por el capellán de dicho batallón. Este fue el origen de la causa por qué el batallón Socorro no llegó a Popayán cuando se le esperaba con ansia para el combate, y es probable que este refuerzo habría bastado para que se decidiese en nuestro favor la acción de la Cuchilla del Tambo. Por los prodigios que este admirable cuerpo hizo en la ciudad de La Plata, cuando ya estaba todo perdido, puede inferirse lo que habría hecho combatiendo junto con sus antiguos compañeros del ejército del sur; con mayor esperanza de la victoria. Dejó este cuerpo a la provincia donde fue creado y cuyo nombre llevaba, la gloria de haber sido el último que combatió hasta perecer heroicamente en defensa de la república fundadora.

   Comentario militar.—La batalla de la Cuchilla del Tambo fue para los patriotas el ataque a una posición fortificada. Este se realizó sin probabilidades de éxito, porque se carecía de lo más indispensable, y se estaba en evidente inferioridad numérica. Muchos oficiales independientes que se hallaron en aquella célebre batalla achacaron su pérdida a la aturdida impetuosidad del jefe republicano. El general López dice: "Debo manifestar mi opinión sobre esta batalla, después de haber oído la de muchos de mis compañeros: otras dos faltas56 cometió nuestro Comandante en jefe, ofuscado por su impetuosidad; primera, haber hecho situar la caballería ostensiblemente en el solo punto de retirada del enemigo, con cuya imprudente medida se obligaba a éste a sostenerse con más obstinación; segunda, haber atacado a Sámano en sus posiciones atrincheradas, pues siendo el objeto de la campaña atravesar rápidamente hacia Quito, debimos verificar la marcha por otro de tantos caminos que conducen a Pasto; y en ese caso, si Sámano, como era natural, trataba de imponérsenos, lo hubiéramos batido infaliblemente, o podíamos ganar bastante terreno, de modo que Sámano no pudiera oponer obstáculo a nuestra marcha, y en esta última hipótesis perdíamos a Popayán, cuya resolución estaba ya hecha; pero ganábamos un ciento por uno con la ocupación de los principales puntos de la actual República del Ecuador, en donde hubiéramos ensanchado nuestro teatro de guerra, encontrando recursos abundantes, vencido al general Montes, Presidente de Quito, y formado allí la base de nuestras siguientes operaciones, puéstonos en comunicación con el general San Martín, y desconcertado, por esta atrevida operación, todos los planes de los generales españoles."57

   Es muy seguro que el desastre no hubiera sido tan grande si los independientes aguardan la llegada de la noche para intentar el asalto, protegidos por la oscuridad. A plena luz del día, sin previos reconocimientos, contra una fuerza cuatro veces superior, instalada en obras de fortificación convenientemente ejecutadas, el ataque fue una locura hija del espíritu ofensivo de un oficial impulsivo y temerario.

   Para los realistas la batalla fue la defensa de una posición fortificada. Esta defensa se combinó con la ofensiva para debilitar las tropas atacantes, fatigarlas y traerlas exhaustas al pie de los atrincheramientos.

   Los realistas hicieron un excelente empleo de su artillería. Esta pudo combatir el ataque de la infantería independiente hasta la más pequeña distancia. Su caballería, colocada en un flanco, fue batida por la independiente, y por esto no se encontró lista para la persecución.

   Los realistas no pasaron al contraataque sino en el momento oportuno, cuando una parte de sus tropas destacadas combatían por la espalda a los asaltantes. La persecución se llevó hasta el completo exterminio del ejército enemigo.

   Acción de la ciudad de La Plata.—Los independientes escapados de la Cuchilla del Tambo tomaron el camino de la ciudad de La Plata, para reunirse con los restos del batallón del Socorro, a órdenes, como ya sabemos, del coronel don Pedro Monsalve. Conseguida la reunión, los efectivos independientes no pasaban de 150 hombres.

   En La Plata tuvieron noticias de que un destacamento realista con fuerza de 400 hombres, a las órdenes del teniente coronel don Carlos Tolrá, se dirigía hacia allí con el propósito de combatirlos. A fin de resistirlo resolvieron los independientes hacerse fuertes en el río del mismo nombre, que corre al occidente de la ciudad, y para el efecto dispusieron parapetarse a la entrada de un puente de madera que lo atraviesa, utilizando en los parapetos las tablas y dejando solamente el esqueleto construido con guaduas, por donde no se podía pasar sino de uno en uno haciendo prodigios de equilibrio. Fuera del puente, el río no ofrecía otro paso que un vado muy peligroso.

   Llegado Tolrá con su destacamento y enterado de las disposiciones adoptadas por los independientes, dispuso que tres compañías a las órdenes del capitán don Juan Francisco Capdevila, atacaran de frente las fortificaciones y entretuvieran al enemigo, mientras tanto que con el resto buscaba el vado y pasando el río los atacaba por la espalda.

   Los independientes dedicaron toda su atención a la defensa del puente y esto facilitó a Tolrá encontrar el vado y atravesar el río, no sin la pérdida de algunos hombres que perecieron ahogados.

   Ante un ataque de efectivos tan superiores por el frente y por la espalda, no les quedó otro recurso a los independientes que abandonar sus fortificaciones y ponerse en salvo, tratando de abrirse paso por entre las tropas que los atacaban por retaguardia, para coger el camino de Popayán.

   Abandonados los parapetos, las compañías realistas que atacaban por el frente pasaron por sobre las guaduas y a la bayoneta cargaron a la retaguardia de los independientes, determinando una dispersión general.

   El combate fue obstinado y sangriento. Comenzó a las 11 de la mañana y sólo se decidió a la caída de la tarde. "El enemigo —dice Tolrá en su parte a Morillo— ha tenido muchos muertos, pues a pesar de haber visto tirar continuamente sus cadáveres al río, durante la acción, he encontrado yo sesenta y tantos muertos en el campo, que también he mandado tirar, habiendo caído en mi poder 56 prisioneros, sin contar los que tendrá la cuarta compañía, ni con los presentados. Igualmente se le ha tomado una bandera, las municiones, armamento, una música completa y demás efectos que se expresan en la adjunta relación."58

   En la relación de que habla Tolrá se mencionan como tomados a los independientes 9 cajones de cartuchos, conteniendo cada uno 1.000; 2 cajones de cartuchos de cañón de a 4, y pólvora de granel; 86 paquetes sueltos; 4.000 piedras de chispa; 119 fusiles; 140 bayonetas; 4 cajas de guerra; 2 barras de hierro y una tienda de campaña. El teniente coronel Tolrá advierte que en esta relación no van incluidos 4.000 cartuchos que cogió la tropa, ni los que seguramente habría tomado el capitán comandante de la compañía que perseguía al enemigo.

   La compañía encargada de la persecución la llevó a término hasta el completo exterminio de los independientes. En poder de aquélla quedaron prisioneros la mayor parte de los fugitivos. El coronel Monsalve, el comandante Mejía y algunos otros oficiales que por el momento lograron escapar, cayeron a los pocos días en manos de los españoles, pues no encontraron manera de huír ni de permanecer ocultos.

   Cúpole al batallón del Socorro, como dijo en su famosa carta el general Pedro Alcántara Herrán "la gloria de haber sido el último que combatió hasta perecer heroicamente en defensa de la república fundadora".


CONCLUSIONES CRITICAS

   Con la acción de La Plata y con el traslado a territorio venezolano de los restos de tropas independientes que moraban en la provincia de Casanare, quedó absolutamente dueño el ejército invasor de todo el territorio de la Nueva Granada. El atinado plan de campaña combinado por el alto comando realista, auxiliado con la asistencia de oportunas y felices circunstancias, fue llevado a término con vigor y celeridad y como resultado la revolucionada colonia quedó completamente dominada.

   Establecido el ejército expedicionario en la rica ciudad de Cartagena lanzó sobre los principales focos de insurrección sus columnas invasoras, calculando llevar siempre un número de fuerzas vivas, superior en todo sentido al que pudiera enfrentarle el enemigo. Nada militar se opuso en puridad de verdad a la realización de aquel plan. El país estaba en completa anarquía y el ejército independiente —si podemos darle tal nombre a las montoneras que aquí y allá se decoraron con apelativos militares— reproducía fielmente ese estado de confusión y de desorden. Era imposible, en razón del desgobierno, darle a las operaciones de defensa una unidad de miras, y por eso las improvisadas tropas independientes, sin cohesión ni disciplina, se batieron al azar, a la desesperada, con admirable pero inútil heroísmo.

   Siempre han sido los ejércitos la manifestación viva y completa del país que los mantiene, y el de la Nueva Granada era el digno exponente de un pueblo niño, cándido, sin previsión y sin malicia. Los hombres de estado, absortos ante la tenebrosa balumba de negocios que significaba el cambio radical de régimen político, no se preocuparon formalmente por la organización de una fuerza pública, seria, completa y poderosa, capaz de garantizar la vida de la nueva nacionalidad. Algunos gobernantes algo hicieron, pero sin tendencias definidas, sin organización regular, atendiendo más al aspecto marcial de las tropas, que al papel que debían desempeñar en caso de tener que defender con las armas la recientemente adquirida autonomía nacional.

   Para las armas reales la campaña tuvo mucho de paseo militar: un enemigo que camina a ciegas, que no tiene jefes, ni armas, ni entusiasmo; un pueblo de índole benévola y apacible que ve en su llegada la terminación de una revuelta contraria a sus tradiciones, intereses y costumbres. Cualquiera combinación estratégica hubiera dado resultados, y en la de Morillo entraba el cálculo de un ejército que se defiende y de un pueblo que resiste.

* * *

   Sometida militarmente una colonia en que la idea de independencia tenía tan superficiales raíces, fácil hubiera sido al general Morillo, si sus talentos de gobernante corren parejas con los de militar, conservarla por mucho tiempo bajo el dominio de la nación que le había confiado la misión de pacificarla. Había en la población de estos países —valiéndonos del concepto de don Salvador Camacho Roldán— una masa inerte, amorfa, dispuesta a recibir cualquier gobierno y cualquiera forma de administración. Pero Morillo, fiel a su torpe política de fuerza y terrorismo, creyó que afirmaba su obra derramando la sangre de los más ilustres hijos del país, y esta sangre fue fecundo abono para los surcos de dolores en que germinó —como dice nuestro himno— el bien sagrado de la libertad.

   Muchas y muy brillantes plumas han relatado la terrible época que sucedió a la que hemos estudiado desde el solo aspecto de las operaciones de guerra, y esta consideración, unida a la de que en la Nueva Granada casi no se combatió hasta el advenimiento de la expedición libertadora que en el campo de Boyacá selló nuestra independencia, nos mueven a dar por terminado el estudio de esta campaña, que por lo mismo que muestra al ejército realista triunfador y potente, realza la titánica obra de nuestros libertadores.


1 Morillo al Ministro de Guerra. Cuartel general en Santa Fe, 31 de agosto de 1816.
2 Morillo al Ministro de Guerra. Reservado. Cuartel general de Santa Fe, agosto 31 de 1816.
3 Morillo al Ministro de Guerra. Cuartel general de Santa Fe, 31 de agosto de 1816.
4 Morillo al Ministro de guerra. Cuartel general de Santa Fe, 31 de agosto de 1816.
5 Morillo al Ministro de Guerra. Cuartel general de Santa Fe, 31 de agosto de 1816.
6 Morillo al Ministro de guerra. Cuartel general de Santa Fe, 31 de agosto de 1816.
7 Entre estos escuadrones una compañía de carabineros y una de lanceros.
8 Morillo al Ministro de guerra. Cuartel general de Santa Fe, 31 de agosto de 1816.
9 El historiador O'Leary da la fecha 30 de noviembre. Narraciones. Tomo I, página 320.
10 Restrepo, Historia de Colombia, tomo I, pág. 372.
11 O'Leary, Narraciones, tomo I, pág. 233.
12 El coronel Tolrá se jactaba de haber dado personalmente muerte a tantos infelices derrotados, que su brazo derecho quedó tan hinchado, que por muchos días no pudo usarlo. O'Leary, Narraciones, tomo I, pág. 321.
13 Calzada. Parte extenso a Morillo. Febrero 25 de 1816.
14 Sánchez Lima. Parte a Morillo. Bocas del Nechí, 24 de noviembre de 1815.
15 Warleta. Parte a Morillo. Mayo 17 de 1816.
16 Comunicación del secretario de guerra al general Serviez. Colección de documentos de O'Leary, tomo XIV, pág. 380.
17 Archivo Santander, tomo I. pág. 237.
18 Serviez. Parte al Secretario de guerra. Colección de documentos de O'Leary, tomo XIV, pág. 470.
19 Restrepo, Historia de Colombia, tomo I, pág, 404.
20 Comunicación del Secretario de guerra a Serviez y al Vicepresidente de las Provincias Unidas, Colección de Documentos de O'Leary, tomo XIV, págs. 503 y 504.
21 Boletín del Gobierno general número 1°. Zipaquirá, 5 de abril de 1816.
22 Copiador de órdenes del Presidente de las provincias unidas en el Departamento de guerra y marina. Colección de documentos de O'Leary, tomo XIV, pág. 541.
23 Copiador citado. Colección de documentos de O'Leary, tomo XIV, pág. 543.
24 Archivo Santander, tomo I, pág. 401.
25 Comunicación de Custodio García Rovira al General del ejército del Norte. Copiador citado. Colección de documentos de O'Leary, tomo XIV, pág. 550.
26 Restrepo, Historia de Colombia, tomo I, pág. 407.
27 Posada e Ibáñiez. Vida del general Herrán, pág. 9.
28 J. M. Caballero, La Patria Boba, pág. 245.
29 Restrepo, Historia de Colombia, tomo I, pág. 410.
30J. M. Caballero. Libro citado, págs. 246 y 247.
31 Biblioteca Nacional, Sección Quijano Otero. Patria Boba.
32 Nicolás González Chaves, pág. 446.
33 Morillo al Ministro de guerra. Cuartel general en Santa Fe, 31 de agosto de 1816.
34 Apuntamientos del general Urdaneta. Colección de documentos de O'Leary, tomo VI, pág. 330.
35 Morillo. Parte citado del 31 de agosto de 1816.
36 Autobiografía del general Páez, tomo I, pág. 90.
37 Restrepo, Historia de Colombia, págs. 425 y 426.
38 Boletín del ejército expedicionario relativo a la función de armas de Chimá. Documentos para la historia de la provincia de Cartagena. Tomo II, pág. 116.
39 Morillo. Parte al Ministro de guerra. Santa Fe, 31 de agosto de 1816.
40 José Hilario López. Memorias. José María Espinosa. Memorias de un abanderado.
41Morillo al Ministro de guerra. Cuartel general de Santa Fe, agosto 31 de 1816.
42Morillo al Ministro de guerra. Cuartel general de Santa Fe, agosto 31 de 1816.
43 José Hilario López, Memorias, pág. 47.
44 Parte de Sámano al Presidente Montes. Campo real de la Cuchilla del Tambo.
45 José Hilario López, Memorias, pág. 46.
47 Imprenta del ciudadano B. Espinosa, por el ciudadano Nicomedes Lara. Año de 1815. Biblioteca Nacional, Sección Pineda. Volumen 10, pieza 111.
48 Restrepo, Historia de Colombia, tomo I, pág. 415.
49 Espinosa. Libro citado, pág. 143. J. M. López. Libro citado, pág. 46.
50 José Hilario López. Libro citado, pág. 47.
51 Sámano al Presidente de la Provincia de Quito. Campo real de la Cuchilla del Tambo, junio 30 de 1816.
52 José Hilario López. Libro citado, pág. 47.
53 José María Espinosa. Libro citado, pág. 145.
54 Sámano. Parte ya citado.
55 José Hilario López. Libro citado, pág. 49.
56 Ya había hablado el general López de la poca previsión del coronel Mejía, que creyó que sin escalas se pudiera subir sobre los parapetos enemigos.
57 José Hilario López. Libro citado, págs. 47 y 48.
58 Parte del teniente coronel don Carlos Tolrá a Morillo. La Plata, 11 de julio de 1810.