Sobre duelos, enlutados y duelistas

Diana Marcela Ospina Martínez*  

Psicóloga egresada de la Universidad Nacional de Colombia 

Smud, Martín y Eduardo Bernasconi. Sobre duelos, enlutados y duelistas. Buenos Aires: Grupo Editorial Lumen, 2000. 223 páginas.

* e-mail: dmospinam@gmail.com 


Hablar del duelo no es fácil. Más allá de que se prescriban tratamientos para superarlo, los textos con una conceptualización clara de lo que es el duelo subjetivo desde una perspectiva psicoanalítica son pocos. Sobre duelos, enlutados y duelistas quizá responde a ello, es el intento de poner algunas palabras sobre el tema, haciendo explícito que así como un trabajo de duelo no es igual para todos, “tampoco es posible escribir un libro standard acerca del duelo”1. 

Para comenzar a elaborar la temática, Smud y Bernasconi se apoyan en textos como El hombre ante la muerte de Philippe Ariès, Duelo y melancolía de Sigmund Freud, los seminarios 6 (sobre el deseo y su interpretación) y 10 (sobre la angustia) de Jacques Lacan, y Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca de Jean Allouch. Además, recurren a los planteamientos de Elisabeth Kübler-Ross sobre las etapas del duelo en pacientes terminales, y no dejan de lado a Hamlet, cuya historia da luces sobre esta problemática. 

historia da luces sobre esta problemática. Ponen en consideración las maneras en que ha cambiado la versión de la muerte y, por lo tanto, del duelo. De la mano de Ariès retoman las versiones de cada momento histórico desde el siglo i después de Cristo. En primera instancia, Ariès ubica la “muerte amaestrada” durante los primeros mil años de ese periodo, que se caracterizaba por el dominio que el sujeto tenía de su propia muerte; recibía un “aviso” de cuándo moriría y se le decía qué debía hacer llegado el momento. El muriente realizaba el ceremonial de su muerte, yacía luego en su lecho y a él acudía su familia —incluso los niños— y la comunidad; el lecho se convertiría en un lugar público, la muerte era pública y pedagógica porque los demás tomaban ejemplo para cuando les ocurriera a ellos; no había dramatismo y actuaban los ritos, aceptando la muerte como un destino. 

En segundo lugar, ubica la “muerte personal”. El dominio del pensamiento judeocristiano conlleva la prevalencia del destino individual y la implicación de ser juzgado por Dios a la hora de la muerte; el destino del cielo o el infierno, según los pecados cometidos, relaciona la muerte con angustia y soledad; al muriente ya no quiere vérsele, los niños no entran en la escena y, luego, tampoco lo harán los familiares. Desde la Edad Media y hasta el final del siglo xix, simultáneo con lo anterior, se da una reacción a la angustia provocada por la muerte y surge la fascinación por ella, por el muerto, por la descomposición, que se plasma en la pintura de la época, en donde la muerte, bella o siniestra, revela lo macabro y el erotismo. 

Ya en la modernidad, Ariès plantea el establecimiento de la “muerte romántica”. La muerte se vive al estilo de Romeo y Julieta: ya no es destino, sino injusticia; al vivo le quitan algo suyo. Esta muerte es muerte del Otro, del que se ama; por eso se relaciona con el deseo y el amor. El sujeto queda deseando eternamente al objeto que podría colmar su deseo. 

Luego, con la lucha de la medicina contra la enfermedad y la muerte, aparece la “muerte excluida”, aquella que se quiere sacar de la escena ocultándole al muriente lo grave de su enfermedad, evitándola a toda costa con medicamentos, manteniendo vivo al paciente mediante respiradores y máquinas que la retrasan e impiden su llegada. Bajo esta perspectiva, en muchas ocasiones el enfermo muere solo, en un hospital, y los dolientes tienen permitidas solo 48 horas de duelo antes de volver al trabajo. 

Smud y Bernasconi continúan el camino de la mano de Freud, cuyo texto Duelo y melancolía se convirtió en referente paradigmático sobre el duelo en el siglo xx. Recordemos que sus tres postulados son: el trabajo de duelo ante la muerte de un ser querido, la prueba de realidad para constatar que el objeto ya no existe y el objeto puede ser sustituido por otro, momento en el cual el trabajo de duelo concluye. Los autores cuestionan lo sustituible del objeto, pues quien muere es irreemplazable. La versión freudiana del duelo se basa en la per-versión de la muerte del padre. Freud escribe su texto durante la Primera Guerra Mundial, época en la cual la muerte de los hijos cambió la forma de concebir la muerte y del duelo, pues ya los hijos no enterraban a los padres, como “naturalmente” debía ser, de manera que se impone una fractura a la paternidad. Ese cambio impuesto por la guerra, lleva a que se reelabore la versión de la muerte y del duelo. Se trata entonces de una versión de la muerte del hijo con otra concepción del duelo, pues esa muerte le dificulta al sujeto su significación, como lo indica Allouch. 

No obstante, Duelo y melancolía fue tomado por analistas y no analistas como base para desarrollos teóricos y clínicos aún vigentes. Los autores se preguntan el porqué de este fenómeno, por qué el texto, escrito de manera prescriptiva por Freud, no fue interrogado o ampliado por él o por otros. Le cuestionan a Freud el poco desarrollo de su teoría sobre el duelo, su no modificación o replanteamiento en épocas posteriores, teniendo en cuenta que varios de sus casos (inclusive a nivel personal con sus propios duelos) apuntan a ciertas ideas que habrían servido para ello. 

Examinan cómo Lacan tampoco hizo un desarrollo mayor sobre el tema, aunque algunos de sus postulados logran ampliar la perspectiva. Para Lacan, el final del duelo no radica en sustituir el objeto perdido, sino que se apunta a mantener la relación con este mediante la identificación. Es aquí donde se encuentra la diferencia entre la versión freudiana y la lacaniana, pues más que una sustitución, Lacan plantea una relación entre acto y final del duelo, en la que habría de parte del sujeto la posibilidad de crear, pues si “todo acto está en función de la pérdida y si en el final del duelo se trata del acto, implica de una nueva pérdida que se adiciona a la anterior”2, punto central en los planteamientos de Allouch. 

Estos recorridos les permiten a los autores proponer diferencias entre un enlutado y un duelista. El enlutado es aquel doliente que ante la muerte del otro o pérdida de su objeto lo mantiene vivo, lo ve, niega la prueba de realidad, se resiste a creer que ha muerto y aun vive en su psiquismo. Se identifica con él, se cuestiona si seguir el mismo destino, llega hasta poner su vida en riesgo buscando ese objeto perdido. El enlutado desea que el otro esté ahí. En cambio, el duelista ha agregado una segunda muerte a la primera, es decir, deja ir un pedazo de sí con el muerto, agrega algo de sí suplementario al objeto perdido, movimiento que permite terminar el duelo. 

Sobre duelos, enlutados y duelistas articula distintas concepciones a través de sus doce veladas, divididas en dos libros, las cuales permiten poner palabras y acercarse de nuevo al tema de la muerte y del duelo, tan difíciles de abordar, pero tan presentes en el día a día como en el consultorio. Smud y Bernasconi concluyen, además, que el análisis apunta a un final de duelo, por lo tanto, “el duelo es el paradigma de la clínica”3. 

2. Ibíd., 158.