Políticas lingüísticas, misiones religiosas y lenguas indígenas en el Nuevo Reino de Granada, siglo XVIII

dc.contributor.advisorCórdoba Ochoa, Luis Miguel (Thesis advisor)spa
dc.contributor.authorRamírez Restrepo, María del Pilarspa
dc.date.accessioned2020-03-30T06:35:16Zspa
dc.date.available2020-03-30T06:35:16Zspa
dc.date.issued2019-09-18spa
dc.description.abstractEl problema de la comunicación entre cristianos e indios cuando los europeos atravesaron el océano Atlántico ha sido recurrentemente interpretado como superfluo, porque se ha asumido que la comprensión mutua fue inmediata, o bien que fue insalvable, dado que las únicas formas de comunicación eran el arcabuz y la cruz.1 Pero el panorama es más complejo. La irrupción de europeos en suelo americano no solo implicó la interacción con personas cuyas costumbres eran desconocidas para un ibérico del siglo XVI, sino además con estructuras lingüísticas que no correspondían con los sistemas morfosintácticos conocidos. Los europeos solo tenían conocimiento de las estructuras de las lenguas indoeuropeas y las semíticas que se hablaban en la Península y en territorios de Eurasia y del norte de África. No obstante, tampoco era un panorama completamente novedoso. En la misma época, en la península ibérica, los clérigos y religiosos castellanos predicaban en vasco o catalán por mandato de sus superiores. Asimismo, en el siglo XVI se dieron diferentes discusiones sobre cuál era la lengua más apropiada para impartir la doctrina entre los moriscos de Castilla.2 Así, el padre jerónimo Pedro de Alcalá publicó en Granada en 1505 Vocabulista arávigo en letra castellana y Arte para ligeramente saber la lengua aráviga, con el fin de enseñar árabe a los predicadores cristianos y que estos pudieran evangelizar a los moriscos. Un catecismo árabecastellano serviría como herramienta para impartir la doctrina. La historia del contacto lingüístico americano suele comenzarse con Elio Antonio de Nebrija y su frase recurrentemente citada “siempre la lengua fue compañera del imperio”, para aludir a la concepción imperial que se tenía del castellano desde 1492 y que se desplegaría en los años siguientes en el recién descubierto continente.4 No obstante, su Gramática del castellano, que era la primera publicada de lengua romance, no hablaba de este contexto porque los barcos europeos aún no tocaban tierra trasatlántica. El contexto cercano era la recién reconquistada Granada y el avance castellano al otro lado del estrecho de Gibraltar. Entre los humanistas de la época, ya se había aludido al poder que tenía una lengua para acompañar la expansión política. Ejemplo de esto es el famoso caso de Lorenzo Valla, quien escribió al respecto en Elegantiae linguae Latinae de 1441. Nebrija hacía parte de un movimiento más amplio que nació con el interés de renovar la enseñanza del latín, y que llevó a la elaboración de diferentes publicaciones de carácter gramatical y léxico.6 Pero ahora la diversidad de lenguas en los recién conocidos territorios planteó nuevos retos que la Corona tendría que asumir para poderlos conquistar El encuentro de lenguas tan variadas supuso un problema que persistió durante el periodo colonial. Incluso, si se quiere, podría prolongarse hasta la época republicana cuando capuchinos internados en las selvas del Putumayo trataban de aprender la lengua kamsá para evangelizar a los indígenas de Sibundoy, mientras los obligaban a construir carreteras. Para aludir a un contexto más reciente, podrían mencionarse las actividades que entre 1962 y 2002 desarrolló el estadounidense Instituto Lingüístico de Verano, cuando, al tiempo que recogía información sobre las lenguas en el Vaupés, hacía proselitismo religioso La posición que tomó la Corona con respecto a las lenguas osciló entre varias posturas a lo largo del periodo colonial. Las medidas civiles y eclesiásticas para que se usaran las lenguas indígenas en la evangelización, mientras que los nativos aprendían paulatinamente el castellano, predominaron con diferentes variaciones desde finales del siglo XVI hasta finales del XVIII. Algunos autores han establecido periodizaciones al respecto: la primera correspondería a la imposición de una política monolingüe de difusión del castellano que predominó durante los primeros años de conquista hasta finalizar la década de 1560, cuando la aplicación del Concilio de Trento, celebrado entre 1545 y 1563, se acogió a las orientaciones del Concilio de Letrán IV del año 1215, que defendía la necesidad de predicar. El problema de la comunicación entre cristianos e indios cuando los europeos atravesaron el océano Atlántico ha sido recurrentemente interpretado como superfluo, porque se ha asumido que la comprensión mutua fue inmediata, o bien que fue insalvable, dado que las únicas formas de comunicación eran el arcabuz y la cruz.1 Pero el panorama es más complejo. La irrupción de europeos en suelo americano no solo implicó la interacción con personas cuyas costumbres eran desconocidas para un ibérico del siglo XVI, sino además con estructuras lingüísticas que no correspondían con los sistemas morfosintácticos conocidos. Los europeos solo tenían conocimiento de las estructuras de las lenguas indoeuropeas y las semíticas que se hablaban en la Península y en territorios de Eurasia y del norte de África. No obstante, tampoco era un panorama completamente novedoso. En la misma época, en la península ibérica, los clérigos y religiosos castellanos predicaban en vasco o catalán por mandato de sus superiores. Asimismo, en el siglo XVI se dieron diferentes discusiones sobre cuál era la lengua más apropiada para impartir la doctrina entre los moriscos de Castilla.2 Así, el padre jerónimo Pedro de Alcalá publicó en Granada en 1505 Vocabulista arávigo en letra castellana y Arte para ligeramente saber la lengua aráviga, con el fin de enseñar árabe a los predicadores cristianos y que estos pudieran evangelizar a los moriscos. Un catecismo árabecastellano serviría como herramienta para impartir la doctrina. La historia del contacto lingüístico americano suele comenzarse con Elio Antonio de Nebrija y su frase recurrentemente citada “siempre la lengua fue compañera del imperio”, para aludir a la concepción imperial que se tenía del castellano desde 1492 y que se desplegaría en los años siguientes en el recién descubierto continente.4 No obstante, su Gramática del castellano, que era la primera publicada de lengua romance, no hablaba de este contexto porque los barcos europeos aún no tocaban tierra trasatlántica. El contexto cercano era la recién reconquistada Granada y el avance castellano al otro lado del estrecho de Gibraltar. Entre los humanistas de la época, ya se había aludido al poder que tenía una lengua para acompañar la expansión política. Ejemplo de esto es el famoso caso de Lorenzo Valla, quien escribió al respecto en Elegantiae linguae Latinae de 1441. Nebrija hacía parte de un movimiento más amplio que nació con el interés de renovar la enseñanza del latín, y que llevó a la elaboración de diferentes publicaciones de carácter gramatical y léxico.6 Pero ahora la diversidad de lenguas en los recién conocidos territorios planteó nuevos retos que la Corona tendría que asumir para poderlos conquistar El encuentro de lenguas tan variadas supuso un problema que persistió durante el periodo colonial. Incluso, si se quiere, podría prolongarse hasta la época republicana cuando capuchinos internados en las selvas del Putumayo trataban de aprender la lengua kamsá para evangelizar a los indígenas de Sibundoy, mientras los obligaban a construir carreteras. Para aludir a un contexto más reciente, podrían mencionarse las actividades que entre 1962 y 2002 desarrolló el estadounidense Instituto Lingüístico de Verano, cuando, al tiempo que recogía información sobre las lenguas en el Vaupés, hacía proselitismo religioso La posición que tomó la Corona con respecto a las lenguas osciló entre varias posturas a lo largo del periodo colonial. Las medidas civiles y eclesiásticas para que se usaran las lenguas indígenas en la evangelización, mientras que los nativos aprendían paulatinamente el castellano, predominaron con diferentes variaciones desde finales del siglo XVI hasta finales del XVIII. Algunos autores han establecido periodizaciones al respecto: la primera correspondería a la imposición de una política monolingüe de difusión del castellano que predominó durante los primeros años de conquista hasta finalizar la década de 1560, cuando la aplicación del Concilio de Trento, celebrado entre 1545 y 1563, se acogió a las orientaciones del Concilio de Letrán IV del año 1215, que defendía la necesidad de predicar.spa
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dc.identifier.eprintshttp://bdigital.unal.edu.co/74127/spa
dc.identifier.urihttps://repositorio.unal.edu.co/handle/unal/76996
dc.language.isospaspa
dc.relation.haspart98 Historia general de América del Sur / History of ancient world; of specific continents, countries, localities; of extraterrestrial worldsspa
dc.relation.ispartofUniversidad Nacional de Colombia Sede Medellín Facultad de Ciencias Humanas y Económicas Escuela de Historiaspa
dc.relation.ispartofEscuela de Historiaspa
dc.relation.referencesRamírez Restrepo, María del Pilar (2019) Políticas lingüísticas, misiones religiosas y lenguas indígenas en el Nuevo Reino de Granada, siglo XVIII. Maestría thesis, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín.spa
dc.rightsDerechos reservados - Universidad Nacional de Colombiaspa
dc.rights.accessrightsinfo:eu-repo/semantics/openAccessspa
dc.rights.licenseAtribución-NoComercial 4.0 Internacionalspa
dc.rights.urihttp://creativecommons.org/licenses/by-nc/4.0/spa
dc.subject.proposalLenguaje y lenguassspa
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dc.subject.proposalNuevo Reino de Granada - Siglo XVIIIspa
dc.titlePolíticas lingüísticas, misiones religiosas y lenguas indígenas en el Nuevo Reino de Granada, siglo XVIIIspa
dc.typeTrabajo de grado - Maestríaspa
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Tesis de Maestría en Historia